En la escena literaria internacional, Lawrence Schimel es una especie de stupor mundi. Su obra —prodigiosa y en constante expansión— abarca diversos modos, géneros y públicos. Escribe y también traduce, en inglés y español, para niños y adultos; sus textos, a su vez, se han traducido a más de treinta idiomas, y su larga lista de reconocimientos incluye el premio literario Lambda, el Independent Publisher Book Award y el premio Spectrum, entre muchos otros. En LALT, hemos tenido el placer de compartir sus traducciones de Fabio Morábito, Johanny Vázquez Paz, Ángelo Néstore, Gabriela Cantú Westendarp, Mijaíl Lamas, Carmen Boullosa y Juan Villoro.
Lawrence y yo conversamos por correo electrónico sobre su singular práctica artística, las delicias y particularidades de traducir literatura infantil y el preocupante aumento de la censura anti-LGBT en textos para niños.
Arthur Malcolm Dixon: Antes que nada, una pregunta envuelta en un elogio: es increíble lo prolífico que eres. Como muchos traductores, sospecho, no deja de maravillarme la cantidad de traducciones excelentes que eres capaz de producir (en ambas direcciones), al mismo tiempo que escribes tus propios libros y viajas por el mundo para hablar de tu obra. ¿Tienes algún secreto, algún consejo para lograr esa productividad?
Lawrence Schimel: Me preguntan mucho sobre eso, en especial los estadounidenses; sobre todo, me preguntan cómo hago para darme el lujo de traducir poesía con lo mal que se paga ese trabajo en general. Yo creo que mi secreto principal es vivir en un país donde la medicina está socializada, donde no me hace falta tener un trabajo aparte (que me distraiga de escribir libros) para pagar el seguro de salud, como en Estados Unidos, donde solo puedes tener o pagar esa cobertura si tienes empleo.
En segundo lugar, trato de canalizar mi tiempo y mi energía en el trabajo creativo. Últimamente, en lugar de enredarme en escaramuzas en las redes sociales y demás cosas por el estilo, prefiero traducir unos poemas, hacer algo positivo en el mundo.
En general, me pasa que la traducción satisface el anhelo creativo en cierta medida, pero sin agotar el manantial de la creatividad, como suele ocurrirme con la escritura.
Los plazos también ayudan. Que alguien quiera publicar algo (lo cual es más fácil con una traducción que con tus propios libros, para ser sincero) funciona como una motivación muy fuerte para mí. No solo para cobrar por el trabajo, cosa que me permite tener un techo y comprarme libros para leer, sino también para que ese trabajo llegue a las manos del público.
AMD: Además de traducir literatura infantil, también la escribes; tienes muchísimos libros publicados y, en muchos casos, traducidos a varios idiomas. ¿Cómo es ver que tu obra cruza las fronteras de la lengua? ¿Qué participación tienes en la traducción de tus libros a idiomas en los que no hablas o escribes?
LS: Siempre me encanta hablar con los traductores que están buscando maneras de recrear mi obra en otras lenguas. Como escribo en varios idiomas y traduzco principalmente entre dos, entiendo perfectamente y aprecio lo flexible que hay que ser a veces —o las libertades que hay que tomarse al traducir— para ser fiel al espíritu de la obra (y el aspecto comercial del asunto, porque, a diferencia de muchos otros tipos de traducción, los libros infantiles pueden llegar a venderse bien y durante bastante tiempo, dado que el público se renueva por sí solo cada cuatro o cinco años).
Mis libros más traducidos son dos libros infantiles de cuentos en rima sobre familias con dos mamás o dos papás que hice con la ilustradora letona Elīna Brasliņa. Están publicados (o con contrato para publicarse) en más de cincuenta ediciones en cuarenta idiomas. Estuve en contacto asiduo con muchos de los traductores, los ayudé a conseguir distintas versiones ya completadas que pudieran serles útiles o inspirar soluciones en su idioma. Siempre les digo a los traductores que se tomen las libertades que necesiten para recrear los libros, que están pensados para rimar y ser ocurrentes. Como no pueden cambiar ni contradecir las ilustraciones, tienen que poder ser libres con la trama si eso los ayuda a ser más fieles al texto, por contradictorio que pueda parecer.
Originalmente escribí los libros en español e hice una glosa línea por línea en inglés para los editores y los traductores que pudieran necesitarla. Después hice mis propias traducciones en rima al inglés (las ediciones en inglés publicadas en Canadá, Gales, Nueva Zelanda y Sudáfrica están llenas de pequeñas adaptaciones y ediciones, a pesar de que son todas autotraducciones: donde dice “stuffie”, en otros casos puede decir “teddy” o simplemente “bear”; “my two moms” puede ser también “my two mums” o “mum and mam”). Hasta ahora, hay tres ediciones distintas en francés: dos en Europa (una en Suiza y una edición francoflamenca bilingüe en Bélgica), que se tradujeron directamente del español, y una en Canadá, que se tradujo de mi traducción al inglés (también publicada por esa misma editorial canadiense).
Durante mucho tiempo, el reparo más importante que suscitaron los libros fue la margarina. A mí ni se me pasó por la cabeza que pudiera traerme problemas esa rima con “cocina”, quizá porque mi marido y yo no comemos lácteos. Pero algunos editores objetaron la margarina en sí (como en Suiza, donde tenía que ser mantequilla por una cuestión de orgullo nacional) y algunos traductores preguntaron si podían cambiarla por manteca, porque “margarina” es muy polisilábica y complicaba la métrica o la rima. En Israel, para evitar meternos con las normas de la alimentación kosher (y también porque allí la margarina viene en barra y no en recipientes redondos), lo cambiamos por hummus, y además llamamos Hummus al gato, lo cual quedó muy bonito.
Pero te cuento un caso de mi trabajo como traductor con una lengua que no hablo: hace unos años traduje dos libros ilustrados de una amiga, Clare Azzopardi, del maltés al español. Muchos años atrás, había estado con Clare en un taller multilingüe de escritura y traducción de literatura infantil europea, donde trabajamos en los primeros borradores de uno de los dos libros, es decir, que lo conocí (y lo comenté) desde su génesis.
En parte, trabajé a partir de una traducción puente al inglés de Albert Gatt, pero, por ejemplo, me di cuenta de que en uno de los cuentos todos los gatos tenían nombres que rimaban, y en la versión inglesa los nombres se habían traducido correctamente pero sin rima. Lo hablé con Clare y ella me dio permiso para elegir otros nombres que rimaran, como Canela y Franela. Otra cosa que pasó es que había momentos en los que la versión en inglés resultaba incómoda o confusa para la traducción al español, así que le pregunté a Clare cómo serían esas partes en italiano, y a partir de eso, di con una versión en español mucho más fluida y mejor estructurada.
En lugar de pensar en el cliché de lo que “se pierde en la traducción”, prefiero pensar en una pérdida más grave: que no se traduzca (lo que sea) de la producción literaria entera de una nación o una lengua.
AMD: ¿En qué se diferencia traducir literatura infantil y literatura para adultos, si es que hay alguna diferencia? ¿Cambian tus problemas o tus prioridades como traductor en función de la edad del público al que te diriges?
LS: Gran parte del abordaje dependerá de qué clase de libro sea (y qué clase de editorial): es decir, si la traducción debe preservar todos los detalles culturales de origen o más bien localizar el libro.
Yo creo que cada proyecto viene con sus propias prioridades y problemas. Por ejemplo, hace poco traduje un libro ilustrado latinoamericano para una editorial británica y propuse mantener la palabra “pueblo” en español, porque “village” en el Reino Unido significa algo muy distinto de las comunidades que establecieron los esclavos africanos fugitivos en las montañas remotas de Colombia donde transcurría la historia.
Pero también traduje otro libro ilustrado latinoamericano, esta vez para una editorial de Estados Unidos, en el que en cualquier otra circunstancia también habría propuesto dejar “abuela” y “pueblo”, de no haber sido porque este proyecto, a pesar de estar escrito e ilustrado por la artista argentina Isol, era un encargo del Museo Palestino para su proyecto “Historia del arte palestino, contada por objetos cotidianos”. Isol había dictado un taller para el Instituto Tamer, donde le habían regalado una chalina que luego tomó para el libro, escaneándola y usando el bordado como trasfondo para las ilustraciones y la historia.
En este caso, después de consultarlo con el equipo editorial, decidimos que había que traducir “abuela” y “pueblo”, aunque en cualquier otro libro de un autor argentino hubiéramos dejado esas palabras en español.
De todos modos, el primer factor determinante seguramente sea la ilustración, en tanto el texto no puede contradecir lo que se ve, y eso condiciona las soluciones que puedes elegir para la traducción. (Por ejemplo, pienso en los idiomas con flexión gramatical en los que los sustantivos tienen género; en español, la muerte —o como se dice en México, La Calatrina— es femenina, mientras que en inglés la muerte se suele representar como the Grim Reaper, que en general es un personaje masculino).
También hay que lidiar con la cuestión de la inclusividad, los estereotipos de género y el género gramatical, cosa que puede complicarse más para ciertas edades.
Yo traduje al español un libro infantil precioso de los autores indígenas Richard van Camp y Julie Flett. Tú eres tú muestra a varias familias indígenas con distintas composiciones, pero en ningún momento les asigna género a les bebés a les que se les habla. La traducción al español de esta entrevista tendrá que encontrar el modo de decir esto. Por suerte, como el texto está dirigido a un público adulto, quien traduzca podrá recurrir al lenguaje no binario, que no era una opción en mi traducción del libro, pensado para un público infantil. Para mí era importante respetar el cuidado que pusieron el autor y la ilustradora en hacer un libro bello, rimado y neutro en cuanto al género, así que me esmeré en evitar el masculino como neutro. Eso me llevó a tomarme algunas libertades, quizá, para recrear una versión bella, rimada y neutra en español, pero así fui más fiel al espíritu del libro, si no al texto frase por frase y página por página. Algunas soluciones fueron más fáciles, como cambiar la frase “you are perfect” por “you are perfection” para no tener que vérmelas con “perfecto/a”. Había complicaciones hasta en los pequeños detalles, porque todos los diminutivos tienen género en español. Al final, presenté una versión literal y mi versión neutra en rima, que es la que finalmente se publicó con el título Tú eres tú.
AMD: Me imagino que la creación de libros infantiles ilustrados debe ser un proceso intensamente colaborativo entre quien escribe (y posiblemente quien traduce) y quien ilustra. ¿Es correcto pensarlo así o el proceso funciona de otra manera? ¿Cómo es el proceso cuando una obra está ilustrada por distintos artistas en distintas ediciones, como en el caso de tus libros ¿Lees un libro conmigo? e Igual que ellos?
LS: Es absolutamente así, y me parece importante que quienes escriben lo tengan presente y dejen espacio para que quienes ilustran puedan crear su propio relato visual en paralelo a la historia que cuenta el texto, y a veces incluso en contraste con ella. Muchas veces, una vez que las ilustraciones están listas, repaso el libro y me fijo en si hay que cambiar o quitar algo para que el texto y la imagen vayan de la mano.
Eso en cuanto a los libros ilustrados. El trabajo con ficción infantojuvenil o para adultos puede ser distinto. A menudo la edad del público al que se dirige la obra puede cambiar entre lenguas; el libro puede pensarse para personas más o menos jóvenes que en la lengua original.
Los distintos, un libro sobre la Guerra Civil Española que traduje hace poco, escrito por la escritora venezolana Mónica Montañés e ilustrado por Eva Sánchez Gómez, era una obra ilustrada con mucho texto en la edición original de Ekaré. Mi sugerencia para la editorial Eerdmans, que lo publicaba en inglés, fue que usáramos el mismo texto y las mismas ilustraciones, pero que cambiáramos el tamaño de corte y el formato para convertirlo en una novela infantojuvenil, con más páginas, cosa que, en el mercado angloparlante, resultaba más adecuada por la edad de los personajes y la extensión del texto. El libro acaba de ganar un Batcheldeer Honor de la American Library Association, así que parece que el instinto nos llevó por buen camino y que las adaptaciones que hicimos dieron resultado. Es más, Ekaré piensa hacer lo mismo una vez que se venda la tirada actual en español.
Mencionaste ¿Lees un libro conmigo?, que ya tiene varias ediciones. La última es una edición bilingüe en inglés y filipino de Kahel Press en Filipinas, con ilustraciones nuevas de Pepot Atienza. Las ilustraciones de Thiago Lopes que se usaron en la mayoría de las ediciones y traducciones del libro no dejaban suficiente espacio para el texto en los dos idiomas. Además, se necesitaba un formato cuadrado en lugar de rectangular para la serie en la que se publicaba.
Tal vez el aspecto más importante fuesen las grandes diferencias culturales en el modo de retratar a las personas ciegas. Había indicios culturales visuales que el público infantil filipino podía no captar.
AMD: Tradujiste varios libros para el público infantil —como Niños, escrito por María José Ferrada e ilustrado por María Elena Valdez, y Los distintos, del que ya hablaste— que tratan temas históricos cargados, difíciles (en el caso de estos dos libros, la desaparición de niños durante la dictadura de Pinochet y experiencias de niños durante la Guerra Civil Española, respectivamente). ¿Cómo abordas este tipo de proyectos? ¿Cómo esperas que se enriquezca el público de estas lecturas?
LS: Yo creo que no hay que olvidar que compartimos este mundo con los niños, y por lo tanto todo lo que pase en el mundo es un tema adecuado también para ellos, siempre y cuando esté bien escrito para su marco de referencia.
En el caso de Niños, los poemas en sí no son para nada duros. Lo duro es la arquitectura o la construcción del libro, la contextualización, que cristaliza todo: Ferrada imagina las infancias perdidas de los niños desaparecidos o asesinados durante la dictadura de Pinochet con un poema que lleva el nombre de cada uno de ellos.
En Los distintos, la traducción al inglés también tiene mucho trasfondo del libro original y pone en contexto la Guerra Civil Española para lectores de poca edad, quienes pueden no saber nada sobre el tema todavía, y un glosario de términos que acordamos dejar en español, con definiciones que ofrecen más contexto cultural o histórico.
Al mismo tiempo, la historia de una familia que huye en busca de libertad política, por desgracia, tiene plena vigencia en muchísimos lugares del mundo.
(Además, me parecía de vital importancia que los niños estadounidenses en particular leyeran este cuento en el que Venezuela, y no Estados Unidos, es el legendario país de la libertad al que escapan los protagonistas, para contrarrestar estos últimos años en los que ciertos políticos y los medios no hacen más que calificar a Venezuela como un “país de mierda”).
AMD: En 2021 salió en las noticias que la librería húngara Líra Könyv había sido multada por vender las traducciones al húngaro de tus libros Pronto por la mañana y No es hora de jugar, porque muestran a familias queer con dos padres o dos madres que interactúan con sus hijos en escenas cotidianas. En Estados Unidos y otros países, seguimos viendo intentos de prohibir o censurar libros con personajes queer sobre la base del argumento reaccionario de que hacen daño o corrompen a las infancias. ¿Qué esperanzas o temores tienes en cuanto a las posibilidades de la literatura infantil de reafirmar las identidades queer en la escena editorial actual?
LS: No preví para nada que esos libros provocaran semejante reacción, sobre todo porque Elina y yo no nos propusimos escribir sobre ser diferentes ni sobre combatir la homofobia, sino simplemente retratar momentos de alegría en familias queer. Creímos que eran libros completamente inocentes hasta que la reacción de varios Gobiernos nos demostró lo peligrosa que resulta para algunos sectores nuestra felicidad como personas queer. Además de la determinación del Gobierno húngaro de impedir la venta de los libros, el Estado ruso cerró la ONG que los publicaba en el país.
Como no hablo ni húngaro ni ruso, me evité gran parte de las repercusiones y los insultos. Aprendí a googlearme en cirílico, y cuando sentía que tenía estómago, buscaba qué se estaba diciendo de los libros o de mí: desde gente que decía que había que matarnos a mí, a la ilustradora y al traductor, hasta el vicepresidente del Partido Comunista que me denunciaba en televisión por cometer ataques “de quinta columna” contra Rusia. Pero no me fue posible mantener la distancia, enterarme solo cuando estaba de humor; todos los días recibía ataques, amenazas y demás en diversas redes sociales.
Fue difícil de sobrellevar, pero no hizo más que confirmarme la importancia de seguir escribiendo este tipo de historias, y de encontrar el modo de hacer que lleguen a manos de los niños, no solo a pesar de los haters sino también de la industria editorial que solo le hace lugar a un cierto tipo de libros o a los libros que entren en una única categoría (los que se pueden poner en las vidrieras del Mes del Orgullo), y nos ignora el resto del año.
Por otra parte, si bien la reacción en contra de esos dos libros suele ser el foco de atención, también hubo mucha solidaridad y colaboración. Por ejemplo, la campaña de 100% Mensch en Stuttgart, junto con la ONG Equality Factory en la ciudad hermana de Łódź, que por cada copia que se vendía en alemán, donaba una en polaco a las zonas LGBT de Polonia. O las ONG como Stonewall Cymru, que donó cajas de libros en galés a las ochocientas escuelas primarias de Gales. O el Gobierno de Portugal, que se encargó él mismo de publicarlos, a través de la Comissão para a Cidadania e a Igualdade de Género, y de distribuirlos gratis en todas las escuelas del país.
También estuvieron todas las editoriales (grandes y pequeñas), ONG, librerías queer y demás entidades que se agruparon para editar los libros en distintos idiomas y bajar el costo por unidad a un monto que todos los participantes pudieran afrontar.
Por no mencionar la reacción a las medidas gubernamentales de librerías como Líra Könyv, que en lugar de ponerle al libro una etiqueta de advertencia, como hicieron muchas otras, puso carteles en la entrada de cada una de sus tiendas que decían: “En esta librería vendemos libros distintos de los que se venden en las librerías tradicionales”.
AMD: Por último, una pregunta sin relación con la literatura infantil: con tus traducciones de Agnès Agboton (Voz de las dos orillas, publicada en inglés por flipped eye en 2023) y tu colaboración con Layla Benítez-James en la obra de Lucía Asué Mbomío Rubio (Hija del camino, que contó con el apoyo de una beca NEA de traducción en 2022 y que pronto tendrá su versión en Netflix), es mucho lo que has hecho por la visibilidad de las escritoras negras en España y de la identidad afropea. ¿Cuál consideras que es tu lugar cuando se trata de derribar ideas etnocéntricas sobre el aspecto que debe tener la “literatura española”?
LS: Asumí el compromiso personal de traducir al menos a un autor racializado por año, al inglés o al español. Lamentablemente, en general no son proyectos que me encargue una editorial; por eso creo que es importante usar lo que tenga de privilegio —y el hecho de que puedo darme el lujo de dedicarle tiempo a preparar una muestra para ofrecerla a las editoriales—, además de los contactos que acumulé a lo largo de los años, para abrirles todas las puertas que pueda a estas voces que, de lo contrario, la industria editorial acalla activa o pasivamente.
Un ejemplo es la obra de una escritora como Agnès Agboton, de Benín, que escribe en su lengua materna, gungbe, se autotraduce al español y publica ediciones bilingües en España, donde vive hace más de treinta años. Empecé a trabajar con ella cuando representaba a Benín en la celebración Poetry Parnassus, que se hizo junto con las Olimpíadas de Londres; yo traduje del español al inglés; luego, ella recitó los originales en gungbe para que yo oyera la música, luego le recité mi traducción para que ella oyera la música en inglés e hicimos los ajustes necesarios.
Otro ejemplo es un libro infantil del escritor afroguatemalteco Julio Serrano Echeverría, que va a publicar The Emma Press en el Reino Unido (y cuya traducción al inglés ganó un premio PEN, al igual que el proyecto de Agboton para flipped eye). También puedo mencionar la traducción al español de Amnesia colectiva, de la poeta sudafricana Koleka Putuma (a través de Arrate Hidalgo), o de No nos deis por muertos, de le poeta afroamericane no binarie Danez Smith.
Pero también me parece importante generar espacios y oportunidades para escritores racializados. Una posibilidad que se me ocurrió sería compartir un contrato con un traductor más joven, una especie de mentoría privada. Así surgió la colaboración con Layla, y ha sido fascinante y maravilloso porque el aprendizaje es en ambas direcciones. Como autodidacta que soy, gran parte de lo que sé es intuitivo, de modo que el esfuerzo de ponerlo en palabras me ayudó mucho a entender mis propias ideas y nociones sobre la traducción. Además, Layla me impulsa a salir de mis zonas de confort, de mis complacencias; me hace cuestionar o modificar ideas o hábitos antiguos que no siempre resisten el análisis.
Por supuesto que no pretendo ser el único que hace este tipo de cosas. Hasta que no tiremos abajo los sistemas que terminan por acallar tantas voces, son cosas que todos deberíamos hacer. Yo me siento responsable de seguir haciendo (activamente) lo que esté a mi alcance.