“Es probable que la mejor síntesis acerca de quién es José Donoso la haya acuñado él mismo al momento de escoger las palabras para la lápida de su tumba en el hermoso cementerio de Zapallar donde yace: ‘José Donoso: escritor.’”
Toqué el timbre de su casa en la calle Galvarino Gallardo, en Providencia, a las cinco de la tarde. No conocía personalmente a José Donoso pero luego de una ceñida persecución telefónica había conseguido que aceptara una entrevista. Esperaba en la puerta como si fueran las cinco en todos los relojes, al decir del hermoso verso de García Lorca, como si fueran “las cinco en sombra de la tarde”. Voy a entrar a la casa de un escritor que ha sabido como nadie dar forma a lo umbroso que todos llevamos dentro, pensé mientras escuchaba desde el interior insistentes ladridos.
“Hola”, saludó un hombre cordial, más encorbado de lo que yo había imaginado, con ademanes lentos como si fuera mayor, pero con una mirada aguda como si fuera más joven que su edad cronológica. Vestía un sweater rojo de fino cashimire. Un poco de caspa en la zona de los hombros disminuía algo su elegancia.
Mi entrevistado era particularmente amable y bien dispuesto a responder, aunque siempre de manera vacilante como si su voz fuera ciega y tuviera que escoger las ideas a tientas. Las frases terminaban con una inflexión ascendente, pareciendo que todo en él era pregunta. “¿Te fijas?”. Años después leyendo sus diarios me di cuenta de que era mucho más que un estilo de conversación, era también su método de escritura: “En lo que se refiere a los Notebooks de James: la sensación, insatisfactoria para mí, de falta de titubeos. Uno no lo ve trabajando, o lo ve trabajando solo en un sentido muy exterior. (…) No pierde su tiempo ni energía, ni jamás se equivoca. Tal vez porque sea tan diferente mi experiencia de la creación literaria, estos Notebooks son, quizás, lo más desilusionante e insatisfactorio de Henry James”1, comenta en uno de sus cuadernos.
Para José Donoso ser escritor no es un estado, es un proceso, una derrota que hay que combatir a diario. En un período de seca, cuando las palabras y los personajes parecen haberlo abandonado, anota desesperado en un cuaderno: “El fracaso no me gusta en nadie, menos en mí, y el fracaso no es ni la falta de dinero y de eco sino otra cosa distinta, esto que siento cada mañana al sentarme a escribir y ser incapaz de hacerlo, dar vueltas en círculos, girar en banda. Lo contrario de fracaso no es éxito, sino vigor, potencia literaria”.2
***
Recuerda Donoso que siendo niño una de sus actividades favoritas era acompañar a su padre al sastre. “Tenía de esos espejos movibles, y parándome yo entre las dos alas, y moviendo las alas en forma conveniente, sucedía que mi pequeña figura se multiplicaba en forma infinita, y veía una galería de Pepes unánimes, ritmados, que se prolongaban hasta que la vista ya no lograba comprender los fenómenos de la óptica”.3 Es una anécdota pero también es una suerte de declaración de principios. Algo así como el abstract que acompaña a cualquier ensayo. El resumen de su vida.
¿Cuántos José Donosos existieron realmente? Se puede especular con la tentación de hacer una lista: el descendiente de talquinos de cepa, el anglófilo, el homosexual, el escritor del boom, el tallerista, el envidioso, el cinéfilo, el esposo, el maestro, el paranoico, el padre, el hipocondríaco, el autor de obras imperecederas, el guest professor, el cronista, el abuelo que leía Alicia en el país de las maravillas a su nieta…
La respuesta es más bien breve: todos y ninguno. Se disfrazó de cada uno de ellos para ser siempre fiel a sí mismo. O más precisamente, para estar en sintonía con ese niño que, en los espejos de la sastrería, viéndose replicado hasta la monstruosidad, ya había intuido que su identidad personal no estaría construida sobre la base de la coherencia, cuestión que años después con muchas jornadas de psicoanálisis en el cuerpo, verbalizaría diciendo que experimenta “una duda muy fuerte, una no-creencia en la unidad de la personalidad humana”.
***
Nació en una familia burguesa en Santiago, en octubre de 1924, pocas semanas después de la intervención militar denominada “Ruido de sables” que obligó al presidente de la república, Arturo Alessandri, a abandonar el territorio. Una suerte de anticipo de lo que será la vida política del país en que le ha tocado nacer, con momentos de turbulencias más complejas donde los zumbidos ya no fueron de sables sino de bombarderos de guerra.
Chile lo asfixiaba y lo fascinaba al mismo tiempo. No debe ser casualidad que el primer cuento que escribió y publicó en inglés mientras estudiaba en Princeton —“The Poisoned Pastries” (1951)— se trate de niños con cierta perplejidad frente a su entorno, lo mismo que le sucede al chico que protagoniza el primer relato que publicó en Chile en la reconocida Antología del nuevo cuento chileno y que constituyó la puesta en marcha oficial de su carrera de escritor: “China” (1954). Pero sin duda, será el protagonista de su aclamada novela El obsceno pájaro de la noche, Boy, quien extremó hasta la aberración esa inconformidad. Nacido deforme, su padre lo encierra en una casona de campo rodeado de una corte de los milagros a modo de falsa normalidad. Un espacio asfixiante que institucionaliza lo grotesco reflejado en ese espejo anómalo de la novela donde los rasgos monstruosos de Boy metaforizan la sociedad que representa.
En sus memorias cuenta que su familia paterna estaba conformada por antiguos patriarcas talquinos. Como no le interesaba vivir entre los datos, recurre a la inventiva o a la provocación —no lo sabemos— para hacer un árbol genealógico con una sombra adecuada donde cobijar su imaginación. El giro lo hace desde el origen al afirmar que descendían de un cura. La familia de su madre, en cambio, la describe como “tempranos advenedizos muy ricos», “una tribu brillante pero improvisada”. Lo que va a ocurrir es un irremediable choque de esas placas tectónicas. Chile es un país telúrico y por lo mismo su sociedad rehuye de los movimientos, rechaza los cambios y privilegia el statu quo. Esta “falla geológica” como la llama Donoso, será otra de las bases de su condición de escritor.
Desde el inicio me di cuenta de que todo consistía en la herencia de una fisura, una pifia que destruía la perfección superficial de toda visión, una fragilidad de la cual nacía el impulso a ser otra cosa, que en mi caso era —como en tantos de la familia de mi madre— la ambición de reencarnarme en escritor. No tuve libertad de elección porque un escritor no elige ni su voz, ni su mundo, ni su protesta, ni su modo de manifestarla. (…) En mí ese dolor se dio, desde que fui niño, como una conciencia de fisura social. (…) Quizás por eso estoy escribiendo ahora.4
Esa escritura nacida y alimentada desde la fragilidad, desde un impulso para ser otro. Esa estupefacción empieza a fraguarse tempranamente. A lo mejor principia en la casa de tres patios en la calle Ejército, con esas tías abuelas riquísimas encamadas desde hacía varios años a donde vivieron un tiempo. Los distintos patios eran una réplica en miniatura de la clasista sociedad chilena. Esa que luego el escritor retrata en cuentos y novelas. Esa que lo haría empatizar con quienes han experimentado algún tipo de discriminación como la vivida por él durante “sórdidas crisis personales” que lo hacían apartarse o buscar “escondrijos acogedores” donde “intercambiar sin culpas las distintas máscaras que me vi forzado a seguir asumiendo para sobrevivir como algo más que un facsímil de lo que me rodeaba”.
***
Es verdad que Donoso fue un hipocondríaco de fuste, que vivió atemorizado ante males imaginarios horribles como una parálisis total frente a una molestia en la planta del pie, un severo cáncer producto de un dolor de espalda o el pavor de subir a un avión convencido que la nave se estrellaría. En sus diarios íntimos recuerda que en su niñez llegó a fingir una apendicitis que terminó en el quirófano engañando a padres y médicos. Lo evoca como uno de los momentos epifánicos, cuando descubre el poder de la ficción. Fue el instante en el que supo que el cobijo en la vida se lo brindaría la fabulación y la mentira.
Como suele ocurrir en la vida de todo hipocondríaco, un día deja de serlo. Sus apocalípticas profecías lo alcanzaron. El herido del lenguaje comenzó a sufrir ataques de úlcera (palabra que significa llaga etimológicamente) cada vez que concluía un libro: “¿Por qué esta sensación de catástrofe para mi salud cuando entrego una novela? ¿Por qué esta sensación de merma del oxígeno de la fantasía, de paseo por los ribetes de la muerte, de carencia, de ser un pobre hombre vulnerable e inerme?”.5
En 1988 durante una larga estadía en Estados Unidos le diagnostican cirrosis hepática. Un Donoso acongojado le dice a su mujer que quería seguir viviendo por tres razones. “Una, por ella y la niña, dos, porque quería ver derrotado a Pinochet, y tres, porque quería saber que le sucede a TARATUTA” (libro en el que trabaja en ese momento y que se publicó en 1990).6
“Donoso no estuvo involucrado cabalmente en la cuestión pública por su naturaleza retraída, su carácter temeroso y, sobre todo, porque no le atraía ni confiaba en lo que aparecía en la superficie.”
Quiere morir como vivió, escribiendo, y es lo que ocurre cuando la deficiencia del hígado, que lo condenó a una vida muy limitada los últimos años, le provocó la muerte pocos meses después de haber cumplido 72 años.
Y es que de todos los males que experimentó Donoso, ficticios y reales, hay que decir que ante todo él fue un enfermo de literatura. Su cuerpo fue en realidad su corpus poético, su escritura. En 1983 luego de una discusión con María Pilar que lo deja abatido, anota en su diario:
Tengo que vivir adentro de este cuaderno. Le tengo miedo al mundo exterior y a sus agresiones, a sus fantasmas del pasado (Lafourcade, etc.) y por lo tanto debo tener un mínimo, a penas, de vida: toda mi vida tiene que ser lo que escribo, porque de otro modo me puedo morir (corazón, etc.).7
***
Experimentó tempranamente la práctica del viaje como un operativo para recuperar la mirada, algo que consideraba fundamental a la hora de escribir, y como una ruta para deslizarse hacia un paisaje interior. Cuando alguien le consultó si vivir fuera del país había sido una necesidad para él, dijo: “En Princeton me siento tan extraño como en Chile. Esa situación de extrañeza con el mundo no depende del lugar donde se vive y tal vez sea esa sensación de extrañeza lo que nos abre las puertas al viaje”.8
Lo otro que puso en práctica tempranamente fue el viaje inmóvil: la escritura y, dentro de ella, un exilio interior a través de sus diarios íntimos que habría empezado a escribir durante otro viaje, cuando se desplazó a estudiar a la Universidad de Princeton en Estados Unidos en 1950. Los ochenta cuadernos que escribió a lo largo de 45 años y que describió como su “carne viva”, fueron una suerte de destierro hacia adentro.
***
Sea cual sea la máscara donosiana de la que nos ocupemos, nos encontraremos con un lector empedernido. Leyó con dedicación y premura a sus pares del boom a quienes luego retrató desde la admiración, la envidia y el cuestionamiento en ese libro insoslayable que es Historia personal del boom. Releía con frecuencia cabalística a Virginia Woolf y Henry James. De hecho la literatura española le debe mucho a su anglofilia literaria. Así al menos lo reconoce el catalán Felix de Azúa: “Él nos llamaba ‘analfabetos’ por no haber leído a los grandes ensayistas de Estados Unidos, y a nosotros nos parecía que eran todos de la CIA”.9
Consume libros para poseer sus nutrientes, alimentarse de ellos. Así lo declara en 1984 en su diario: “Debo tratar de recordar que cada vez que leo un libro que me interesa por cualquiera razón que sea —aun por las razones de cotilleo de este libro— me dan ganas de descuartizarlo y sacar para mí, y apropiarme de las partes que me interesaron”.10
Ni las inclemencias de las paranoias que lo rondaban ni los achaques que aparecieron con los años disminuyeron su fascinación por la lectura. Nada mermó su enorme apetito libresco. Para nuestro novelista más que un pecado capital como establece la religión católica, la envidia era un dispositivo primordial para la creación. Muchas de sus debilidades que no fueron pocas, lo hicieron una persona entrañable precisamente por su fragilidad y forma honesta de vivir sus neurosis. “Nada de pedanterías. Tengo, tengo, tengo que ser honrado y tengo, tengo, tengo que ser novelístico a la vez”.11
***
Fantaseaba a ratos con la idea de ponerse en contacto con “el fracasado que uno lleva dentro” porque reconocía allí una gran fuente creativa. Pero sucumbía ante los delirios del reconocimiento y los celos que le producía ver que algunos de sus pares del boom como García Márquez o Vargas Llosa, eran reverenciados como rock stars. En ese desgarro vivió y escribió. Y así lo percibieron sus colegas. Según Carlos Fuentes fue “el más literario de todos los literatos del boom”.12 Vargas Llosa expande esa calificación al afirmar que era el más literario de todos los escritores:
No sólo porque había leído mucho y sabía todo lo que es posible saber sobre vidas, muertes y chismografías de la feria literaria, sino porque había modelado su vida como se modelan las ficciones, con la elegancia, los gestos, los desplantes, las extravagancias, el humor y la arbitrariedad de que suelen hacer gala sobre todo los personajes de la novela inglesa, la que prefería entre todas.13
Ser escritor de tiempo completo no necesariamente significa escribir ocho o diez horas diarias. Se trata más bien de enfrentarse al día día con una mirada escritural, abordarlo todo como una interrogante sobre sí mismo y sobre el mundo.
¿Por qué escribo? Todo ha sido dicho ya, esa es la sensación que uno tiene. Pero resulta que uno nunca sabe lo que va a decir, qué tiene que decir, hasta no decirlo por escrito. Porque no me interesan los escritores que llegan a una conclusión antes de su obra y construyen una ficción para exponerla. Me interesan, al contrario, aquellos escritores cuyo significado, cuya voz, es inseparable de la obra hecha, y sólo al hacerla la van encontrando y conociendo. (…) Si una obra no es esto, es muerte, es un aborto, no es literatura. (…) En el fondo, uno escribe para saber por qué escribe.14
***
Donoso no estuvo involucrado cabalmente en la cuestión pública por su naturaleza retraída, su carácter temeroso y, sobre todo, porque no le atraía ni confiaba en lo que aparecía en la superficie. Tenía la convicción de que las verdades se despliegan en profundidades oscuras, se expresan de modos más complejos y tienen lenguajes que demandan lecturas no necesariamente lineales ni racionales. Tantas cosas que solo se pueden conocer mediante la imaginación y técnicas adivinatorias. En esos vericuetos se instaló Donoso.
Un hombre es, también, sus máscaras, desde las cuales es posible inferir la identidad, la unidad de un ser, y son como metáforas de ese ser, objetos traslúcidos, no transparentes, que dejan pasar la luz y entra lo que hay al otro lado, pero sobre todo que retienen la luz y son, en esencia cuerpos opacos cuya presencia se interpone entre el ojo del espectador y el objeto real que queda al otro lado.15
Su biografía consigna que falleció el siete de diciembre de 1996 en Santiago. No es exacto. Personas como él —habitante de ese otro lado— no mueren, solo se mudan a sus libros. Desde entonces, José Donoso no ha hecho otra cosa que multiplicarse en personajes, situaciones, narradores, monólogos. Replicarse en ficciones que dan cobijo a miles de lectores. Lo más sorprendente es que ha seguido publicando póstumamente. Artículos, crónicas, entrevistas suyas así como sus diarios íntimos han sido editados en las últimas décadas. Hay que sumar además novelas escritas por él y libros hechos por otros, como el extraordinario y conmovedor Correr el tupido velo de Pilar Donoso, su hija.
Es probable que la mejor síntesis acerca de quién es José Donoso la haya acuñado él mismo al momento de escoger las palabras para la lápida de su tumba en el hermoso cementerio de Zapallar donde yace: “José Donoso: escritor”.
Punto.
Notas:
1 Cuaderno 46, 8 noviembre 1974.
2 Cuaderno 56, 28 mayo 1984.
3 Cuaderno 4, 23 octubre 1956.
4 Conjeturas, Santiago, Editorial Alfaguara 1996 pp. 17-8.
5 Conjeturas, p. 13.
6 Cuaderno 59 A, 23 noviembre 1988.
7 Cuaderno 55, 13 diciembre 1983.
8 Contreras, Gonzalo, “J. Donoso: Quiero escribir una novela prescindible”, Reseña 3, abril-mayo, 1989 10-14.
9 X. Ayén, Aquellos años del boom, Barcelona RBA 2014 pp. 426-427.
10 Cuaderno 56, 24 febrero 1984.
11 Diarios tempranos Santiago: Ediciones UDP, 2016. p. 128 (Cuaderno 11, 27 agosto 1958).
12 Carlos Fuentes: “José Donoso: maestro de un irracionalismo prodigioso”. El escribidor intruso. Comp. y Ed. Cecilia García-Huidobro. Santiago: Ediciones UDP, 2004. 11-6. p.
13 Vargas Llosa, M. “José Donoso o la vida hecha literatura”, El País, 14 diciembre 1996.
14 Diarios tempranos, p. 161 (Cuaderno 22, 10 agosto 1962).
15 Cuaderno 59 A, 30 julio 1989.