Nota del editor: En esta sección compartimos textos publicados originalmente por nuestra casa matriz, World Literature Today (WLT), ahora en edición bilingüe. El presente texto fue publicado originalmente en World Literature Today Vol. 97, Nro. 2 en marzo de 2023.
Con este número, nos complace iniciar una nueva colaboración con la Residencia de Traducción Literaria, a cargo de la profesora Daniela Bentancur, del Instituto de Enseñanza Superior en Lenguas Vivas “Juan Ramón Fernández” de Buenos Aires, Argentina. Este texto fue traducido del inglés al español por Daniela Pupato, graduada de la residencia.
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María Stepánova es una poeta rusa galardonada y la autora de En memoria de la memoria, un volumen de no ficción creativa reconocido con varios premios rusos y europeos y preseleccionado para el Booker Prize (ver WLT, edición de primavera 2021, 95). Como fundadora y jefa de redacción de Colta.ru, uno de los portales culturales más influyentes de Rusia, durante años ha expresado su abierta oposición al régimen de Putín de manera consecuente. Stepánova fue una de las primeras voces rusas que se manifestaron en protesta contra la invasión de Rusia a Ucrania de 2022 en su ensayo The War of Putin’s Imagination [La guerra de la imaginación de Putín], publicado en el Financial Times. Cuando conversamos con ella por Zoom en octubre de 2022, Stepánova residía, en su calidad de miembro, en el Instituto de Estudios Avanzados Wissenschaftskolleg de Berlín. Esta edición de WLT también incluye poemas de Stepánova pertenecientes a su libro de poesía reciente, aún no publicado.
Kevin M. F. Platt: Empecemos por el comienzo… en realidad, mucho antes del comienzo. Creo que podríamos hacer una comparación entre la situación actual de los escritores rusos, como tú, que se encontraron viviendo fuera de Rusia y la de aquellos que tuvieron que emigrar en la década de 1920. Quizás al inicio de las turbulencias revolucionarias de hace un siglo, había esperanza de que todo podría resolverse de un momento a otro y que sería posible volver a casa. Sin embargo, lo que vemos hoy es una temporalidad sin resolver y más importante, en cierto punto, que tiene un efecto de fermentación. Entonces, ¿cómo afecta a los autores esta situación tan peculiar? ¿Escriben diferente?
María Stepánova: Tal cual: esto tiene poco o nada que ver con aquella emigración. Los emigrantes de la primera oleada se sentían víctimas de una catástrofe. Una enorme explosión que, más allá de cómo estaba uno relacionado con ella, había desparramado gente por todos lados con su onda expansiva. Esperas que no sea el fin de la historia. Intentas encontrar tu camino en las nuevas circunstancias. Construyes instituciones nuevas. O aprendes a manejar un taxi. De alguna manera, tratas de encontrar tu lugar en relación con la catástrofe.
Ahora bien, nuestra situación es fundamentalmente distinta porque, para ser franca, no somos nosotros los refugiados. No está claro quiénes somos, a menos que empecemos a ocuparnos de lo que realmente deberíamos estar pensando, en mi opinión. Me refiero a los grados de responsabilidad que tenemos todos por lo sucedido el 24 de febrero y por la guerra que empezó en 2014. Responsabilidad, culpa, complicidad, intervención, participación… puedes llamarlo de varias formas. Sin embargo, de una manera u otra, nosotros los rusos no somos quienes estamos huyendo como refugiados, sino de quienes otros están huyendo. Solo después de tomar nota de eso, en segunda instancia, se nos puede contar entre los que han huido, ¿no?
Hoy, ser un escritor ruso —ser ruso, directamente— es una suerte de estigma. Es un estigma impuesto desde afuera, no algo que viene desde adentro. Y no queda claro cómo se lo define, en función de qué características o parámetros. ¿Qué me identifica a mí, con 75 por ciento de ascendencia judía, como una escritora rusa? ¿Es mi pasaporte ruso o el idioma en el que escribo? ¿Son los cuarenta y tantos años que viví en Rusia? Si estamos hablando de otros, no solo de mí, quizás sea simplemente la herencia rusa. Una persona que ni siquiera nació en Rusia puede igualmente sentirse cómplice. ¿Y qué pasa con un estadounidense o un francés que fue parte de algo que tuvo que ver con Rusia…? ¿También le tocará a alguien así asumir una cierta cuota de… participación?
No tenemos la palabra correcta: ¿imbricación? ¿presencia? ¿parcialidad? Sin embargo, de lo que estoy segura es de que la respuesta menos acertada para esta situación es decir “esto no tiene nada que ver conmigo. En general, yo fui buena persona. Nunca voté por Putín. Escribí artículos, intenté analizar lo que sucedía a mi alrededor…”. Eso no funciona. La verdad es “no escribiste lo suficiente o quizás deberías haber hecho todo diferente para hacer que nada pasara en primer lugar”.
A partir de ahora, y en un futuro probable, todos hemos perdido la utopía de la existencia privada que describió Brodsky en su discurso de aceptación del Premio Nobel, palabras que fueron muy valoradas por la generación mayor de escritores rusos. Para nosotros, ya no es posible tener existencia privada. Y esto tiene repercusiones biográficas muy claras. Los que escriben en ruso ya no pueden representarse ni a ellos mismos ni a su obra (sea en Rusia o en el exterior) únicamente en términos de una vida privada y una individualidad. Por el contrario, sus producciones van a considerarse como producto de cierta identidad colectiva, en la que el micronivel del ser siempre corresponde al macronivel. Uno se encuentra siempre ante la presencia del «nosotros». Yo siempre voy a ser una escritora rusa, esté o no esté exiliada.
Es un dilema. Cuando publicas un libro, por ejemplo, las cosas tienen que definirse de tal manera o de tal otra. En una entrevista, siempre te consultan “¿Cómo deberíamos presentarte?”. Y piensas: ¿soy una escritora rusa o una escritora judeo-rusa? Yo digo: “¡Da igual! Preséntenme de la forma que ustedes quieran”. De hecho, desde la infancia, el lado judío siempre fue más definitorio para mí que el ruso… porque es el que podía meterte en problemas. Era una cuestión de dolor. Pero cuando hoy me preguntan, digo que soy una escritora rusa. No es que me alegre esa autodefinición. Toda mi vida quise ser solo una escritora. Solo que ahora esa simple definición ya no sirve.
Mark Lipovetsky: Masha, concuerdo totalmente con el fin de la utopía de la existencia privada. Por otro lado, tú, más que nadie, nunca dejaste de expresar tu perspectiva crítica, mucho antes de 2014 y luego sin ninguna interrupción. Nunca cediste ni cambiaste tus opiniones políticas. Me veo en la necesidad de disentir cuando un escritor o escritora como tú se ata a un “nosotros” colectivo que también incluye a Putín, a sus compinches y a todos los que apoyan la guerra. ¿Cómo ves la posibilidad de “divorciarse” de ese gran “nosotros” ruso? ¿Vislumbras algún tipo de colectividad alternativa… “por encima de las barreras”, en términos de Pasternak?
M.S.: Sí, la creación de un “nosotros” alternativo así es posible y necesario. En cierta medida, ya estamos en eso. Acá somos tres los que estamos charlando y esta conversación nos lleva a un sentido compartido… a una suerte de terreno en común. Y, por supuesto, también necesitamos crear todo tipo de instituciones nuevas ya que, como dijo Bulgakov, “no importa lo que quieras alcanzar: allí no está”.
Por ejemplo, no hay editoriales rusas ni propuestas de programas editoriales que publiquen en idioma ruso en el exterior. Con la nueva ley rusa que penaliza toda mención de la vida LGBT y la constante intensificación de la censura, sencillamente no habrá ningún lugar donde se puedan imprimir muchos textos escritos en ruso. Y esa censura no solo afecta a los que están dentro de Rusia, sino también a los que están en el exterior, que temen poner en peligro a los lectores que están en el país. Es una situación de rehenes que incluye a todos. Desde luego que ya hay algunas iniciativas en ese sentido, pero a mí lo que más me interesa es la escritura experimental, la prosa compleja y la poesía. Por supuesto que no son tan fáciles de vender. Aunque quizás tratemos de hacer algo también en ese ámbito, ¿no?
También hacen falta instituciones educativas, dado que tenemos que entendernos a nosotros mismos y a los demás. Eso es más importante que nunca porque, cuando eres testigo de un desastre, necesitas averiguar cómo y por qué sucedió. Durante las décadas de gobierno de Putín, siempre se dijo que tenemos que crear una universidad rusa, seria, en el exterior. Sin embargo, esos proyectos siempre terminan encajonados. Quizás ahora se puedan hacer realidad. En síntesis, es la historia de una isla desierta en la que por ahora no existe nada, pero uno tiene esperanza de que las olas lleven un par de barriles de pólvora y alcohol a la playa, y ahí será posible empezar a construir algo.
Así y todo, debemos recordar cómo se fueron conformando las interacciones entre los emigrantes rusos y la URSS a partir de relaciones de miedo, atracción e intereses mutuos… aunque, en definitiva, se conformaron a partir del abismo que existía entre los dos. En general, el poco contacto que había se daba de manera tensa e incoherente. A mí me parece que nos enfrentamos al peligro de quedarnos estancados en la misma rutina de siempre, una rutina de la que quizás no podamos salir nunca más. Mejor formemos instituciones que se ocupen de todos los que hablan ruso, independientemente del lugar de residencia, pasaporte, etcétera. Sin dudas, mientras se desarrolla un proyecto así, empezará a tomar forma un nuevo “nosotros”.
Por último, veamos la cruda realidad. Por un lado, los miembros de nuestro “nosotros” tantearán a otros con antenas afinadas para reconocer a los nuestros, a nuestros hermanos, para abrazarse y compartir proyectos en común. Pero también están los observadores, la autoridad externa, un mundo entero que está tratando de comprendernos. Cuando una obra de una persona originaria de Rusia —una película, un poema, un libro, un artículo— llega a las manos del público general, no se la considera una novela excelente sobre la infancia-adolescencia-juventud, escrita por algún escritor excelente u otro. Por el contrario, se la verá como una novela escrita por un ruso y se la interpretará principalmente en función de lo que sucedió en Rusia y por qué sucedió. Tal vez uno quiere escribir sobre mariposas, pero al final termina explicando la guerra.
M.L.: ¿Quieres decir que cualquier texto escrito por un escritor ruso se convierte en una alegoría de la guerra?
M.S.: Y también tiene efecto retroactivo. Los textos escritos hace diez o veinte años que vayas a leer hoy solo los verás como una premonición o predicción de guerra, o como una ceguera frente al acercamiento de la guerra. Todo apunta hacia delante, de una u otra manera, hacia la actualidad. Entonces, cuando hablo de ese “nosotros”, nos incluye a todos, desde el mismo Putín hasta un bebé recién nacido en Viatka. Tristemente, tú estás incluido en ese “nosotros”. Puedes construir cualquier cantidad de espacios internos para luchar contra Putín desde adentro. Pero para el mundo exterior, lo que sucedió y la necesidad de comprenderlo es lo que determina todo hoy. Simplemente no le veo salida para nadie. Me parece que tenemos que tener los ojos bien abiertos para reconocerlo e intentar convivir con ello.
K.M.F.P.: Hubo muchos imperios en la historia mundial y hay muchos idiomas imperiales. Los hablantes de los idiomas imperiales no son sólo agentes del imperio, sino también víctimas de él y de sus descendientes. Esto significa que, dentro de las variedades de la lengua y literatura imperiales, hay obras imperiales, pero también hay textos y movimientos antiimperial. Hay países enteros y territorios postcoloniales en donde se escribe, se trabaja y se habla en estos idiomas y se los transforma en algo nuevo. En el espacio rusófono, podríamos considerar el ejemplo de la escuela de poesía rusófona de Fergana, de Asia Central, o el grupo Orbita de Riga. Berlín, donde resides ahora, también es la casa de varios escritores rusófonos. Mi pregunta es: ¿Y la cultura rusa antiimperial? ¿Dónde podemos encontrarla en el pasado y en el presente?
M.S.: Kevin, lo que acabas de decir es material para un artículo entero. Y no me refiero a un ensayo académico, sino al artículo de la ley rusa que criminaliza toda “apelación a favor del desmembramiento de Rusia”. Es un tema para una conversación larga e interesante. Pero, para ser breve, la parte más difícil del problema está relacionada con el único aspecto en el que la cuestión parece casi no tener solución. Ayuda tener cierto tipo de topos independiente, un tema territorial o lingüístico que puedes desvincular, desconectar, separar del monolito imperial. Y así, puedes pararte sobre esa entidad independiente, como si fuera una isla. Ves, este es mi idioma, mi propio universo especial que se ha desprendido del imperio. Exacto: Fergana, Riga, Berlín.
¿Pero es posible cuando te encuentras en el medio del imperio, de su territorio y de su idioma? ¿Tienes la capacidad para cambiar algo en ese idioma? No quiero sugerir que la lógica del territorio independiente surja fácilmente, pero sí tiene… cómo decirlo… más empuje. En concreto y con cierta prudencia, postularía que en Ucrania y en Bielorrusia (donde, lamentablemente, no pudieron lograr lo mismo que en Ucrania) el simple deseo de no ser como nosotros fue lo que puso en marcha un poderoso movimiento revolucionario. Nos tomaron como modelo negativo y su indignación, repulsión y rechazo ante la mínima posibilidad de tener algo que ver con ese modelo fue lo que les dio el ímpetu para levantar vuelo y nunca más volver. Pero no se ve tan claro cómo lograr algo similar dentro de tu propia mente, o en Moscú o en San Petersburgo.
¿Cómo podemos manejar la situación cuando, si averiguamos el origen de expresiones y metáforas, literalmente una de cada dos está plagada de alusiones a la guerra y la violencia? El lenguaje mismo se convierte en un campo minado en el que no puedes plantarte sin el riesgo de una explosión.
Pensemos en el texto principal de la literatura rusa antigua, El canto del Príncipe Ígor. Además de ser brillante, ¿qué tipo de poema épico es? Es la historia de un plan militar demente, que nos recuerda la guerra actual de Rusia contra Ucrania. Un príncipe provinciano de una pequeña ciudad reúne a un séquito de guerreros y se embarca en una pequeña guerra triunfal. Todo termina en una derrota aplastante. Todos sus hombres son asesinados y él apenas logra escapar y volver a casa. En términos generales, es una historia totalmente inequívoca de fracaso, derrota y deshonra. Sin embargo, en la última parte de la epopeya, Igor avanza por la cuesta de Borichev a la Iglesia de la Madre de Dios mientras suenan las campanas. Es un desfile victorioso, con un arco triunfal, águilas imperiales y tropas reunidas; todo es maravilloso. De alguna manera, la deshonra y derrota inequívocas quedan registradas como triunfo y victoria. Si analizamos El canto del Príncipe Ígor con detenimiento, veremos cómo funciona el “doblepensar” —un pensamiento híbrido o compuesto de piezas incoherentes— que permite reconocer la derrota como derrota y, al mismo tiempo, fingir que no significa nada, porque igualmente ganamos. Eso es lo que viene haciendo nuestra cultura desde hace muchos, muchos años. Es lo que la propaganda rusa trata de hacer hoy.
No sé cómo luchar contra eso. Pienso en Celan y me pregunto cómo fue para él, cómo fue escribir en una lengua que, por un lado, era su lengua materna mientras que, por el otro, era la misma que entró a su hogar multilingüe y asesinó a sus propios padres; él solo se salvó de milagro. Continuó escribiendo en esa lengua, aunque también se apropió de cada palabra, de su armazón etimológico, y la destruyó desde adentro, reformulándola, cambiándola de arriba abajo. El resultado fue un idioma completamente nuevo: un alemán único, individualizado; un anti-alemán.
No obstante, aquí quiero agregar dos notas al pie. Nota 1: Cuando Celan vino por primera vez a Alemania para leer sus poemas (en una reunión del Grupo 47, creo), dio una mala impresión, ya que dejó a su auditorio profundamente perturbado. El problema fue que leyó con mucho dramatismo en la opinión de los escritores alemanes que venían buscando reconstruir la literatura alemana sobre la base de nuevos cimientos, de la misma manera en que a nosotros nos gustaría reconstruir la literatura rusa hoy por hoy. Para ellos, el dramatismo en la poesía era cuestionable por culpa del nazismo. Es una historia impresionante que muestra el choque de dos modos diferentes de oposición. Nota 2: También es importante reconocer que Celan y lo que hace con el lenguaje ilustran una forma de resistencia que surge de la víctima. No es nuestro caso.
M.L.: ¿No tienen la misma licencia ustedes?
M.S.: Licencia, no: oportunidad. Nosotros no tenemos ni idea de quiénes somos. Cuando me dicen que nosotros también somos víctimas, por supuesto que hay algo de cierto, pero me irrita sobremanera. Obviamente, nos resulta difícil, pero comparemos nuestra situación con la de los ucranianos. ¿Quiénes somos, entonces? Ni la víctima ni el agresor. ¿Quién, entonces? Es un gran problema para la escritura. Todos nos acordamos de “Ve a no sé dónde y tráeme lo que no sé”, del cuento popular ruso. Pero ahora también tenemos el “Vé y sé no sé bien quién”. No está claro por dónde empezar. Sin embargo, diría que uno podría empezar con moverse. Quizás no sepas quién eres ni qué estás buscando, pero al menos tienes que ponerte en movimiento y empezar a hacer algo.
Traducido del ruso al inglés por Kevin M. F. Platt, y del inglés al español por Daniela Pupato
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