El alma no tiene tiempo
El frío en la noche nos tensa la piel,
el cuerpo resiste,
pero el alma no tiene tiempo.
Pasamos las horas apenas respirando,
errantes en el sueño.
Alguien que habitó la casa
está encerrado en la atmósfera.
Es la reencarnación del amor.
Madre
no tenías fuerzas en el corazón.
Solo deseaba dormir
y levantarse a jugar con los animales
y con los juegos de los niños,
hasta que los pájaros la recojan
y vuelen regando la semilla.
Manizales
En la calle del comercio se oyen los pasos de un caballo
cuando se unen los hombres que caminan con muletas.
Algunos llevan vendas en los muñones.
Hay una trinchera de víveres,
son quincallas ambulantes.
Sembraron minas en los campos
y el hombre inocente las tropieza.
En Manizales, los niños no quieren jugar a la guerra
para no pisar en falso en algún lugar del parque.
En el centro de la ciudad –simulando mi asombro–
los dedos no me alcanzan
para cifrar en una cuadra los hombres lisiados.
Conocí a un campesino que se hizo pastor de cabras,
para no abandonar sus tierras y seguir ileso,
arreaba su rebaño por delante para recorrer sus predios.
De alguna cabra madrinera
solo pudo recoger la campana.
Frontera Invisible
Nos fuimos al país más vecino en el mapa.
Cruzamos la frontera a caballo.
Hicimos la travesía en cuatro días y descansamos
en hamacas colgadas en los montes.
Los caballos comen toda la noche
y descansan parados.
En dos grandes ríos,
montamos los aperos de las bestias en canoas
y los caballos nadaron el Apure y el Arauca,
mientras le pedía a Dios, cuidara de ellos
y alejara algún caimán de su cauce.
El abuelo nos contaba que su padre le hablaba que,
a Ramón Nonato Pérez,
lo malogró un caballo días antes de la batalla
del Pantano de Vargas,
par de José Antonio Páez,
el de las Queseras del medio.
Por estos hombres la línea de frontera es invisible
y vamos en el viento recorriendo el horizonte
de uno a otro corazón.