Nota del editor: En esta sección compartimos textos publicados originalmente por nuestra casa matriz, World Literature Today (WLT), ahora en edición bilingüe. El presente texto fue publicado originalmente en World Literature Today Vol. 91, Nro. 2 en marzo de 2017.
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Después de que moriste, no pude hacer un funeral, así que mi vida
se convirtió en un funeral.
Después de que te envolvieron con una lona y te llevaron
en un camión de basura.
Después de que la fuente salpicó imperdonablemente
chorros de agua centelleantes.
En todas partes, alumbran las luces del santuario del templo.
En las flores que se abren en primavera, en los copos de nieve.
En las tardes que hacen que el día llegue a su fin.
Destellos de las velas alumbran en botellas de alcohol vacías.
Han Kang, Human Acts
En Corea, al igual que en otras sociedades tecnológicamente avanzadas, lo corriente y ordinario, y no lo excepcional, es que la muerte se dé en privado, en habitaciones de hospitales o en nuestras casas. Solo de forma excepcional y en circunstancias extraordinarias es pública y masiva. Lo mismo ocurre con nuestros funerales: el ritual conmemorativo tiene lugar en una habitación relativamente privada a la que entramos de a uno, en la que hay una foto del difunto a la cual le hacemos una reverencia y, en general, algunos parientes cercanos que visten ropa áspera de fibra de cáñamo y hablan en susurros, con quienes podemos hacer el duelo. Sin embargo, de acuerdo con la tradición, en la habitación de al lado, hablamos, comemos, tomamos y conversamos sobre nuestros recuerdos y sobre la pérdida y lo que va a significar. De esta manera, el ritual reconoce lo extraordinario de la muerte, pero el duelo en sí mismo (los sentimientos de tristeza y dolor profundos que acompañarán de por vida a los dolientes cercanos) se mantiene en el terreno de lo ordinario. Tal vez tengamos más herramientas que otras naciones, al menos debido a nuestras costumbres, para hacer frente a muertes que no son un hecho único y privado, sino muertes públicas que se deben compartir: pérdidas y duelos catastróficos que convergen en una forma de ordinariedad extraordinaria, muertes que comúnmente se comparten y que, por ende, no tienen nada de común. En el epígrafe de arriba, por ejemplo, los lugares mencionados son espacios públicos; las unidades de tiempo son las cotidianas y, tal vez, hasta haya algo aterrador en lo inclusivo del lector destinatario. ¿Quién es este “tú” difunto? ¿Es un ser humano o un fantasma? Si es humano, ¿lo enterraron o lo cremaron? Si es un fantasma, ¿qué tipo de conmemoración pública tendrá el poder de hacer que descanse en paz?
En relación con los atentados terroristas a las torres gemelas del 11 de septiembre, es famosa la frase de Jean Baudrillard: “Este evento alteró todo el juego de la historia y del poder, pero también las condiciones de análisis. Hay que darse tiempo”1. Eso aplica no solo a los historiadores, sino incluso más a los escritores que lidian con preguntas éticas y artísticas que primero se ven opacadas por el hecho catastrófico, pero luego quedan grabadas a fuego en él. Toda catástrofe es sensacional y, en un principio, impactante. Pero cada catástrofe desencadena pérdidas enormes, compartidas e inmediatas. Y, a pesar de que pueda ser difícil contener los juicios morales o incluso las acciones militares irreflexivas contra el terrorismo (porque lo que le sigue es profundamente personal y privado y, en muchos casos, acompaña al doliente toda la vida), las decisiones correctas sobre las formas públicas de conmemoración, a diferencia de las efusiones inmediatas del duelo comunitario, siempre son producto del paso del tiempo.
La literatura es una de esas formas público-privadas de conmemoración y también suele seguir la regla de “darse su tiempo”. En consonancia, son varias las catástrofes que encontramos en la novela Human Acts [Actos humanos], de Han Kang, y se sitúan varias décadas atrás; entre ellas, el Levantamiento de Gwangju, que comenzó el 11 de mayo de 1980 y culminó con la masacre de miles de personas, y un incendio en Yongsan, Seúl, en enero de 2009, en el que murieron cinco desalojados y un policía. El extenso período de tiempo que abarca la novela da buena cuenta de cómo la imaginación creativa de nuestros escritores habita la esfera del recuerdo y el duelo cuando la catástrofe se retira de la esfera de la historia social y política e ingresa en la esfera de la vida cotidiana, ordinaria. A las epifanías catastróficas de la literatura coreana se le suma, por desgracia, otra catástrofe que ocurrió muy poco tiempo después de que se publicara el original coreano de Human Acts, de Han Kang: la tragedia del ferry Sewol del 16 de abril de 2014. Anticipada de muchas maneras en esas páginas, es una catástrofe que pone de manifiesto cómo vuelven a ingresar estas verdades en el tiempo veloz de la vida política del país desde el tiempo lento de las vidas cotidianas.
Sin duda, si nuestras costumbres no nos dieron herramientas aún mejores para hacer frente a las muertes masivas en espacios públicos, estamos bien preparados, casi habituados a ellas, debido a nuestro pasado no tan lejano. En 1979, Park Chung-hee, el padre de la actual presidenta, cenaba en una “casa de seguridad” privada cuando fue asesinado por su director de inteligencia. Durante la posterior “investigación” del asesinato, poco a poco se instauró la ley marcial en todo el país, lo que permitió que los seguidores de Park movilizaran al ejército para reprimir a los disidentes sin pedirle permiso al ejército de ocupación estadounidense. Por consiguiente, cuando el pueblo de Gwangju se sublevó contra el gobierno militar, Chun Doo-hwan y Roh Tae-woo avanzaron con fuerzas especiales y luego con tropas militares convencionales, que asesinaron a miles de personas.
En la literatura coreana, ha habido una lucha sin fin por parte de los escritores en torno a cómo tratar el dilema ético de la masacre de Gwangju: por nombrar algunos ejemplos, Bomnal [Día primaveral] (1987), de Im Chul-woo; Straight Lines and Poison Gas [Líneas rectas y gas venenoso] (1989); A Petal [Un pétalo] y A Glorious Vacation [Unas vacaciones gloriosas], películas y colecciones, y 26 Nyeon [26 años] (2006), un famoso webtoon de Gangpool (seudónimo del autor). Human Acts, de Han Kang, sigue esta línea y supone la culminación del logro literario de Gwangju. El título original en coreano de Human Acts fue “Sonyeon-i onda”; literalmente, “Viene un chico”. Ese enigmático título no imparte, ni siquiera insinúa, ningún tipo de contexto social ni histórico explícito y la novela comienza inocentemente con la narración de un chico que busca a un amigo cercano que vivió en la misma casa. Pero, a medida que avanza la novela, el lector se da cuenta de que el protagonista que deambula de acá para allá no está vivo, sino que murió durante la masacre de Gwangju, un movimiento democrático que surgió en Gwangju en 1980. Al seguir las voces cambiantes del “tú” en la novela, los lectores tejen las vidas reconstruidas de los que murieron y los que quedaron, los años brutales de las familias de “un chico”, la enorme cantidad de madres de tantas víctimas de la masacre. En una novela cuyo título original refleja lo ordinario de una tragedia catastrófica extraordinaria, la gran teleología de la historia se ve restringida y converge con el encuentro del chico con familias que siguen a la espera del retorno de su hijo muerto. Cada hilo del tejido, aunque dividido en diferentes voces, en diferentes capítulos, de a poco se va convirtiendo en una elegía nacional en curso, que sigue sin tener un final incluso después de treinta y siete años.
En un país de ciegos en el que no pudimos llevar a cabo un funeral tras la masacre, los escritores gritaron uno por uno los nombres de los estudiantes muertos.
Han Kang tenía apenas diez años cuando se produjo la masacre. Tal vez por eso, en esta obra, logra darle una voz viva y ordinaria a este protagonista muerto y extraordinario, a quien le encarga la tarea de hacernos tomar conciencia y recordarnos un suceso que, por un lado, es extraordinario incluso al lado de otras catástrofes ocurridas en Corea; y por otro, ya es una pérdida compartida a nivel nacional que, gracias a la literatura, está lejos de poder ser borrada por el poder de la política o, incluso, de ser olvidada por la gente común y corriente; es decir, que es parte de la vida cotidiana. La representación literaria de la catástrofe, por ende, es un movimiento pendular entre lo extraordinario y lo ordinario, entre olvidar y recordar.
Paradójicamente, la unicidad de la catástrofe no quita que tenga infinitas variaciones. Luego de los breves regímenes democráticos de Kim Dae-jung y Roh Moo-hyun, los descendientes políticos de Park Chung-hee volvieron al poder con el presidente Lee Myung-bak. En enero de 2009, tres empresas de construcción a gran escala que tenían un lazo con el presidente reurbanizaban el distrito de Yongsan, Seúl: Samsung, Posco y Daerim. En un país en el que la industrialización y la democracia se consolidaron a la par en un período de tiempo corto, las consideraciones hacia el ámbito público se vieron relegadas. Era de esperar que hubiera enfrentamientos por el desarrollo urbano y violencia por parte del Estado hacia los pobres y los débiles. A los residentes expulsados les ofrecieron sumas de dinero decepcionantes que, en el mercado inmobiliario de Seúl, no les permitían reubicarse, por lo que las órdenes de desalojo se tuvieron que hacer cumplir por medio de la violencia. En el proceso, murieron cinco desalojados y un policía cuando varios centenares de policías rodearon a un grupo de cincuenta manifestantes y se inició un incendio, que se extendió a materiales inflamables que, al parecer, había acumulado la resistencia como protección. Como expresó Yi Yeong-gwang en Ghost 3 [Fantasma 3]:
El periódico es como un obituario.
La gente no para de morir.
Deben haberlos matado
porque no los consideraban humanos.
Deben haberse muerto
incapaces de revelar: “Soy humano”2.
Allí, el poeta lamenta la brutal realidad de Corea, en la que el periódico se convirtió en el espacio oficial para las pérdidas, para las muertes cada vez más reiteradas, en forma de deportación forzada. En Human Acts “Yongsan” se solapa con “Gwangju”:
Pero eso es Gwangju. En otras palabras, “Gwangju” había pasado a ser otra forma de nombrar a todo lo que se aísla, golpea y maltrata con violencia, a todo lo que se mutiló hasta el punto de no tener arreglo. La radioactividad se está propagando. Gwangju había renacido solo para que la volvieran a matar en un ciclo infinito. La arrasaron por completo y la erigieron de nuevo en un renacimiento ensangrentado3.
Al principio, un suceso sin precedentes históricos que ocupa toda la atención parece una especie de espacio en blanco, una forma de pérdida compartida, pero única y, por lo tanto, carente de sentido. Luego, el rito del análisis literario conmemora y corona esa unicidad y, al hacerlo, le concede una especie de derecho de autor al recuerdo. ¿Tendrá este “derecho de autor”, esta unicidad, el poder de prevenir catástrofes o solo es una garantía de que la siguiente catástrofe será igual de original?
Se podría encontrar una respuesta a esta pregunta tratando de interrumpir un ciclo de catástrofe, conmemoración e interpretación literaria que está en curso, uno que comenzó apenas un mes antes de que se publicara Human Acts en coreano. La mañana del 16 de abril de 2014, el ferry Sewol iba rumbo a la isla de Jeju con cientos de estudiantes de secundaria que hacían un último viaje juntos antes de emprender el extenuante proceso de prepararse para ingresar a la universidad. El Sewol se hundió en la costa sudoeste de Corea del Sur luego de hacer un giro demasiado brusco. A pesar de que el barco demoró cerca de dos horas y media en tumbarse y hundirse, se les indicó a los pasajeros que permanecieran en los camarotes de abajo, incluso cuando esos camarotes habían empezado a llenarse de agua e incluso cuando la tripulación estaba abandonando el barco. Mientras el mundo entero miraba cómo se hundía el barco en vivo por televisión (incluso lo transmitieron la BBC y la CNN), al parecer, no había rastros de los dueños del barco ni de la presidenta, y la Guardia Costera solo logró salvar a unos pocos estudiantes que habían desobedecido las órdenes de permanecer en los camarotes. El ferry llevaba 476 personas y la tragedia ocasionó la pérdida de 304 vidas, 250 de las cuales eran de estudiantes de secundaria; nueve siguen debajo del agua.
En coreano, sewol significa “tiempo y marea”, como en la frase inglesa “el tiempo y la marea no paran ni esperan a nadie” (time and tide wait for no man) o, más literalmente, “años y meses”; es decir, el tiempo lento del que hablaba Baudrillard o, tal vez, lo mucho que le llevó a la nación reaccionar ante la tragedia que se estaba desenvolviendo. En el año que siguió a la tragedia del Sewol, corrieron rumores y se hizo poco y nada: destituyeron al primer ministro y luego lo reincorporaron [sic], se prometieron investigaciones y luego se cancelaron, se dieron razones para explicar la ausencia de la presidenta y luego las desdijeron, y los recuerdos e incluso la vida cotidiana y ordinaria de Corea parecieron casi estancados, como si todos nosotros fuéramos espectadores desamparados en un país cuyos capitanes habían abandonado el barco y estuviéramos viviendo el mismo día una y otra vez, solo con pequeños cambios en el periodismo y la opinión, en gran medida fundados en rumores. Incluso cuando por fin se sometió a la presidenta a un proceso de destitución, fue principalmente por un escándalo de corrupción, insignificante al menos para los estándares coreanos y que ni siquiera benefició a la presidenta; hasta el final, el gobierno resistió las menciones del desastre del Sewol en las acusaciones del proceso de destitución.
En este mar de duelo, comenzaron a aparecer algunos poemas, novelas y memorias: All of Us Were the Sewol Ferry [Todos nosotros éramos el ferry Sewol] (2014), un libro de poesía que homenajea a los muertos; 416, the Sewol Ferry, the Record of Democratic Lawyers [416, el ferry Sewol, el registro de abogados democráticos] (2014); The Country of the Blind [El país de los ciegos] (2014), una recopilación de ensayos de escritores; Come Back on Friday [Vuelve el viernes] (2015), una memoria basada en los registros de audios de las familias que esperaban a sus hijas e hijos; Mom, It’s Me [Ma, soy yo] (2015), una compilación de poemas de cumpleaños para los estudiantes; The Sewol Ferry Questions Us: Sociology of Disaster and the Public [El ferry Sewol nos pregunta: sociología del desastre y de lo público] (2015), un informe sociológico sobre el significado de la catástrofe del ferry Sewol; We Won’t Forget [No olvidaremos] (2015), un libro escrito por la Agrupación de Familias del Desastre del Ferry Sewol; What Was the Sewol Ferry to Us? Philosophical Questions [¿Qué fue el ferry Sewol para nosotros? Preguntas filosóficas] (2015); In Korea, the Land of Repeated Catastrophes [En Corea, la tierra de las catástrofes que se repiten]; Who Can Protect My Family [¿Quién puede proteger a mi familia?] (2015); Writing Down the Sewol Ferry [Escribir sobre el ferry Sewol] (2015), unos documentos de ciudadanos voluntarios; e incluso It’s a Lie [Es mentira] (2016), una novela que trata acerca de un buceador voluntario que sacó a los estudiantes muertos uno por uno y luego, desesperado, terminó con su vida de forma repentina y dejó dicho: “Por favor, ocúpense del trabajo que falta hacer”.
La muerte, la pérdida y la conmemoración se están volviendo momentos distintivos de la historia coreana. Lo que hizo que la pesadilla de los padres haya pasado a ser una catástrofe nacional no fue tanto la pérdida de vidas, sino la pérdida del duelo, la pérdida de la posibilidad de realizar un funeral para los que faltan, para los que desaparecieron, para los que se fueron. Todo eso apenas se insinuó con cintas amarillas, con los cuerpos que no se recuperaron, con el rechazo por parte del gobierno a reflotar los restos del Sewol y los palos en la rueda durante la investigación del desastre. Sin cuerpo y sin funeral para los muertos, nació el poema A Letter from the Daughter [Una carta de la hija]:
el mar es un cuarto colmado de corazones abandonados
burbujas de sangre a la deriva entre bultos negros
en el túnel negro del agua, en la boca negra del túnel
bracean burbujas de sangre que todavía no cerraron
los ojos
los adultos nos dicen, esperen
los adultos bailan, pisadas en nuestro mar
nos dicen, esperen, esperen y esperen
ya no, ya no, ya no espero más ahora
los adultos me dejaron sola
digo adiós
cierro fuerte los ojos en la oscuridad atada a las olas
Puede que la paz sea así, sin nadie, sin nada visible; solo el barro está vivo;
el barro me devora
…
sí, mamá, siendo una hoja de repollo amarillo, me voy a acostar en tu patio
siendo una hoja de un repollo amarillo, me voy a acostar en tu
surco tierno
siendo sal para condimentar, voy a aterrizar en la punta de tu
lengua
flotan barquitos de papel amarillos
navegan cintas amarillas que cubren las olas
trato de agarrar el barquito de papel amarillo
trato de atajar las cintas amarillas
…
mamá, por favor dame el pezón de luz
mamá, dame los ojos de paz
mamá, dame la mejilla del cielo
mamá, abrázame fuerte
hasta que se eleven las alas del barco
adiós
adiós
Dos cuerpos, un chico y una chica, que más tarde encontraron muertos en el barco, estaban ceñidos con las tiras del chaleco salvavidas. La poeta Kang Eun-kyo encarna a la chica sumergida en el ferry que se hunde. Como si hiciera una ceremonia de encantamiento, la poeta encarna a la hija que espera el rescate y muere. Al igual que en este poema, muchos poetas invocaron uno por uno a los estudiantes muertos para recordarlos en sus cumpleaños. Fue una manera desesperada de abordar la realidad del día en la era de la “política de la posverdad” que Hannah Arendt describió como propiedad del totalitarismo cuando los límites entre lo verdadero y lo falso, entre la realidad y la ficción, se vuelven difusos. Y los escritores estuvieron al frente reclamando la verdad.
En octubre de 2016, se reveló que habían puesto a cerca de 9.500 artistas visuales, de cine, música, teatro y otras actividades culturales en una lista negra desde 2014 debido a sus acciones críticas del papel del gobierno en el desastre del ferry Sewol. Tras una investigación más profunda, se reveló que, presuntamente, la Cheong Wa Dae (la Casa Azul) había creado la lista negra de escritores y artistas para negar apoyo financiero a aquellos que fueran críticos del gobierno y así ponerlos en situación de desventaja. En la lista, estaban incluidas Han Kang, ganadora del premio Man Booker Internacional, y Yi Yeong-gwang, la poeta mencionada arriba, así como también Ko Un, que fue nominado al Premio Nobel. Otra evidencia de que el tiempo lento de la literatura está volviendo a ingresar en la efímera vida media de la política: por fin se incluyó el desastre del Sewol en la acusación del proceso de destitución.
Santayana dijo: “Quienes no recuerdan el pasado están condenados a repetirlo”. Pero, por supuesto, también lo están quienes sí tienen memoria; la muerte es un hecho cotidiano. En un país como Corea, ni siquiera una catástrofe nos toma completamente por sorpresa. Tal vez algunos crean que la verdadera función de la conmemoración de las catástrofes a través de la literatura sea dar vuelta la página y que estas pasen a ser historia más que literatura y, a través de la literatura, parte del presente cotidiano. Pero esta concepción ignora algo muy sencillo: les guste o no, quienes repiten el pasado están condenados a recordarlo, a conmemorarlo y a recrearlo en la literatura. Como dijo una vez Jin-Eun-young: “Nuestra compasión es tan corta como la sombra del mediodía y nuestra vergüenza es tan larga como la sombra de la medianoche”. Los escritores son personas condenadas a señalar (en la vergüenza y la tristeza insondables de los que quedaron) las voces de los que desaparecieron. Así es la vida de la escritura y la vida: “El hilo de la vida es resistente como un tendón de buey, así que, incluso después de perderte, tuve que seguir adelante” (Han Kang).
Así fue que, luego de la masacre, vinieron las palabras de los escritores, palabras de testimonio y memoria. En un país de ciegos en el que no pudimos llevar a cabo un funeral tras la masacre, los escritores gritaron uno por uno los nombres de los estudiantes muertos. Hoy en día, la gente sigue caminando las calles de Seúl con velas todos los sábados, supera las barreras de la representación política y le reprocha a la política su incapacidad para prevenir y tener memoria. Es un proceso de reconstrucción de la república “popular” a través de caminatas, pero es un proceso que comenzó con palabras. En el sewol de la literatura coreana, en nuestro tiempo y nuestra marea, nada se borra, siempre y cuando sepamos las palabras del ritual y cómo compartirlas. Es el idioma de los escritores de Corea el que vela a los chicos y las chicas que siguen volviendo a nosotros desde el mar oscuro.
Traducción de Ana Valentino