“El respeto por la Poesía es un convencimiento profundo que no tiene resquicio en su obra. Es algo que lo une a los poetas del 27 español, cuyo ejemplo le resulta muy valioso”
Carlos Germán Belli (Lima, 1927) es actualmente el poeta vivo de mayor trascendencia en la literatura hispanoamericana: último representante de la extraordinaria generación del 45/50 peruana, traducido a numerosos idiomas, segundo poeta del siglo XX más antologado después de César Vallejo –dato suficientemente elocuente–, reconocido internacionalmente con premios y distinciones que no me detengo a citar… Su dilatada trayectoria poética posee perfiles tan personales –a la vez que universales– que lo han singularizado como a pocos dentro del panorama literario común en lengua hispana.
Su voz particularísima comenzó con fuerza –Poemas (1958) y Dentro & fuera (1960)–, rompiendo los esquemas y las tendencias del momento, aunando el gusto por la forma y la experimentación vanguardista con la emoción social. En 1961 publica en Lima la primera edición de ¡Oh Hada Cibernética!, su obra más emblemática, compuesta por veinte poemas y con viñeta de Fernando de Szyszlo, y al año siguiente, una segunda edición muy ampliada, por la que recibe el Premio Nacional de Poesía. El “yo” poético que irrumpe en este poemario fija ya los caracteres que han identificado su obra, aunque experimentará una evolución que matizará primero y salvará después la carga negativa que lo caracteriza. Un yo “perdedor” –según lo definió James Higgins–, rezagado, al que no se le permite sentarse a la mesa de los ganadores, que se siente defectuoso e incompleto, insignificante como un insecto, tartamudo… Un yo que sufre y que muestra la desigualdad social. Su única vía de escape se materializa en la figura del “Hada Cibernética”, a la que invoca como a una diosa. Símbolo emblemático de su poesía desde ese momento y hoy día ya icónica, pues ha trascendido a su autor. Junto a ello, desde estos primeros poemarios, sus familiares más cercanos tienen una presencia muy acusada.
Es un yo que se expresa a través de unas formas realmente originales y novedosas, con un estilo –como puntualizó José Miguel Oviedo– “literalmente inimitable”. La realidad social de la Lima del momento la enmarca en el estereotipo bucólico de la lírica clásica del Renacimiento y del Siglo de Oro de la literatura española, pero ligado con voces modernas, coloquiales y giros del lenguaje de la calle. El resultado –es fundamental advertirlo, como lo ha hecho Paul W. Borgeson– es un “sistema comunicativo” tan personal y complejo como coherente, no constituyendo meros recursos retóricos. Una forma de hacer que singularizó su obra de entre la del resto de sus compañeros de generación (Francisco José Cruz).
En 1964 edita El pie sobre el cuello y en 1966 Por el monte abajo. Ambos ofrecen, como en los anteriores, composiciones breves, en las que intensifica los usos manieristas y barrocos, especialmente los de Francisco de Medrano (1570-1607) –poeta de cabecera que fue y sigue siendo una referencia continua– y Luis de Góngora, junto a otros. El sujeto poético que se expresa es alguien que sufre “un sinfín a lo largo de los cuerpos / de ilícitas y crudas abolladuras”; que está “hasta el gollete” de duelos y penalidades; atrapado por el “arpón de los oficios”; echando las asaduras por la boca; encadenado “al duro cepo” de las mil obligaciones y mandatos de los “amos blancos del Perú”, que lo miran “burlonamente siempre” mientras él, “hasta las cachas de cansado ya”, “hipando”, descauajaringándose, y cayéndose a pedazos, siente estar minusválido –como lo era su hermano Alfonso, figura reiterada en sus poemas–, sin posibilidades de movimiento ni de vuelo. Otra de las metáforas singulares del autor es la del bolo alimenticio, que se recrea de diversas maneras, especialmente en el poemario En alabanza del bolo alimenticio (1979). Hace referencia a la materia y a su propio cuerpo, y lleva implícita la muerte por ser algo perecedero. Un cuerpo que se siente inferior incluso a la comida que ingiere; así, por ejemplo, en “Penas de un bolo alimenticio por su descontentadiza presa de carne en una fría mañana del siglo XIV”, un bocado de carne de primera se muestra enfadado y avergonzado por estar en su compañía. Con un estilo y usos métricos propios de la lírica trovadoresca, en contraste continuo con el lenguaje actual, consigue un efecto irónico, humorístico y punzante absolutamente magistral. Otro de los “dioses” que completan esa alegoría satírica con que denuncia su situación y la de muchos es Fisco, a quien debe servir sin recibir a cambio sino “unas migajas carbonizadas”. Fisco es la representación suprema de las fuerzas económicas que gobiernan el mundo. En definitiva, una genial combinación de poesía bucólica y pastoril, seres mitológicos, personajes llamados Filis, Anfistro, Marcio… con su realidad más cercana. A través de la ironía, de lo grotesco, y su toque de humor negro, conforma un universo lírico de contrastes sorprendentes.
Con anterioridad, en Santiago de Chile, había publicado Sextinas y otros poemas (1970), pasando al propio título del libro el nombre de esta composición cerrada, originaria del poeta provenzal del medievo Arnaut Daniel, que Belli recuperó para la poesía en español con su “Sextina primera” (El pie sobre el cuello) después de más de un siglo –tras él, Jaime Gil de Biedma lo hizo en España–. Junto a la sextina, Belli irá incorporando en sus obras otros poemas estróficos, como la villanela, la balada o la canción petrarquesca, que se convertirán en moldes preferidos para su poética.
“BELLI ASUME LA ESCRITURA COMO UN RETO, UNA CONTINUA CONQUISTA; PROVOCA EN EL POEMA UNA TENSIÓN QUE SURGE DE UN CONTINUO AFÁN DE SUPERACIÓN, DE ALCANZAR LO QUE SE PERCIBE COMO SUBLIME Y QUE TIENE UN ENORME VALOR PARA EL ESPÍRITU”
Jorge Cornejo Polar, en referencia a este periodo de entre 1958 y hasta los 80, habla de “un largo memorial de agravios” que, junto a su estilo de perfiles tan personales, conforma un “espacio belliano”, definido por el propio Belli como “una suerte de arte combinatorio, tal vez parecido a los procesos de la alquimia”. Una imagen muy de su gusto, pues su madre era farmacéutica y él se crió en una botica; imagen muy acertada, al hacer referencia a un proceso de transmutación de la materia en el cual una serie de elementos transforma sus cualidades primeras dando lugar a otros nuevos elementos de mayor valía, de ahí que Mario Vargas Llosa afirmara que Belli conseguía “volver bello lo feo, estimulante lo triste y oro –es decir, poesía– lo que toca”.
La década de los 80 fue igualmente muy fructífera: Canciones y otros poemas (1982); El buen mudar (1986 y, ampliada, 1987); Más que señora humana (1986; publicada en México en 1990 como Bajo el sol de la medianoche rojo); En el restante tiempo terrenal (1988 y, ampliada, 1990). Poemarios que van siendo de ironía menos ácida y adquiriendo un tono más reflexivo y esperanzado, un carácter más metafísico, a la vez que las composiciones se van haciendo más extensas y de mayor complejidad. El cambio responde al de su trayectoria vital, como si corrieran de forma paralela la conquista del espacio vital y del poético. Se incrementa en su obra el gozo de la poesía, que vuelca de mil maneras, junto con el amor. Un amor que no es únicamente la pasión por la amada ni su sublimación, sino motor, impulso y vía de liberación. De la invocación al “Hada Cibernética” se pasa ahora a la Esperanza, deidad latina y a la vez virtud cristiana que saluda en su poema –más tarde convertido en libro– ¡Salve, Spes! El poeta vislumbra una nueva realidad que le permite desarrollar esa “humanidad” que dan el amor y la palabra. Un recorrido que muestran los poemarios de la década de los 90: En el restante tiempo terrenal (1990) y Acción de gracias (1992). Encontramos en ellos una alegría y aceptación nunca antes expresadas, junto al inexorable paso del tiempo, que está ya muy presente, cambio que deja también paso al agradecimiento.
Todo ello –que puede definirse, como lo ha hecho Martha Canfield, como una “oscuridad disipada”– confluye en ¡Salve, Spes! (2000), un largo canto de prolongado derrame emocional y verbal donde el poeta, en su “gastada edad”, vislumbra ese sol de medianoche que alienta su esperanza. En la misma línea va su siguiente poemario, En las hospitalarias estrofas (2002), con un tema novedoso: el descubrimiento de la naturaleza, no como metáfora sino como espacio del que se percata, sintiendo que su ensimismamiento lo ha mantenido apartado de ella. Los poemas vuelven en general a ser más breves, retoman ese comienzo al que ahora torna la vista. Y continúa experimentando formas y jugando con la rima. En la misma tónica se mueven La miscelánea íntima (2003) y El alternado paso de los hados (2006), en los que el lenguaje parece haberse despojado y haber adquirido una mayor serenidad. La percepción de un largo camino recorrido, de la cercanía de la vejez y la conciencia de la muerte están cada vez más presentes.
Según palabras del propio autor, la poesía comenzó siendo para él un “medio de supervivencia”, para pasar después a convertirse en “una vía de trascendencia metafísica”, que se expresa, como hicieron los místicos, a través del lenguaje amoroso, con la alegoría de la “boda de la pluma y la letra”. Aunque, y pese a todo, no desaparezca esa insatisfacción continua por no alcanzar “lo inaccesible”, y sentirse “perito en nada”, sentimiento que recorre toda su obra. El alternado paso de los hados se cierra con el epílogo –de imprescindible lectura– “Asir la forma que se va”, en el que reflexiona sobre su propia escritura.
Con todo este largo camino recorrido, Belli publica en 2007 una recopilación de Sextinas, villanelas y baladas mientras que, paralelamente, se van editando numerosas antologías, que culminan con la aparición en 2008 de Los versos juntos. 1946-2008. Poesía completa, con prólogo de Vargas Llosa.
Hasta 2012 no aparece un nuevo libro, Los dioses domésticos y otras páginas. En agosto de 2006 un trágico accidente se había llevado a su hija Mariella, apenas un año después –septiembre de 2005– de la muerte de su querido hermano Alfonso. Este libro es un homenaje a todos sus seres queridos. Finalmente, su último título hasta el momento es Entre cielo y suelo (2016), que mantiene una continuidad con el resto de su obra, situándose en su “gastada vida dilatada”. Pero no hay en el autor una mirada nostálgica sino, muy al contrario, la asunción de los reveses sufridos y una siempre inquieta interrogante y expectante mirada hacia las cosas, que le devuelve la materia prima para esas finas cavilaciones que en su profundidad no abandonan la ironía inteligente tan definitoria de su hacer poético.
El peculiar lenguaje de Belli se ha estudiado desde diversos ángulos: su barroquismo, tanto sintáctico como de vocabulario, compensado por la contraposición de expresiones y modos de absoluta actualidad; la convivencia de un lenguaje culto y arcaizante con lo coloquial, con palabras del ámbito científico, peruanismos e incluso términos vulgares, amalgamando elementos opuestos, pero perfectamente integrados. Sería fundamental advertir que ese barroquismo no tiene su clave únicamente en el estilo, sino en lo que aporta a nivel de significado: en primer lugar, la ironía y, en segundo, el contraste connotativo con el idealismo bucólico que se “recrea”, actuando así como un firme revulsivo.
Belli asume la escritura como un reto, una continua conquista; provoca en el poema una tensión que surge de un continuo afán de superación, de alcanzar lo que se percibe como sublime y que tiene un enorme valor para el espíritu. En ese estado está la lucha de Belli con la palabra; esa angustia por asirla, atraparla, pesarla, experimentar con ella como si fuera un elemento químico que, en el almirez de sus circunstancias personales y cotidianas, se presta a una alquimia que la transformará en un nuevo compuesto del cual ya es imposible disociar los elementos que lo formaron. Él mismo, de su vivencia poética, destaca el “anhelo” continuado por encontrar, “con toda la fuerza de los ojos del alma”, esa “forma” que siente siempre que se le escapa, esa “proyección escalonada en pos del más allá del mundo”; una lucha continua, una “catarsis de las tribulaciones y miedos terrenales”, un “deseo de recuperar el cielo perdido”. Y ese combatir ha sido precisamente su victoria, pues los restos dejados en el campo de batalla son sus acendrados poemas, el gozo de las formas, la pureza que provocó lo impuro, la retórica visible que pone al servicio de lo invisible, en una solución irrepetible y única.
Para ello, escogió nadar a contracorriente de los usos y modas de sus contemporáneos. El respeto por la Poesía es un convencimiento profundo que no tiene resquicio en su obra. Es algo que lo une a los poetas del 27 español, cuyo ejemplo le resulta muy valioso. De ese convencimiento surge ese verso profundo y poderoso, de insolente y sorprendente naturaleza, como lo califica Vargas Llosa, que se sitúa más allá de las preceptivas (Ricardo González Vigil). Y hay que destacar la fidelidad que ha mantenido con su propia obra y, más allá, con la Poesía misma. Belli ha escrito porque le iba la existencia en ello.
Leer a Carlos Germán Belli es leer a un clásico en el sentido canónico del término, que lo será para el futuro y que lo es ya, porque su poesía ha trascendido modas y se ha hecho universal, porque se salió del canon vigente para la poesía peruana y para la hispánica de la segunda mitad del XX, y que, además, está creando canon en ella, pues estamos asistiendo a una renovada valoración y vuelta a las formas y al cuidado estético del poema.