Partiendo de un momento histórico y político donde se une la memoria con lo fantástico y se cuestiona simbólicamente los sistemas de desigualdad social de los cuerpos, en la novela Malasangre Michelle Roche Rodríguez narra, desde el contexto de los vampiros, el culto a lo militar que por años se fortaleció bajo el gobierno dictatorial de Juan Vicente Gómez en Venezuela. La jerarquía masculina, que nunca le cedió el poder o la palabra a las mujeres, se narra a partir de ciertos personajes que fundan breves puentes entre la realidad y la ficción. Como una alegoría de la tierra, y del oscuro líquido que allí se origina, cada capítulo sin nombre, ordenado por números romanos, contrasta la riqueza petrolera con la dilución mortal de la sangre. Allí, como cita en el poema de Rudyard Kipling, “The Vampire”: “The fool was stripped to his foolish hide, / (Even as you or I!) / Which she might have seen when she threw him aside— / (But it isn’t on record the lady tried) /So some of him lived but the most of him died— / (Even as you or I!)”.
Claudia Cavallin: La hegemonía militar tachirense, iniciada por Cipriano Castro como primer presidente de facto, se fortaleció con la dictadura militar de Juan Vicente Gómez, quien estableció reglas simbólicas donde cada militar llegaba a la presidencia luego de una “limpieza” de los cuarteles. Esta simbología de la limpieza, o de la pureza de la sangre, se estableció en las dictaduras y se consolidó en los acuerdos matrimoniales que aparecen en tu obra. ¿Crees que en tu novela la sangre juega como un símbolo de suciedad, rebeldía y desacato, y que la figura de los vampiros podría ser considerada, además de la ficción, como un apetito sangriento de justicia?
Michelle Roche Rodríguez: Sí, y lo hice ex profeso. La sangre es el símbolo que con más ahínco trabajé en la novela porque tenía que convertirlo en una encrucijada que tuviera varios sentidos. Un sentido, por ejemplo, es el que señalas del desacato y la sexualidad, que es la metáfora vampírica: la obsesión por la sangre como una desviación de la norma; esto es lo monstruoso propiamente dicho. Otro sentido se refiere al nepotismo de los Gómez; el hecho de que los parientes del mandatario—de sangre o “de bragueta”, como decía un chiste de la época— se hubieran quedado con todo el poder. Esto puede tomarse como imagen de otras formas de gobierno de unos pocos, que son formas de mandar parasitarias, como los miembros del Partido Unido Socialista de Venezuela (PSUV) hoy, que acaparan los poderes públicos. Relacionado a esta reflexión, un tercer sentido puede identificarse con el abuso que el capitalismo extractivista hace de la tierra: de nuevo, una relación parasitaria. Este último sentido se ha discutido ampliamente en España, en donde tiende a compararse con otros discursos en novelas de autores de este país y América Latina. Se refiere a una nueva consciencia que tenemos del uso indiscriminado que hacemos de los recursos en la naturaleza y de las consecuencias devastadoras que esto puede traernos a los seres humanos. Estos son solo tres sentidos de la encrucijada, pero creo que hay varios que pueden añadirse.
Otro tema al que te refieres es el de la figura del vampiro —o la vampira, en este caso— como si fuera una suerte de justiciero. En este caso no puedo decir que lo hubiera hecho de manera consciente. Creo que aquí opera la lectura que le estás dando tú a la novela, y es una lectura válida, por supuesto. Yo lo hice, al menos a conciencia, desde otro lugar. Si hubiera querido construir el personaje de Diana Gutiérrez como una justiciera habría hecho hincapié en su relación particular con la sociedad y, quizá, hubiera buscado otros ejemplos de “justicieros” similares a ella en su momento histórico. Lo que me interesaba era contar parte de la vida de una chica aislada como consecuencia de su inconformidad, como creo que puede pasar con muchas personas que nos enfrentamos a regímenes arbitrarios y desesperanzadores. Es una justiciera, sí, pero de sí misma. Opera a nivel individual: es una mujer empoderada que saca fuerzas de su inclinación por la sangre, que siempre creyó un defecto, para volver contra quienes le hicieron daño. Por eso, a pesar de todo, Malasangre tiene un final feliz.
C.C.: Es cierto, una mujer empoderada y fortalecida por la sangre. Ahora bien, en el plano colectivo, bajo el crecimiento industrial, la centralización del poder en Venezuela y la creación de la Academia Militar aparecen en tu novela cuando citas lo que los vampiros asumen como su contexto social: “Chupábamos la sangre a nuestra tierra; embelesados, entregábamos nuestra energía, construyendo una máscara que llamábamos modernidad para habitarla con la cáscara de nuestros cuerpos, tan exánimes como los de los espectros”. ¿Consideras que allí la figura del cuerpo y de la tierra pueden estar conectadas y/o pueden ser asumidas con la misma similitud que la de la sangre y el petróleo? Al petróleo había que explotarlo, consumirlo, como un líquido vicioso… y años después, diría Uslar Pietri, había que sembrarlo, ¿no?
M.R.R.: En efecto. El petróleo, como bendición y como condena de los venezolanos es algo a lo que dediqué mucho tiempo de estudio para poder plasmarlo en Malasangre. Y te diría más: hay una relación explícita entre el cuerpo femenino y la tierra en la novela. Las consecuencias de la tiranía, la inequidad social y la mala gestión gubernamental se aprecian en los cuerpos de las mujeres tanto como en el empobrecimiento de nuestros suelos. Son las mujeres las que, en Venezuela, y en la mayoría de los países poco desarrollados, cargan con la peor parte de las crisis. Toma como ejemplo lo que está pasando en el Arco Minero o del Orinoco, una zona en donde la extracción indiscriminada tiene un alto impacto en el medio ambiente. Son militares o sus socios los que manejan los negocios allí y es una zona en donde las mujeres están expuestas a la violencia y la prostitución.
C.C.: Claro, el poder militar por encima de todos los cuerpos, en particular, del de las mujeres. En otras obras, como Cola de lagartija de Luisa Valenzuela, se inserta un personaje de ficción en el gobierno de Perón que cobra fuerza, pues termina recalcando, desde lo que no es historia, lo que ciertamente sucedió en un país bajo un sistema político represivo. Según tu visión como escritora, ¿cuál sería el personaje de tu novela que ayuda de manera más directa y detallada a los lectores de otros países y otros contextos políticos a entender lo que sucedió en la historia venezolana? ¿Por qué?
M.R.R.: Intento hacer esto a través de todos los personajes. Es evidente en la protagonista y es lo que hemos discutido en las preguntas anteriores. Por eso, aquí me referiré a los personajes secundarios. Como prestamista, Evaristo Gutiérrez es otro símbolo del chupasangre, pero en su interés por arrimarse a la estructura de poder para hacer dinero puede identificarse también con un enchufado —o, peor, con alguien que aspira a serlo—, un tipo humano del que, por desgracia, todavía no nos hemos librado en Venezuela. Cecilia Martínez representa esa clase media con aspiraciones nobiliarias demasiado apegadas a las tradiciones —en Malasangre simbolizadas en el catolicismo—, demasiado ciega para ver que los tiempos cambian y no siempre para mejor. Al personaje de Vito Modesto Franklin, ya lo debes sospechar, le tengo mucho cariño. En primer lugar, porque quizá existió. En la época de Gómez alguien con ese nombre aparecía en las crónicas sociales y en la revista Fantoches le hicieron un perfil en el cual se burlaban de su amaneramiento. Eso me lo descubrió como lo que hoy llamaríamos alguien queer. Cero que fue el primer personaje queer de la cultura venezolana. En esa época, como dice en la novela, se les consideraba “pervertidos”. Por eso, a través de ese personaje cuestiono qué es lo verdaderamente “pervertido” en una sociedad, la gente que vampiriza a los demás o el que gusta de personas de su mismo sexo. Con Modesto —como él prefiere que lo llamen— hay algo más: ese personaje es un poco la frontera entre el exterior y el interior de Venezuela, por eso también era útil presentarlo como un “pervertido” por las influencias extranjeras. Y es justamente por eso llama la atención de los Gutiérrez Martínez.
C.C.: Y hablando de los personajes, quisiera destacar algo que también representa la rebeldía necesaria. El símbolo de la protagonista, como mujer, como malasangre. Una rebeldía que le permite romper los estereotipos sociales de sumisión, alejándose de la Iglesia, incluso, apelando a un pervertido. Esa idea de libertad que asume una mujer vampira, en contra de todo lo que sucedía en Venezuela, ¿crees que culmina convirtiendo a la novela en un relato heroico ficcional que anima a pensar que siempre se puede sobrevivir si las mujeres consiguen la vulnerabilidad de un régimen dictatorial desde una visión ajena a la de los hombres?
M.R.R.: Puede leerse desde esa idea, sin duda. A mí no me interesan los relatos heroicos porque creo que ya hay demasiado de eso y que a la cultura de Venezuela le ha hecho mucho daño nuestra obsesión con la épica. Lo que me interesaba cuando escribía la novela era la historia del empoderamiento de una mujer y, con ella, el empoderamiento de todos los que, mujeres u hombres, nos sentimos abusados por el poder.
C.C.: Finalmente, volviendo a esa característica que mencionas sobre “los atributos del poder sin el poder” bajo el sistema de la invención de cuerpos consultivos, consejos de gobierno, cámaras de asesoría, vale decir, esos los “organismos huecos”. ¿Crees que los cuerpos más débiles y enriquecidos son como imágenes refractarias que se enfrentan a la verdadera naturaleza de un cuerpo humano? ¿Qué simboliza para ti la figura del cuerpo vampírico bajo un sistema de poder donde predominan “los especímenes más empingorotados de la burguesía”?
M.R.R.: Son dos preguntas diferentes. Sobre lo que señalas de los cuerpos humanos y los gubernamentales como débiles o, más bien, huecos, lo importante es cómo muestran la arbitrariedad, la tiranía y la dictadura en la época de Gómez y en todos los tiempos, en Venezuela y en todos los lugares. Los cuerpos hambrientos (de nutrientes, de sangre o de cultura) son cuerpos que anhelan y desde allí pueden aspirar también a la libertad. El cuerpo vampírico es un cuerpo hambriento. En el caso de Diana Gutiérrez, la voracidad va más allá de la sangre o del erotismo, que es a lo que alude su descripción como “malasangre” o mujer aviesa. La libertad es su gran aspiración: de sus padres y del gobierno militarista en el cual ha crecido, pero también busca liberarse de las ideas que la mantienen atada a esas realidades. Esos “especímenes más empingorotados de la burguesía” a los cuales te refieres citando Malasangre son como esos cuerpos vacíos u organismos huecos en el gobierno: personas que tienen todo para procurarse la libertad de pensamiento, pero que se empeñan en las viejas formas y, por eso, están vacíos y son incapaces de ver más allá de lo que tienen enfrente.