“Puedo resumir los elementos en los que confluyen las tres autoras: erotismo y la corporización de la africanidad, la subversión de la figura femenina a través de la religiosidad afro y del cimarronaje como tejido del cuerpo”
En este ensayo tomo una muestra de la poesía escrita por tres mujeres, reconocidas como afrocolombianas y con una activa participación política en los procesos de reconocimiento de la ancestralidad africana y la historia de la esclavitud, así como los procesos de memoria y resistencia del pueblo afro, de sus conocimientos, sentires y organización; ellas son: Mary Grueso, Ashanti Dinah Orozco y Rosa Chamorro. Quiero leer sus apuestas poéticas y estéticas desde el ritual del cuerpo puesto en sus obras como una textualidad política que deconstruye y desestructura el imaginario y estereotipo de la mujer negra, al mismo tiempo que restituye la condición espiritual del ser negra en lo cotidiano y en lo cosmogónico de que traza la estética de sus poemas.
Comparto con Eliana Díaz Muñoz la lectura crítica que le hace al texto Antología de mujeres afrocolombianas, una compilación realizada en 2010 por Giomar Cuesta y Alfredo Campo (2010) en donde se destaca la necesidad de validar una categoría de autoras a las mujeres que han escrito poesía a lo largo de distintos periodos cronológicos hasta el siglo XXI. Díaz Muñoz señala la despolitización, neutralización y el tratamiento blanqueado de la selección a pesar de su valioso aporte por la visibilización de la palabra y obra de las mujeres que compila el texto.
También me parece central la apuesta de los autores de la antología por definir a las escritoras como mujeres afro, dedicadas al oficio, puesto que este reconocimiento da cuenta justamente de desestructurar el imaginario colonial y exotizado de la mujer negra, la reconoce como autora y pensadora en una sociedad que aún cosifica y margina a las mujeres y las mira como objetos de deseo o en los lugares tradicionales patriarcales. En este sentido, rescato el valor de la antología.
Quiero leer en este ensayo una selección de un par de poemas de cada una de las autoras donde se evidencia la relación entre el ritual, el cuerpo y la palabra como una transgresión política con la poesía. De este modo, aunque no me interesa la discusión de incluir textualidades de la oralidad, puesto que es un tema y constructo más complejo, sí quiero resaltar que en la poesía de Mary Grueso hay una intención que utiliza la palabra coloquial para acercar al lector al registro popular. Una suerte de trasvase textual de la oralidad en la escritura que es también una estética política en la propuesta poética. Chigualos, gualies, alabados (cantos de ceremonias fúnebres y rituales mortuorios del Pacífico colombiano), cantares de río, poemas populares con la sonorización del dialecto costeño pacífico conforman la obra poética de esta autora. El reconocimiento ancestral y de la mujer afrocolombiana se enuncia en la gran mayoría de sus poemas.
En la poética de Rosa Chamorro, en su libro La Sierra Negra (2018), nos deja ver la relación ontológica entre cuerpo, naturaleza y palabra. La poesía es telúrica, la palabra de la tierra nutricia y todo lo que contiene es una poética de resistencia de la naturaleza frente a la precariedad, saca de cualquier imaginario exótico el mundo afro y el de la mujer lo exalta hacia la abundancia y la vida. Con ello el cuerpo-palabra se mimetiza con las raíces de la Sierra Nevada, de la familia negra, de los tambores y los negros viviendo la vida. Sin hablar desde el afrocentrismo sino más bien en una foto natural de los pueblos afro que se asemeja a la serenidad cotidiana, al mismo tiempo que convulsiona y canta las verdades sociales que viven las comunidades empobrecidas y marginadas. La mujer es aquí ese cuerpo natural que se piensa con el otro y acopla para dar la vida, para dignificar.
“ENTIENDO AQUÍ LO FEMENINO NO COMO UN ESENCIALISMO PROPUESTO DESDE CADA UNA DE LAS POÉTICAS DE LAS AUTORAS, SINO COMO UNA REIVINDICACIÓN RITUAL CON LA PALABRA QUE LAS ESCRITORAS ENUNCIAN PARA PODER DARLE LENGUAJE A LO SAGRADO”
Para complementar esta política del ritual y el cuerpo, Ashanti Dinah Orozco, en su libro Las semillas del Muntú (2019), nos presenta una cosmogonía enraizada en su palabra, cada una un conjuro, un hechizo para reverdecer en el lector la vida de sus ancestros. Lo no dicho transita en el cuerpo ancestral afro, en la mujer que nombra al universo muntú a la africanía universal desde su condición íntima, transhitórica y transoceánica. Esta metafísica del cuerpo femenino se explaya en metáforas abundantes y fecundas de belleza, de sutil armonía con lo divino y con lo onírico. Este libro es un ritual en sí mismo, es la biblia y la acción de ser negra.
Finalmente, más allá de entrar en el debate de posición sexogenérica sobre las autoras y el ser mujer (y además mujer negra, lo cual señala una doble subalternización en el campo literario colombiano) interpreto en la poesía de estas autoras sus disímiles apuestas sobre poetizar el cuerpo de la mujer afrocolombiana y su condición político-ontológica, lo cual supera la discusión biológica y en cambio recupera una suerte de conocimiento vital de lo femenino. La autoría se nutre de un conocimiento atávico que dicta la misma poética desde cada apuesta individual y justamente se da en la imagen y el tratamiento de esta, en una especie de respuesta política al ser mujer negra que en su poesía se autoriza como una forma ritual y con el conocimiento otro, que desestructura cualquier estereotipo. Así también lo lee Díaz (2018) en su ensayo crítico sobre la antología.
A Mary Grueso le hicimos un homenaje en la Biblioteca Popular Carlos Gaviria, nos hablamos por medio de la virtualidad que permitió la pandemia, uno de los tantos homenajes que merece esta escritora que ha sabido abrir camino para las mujeres escritoras contemporáneas. Es oriunda del corregimiento del Chuare de Napi de Guapi, nacida en 1947. Está orgullosa de ser descendiente de esclavos, inició sus estudios en el Litoral y obtuvo su título de maestra bachiller en la Universidad del Quindío. Luego se especializó en Gestión de Proyectos Culturales y en Lúdica en la Universidad los Libertadores de Bogotá. Trabaja en recreación y desarrollo cultural y es una de las participantes almanegras del Museo Rayo en Roldanillo. Ha sido docente universitaria en la Universidad del Valle, ICESI, la Universidad Libre y la Universidad del Pacífico. En el Ministerio de Cultura ha logrado incidir en la difusión de la cultura afro en el país a través de su poesía y de la formación infantil. Su labor como agente cultural le mereció el doctorado honoris causa en la Universidad del Valle en el 2021.
Voz ancestral
La sangre corre
formando un concierto en mi interior
y de pronto, mi boca empieza a lactar
palabra tras palabra
de un canto ancestral.
¡Levántate negra!
Me ordena una voz
desde lo más profundo de mi interior
¿No oíste la marimba?
¿Ni tampoco el guasá?
¿El cununo no te vino a invitar?
¿El bombo pregonero no oíste sonar?
No te hagas la sorda al llamado ancestral.
Negra soy
¿Por qué me dicen morena?
Si moreno no es color,
yo tengo una raza que es negra
y negra me hizo Dios.
Y otros arreglan el cuento
diciéndome de color
dizque pa’ endúlzame la cosa
y que no me ofenda yo.
Yo tengo mi raza pura
y de ella orgullosa estoy,
de mis ancestros africanos
y del sonar del tambó.
Yo vengo de una raza que tiene
una historia pa’ contá
que rompiendo sus cadenas
alcanzó la libertá.
A sangre y fuego rompieron,
las cadenas de opresión,
y ese yugo esclavista
que por siglos nos aplastó.
La sangre en mi cuerpo
se empieza a desbocá,
se me sube a la cabeza
y comienza a protestá.
Yo soy negra como la noche,
como el carbón mineral,
como las entrañas de la tierra
y como el oscuro pedernal
Así que no disimulen
llamándome de color,
diciéndome morena,
porque negra es que soy yo.
A Ashanti Dinah Orozco la conocí en el Instituto Caro y Cuervo estudiando Lingüística y Literatura. Con los años me enteré que estaba impulsando y enseñando a los y las maestras en formación de la Universidad Distrital en la Cátedra de Estudios Afrocolombianos. Reconocí la fuerza de su palabra en sus poemas y publiqué algunos textos de su autoría en la Revista Literariedad. Nació en Barranquilla (Caribe colombiano), es activista, poeta y docente afrocolombiana. Es doctorante de la Escuela Graduada de Artes y Ciencias (GSAS) de Harvard University, en el Department of African and African American Studies and Romance Languages and Literatures.
Jícara de agua para mis muertos
Sólo la memoria de la memoria congrega a los muertos.
Me acompañan el filo del cielo con el calendario de las lluvias.
Nunca estoy sola.
De golpe están aquí y ahora entre mis sueños.
Pensando, a veces, mi corazón los escucha.
Yo los convoco y un océano de luz emerge.
Los siento vivos en mí:
avanzan
descienden…
Viajan en marejadas por todos mis huesos
Adentro se levanta una legión.
Sus rostros pintados hacen sortilegios en mi sangre.
Dejan rastros de su aliento en mis sendas.
Llevo su retoño bajo el jardín de mis ojos.
Tengo en la punta de mi lengua
Sus lamentos, su saudade.
Late el robusto acento de sus pisadas
como caminar de hoja suelta,
como semilla que rumorea en mis manos,
como miel extasiada en la tempestad de mis pies.
Aquí, en el altar de esta mesa,
invoco la energía de sus nombres
como tributo a la vida y a la muerte.
Esta mañana agradeceré, honraré su estirpe,
sembraré sus voces en jícaras de agua.
Orgasmo de la creación
Refiere un antiguo mito
que el cosmos copuló,
nuestro origen fue orgásmico,
algo así como el mismo placer-dolor que sentimos en el
roce del sexo.
Tal vez el gemido de un astro eyaculó
Sobre alguna galaxia
Y explotó como una llema de huevo en mil colores.
Con la fuerza del viento, fue imprescindible que se espar-
ciera un salpicón de semillas
inaugurando la vida en la tierra.
A Rosa Chamorro la conocí en su casa en Villa Epicuro, donde toca el tambor y llama la lluvia. Nació en Sucre, en 1985. Tiene su formación académica en Filosofía y es especialista en Políticas Públicas y Justicia de Género, actualmente termina sus estudios de maestría en Estudios Afrocolombianos en la Universidad Javeriana. Se ha desempeñado como activista política y social de los derechos civiles de las comunidades afro del Caribe colombiano. Cultiva el toque de tambor para acompañar su poesía. Es investigadora de la música ancestral y ensayista. Ha publicado los libros Luna en Fuego y La Sierra Negra.
Negra
Eres chicha de maíz, ungüento de coco
Y un poco de sabor a leña en los labios.
Te la pasas cantando frente al río,
esperando que los barcos se pierdan
cual maríamulata*,
negra, cantas en las tardes
junto al Magdalena.
Y la Iglesia intacta, como si los años
no le dolieran,
arma su vestido de novia,
todos los días espera…
El viento que pasa
lo sabe,
la lluvia quizás
lo recuerda.
Tus labios,
macizos como la tierra,
cuentan un amor en confesión,
arden,
negra.
Origen
En vano se lava en el río,
o la chicharra muda de piel,
la canción se queda en el alma,
es el mismo dolor
que sentimos al nacer.
Tu abuela tejía veraneras,
como cascabel las enrollaba,
y esperaba que la siempreviva
resucitara en las mañanas.
¿Has visto a la oropéndola colgar su nido?
Aparece aquí desaparece allá
la mariposa.
¿La negra trae la muerte o trae la vida?
¡Qué importa,
todos los días el gallo canta al amanecer!
Soy el ñame que se alza en un bastón,
la cigarra que se esconde en la tierra.
Soy acaso el río,
o el mar bravío, o la ciénaga
que se esconde tras
el manglar.
¿Acaso no soy
el arrebol naranja
en el atardecer del Magdalena?
Y esta brisa loca
que arremete como ola sobre la tierra.
Y soy
el sabor a leña en mi boca
el azadón en la mano,
la atarraya,
la mirada de mi abuelo negro.
El gajo de plátano
que me costó
la primera rebelión:
Un Macondo olvidado.
Puedo resumir los elementos en los que confluyen las tres autoras: erotismo y la corporización de la africanidad, la subversión de la figura femenina a través de la religiosidad afro y del cimarronaje como tejido del cuerpo. Desde lo que cada una propone se puede leer, en resumen, una ontología en clave femenina desde donde se lee la mujer afro con sus propios imaginarios y sentires más allá del estereotipo del que se la escribe y desde el que se la lee en la cultura.
Entiendo aquí lo femenino no como un esencialismo propuesto desde cada una de las poéticas de las autoras, sino como una reivindicación ritual con la palabra que las escritoras enuncian para poder darle lenguaje a lo sagrado desde cada una de sus visiones sobre lo cotidiano, sobre el mundo íntimo e incluso sobre lo colectivo. De esta manera, la lectura en común me permite ver la escritura como una política estética que reivindica el poder de la palabra desde su pulsión vital, el poder de lo erótico como productor de vida a través de lo literario.
*Maríamulata: Pájaro común en el Litoral Caribe.
Foto: Angélica Hoyos Guzmán, escritora colombiana, por Juan Yamarte.