1. Va a parecerte como que estás a punto de menstruar. El mismo dolor de panza intenso pero distinto al dolor de panza normal, el malestar vibrante en todo el cuerpo y la ansiedad, en alza. Las piernas pesadas y una sensación de cansancio que, con una presión en la parte superior de la nuca, empujará la cabeza para abajo con una intensidad leve pero constante. Nervios y un recuento obsesivo de los días y de las noches, una reconstrucción de la vida hacia atrás con el calendario y con la agenda. Vas a dejar pasar todavía unos días más, entre dos y tres, hasta que un jueves, camino al trabajo, tendrás el coraje para entrar en la farmacia.
Vas a encerrarte en el baño de la oficina. Los minutos de espera reglamentarios no van a ser necesarios: el test reaccionará de inmediato. Vas a llamar a una amiga médica. Te va a recomendar que repitas el test al día siguiente, con la primera orina de la mañana y que, antes de hacerlo, tomes tu temperatura corporal. Vas a acostarte esa noche a mirar el techo de tu departamento, esperando que la noche cese. El test de la mañana siguiente va a tener un resultado idéntico al anterior. Con el dato de tu temperatura corporal, tu amiga médica va a confirmarlo.
Vas a conseguir el nombre de varios médicos. Cuando dos conocidas coincidan en la recomendación de uno de ellos, vas a llamar por teléfono para apuntar una cita.
2. Vas a llegar a la primera cita con el médico algo aturdida. Un inconveniente de trabajo te habrá retenido más de lo previsto. Vas a pedirle al taxista que te deje algunas cuadras antes. Vas a encontrarte con un edificio ordinario sobre la calle Billinghurst, cuya única característica distintiva será una especie de mural del tamaño de una puerta, hecho con mosaicos empotrados a la pared, para dar forma a una figura abstracta en amarrillo y en naranja. Tocarás el timbre del cuarto piso, departamento H. El portero eléctrico chillará antes de que anuncies quién sos o adónde vas, como si te estuvieran esperando y empujarás con tu cuerpo la puerta. Vas a subir en ascensor los pisos que te separan del consultorio médico. Vas a tocar otro timbre y esperar en una sala beige e impersonal, en donde se escuchará radio Aspen. Vas a sentir que te llaman por tu apellido. Una secretaria descansando por un segundo de la abstracción en la pantalla de su teléfono, te indicará cuál es la puerta que debes abrir. Vas a abrir esa puerta para encontrar del otro lado al médico en cuestión. El doctor, de ojos azules y canoso, te parecerá demasiado flaco. Va a estar vestido con unos pantalones marrones de corderoy, una camisa celeste, el ambo blanco sobre la ropa. Por el bolsillo del ambo vas a ver asomar una lapicera cara. Va a parecerte que, aun si el talle de pantalón que estuviera usando fuera el más pequeño de la tienda, seguiría siendo demasiado grande para él. Va a hablarte muy pausado. Tanto como para que llegue a ponerte nerviosa por momentos. Va a pedir que te acuestes en la camilla y que levantes la ropa que llevas puesta de la cintura para arriba. Vas a dejar tu estómago al descubierto. Untará con gel un aparato del tamaño de un control de remoto, de superficie incitante y estructura curva, e iniciará con él un recorrido por tu abdomen. En algunas zonas se detendrá más tiempo para aumentar la presión que ejerce con su mano, a través del aparato, sobre tu abdomen. Va a mirar a cada segundo una pantalla a su izquierda. Allí, va a estar monitoreando la imagen que toma del abdomen a través del aparato. Va a confirmar la sospecha que dos test distintos y tu amiga médica ya habrán confirmado. Cuando termine su recorrido por tu abdomen, te pedirá que te seques el gel con unas servilletas blancas de papel que guardará al lado del monitor. Va a alcanzarte una servilleta para que procedas a hacerlo. Va a decir que ya está bien, que puedes bajarte la ropa que llevarás de la cintura para arriba y levantarte de la camilla. Va a pedirte, por favor, que te sientes frente a él, en las sillas destinadas a los pacientes del otro lado de su escritorio.
Va a darte precisiones de cuánto tiempo llevas en tu situación. Va a preguntarte en relación a tu historia clínica. Te explicará el procedimiento sobre el que estás consultando. Va escribirte en un post it la tarifa. Va a preguntarte si has presentado síntomas. Va a pedirte que lo pienses unos días, como si fuera su obligación, pedírtelo. Va a recomendarte que salgas a correr. Va a decirte que lo mejor que te podría pasar es que las cosas sucedieran de forma natural. Con la lapicera cara que guarda en el bolsillo de su ambo redactará una orden para que te realices un análisis de sangre. Va a decirte que, en caso de que estés convencida, saques un nuevo turno con él para la próxima semana y que traigas contigo el resultado de esos análisis. Desde su escritorio, va a acompañarte con los gestos hasta la puerta de salida. Antes de cerrar la puerta, vas a escuchar que levanta el auricular del teléfono para pedirle a la secretaria que llame a la paciente que sigue.
Vas a salir por las mismas puertas por las que entraste, a caminar algunas cuadras antes de parar un taxi y pedirle al taxista que te lleve de vuelta a tu trabajo. Vas a cerrar con llave la puerta de tu oficina, a buscar en tu celular un número de teléfono. Vas a marcar ese número en el aparato de línea y escucharás una voz que, como un susurro, casi como si las palabras entraran en lugar de salir, te confirmará que, si vos siguieras adelante, él sería capaz de acompañarte.
3. Vas a hacer una segunda visita al mismo médico, después de conversar largamente con las dos conocidas que coincidieron en recomendarte ese médico y no cualquier otro. Esta vez, desde tu casa, vas a parar un taxi en la calle y le pedirás que te lleve hasta la calle Billinghurst. Vas a bajarte en la esquina del edificio. Vas a caminar los pocos pasos que te separan de la puerta de entrada. Esta vez no va a ser necesario que llames al portero eléctrico, porque vas a cruzarte en la entrada con una mujer de tu edad, a la que le costará mantenerse erguida y que para moverse estará siendo asistida por otra mujer que parecerá ser su madre, cruzando la puerta en dirección contraria a la tuya.
Vas a volver a subir en ascensor al cuarto piso y a tocar la puerta del departamento. Te abrirá la puerta la misma secretaria, que tendrá su teléfono móvil guardado en el bolsillo derecho de su ambo color marrón clarito. Vas a notar que en el pelo, para correrse el flequillo de la cara, tiene unas hebillas rosas de Hello Kitty. Va a dejarte pasar a la sala de espera del consultorio y te pedirá que tomes asiento. Vas a esperar en el mismo sillón en donde habrás esperado a ser atendida la vez anterior y escucharás sonar la misma radio.
Alrededor tuyo solo habrá mujeres. El resto de las mujeres que, como vos, esperarán para pasar estarán, también, acompañadas por mujeres. Va a llegar tu turno y vas a pasar al mismo consultorio. Esta vez no será necesaria la indicación de la secretaria. Vas a reencontrarte con el doctor, sus ojos azules encendidos detrás de las arrugas y la delgadez extrema. El doctor no te recordará. Vas a volver a contarle todo y él va a volver a preguntarte si estás segura de la decisión que has tomado. Le alcanzarás el resultado de los análisis de sangre. Va a pedirte que conciertes una nueva cita y te dará indicaciones para el día anterior a esa próxima cita. Insistirá en que es necesario que vayas acompañada. Va a entregarte recetas para inyecciones. Va a decirte que digas en la farmacia a la que te las vayas a colocar que lo que tienes es una infección urinaria. Vas a repetir que estás segura. Cuando hayan terminado de conversar, van a despedirse con un apretón de manos.
4. Vas a entrar en una farmacia el día anterior a la cita programada de camino al trabajo. Vas a entregarle al farmacéutico las recetas expedidas por el médico. El farmacéutico va a preguntarte cuán grave es la infección urinaria. Con la determinación de quien se sabe descubierto, vas a responder que muy grave y que, además, estás apurada. Vas a pagarle por adelantado la medicina y las aplicaciones. Te obligará a realizar primero una prueba de alergia al medicamento, demorando la aplicación de las inyecciones una media hora. Va a aplicarte, finalmente, tres inyecciones densas, dos del lado derecho y una del lado izquierdo de las caderas. Vas a sentir cómo el líquido, espeso como el almíbar, entrará en tu cuerpo. Vas a sentir un ardor profundo como si una babosa te estuviera comiendo la cara interna del muslo. El instinto va a decirte que al farmacéutico algo lo hace regocijarse con el dolor que estará provocando. Vas a mirarlo a la cara y a contener la mueca. Vas a ahorrarte las lágrimas. Vas a salir de la farmacia alienada, en piloto automático, como si siguieras una lista de instrucciones precisas. Vas a seguir camino al trabajo. El día se te hará muy corto. Vas a sentirte adormecida y el cuerpo va a dolerte más que otros días. Por primera vez, serás testigo de la presencia de un estómago ensanchado y de los síntomas de un cuerpo ocupado en la presencia espectral de otro cuerpo en gestación. Sentada en la silla ergonómica de tu oficina, vas a sentir cómo el espesor del líquido que te habrán inyectado en las caderas empieza a diluirse. La presión de ese movimiento interno va a darte la sensación de un latido constante sobre ambos lados de la cadera. Antes de retirarte, muy tarde, de la oficina, vas a recordarle a tu jefa que el día siguiente no vas a ir a trabajar. Ella te preguntará si vas a estar disponible para responder emails. Vas a responderle que es posible que por la tarde ya te hayas desocupado. Saliendo de la oficina, vas a pasar por un cajero automático, para retirar la cantidad de dinero que el médico te habrá detallado en el post it en tu primera consulta.
Vas a acostarte a dormir sin cenar. Cuando estés a punto de conciliar el sueño vas a sentir la vibración de tu teléfono celular que vuelve a sonar, apoyado sobre la mesa de noche. Vas a deslizar la opción de rechazo de la llamada, otra vez. Con un mensaje de texto, vas a volver a agradecerle la deferencia y explicarle que, a pesar de sus buenas intenciones, preferís que no sea él quien te acompañe al día siguiente. Inmediatamente después vas a marcar el número de tu madre desde la cama. Sin siquiera prender la luz, vas a pedirle entre sollozos que te acompañe al médico.
5. Vas a sentarte de nuevo en la sala de espera del consultorio del cuarto piso de la calle Billinghurst, con tu madre a tu lado. Ella va a intentar tomarte de la mano mientras vos te mantenés abstraída en observar a la chica de la recepción. Ese día parecerá hundida en una relación ya no de dependencia, sino de angustia con el teléfono celular. Vas a observarla mirar el teléfono y vas a intuir que con los ojos le estará pidiendo al aparato una respuesta. Vas a sentir tu propio teléfono vibrar en la cartera. Vas a escucharlo vibrar desde el suelo donde tu cartera estará apoyada. El sonido que hará el aparato contra el resto de las cosas del bolso perderá su cualidad específica entre las conversaciones sucediendo alrededor tuyo. Vas a escuchar que te llaman por tu apellido. Vas a entrar por tercera vez a la oficina del médico para sentarte frente a él, con tu madre a tu lado. Esta vez, te recordará. Tu madre va a presentarse. Él apenas hará el esfuerzo de devolverle la gentileza. Vas a sorprenderte escuchándolo recitar las instrucciones con la agilidad de una niña que salta el elástico. Su tono pausado de hablar habrá desaparecido, su delgadez ya no te resultará extrema. Te habrás acostumbrado a verlo escuálido, a través de la resolana que por la ventana a sus espaldas entrará desde la calle a su oficina del cuarto piso. Vas a escucharlo, intentando concentrar tu atención en sus palabras, aunque cada una de las instrucciones se irán flotando en el aire como globos inflados con helio. Tu madre, por suerte, tomará nota mental de todo.
Te va a informar que el sangrado posterior a la intervención no debería superar el de una menstruación normal. Que el sangrado similar al de la menstruación se sucederá durante al menos diez días. Que es posible que continúes sangrando hasta cuarenta días después. Que si el sangrado durante los días posteriores a la intervención excediera el de una menstruación normal será necesario que te comuniques con él. Va a prohibirte el consumo de aspirinas. Va a preguntarte si contás con atención médica privada. Vas a responderle que sí. Va a decirte entonces que, llegado el caso, no hay mayor inconveniente de que acudas a una guardia médica. Pero va a aclararte que en ningún caso deberás comentar las características del procedimiento realizado. Va a informarte, además, que durante al menos dos meses tu cuerpo va a continuar con la gestación en curso. Que las hormonas van seguir produciéndose a lo largo de esos meses. Que vas a deprimirte o a estar demasiado irritable o, incluso, sensible. Que las hormonas van a jugarte muchas malas pasadas. Que no serás vos, que la culpa será siempre de las hormonas. Después va a dar detalles del procedimiento. Va a comentar que el tiempo total de anestesia será de 30 minutos. Que después del procedimiento vas a encontrarte adormecida, que durante ese día no vas a poder hacer demasiado. Que va a ser necesario que te acuestes inmediatamente después. Que será mejor que durante dos días no te muevas de tu casa. Que no podrás hacer ejercicio durante al menos un mes. Que durante los primeros quince días no podrás caminar más de diez cuadras. Que será necesario que descanses. Que dos días después podrás reincorporarte al trabajo. Vas a entregarle un sobre blanco cerrado con el importe exacto que él te detallara en su primer encuentro en el post it. Va a pedirte que lo acompañes hasta otro cuarto. Vas a despedirte de tu madre que, haciendo un esfuerzo enorme para dejar las lágrimas dentro de los ojos, va a decirte que ella te va a estar esperando cuando salgas.
Vas a entrar en un consultorio médico enorme en donde habrán dispuesto una especie de quirófano, sobre el ala izquierda. Vas a permanecer allí sola unos minutos. Por una puerta diferente a la que entraste, vas a ver entrar al doctor. El doctor estará vestido con una bata quirúrgica. Va a pedirte que te desnudes, te pongas vos también una bata quirúrgica y que, una vez cambiada, te sientes sobre la camilla que está en el centro del espacio preparado como quirófano. Va a preguntarte si te has dado las inyecciones que te habrá indicado. Vas a responder que sí. Va a revisar los reveses de tus caderas para cerciorarse de que no estés mintiendo en relación a las inyecciones. Vas a ver entrar en la oficina a una mujer, con bata quirúrgica y barbijo, preparada como para asistir en una cirugía. El médico va a decirte que ella es la anestesista. Van a pedirte que te acuestes en la camilla. La anestesista va a entrar a la vena de tu brazo derecho con una aguja mediana. Vas a sentir una vía angosta entrar en la vena. No va a dolerte. Inmediatamente después, vas a sentir a la anestesista probar la vía con algo que puede ser tanto agua como un antialérgico.
La anestesista va a repetir que el procedimiento durará treinta minutos. Va a decirte que pronto todo habrá terminado. Vas a pensar en cosas en las que nunca pensás. En frases hechas en las que no crees. En dioses a los que no les rezas. Se te van a caer algunas lágrimas sobre los costados de la cara y la sal de los ojos te llegará hasta los bordes del cuello. Vas a sentir el peso de tu propia inmovilidad y la precisión con que la angustia empezará a ocupar espacio dentro tu cuerpo. No vas a tener tiempo de digerir esa sensación.
6. Vas a despertar sin angustia pero exhausta. Van a pasar algunos segundos hasta que puedas recordar exactamente dónde estás y por qué. El doctor va a decirte que todo ha salido tal cual lo previsto. Va a darte unos minutos para que termines de despertar y rápidamente va a ayudar a incorporarte en la camilla. Vas a sentarte para ver tus pies desnudos y blancos colgar desde arriba. Vas a sentir el vendaje de algodón que a modo de pañal contiene el sangrado que ya desciende desde tu útero. Vas a escucharlo pedirte que te pongas de pie y va a acompañarte hasta la parte trasera de un biombo en donde tu ropa habrá quedado prolijamente depositada. Vas a ver entrar a tu madre al consultorio desde detrás del biombo. Tu madre va a ayudarte a vestirte lento. Todo sucederá en un plano abstracto de lo real, como si tu cuerpo no habitara del todo el espacio que estará ocupando.
El médico va a darte más indicaciones. Las palabras se van a ir de vos en el instante preciso en el que son pronunciadas. Quizás por los resabios de la anestesia va a formarse una caricatura de vos misma persiguiendo las instrucciones, tratando de retenerlas por la fuerza. Como si fueran barriletes que perdieron el hilo y se escapan con el viento. Vas a empezar a sentir que el frío envuelve la superficie húmeda de tus huesos. Tu madre va a ayudarte a salir del consultorio. Vas a caminar muy lento, con mucha dificultad. Tu madre va a ayudarte a entrar al ascensor. Vas a mirarla a los ojos. Ella va a preguntarte cómo te sentís. No vas a ser capaz de responderle. Van a cruzar la puerta del edificio por última vez, tu madre va ayudarte a cruzar esa puerta. Una chica joven va a cruzárseles haciendo el camino inverso. Va a ayudar a tu madre a mantener la puerta abierta para que vos puedas salir del edificio. Vas a mirar por última vez el mural de la entrada, amarillo y naranja. Va a parecerte que, entre los trazos barridos del mural, se esconde la imagen de un gato etéreo que, entre los colores cálidos, proyecta una sombra y sonríe escondido.
Tu madre va a parar un taxi y va a ayudarte a subir en él. Va a darle al taxista la dirección de tu casa y el auto va a cruzar la ciudad. Van a llegar a la puerta de tu departamento, tu madre va a ayudarte a bajar del auto, va a bajar tu cartera y abrirá la puerta del edificio. Va a llamar el ascensor, abrir las puertas metálicas, dejarte entrar en él. Va a marcar el piso de tu departamento, mientras busca en tu cartera las llaves de tu casa. Va a abrir las puertas de tu casa, va a ayudarte a llegar hasta tu cama. Va a taparte con la manta que descansa en los pies de tu cama y a dejarte dormir en silencio. Subirá apenas las persianas de tu cuarto para que entre algo de claridad y la imagen que tu cuerpo tirado en la cama devuelva no se proyecte como una sombra. Va a cerrar la puerta del cuarto y va a instalarse en la sala a esperar a que te despiertes.
7. Con el cese del efecto de la anestesia, vas a despertar al dolor. Una molestia constante en todo el cuerpo y una sensibilidad profunda en la piel que hará que hasta la manta con la que te estarás cubriendo te resulte intolerable. Además, vas a empezar a sentir vibraciones fluctuantes y rítmicas en el útero, un dolor hondo como si alguien estuviera revolviendo adentro tuyo con un cucharón para servir pasta o ensalada. Vas a ir al baño para encontrarte con que el vendaje todavía no habrá llegado al tope de su capacidad de absorción. Vas a pedirle a tu madre tu cartera para hacerte de tu teléfono celular. Tendrás treinta y cinco llamadas perdidas del mismo número de teléfono al que la noche anterior habrás decidido mandarle un mensaje en lugar de responderle las llamadas. Vas a volver a optar por enviar un mensaje y le informarás a él que todo ha salido de acuerdo a lo previsto. Vas a acomodarte en la cama para iniciar la respuesta a los emails de trabajo que habrán empezado a acumularse. Tu madre querrá saber si te apetece comer algo. Vas a responderle que sí y ella te preparará un té con galletas de agua. El doctor le habrá recomendado que tu alimentación por el día sea liviana.
Vas a escuchar a tu madre hablar por teléfono en la sala de tu casa, a través de la puerta de tu habitación. Vas a escucharla decir que no te puede dejar sola. Vas a intentar concentrarte en las cuestiones pendientes de trabajo y cuando sientas que tu madre ha terminado de hablar, vas a llamarla a la habitación. Vas a decirle que te sientes bien, que no es necesario que te acompañe. Vas a mentirle a tu madre. Le dirás que él está viniendo a quedarse contigo hasta que te sientas mejor. Finalmente, ella va a tomar sus cosas del vestidor de tu casa y va a salir por la puerta, no sin antes pedirte que no dudes en llamarla llegado el caso.
Vas a comenzar, de a poco, a dar orden a tu casilla de correo. Responderás primero aquellos emails que no requieran mayor concentración ni esfuerzo mental. Todo lo que normalmente no te presentara ningún esfuerzo va a hacerse muy cuesta arriba. Vas a volver a necesitar dormir apenas un rato después. Vas a despertar y la claridad del día se habrá diluido. Vas a ir al baño y, esta vez, sí será necesario cambiar el apósito que contiene tu sangrado. Vas a volver a trabajar dos días después. Cuando ocupes tu escritorio, plantado en el centro de tu oficina, vas a darte cuenta de que dos días de reposo han sido poco. Cuando te levantes por primera vez para ir al baño, vas a encontrarte con que tu silla ergonómica se ha manchado con la sangre que tu apósito ya no fue capaz de contener. Vas a contarle a tu jefa los detalles del asunto y vas a volverte a tu casa a descansar. No vas a responder emails por tres días y tres noches.
8. Recién a los siete días el volumen de sangrado va a empezar a disminuir. Vas a sentirte sola aún cuando estés acompañada. Como de pie sobre un banquito, observando todas tus cosas, sin que nada pueda de verdad alcanzarte. Vas a llorar y vas a ver que tu estómago continúa ensanchándose por un par de semanas. Vas a sangrar todavía unos treinta días más. Aunque cada vez menos. Recién a los cuarenta días la sangre va a parar de correr. Todo va a salir de acuerdo a lo previsto. Cuando seis meses después regreses a controlarte con tu ginecólogo habitual, en tu útero ya no habrá evidencias ni rastros.