La reedición de Páez es, de alguna manera, un regreso al pasado y un salto al futuro. Se escribió cuando ya había pasado la época gloriosa de Cerdos & Peces y Andrea Álvarez Mujica era todavía Vera Land. En la Argentina de esa época la escena del rock en español era una máquina de producir aciertos, el periodismo mantenía los pies y el corazón en la calle; el rock, la poesía y la literatura se confundían en una apuesta que mucho tenía que ver con un país que dejaba atrás una horrorosa dictadura. Esta reedición de Páez prueba, sin duda, la precocidad y también la genialidad de Fito (acaso ambas cosas aquí son lo mismo), pero también prueba que Páez como biografía, como trabajo de investigación periodística, se adelantó en un par de décadas a lo que hoy llamamos crónica latinoamericana. Es imposible no terminar de leer Páez y no sentir que se ha asistido a una suerte de película narrada por múltiples narradores donde el personaje principal es visto como una imagen alucinante que recorre su propia historia —entre amigos, músicos, giras y tocatas—, escribiendo una historia que hoy ya es parte de eso que llamamos, con cierto orgullo, no solo rock argentino sino rock en español.
Marcelo Rioseco: Al ver la portada de Páez (2023) veo que la editorial es ahora Cerdos & Peces, lo que me transporta inmediatamente a la primera edición de 1995 que se publicó cuando Fito tenía sólo 32 años. Hagamos un rápido recorrido al pasado: ¿cómo y por qué nació esta idea de hacer un libro de un músico tan joven? ¿Por qué quisiste ahora reeditarla bajo el sello de Cerdos & Peces?
Vera Land: Las ganas de hacer proyectos juntos, eso nos motivó en aquel momento. Fito había estado cerca de nuestras revistas, había apoyado algunos de nuestros emprendimientos periodísticos independientes; venía a las redacciones, a veces en las madrugadas. Opinaba sobre las tapas, era algo informal, de amistad. Luego hicimos un plan de tres libros. El primero fue Invitación al abismo (Espasa Calpe, 1994), un compilado de textos de Enrique Symns en el que Fito intervino en la selección y escribió el prólogo. El siguiente libro fue la biografía y, por último, un libro que no se concretó y he olvidado de qué se trataba. Si bien Fito era joven, su obra estaba realizada, en gran parte. Creo que eso se percibía.
En cuanto a la reedición por el sello Cerdos & Peces, lo refloté para homenajear los viejos tiempos. Tengo una relación ambivalente y sin resolución con respecto a Cerdos & Peces: mi mirada es crítica en relación con gran parte del contenido de la revista. Era así en su momento, pero mucha más ahora; a la vez soy la persona que, después de Symns, más tiempo estuvo y más aportó, a veces intentando hacer un contrapeso ante posturas o premisas que no compartía, pero siempre generando las condiciones para que la revista existiera y llegara a la imprenta porque amaba el hecho de estar haciendo la revista. Hubo etapas en las que sentía que cada número era empujar un barco en la arena y otras en las que flotaba por la ciudad en un liviano éxtasis. Siempre añoro la circulación de artistas de Cerdos & Peces alrededor de mi escritorio. Escribir un copete o titular una nota rodeada de gente y de interrupciones fue muy formativo. No necesito un ámbito propicio para concentrarme.
Cuando en el año 2018 empecé a escribir la biografía de Estelares, la banda de rock argentina, conecté con las dos biografías anteriores en las que había participado como coautora junto a Symns: Los Tres, la última canción (Aguilar, 2002) y Páez (Espasa Calpe, 1995). Ambos libros estaban descatalogados y pensé: “luego de publicar el de Estelares tengo que reeditarlos”. No estuve en contacto con Symns en los últimos diez años. A pocos meses de la salida de Estelares, detrás de las canciones (Hormigas Negras, 2022), le envié un mensaje a través de una amiga en común, preguntándole si estaba de acuerdo en la reedición de Páez. Me respondió con un sintético “sí”. Finalmente logré reunir el coraje para ir a visitarlo, él estaba convaleciente y, habiendo sido una persona con una fortaleza física extraordinaria, no era fácil para mí verlo postrado. En mi segunda visita entendí que llevarle la reedición le iba a dar una pequeña alegría en ese día a día tan opaco del que ya no iba a salir. Aceleré los tiempos para poder entrar a su cuarto de enfermo con el libro. La mañana en la que terminé de escribir el prólogo lo feché: San Telmo, 16 de marzo, 2023. Me fui a comprar naranjas y al rato recibí la noticia de su partida.
M.R.: En el libro apareces como Vera Land y no como Andrea Álvarez Mujica. ¿Cómo es esto de ser dos personas literarias en 2023? ¿Existe todavía esa Vera que escribía con Enrique Symns en los 90?
V.L.: La cuestión de ser dos personas literarias la estoy llevando bien, ahora. Hace unos años me resultaba muy complejo. Quise escapar y tener una vida nueva, sin pasado. Duró un tiempo y fue interesante. Aquella Vera Land de mediados de los 90 hasta comienzo de los 2000 existe, está en mí. El personaje de Vera Land de 1986 a 1991 se evaporó. Esa etapa de mi escritura entre los 20 y los 25 años es añorada por los lectores, pero como no puedo dar nada en esa línea, ni en cuanto a la escritura, ni en cuanto al personaje, por honestidad y para no crear falsas expectativas, soy muy cuidadosa en la utilización del seudónimo. Lo reservo para nuevos textos vinculados a presentar los materiales del pasado. Tengo en mente un compilado de mis primeras notas para satisfacer esa relativa expectativa por el breve periodo de mi escritura juvenil. Lo anterior, la poesía que escribí entre los 13 y los 20, quedó inédita y perdida. De alguna manera logré que mis nuevos libros de música, mis novelas actuales, mis nuevos poemas, coexistan con las piezas casi extinguidas.
M.R.: Una cosa muy potente del libro son las técnicas narrativas y periodísticas con las cuales escribieron la biografía de Fito. Parece un libro incluso adelantado a lo que hoy llamamos “crónica latinoamericana”. Hay reportajes, entrevistas, conversaciones informales registradas con la grabadora escondida, testimonios (de personajes principales y secundarios), opiniones de amigos y hasta dibujos, entre muchos otros recursos y estrategias narrativas y periodísticas. ¿De dónde salió esa idea? ¿Eso era algo que ya se hacía en la Argentina en ese tiempo?
V.L.: La idea de las técnicas narrativas fue de Symns. Cuando escribimos la biografía de Fito Páez se publicaban muy pocos libros de rock en Argentina. Aun así, existía una tradición de libro de rock coral que ordenaba y compilaba fragmentos de testimonios recorriendo temáticas sin la intervención del autor o los autores. Tomamos ese modelo para algunos tramos. Pero lo determinante en cuanto a la estructura y la forma del libro Páez fue la idea inicial de Symns: aplicar los subgéneros del periodismo a la biografía: “Un libro que se lea como una revista, con secciones”; fue lo que él me dijo en la primera reunión. Por supuesto que eso no se hacía en ese momento. Creo que ahí está la novedad que resulta fresca treinta años después. Me formé como periodista en la segunda mitad de los 80 en las redacciones de las revistas en papel y en los bares cercanos que eran extensiones de lugares de trabajo, debate y encuentro. Para la época de la biografía de Fito, estaba tan impregnada la redacción periodística que jugar con los subgéneros era más importante que la materia temática en sí. A la vez me fascinaba la vida de Fito por lo vertiginosa. Soy del 66. Fito es un referente de mi generación.
M.R.: ¿Cómo ves el rock argentino ahora? En Páez hay una constante que se repite con cierta insistencia, la de los músicos que les fue bien, los que atravesaron la calle. Ahora que Fito vive al otro lado de la vereda (y me parece fantástico), ¿tienes alguna reflexión que se desprenda de este libro sobre la relación del rock con el poder, el éxito, el dinero y esos espacios de libertad y genuina rebeldía que parecían tan propios de la escena más underground del rock nacional?
V.L.: El rock del final de la dictadura con el que yo crecí, el que escuchábamos llevando discos de una casa a otra mientras la policía de civil o de uniforme nos detenía y nos interrogaba bajo sospecha de pertenecer a una célula terrorista, es hoy un gran himno nacional. Las canciones prohibidas y las nuevas canciones festivas que explotaron con la democracia forman parte de la identidad popular. Esas canciones no cambiaron el mundo, pero cambiaron nuestro país. Muchos de nuestros próceres del rock han muerto o están convalecientes e inactivos, con excepción, entre otros, de Fito Páez. No está claro quiénes son los herederos, pero se puede vislumbrar una abrumadora presencia femenina. En 1995, cuando escribimos la biografía, Fito estaba presentando “Circo Beat” (1994) y venía de llenar estadios con “El amor después del amor” (1993). Era uno de los músicos más convocantes de la época, había sido cuestionado por abandonar la bohemia, ya hacía años de su célebre frase de Prix D’Ami: “Sean valientes, dejen la cocaína”. Había accedido al bienestar económico y el éxito masivo. Por eso las temáticas del poder, el dinero y las convicciones aparecen en el libro.
Estábamos en mitad del menemismo y cada vez que le acercaban un micrófono, Fito largaba una frase contra el riojano. Eso generaba tensión porque en Argentina existe un relativo consenso de que aquel artista que accede al bienestar económico a través del éxito de su obra pierde el derecho de opinar a favor del pueblo o de las mayorías empobrecidas. Para poder pronunciarse limpiamente el artista debería renunciar a los privilegios del dinero. Es obviamente una posición dogmática que a la vez sirve para deslegitimar o neutralizar voces con influencia sobre las multitudes que se eleven contra el poder. Ese rol controversial que Fito encarnó en los noventa, lo asumió el Indio Solari a partir de los 2000.
M.R.: Me interesa el tema de la amistad. En Páez hay cosas buenas y malas sobre la vida, los amigos de Fito y algunas de sus parejas. Pero el libro siempre lo trata con mucho cariño y aclaro de inmediato que el libro nunca es condescendiente. Es algo muy natural. ¿Cómo manejaron el tema de la amistad en este libro? ¿La de ustedes con Fito? ¿La de Fito con su gente y viceversa?
V.L.: Fito tiene la sensibilidad de convocar a sus amigos para los proyectos artísticos y la determinación de hacerlos firmar contratos con reglas claras. Se mueve en esas zonas un poco antagónicas de dar libertad y controlar el límite de esa libertad. Lo veo en un péndulo feliz entre el caos y el control, para sí y para su entorno. Creo que esa es su gracia, ese movimiento confortable entre el orden y el desorden lo distingue. Amigos, amigas, parejas, exparejas trabajan o trabajaron con él en discos, películas o giras. Creo que hay un concepto de unicidad entre la vida cotidiana y el arte, por eso los amigos van con él, son parte de su troupe, de su “Circo Beat”. Nosotros trabajamos con mucha libertad y mucho respaldo de parte de Fito. Nos abrió todas las puertas de su mundo si restricciones, con total confianza.
M.R.: En varios momentos se habla de Fito como poeta. Se entiende que es en el contexto de la música que él hace. ¿Cómo ves la relación de él con la literatura y con el arte en general? Claramente se trata de alguien muy leído y que ha visto mucho cine. ¿Es Fito más que un músico, un artista?
V.L.: Es un artista que toma riesgos. Que explora en las zonas que no le son favorables, además de desarrollarse en las seguras. Es insistente y si no le sale espera y lo vuelve a intentar. Es abarcador. Es un artista urbano, que se nutre de las escenas de las ciudades. A veces resulta un narrador torrentoso, otras veces captura el espíritu de la época en cuatro versos. La literatura es para él una fuente de inspiración y de diálogo entre disciplinas. Su discografía entre los 20 y los 30 años caló en el corazón de tres generaciones, la propia, la anterior y la posterior; eso es algo muy inusual. Los ocho discos que ven la luz entre 1984 y 1994 son los que la gente ama. Desde “Del 63”, hasta “Circo Beat”. Su obra de esa década es identificada álbum por álbum, además del renombre de ciertas canciones favoritas. Se trata de discos que se escucharon completos. No estoy diciendo que sean mejores que los que vinieron después, porque eso habría que estudiarlo con tiempo, pero esos lanzamientos resultaron la llegada de algo propio para los seguidores y se ubicaron en la categoría de banda sonora de la vida de los oyentes. Por supuesto que también los cambios tecnológicos y de comunicación fueron modificando la forma de escuchar música de la gente.
M.R.: A pesar de que hoy vemos a Fito como un músico exitoso, dueño de una música rock, popular, el libro transpira un mundo mucho más under, contracultural a ratos. Son lindos esos momentos en que se “ve” a todos esos músicos abriéndose camino a mano, esa combinación de juventud, amistad y ganas de hacer cosas. ¿Cómo evalúas esos momentos en la vida de un artista? ¿Es algo propio de la juventud, de los inicios o, más bien, es algo que se pierde con el tiempo cuando las cosas quedan atrapadas en “los viejos guiones del mundo”, en la institucionalidad del bienestar conseguido?
V.L.: Cuando uno escribe una biografía de rock, sabe que la parte más rica transcurre desde el anonimato hacia la visualización. Desde los márgenes hacia el centro o desde el subsuelo hacia la superficie. Ahí están las gemas, los tesoros, la épica. En el caso de Fito su obra comienza a desarrollarse tempranamente, a los 14 años, en plena dictadura, y es reconocido casi de inmediato. Pero su consagración llega con “El amor después del amor”. El éxito hay que contarlo y es bienvenido, pero una biógrafa, un biógrafo sabe que lo mejor del libro se encuentra en aquellas páginas en las que el artista lucha contra la adversidad.