Y dios me hizo mujer
Y Dios me hizo mujer,
de pelo largo,
ojos,
nariz y boca de mujer.
Con curvas
y pliegues
y suaves hondonadas
y me cavó por dentro,
me hizo un taller de seres humanos.
Tejió delicadamente mis nervios
y balanceó con cuidado
el número de mis hormonas.
Compuso mi sangre
y me inyectó con ella
para que irrigara
todo mi cuerpo;
nacieron así las ideas,
los sueños,
el instinto.
Todo lo que creó suavemente
a martillazos de soplidos
y taladrazos de amor,
las mil y una cosas que me hacen mujer todos los días
por las que me levanto orgullosa
todas las mañanas
y bendigo mi sexo.
Soy llena de gozo
Soy llena de gozo,
llena de vida,
cargada de energías
como un animal joven y contento.
Imantada mi sangre con la naturaleza,
sintiendo el llamado del monte
para correr como venado desenfrenadamente,
sobando el aire,
o andar desnuda por las cañadas
untada de grama y flores machacadas
o de lodo,
que Dios y el Hombre me permitieran volver
a mi estado primitivo,
al salvajismo delicioso y puro,
sin malicia,
al barro, a la costilla
al amor de la hoja de parra, del cuero,
del cordero a tuto,
al instinto.
Menstruación
Tengo
la “enfermedad”
de las mujeres.
Mis hormonas
están alborotadas,
me siento parte
de la naturaleza.
Todos los meses
esta comunión
del alma
y el cuerpo;
este sentirse objeto
de leyes naturales
fuera de control;
el cerebro recogido
volviéndose vientre.
De Sobre la grama (1974)
¿Qué sos Nicaragua?
¿Qué sos
sino un triangulito de tierra
perdido en la mitad del mundo?
¿Qué sos
sino un vuelo de pájaros
guardabarrancos
zensontles
colibríes?
¿Qué sos
sino un ruido de ríos
llevándose las piedras pulidas y brillantes
dejando pisadas de agua por los montes?
¿Qué sos
sino pechos de mujer hechos de tierra,
lisos, puntudos y amenazantes?
¿Qué sos
sino cantar de hojas en árboles gigantes
verdes, enmarañados y llenos de palomas?
¿Qué sos
sino dolor y polvo y gritos en la tarde,
—“gritos de mujeres, como de partos”—
¿Qué sos
sino puño crispado y bala en boca?
¿Qué sos, Nicaragua
para dolerme tanto?
La madre
se ha cambiado de ropa.
La falda se ha convertido en pantalón,
los zapatos en botas,
la cartera en mochila.
No canta ya canciones de cuna,
canta canciones de protesta.
Va despeinada y llorando
un amor que la envuelve y sobrecoge.
No quiere ya solo a sus hijos,
ni se da solo a sus hijos.
Lleva prendidos en los pechos
miles de bocas hambrientas.
Es madre de niños rotos
de muchachitos que juegan trompo en aceras polvosas.
Se ha parido ella misma
sintiéndose —a ratos—
incapaz de soportar tanto amor sobre los hombros,
pensando en el fruto de su carne
—lejano y solo—
llamándola en la noche sin respuesta,
mientras ella responde a otros gritos,
a muchos gritos,
pero siempre pensando en el grito solo de su carne
que es un grito más en este griterío de pueblo que la llama
y le arranca hasta sus propios hijos
de los brazos.
De Línea de fuego (1978).
Eva advierte sobre las manzanas
Allí te quedo en el pecho,
por muchos años me goces.
C.M.R.
Con poderes de Dios
—centauro omnipotente—
me sacaste de la costilla curva de mi mundo
lanzándome a buscar tu prometida tierra,
la primera estación del paraíso.
Todo dejé atrás.
No oí lamentos, ni recomendaciones
porque en todo el Universo de mi ceguera
sólo vos brillabas
recortado sol en la oscuridad.
Y así,
Eva de nuevo,
comí la manzana;
quise construir casa y que la habitáramos,
tener hijos para multiplicar nuestro estrenado territorio.
Pero, después,
sólo estuvieron en vos
las cacerías, los leones,
el elogio a la soledad,
y el hosco despertar.
Para mí solamente los regresos de prisa,
tu goce de mi cuerpo,
el descargue repentino de ternura
y luego,
una y otra vez, la huida
tijereteando mi sueño,
llenando de lágrimas la copa de miel
tenazmente ofrecida.
Me desgasté como piedra de río.
Tantas veces pasaste por encima de mis murmullos,
de mis gritos,
abandonándome en la selva de tus confusiones
sin lámpara, ni piedras para hacer fuego y calentarme,
o adivinar el rumbo de tu sombra.
Por eso un día,
vi por última vez
tu figura recostada en el rojo fondo de la habitación
donde conocí más furia que ternura
y te dije adiós
desde el caliente fondo de mis entrañas,
desde el río de lava de mi corazón.
No me llevé nada
porque nada de lo tuyo me pertenecía
—nunca me hiciste dueña de tus cosas—
y saliste de mí
como salen —de pronto—
desparramados, tristes,
los árboles convertidos en trozas,
muertos ya,
pulpa para el recuerdo,
material para entretejer versos.
Fuiste mi Dios
y como Adán, también
me preñaste de frutas y malinches,
de poemas y cogollos,
racimos de inexplicables desconciertos.
Para nunca jamás
esta Eva verá espejismos de paraíso
o morderá manzanas dulces y peligrosas,
orgullosas,
soberbias,
inadecuadas
para el amor.
De Truenos y arcoíris (1982).
Nicaragua
Tantas veces me he propuesto olvidarte
como si fueras un amante cruel de esos que le cierran a uno
la puerta en las narices
o uno de aquellos que cuanto más se aman
más olvido prodigan
pero nada de lo que hago lo consigue
viene el verdor la lluvia el viento
el revoloteo de los papeles en las calles
el roble derramando sus flores como cáscaras de seda en las
aceras
el rostro del chavalo con el trapo
su sonrisa que cruza y trasciende la pobreza
viene el atardecer sobre el perfil puntiagudo del volcán a lo
lejos
las nubes derramando pintura roja y púrpura sobre el cielo
el hablar deslenguado rápido juguetón de la gente
y todo lo que maldigo y desdigo de vos se me deshace
y me irrumpe el amor como si me corrieran caballos en el
pecho
y te contemplo atravesada de ceibos y corteses
de madroños caobas y palmeras
y te amo patria de mis sueños y mis penas
y te llevo conmigo para lavarte las manchas en secreto
susurrarte esperanzas
y prometerte curas y encantos que te salven.
Palabras digo puesto que son ellas la argamasa de mi vida
y a punta de palabras te imagino una y otra vez renacida
genial, despojada de cuanta polilla te corroe día a día los
cimientos.
Arranco de tu pelo a los que te venden te roban y te abusan
te cuento cuentos en la esquina de mi almohada
te arropo y te tapo los ojos
para que no veas los verdugos que llegan a cortarte la cabeza.
Tierra
Paisaje
Yo moriré
Morirán mis angustias
pero vos seguirás
anclada en el mismo lugar
saciada de memorias
y de huesos.
De En la avanzada juventud (2013)
Consejos para la mujer fuerte
Si eres una mujer fuerte
protégete de las alimañas que querrán
almorzar tu corazón.
Ellas usan todos los disfraces de los carnavales de la tierra:
se visten como culpas, como oportunidades, como
precios que hay que pagar.
Te hurgan el alma; meten el barreno de sus miradas o sus
llantos
hasta lo más profundo del magma de tu esencia
no para alumbrarse con tu fuego
sino para apagar la pasión
la erudición de tus fantasías.
Si eres una mujer fuerte
tienes que saber que el aire que te nutre
acarrea también parásitos, moscardones,
menudos insectos que buscarán alojarse en tu sangre
y nutrirse de cuanto es sólido y grande en ti.
No pierdas la compasión, pero témele a cuanto conduzca
a negarte la palabra, a esconder quién eres,
lo que te obligue a ablandarte
y te prometa un reino terrestre a cambio
de la sonrisa complaciente.
Si eres una mujer fuerte
prepárate para la batalla:
aprende a estar sola
a dormir en la más absoluta oscuridad sin miedo
a que nadie te tire sogas cuando ruja la tormenta
a nadar a contracorriente.
Entrénate en los oficios de la reflexión y el intelecto.
Lee, hazte el amor a ti misma, construye tu castillo
rodéalo de fosos profundos
pero hazle anchas puertas y ventanas.
Es menester que cultives enormes amistades
que quienes te rodean y quieran sepan lo que eres
que te hagas un círculo de hogueras y enciendas en el
centro de tu habitación
una estufa siempre ardiente donde se mantenga el hervor
de tus sueños.
Si eres una mujer fuerte
protégete con palabras y árboles
e invoca la memoria de mujeres antiguas.
Has de saber que eres un campo magnético
hacia el que viajarán aullando los clavos herrumbrados
y el óxido mortal de todos los naufragios.
Ampara, pero ampárate primero.
Guarda las distancias.
Constrúyete. Cuídate.
Atesora tu poder.
Defiéndelo.
Hazlo por ti.
Te lo pido en nombre de todas nosotras
De El pez rojo que nada en el pecho (2020).
Despatriada
No tengo donde vivir.
Escogí las palabras.
Allá quedan mis libros,
mi casa, el jardín, sus colibríes.
Las palmeras enormes,
las apodadas Bismarck
por su aspecto imponente.
No tengo donde vivir.
Escogí las palabras.
Hablar por los que callan,
entender esas rabias
que no tienen remedio.
Se cerraron las puertas.
Dejé los muebles blancos,
la terraza donde bailan volcanes a lo lejos,
el lago con su piel fosforescente,
la noche afuera y sus colorines trastocados.
Me fui con las palabras bajo el brazo.
Ellas son mi delito, mi pecado,
ni Dios me haría tragármelas de nuevo.
Allí quedan mis perros Macondo y Caramelo,
sus perfiles tan dulces,
su amor con el mosquitero,
ese lugar donde cerrar los ojos
e imaginar que el mundo cambia
y obedece mis deseos.
No fue así. No fue así.
Mi futuro en la boca es lo que quiero,
decir, decir el corazón,
vomitar el asco y la ranura.
Queda mi ropa yerta en el ropero,
mis zapatos mis paisajes del día y de la noche,
el sofá donde escribo,
las ventanas.
Me fui con mis palabras a la calle.
Las abrazo, las escojo.
Soy libre,
aunque no tenga nada.
La lluvia huele en Madrid
Alzo la cabeza del libro que leo
refugiada del aliento del dragón que escupe fuego
sobre la ciudad.
El árbol fuera de mi ventana,
hermano del farol,
agita alegre sus brazos.
Algo sentí. Un apagón del sol,
el ruido mojado del asfalto.
Dejo el libro y salto para abrir la ventana
grande como una puerta
con ínfulas de balcón.
Hay un instante de espanto.
Pienso en Managua y sus tardes de lluvia,
el olor de la tierra mojada.
Si abro la puerta, ¿olerá la lluvia en Madrid?
¿estará exiliada de mi vida ese olor?
En mi alma hay un claustro vegetal
donde se guardan los olores de la lluvia
y el tambor batiente de los truenos.
Temo en el umbral del balcón,
pero al final me atrevo. Abro.
Pasan los coches arrollando aguas,
la calle está cubierta de florecillas de árboles
recién duchados.
El olor irrumpe. El olor.
Vegetal, intenso.
Estoy a salvo.
Poemas inéditos (2021-2023) cedidos para la antología Parir el alba, por el XXXII Premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana