Nota del editor: En este número de LALT, nos complace abrir una nueva sección dedicada a textos publicados originalmente por nuestra casa matriz, World Literature Today (WLT). Estos textos están disponibles en LALT en edición bilingüe, en español e inglés. Este texto fue publicado originalmente en World Literature Today Vol. 92, Nro. 4 en julio de 2018.
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Las tres más recientes novelas de Jenny Erpenbeck, Visitation (Heimsuchung, 2008), The End of the Days (Aller Tage Abend, 2012) y Go, Went, Gone (Gehen, Ging, Gegangen, 2015), abarcan un espectro geográfico e histórico tan amplio que, a primera vista, parece difícil discernir un hilo temático común. Visitation se desarrolla en un único lugar, una parcela junto a un lago a las afueras de Berlín, desde la Edad de Hielo hasta la era posterior a la reunificación. La protagonista de The End of the Days vive cinco vidas diferentes y muere cinco veces en distintos lugares y épocas, en espacios diversos como la Galitzia de principios de siglo en la periferia del Imperio austrohúngaro, la Viena posterior a la Primera Guerra Mundial, la Rusia estalinista, la Alemania del Este de los años sesenta y la República de Berlín de los noventa. Por su parte, en Go, Went, Gone nos encontramos con un protagonista bastante sedentario y un escenario estrictamente contemporáneo; aquí es el mundo el que llega al Berlín de Erpenbeck mediante refugiados de varios países africanos, como Libia, Nigeria, Mali, Níger y Ghana. Es, precisamente, este movimiento a través del tiempo y/o del espacio –los vectores descritos no sólo por las tramas de sus novelas, sino por los personajes individuales– lo que representa el interés temático central de Erpenbeck.
En el segundo libro de la novela de 2012 de Jenny Erpenbeck, El fin de los días, la protagonista es una joven de dieciocho años que lucha con su familia por sobrevivir en medio de las privaciones y enfermedades de Viena tras la Primera Guerra Mundial. Erpenbeck nos hace partícipes de las reflexiones de la madre y el padre de la protagonista sobre la relación entre el cuerpo humano y su entorno durante este periodo de empobrecimiento e inanición. Para la madre, la conexión es personal y corporal: al subirse la falda para mirarse las piernas en el espejo, observa cómo su declive corporal refleja el de una ciudad en riesgo de ser invadida por el campo: “Tras cuatro años de guerra, Viena se había echado a perder y ella también”. Así, mientras la madre se centra en la influencia de la geografía y el espacio en el cuerpo humano, el padre contempla, de forma más abstracta, la incidencia de los acontecimientos históricos en la fisonomía de la población que los padece, “cómo procesos, circunstancias o sucesos de carácter general –como la guerra, el hambre o incluso el sueldo de un funcionario que no aumenta con la galopante inflación– pueden manifestarse en los rostros de las personas”. Al final de este segundo libro, las contingencias tanto del espacio como del tiempo, la geografía y la historia, contribuyen a la decisión de su hija de acordar un pacto suicida con un joven al que acaba de conocer. En el intento de trazar la trayectoria de esta tragedia, el padre se pregunta una y otra vez: “En nombre de Dios, ¿qué hicimos el domingo por la noche?”, el día en que su hija se suicidó.
Dado que la novela proporciona repetidamente las coordenadas de longitud y latitud de las diversas muertes del protagonista, este escenario sugiere que la vida para Erpenbeck es un vector, un movimiento a través del tiempo y el espacio, en el que tanto las circunstancias temporales como espaciales inciden en la trayectoria del individuo. Esta preocupación por los vectores y los puntos de fuga, las trayectorias y teleologías de las vidas de sus personajes, impregna las tres novelas más recientes de Erpenbeck. Pero en todos estos textos Erpenbeck va más allá, mostrando no sólo la influencia de las vicisitudes espaciales y temporales en los destinos humanos, sino también su influencia en las distintas trayectorias de los objetos creados por el hombre y del mundo natural. Al considerar la novela de 2008, Visitation, el radicalismo de la visión de Erpenbeck se aprecia mejor si contrastamos este texto con la tradición decimonónica –y de principios del siglo XX– de la saga familiar realista. Este género vincula la herencia familiar a lugares concretos, las tramas novelísticas a parcelas de tierra. Aunque el modo de sucesión sea inesperado y un poco accidentado, como en Mansfield Park (1814), de Jane Austen, podemos estar seguros de que la herencia acabará recayendo en los hijos del miembro de la familia más recto moralmente, la perseguida pero paciente Fanny Price. Incluso si la propia familia cae en una decadencia terminal, como en Buddenbrooks (1901) de Thomas Mann, podemos estar seguros de que ese único linaje constituirá el núcleo temático del texto y de que su desaparición se presentará como trágica. Por su parte, Erpenbeck presenta una novela de desheredamiento, discontinuidad y disolución en la que los intentos de varias familias de poseer y legar la misma parcela de tierra a orillas de un lago cerca de Berlín se ven frustrados por fuerzas tanto externas como internas: una finca familiar en el siglo XIX se pierde cuando la hija menor sucumbe a la locura; los nazis expropian la casa de una familia judía, y todos los miembros de la familia que se quedan en Alemania son asesinados en el Holocausto; el arquitecto alemán que aprovecha esta expropiación para hacerse con la casa de los judíos se ve obligado a huir a Occidente cuando cae en desgracia política en la RDA; un escritor que se exilió durante el Tercer Reich y regresó a Alemania Oriental arrienda parte de la propiedad a un médico con influencia política que la altera radicalmente y con aparente impunidad; una expulsada de Polonia se aloja como invitada del escritor y contempla todo lo que ha perdido en su viaje; subarrendatarios e incluso ocupas en la era posterior a la reunificación son expulsados de un lugar que consideran un paraíso terrenal, y la propiedad es finalmente demolida. Cualquier intento de retener y legar la tierra parece tan inútil como intentar resistirse al dominio de este idilio sobre la imaginación individual.
De hecho, no sólo la parcela central de tierra, que seguimos desde la Edad de Hielo hasta nuestros días, sino todos los objetos que como seres humanos intentamos poseer parecen destinados en el mundo de Erpenbeck a escapársenos de las manos. Según el expulsado polaco, éste es el orden natural de las cosas y de las personas: ya sea en tiempos de paz o como refugiados de posguerra, es la pobreza o el frente de guerra lo que empuja a la gente hacia delante como fichas de dominó, con una persona durmiendo en la cama de otra, o utilizando sus cacharros, o comiendo sus provisiones. Así, los vectores descritos por los objetos parecen cruzarse sólo brevemente con las vidas de sus supuestos propietarios.
El único personaje que parece escapar a esta ineluctable ley de pérdida es el mitopoético Jardinero, una figura perenne que en interludios regulares a lo largo de la novela cuida del paisaje en lugar de buscar el dominio sobre él. Pero incluso esta figura, que al final debe tener más de cien años, acaba desapareciendo. Parece regresar al reino del folklore del que procede, una trayectoria que sugiere que una simbiosis perfecta, no adquisitiva y no explotadora entre el ser humano y la naturaleza, no es más que materia de leyenda.
El mundo natural no es el tema central de The End of the Days, pero sí lo es lo que Hugo von Hofmannsthal y Walter Benjamin denominaron el lenguaje mudo o los lenguajes de los objetos.1 En la novela la protagonista tiene cinco muertes, de las cuales se anulan y eliminan cuatro de ellas durante los intermezzi, ya que con tan sólo pequeños cambios en las circunstancias se producen resultados diferentes. Al leer el primer intermezzo, los lectores tomamos conciencia del carácter fundamentalmente provisional de la narración que se nos presenta, la cual podría anularse de un momento a otro. Así, en cierto sentido, corresponde al ámbito mucho menos mutable de los objetos proporcionar una línea de continuidad, una trayectoria general a esta narrativa radicalmente perturbada y perturbadora. En este sentido, el principal leitmotiv son las obras recopiladas de Goethe, que las dos generaciones anteriores de la protagonista llevan consigo como recuerdo familiar y tótem. La primera vez que nos encontramos con estos volúmenes es cuando nos enteramos de que el lomo está arañado por una piedra lanzada por una turba polaca antisemita que ataca la casa de la abuela y el abuelo de la protagonista en Galitzia, durante un pogromo en el que descuartizan a su abuelo. Estos volúmenes representan, por una parte, el impulso asimilacionista que lleva a la abuela a casar a su hija con un gentil con la esperanza de proteger mejor a su familia, mientras que, por otra, llevan el signo del fracaso final de este proyecto en la respuesta asesina de la cultura mayoritaria. Traídos por la abuela a Viena cuando la familia se traslada a la metrópoli imperial y austro-alemana, los volúmenes aparecen finalmente en una tienda de antigüedades de Viena, donde el hijo de la protagonista, Sasha, les echa un vistazo como posible regalo para su madre antes de decidirse por un plato en el que se representan a los emperadores austriaco y prusiano, Francisco José y Guillermo II. Ajeno tanto a la importancia de estos volúmenes como a su herencia judía, la respuesta de Sasha a estos objetos indica que la ambición asimilacionista de su abuela sólo ha conseguido borrar su conocimiento de la ascendencia judía de su familia, al tiempo que ha fracasado por completo a la hora de proteger a las generaciones anteriores del Holocausto. El conmovedor desencuentro entre el recuerdo de familia y el nieto indica que los vectores de las personas y los objetos se cruzan en el mundo de Erpenbeck, en lugar de coincidir. Pero Erpenbeck va más allá. En el único interludio fuera de los intermezzi, Erpenbeck interrumpe el flujo cronológico para contar la historia que falta en estos libros. Así nos enteramos de cómo los nazis confiscaron los bienes de la abuela de la protagonista antes de deportarla a un campo de exterminio en el Este.
Sabemos, también, de la familia aria que compró las antiguas pertenencias de la abuela y cómo, en marcado contraste con el trastorno que sufrieron los propietarios originales, las legaron a través de un par de generaciones de pacíficas vidas arias y pacíficas muertes arias. Sin embargo, antes de estos últimos puntos en la trayectoria de este conjunto de objetos, una breve viñeta indica los límites de tal expropiación. Hablando con su ayudante judío, Chaim Safir, el director del depósito de bienes judíos confiscados, Herr Gschwandnter, echa un vistazo a las obras recopiladas de Goethe, sonríe y exclama: “¡Ser o no ser!”. Evidentemente avergonzado, Chaim Safir no puede hacer frente a la mirada de su jefe. De este modo, Erpenbeck muestra no sólo que la propiedad de los objetos está muy alejada del conocimiento cultural de su significado, sino también que la cultura mayoritaria alemana, motivo del deseo asimilacionista de la familia judía, es ajena a su propio legado.
Si Visitation es una novela de disolución y The End of Days una de olvido, tanto en la aniquilación de la familia como en la de su herencia judía, entonces Go, Went, Gone de 2015 es una novela de intersección. El protagonista alemán Richard se cruza con un grupo de refugiados y se involucra cada vez más en sus vidas y luchas. Erpenbeck hace explícito este motivo de intersección en una de las primeras escenas del capítulo 8, en la que Richard observa a los jóvenes nativos alemanes, que “se niegan a creer que el mundo sea un lugar idílico y quieren que todo cambie”, y a los refugiados, que “intentan ser admitidos en este mundo que les parece convincentemente idílico”. Erpenbeck escribe: “Aquí, en la plaza, estas dos formas de desear y esperar se cruzan, hay una superposición entre ellas, pero este observador silencioso (es decir, Richard) duda de que la superposición sea grande”. Este encuentro tiene lugar en Kreuzberg, un barrio berlinés que lleva en la palabra “Kreuz”, o cruz, el signo de esta intersección de trayectorias.
La cruz de “Kreuzberg” es, por supuesto, también el símbolo del cristianismo, y Richard lleva el nombre del rey inglés más fácilmente asociado con las Cruzadas, Ricardo I o Corazón de León. Resulta por tanto apropiado que Richard, a pesar de su propio ateísmo, explique las tradiciones navideñas alemanas a su interlocutor nigeriano, Rashid, e intente así, en una pequeña medida, trascender el conflicto milenario entre el cristianismo y el islam. Aquí la consonancia de los nombres “Richard” y “Rashid” sugiere que el abismo cultural entre los dos hombres no es insalvable. De hecho, en el transcurso de la novela, Richard llega a comprender que el solapamiento entre él y los refugiados a los que llega a llamar amigos puede ampliarse enormemente, y que la intersección y la interacción entre el yo y el otro pueden conducir a un mayor autoconocimiento.
En conclusión, la singular visión de Erpenbeck de las trayectorias separadas que describen las personas, los objetos y el mundo natural, tiene claramente ramificaciones políticas, económicas, sociales, culturales y ecológicas. Sobre todo, parece surgir de una experiencia arraigada en la RDA y en la Wende posterior a 1989, según la cual la noción capitalista de propiedad es un comportamiento aprendido y no simplemente la ideología ambiental en la que todos nadamos. Esta sospecha se ve confirmada por la publicación en 2009 de una colección de ensayos de Erpenbeck titulada Dinge, die verschwinden (Cosas que desaparecen), en la que elogia no sólo el edificio que albergó el Palast der Republik, el Parlamento de Alemania Oriental, sino también los espacios vacíos y los terrenos baldíos del antiguo Berlín Oriental sobre los que se ha construido desde la reunificación. En un momento en que las depredaciones del capital global amenazan la existencia de la humanidad, ignoramos por nuestra cuenta y riesgo su visión de los vectores inevitables de nuestras vidas que hacen que todas las posesiones humanas sean fugaces y transitorias.
Universidad de Oklahoma
Traducción de Arturo Gutiérrez Plaza