Conspiración iguana1 propone una especie de ficción distópica que anticipaba, ya en el momento de su publicación, varios elementos presentes en nuestras sociedades actuales. Fue la tercera novela publicada por Pilar Quintana y en ella se observan temas y formas que se amplían en el resto de su obra.
Lucía Abondano es una periodista famosa por su reportaje “La llaga de la salud”, con el que desenmascaró una red de corrupción que involucraba oscuros tratos entre médicos y farmacéuticas. La carrera de Lucía está en riesgo: lleva tiempo sin producir reportajes de alto impacto y está limitada a escribir notas optimistas para la revista donde trabaja. Lucía intuye que su próxima gran historia consiste en desenmascarar al gurú de autoayuda, Julio Armando Valdetierra (JAV), quien ha construido un emporio que incluye conferencias, servicios de coaching empresarial y personal, y el complejo de viviendas en el que vive la propia Lucía. El complejo JAV es en sí mismo una ciudadela de bienestar en la que viven miles de yuppies, empleados de corporaciones multinacionales. Lucía sospecha que Valdetierra es un farsante y que su éxito radica en un entramado corporativo que vende una imagen de Valdetierra y sus productos adaptada a cada uno de los consumidores del complejo.
Este universo captura la imagen de un tiempo que, por distópico que parezca, se asemeja cada vez más al nuestro. Cabe destacar el conjunto de elementos que le dan detalle: algunos de ellos ya comunes en la ficción distópica, como el sospechoso líder carismático, la ciudadela, cámaras de seguridad omnipresentes, el simulacro de una vida feliz infinitamente repetido en las pantallas del complejo JAV, etc. Otros, más específicos a la novela, sitúan la acción en un momento de principios del siglo XXI en el que aparecen algunos precursores de los mecanismos de control de hoy en día: pulseritas antiestrés que cambian de color según el estado de ánimo, conferencias y libros de coaching por doquier, el uso de alucinógenos con fines recreativos, rituales y para incrementar la productividad, etc. En los detalles de su universo ficcional Quintana anticipa los retos de nuestro presente como la crisis de los opioides, la catástrofe ambiental y el control sistemático de los cuerpos.
Hay un elemento más, presente no solo en Conspiración iguana sino en buena parte de la obra de Quintana: la selva. Aquí aparece como un artificio nostálgico y quizá un lugar desde el que se conspira una rebelión contra el complejo JAV. Así lo interpreta Lucía, así lo desea, y ese deseo se transfiere a quien lee la novela. La selva ha sido plantada en la azotea del complejo por Pío Cuevas, con asesoría de un especialista neoyorquino y la ayuda de los waunaa, una comunidad indígena del bajo San Juan. Pío, además, convoca a un grupo exclusivo de personas, el “club de la iguana”, a tomas de pildé regulares en su cabaña en la selva. A Lucía, Pío en principio le parece carismático y misterioso, y asume que es un líder de la conspiración. Conforme avanza su investigación sobre las actividades del grupo y la identidad real de Valdetierra, Pío se vuelve una voz en su cabeza y una presencia fantasmagórica permanente. Lucía no puede discernir si es una forma de comunicación espectral mediada por el pildé y la marihuana o un delirio motivado por su propio deseo.
Tenemos, pues, todos los elementos de la conspiración: la sospecha sobre Valdetierra, la aparente rebelión del “club de la iguana”, la selva como un lugar exótico propicio para el ritual y la conspiración, una heroína que está dispuesta a cruzar cualquier límite, y un sistema hipervigilante cuyas fisuras parecen identificadas por Lucía y sus nuevos amigos. Sin embargo, la revolución nunca llega. La investigación de Lucía la ha llevado a conseguir la verdadera identidad de Valdetierra y un testigo que está dispuesto a hablar de cómo sus productos son una estafa. Pero tanto el testigo como Pío (a quien Lucía ha puesto al tanto de sus investigaciones), la traicionan. Al final, incluso las denuncias preparadas por Lucía son anticipadas por Valdetierra e incorporadas a su nueva conferencia de coaching. Con lo que se constata no solo la farsa que lo sostiene, sino su adaptabilidad a las circunstancias. En cuanto al “club de la iguana”, para sorpresa de Lucía, simplemente quieren abrir un bar clandestino para los yuppies que, agotados por no encontrar respuesta en los productos de Valdetierra, quieren explorar con otros medios y sustancias:
JAV le sirve a la mayoría de la gente —continuó Pío—, pero no a toda la gente, y esos a los que no les sirve, gente como vos, por ejemplo, son los que vienen acá a tomar pildé y los que van a ir al club de la iguana a beber y drogarse. Lucía, yo lleno el vacío que deja JAV y por eso el sistema nos necesita a los dos. (313)
Cooptada por el sistema, la trama sostenida por el misterio y la idea de una conspiración se desmorona a pocas páginas del final de la novela. Lucía se resigna en un final anticlimático para quien ha leído a la espera de una revolución o la caída de la heroína. Y es esta resignación una instancia más en que se constata el retrato de la experiencia del presente que propone Quintana. Lucía no es la heroína épica o trágica que desafía un régimen distópico, aunque ella (¿y sus lectores?) así lo quiera. Tampoco se trata de una irrupción del absurdo que frustra esa posibilidad. Se trata más bien de una reafirmación de la capacidad del statu quo para adaptarse, apropiarse de los elementos que intentan desafiarlo y sacarles réditos. En esto, Conspiración iguana nos recuerda que la revolución, sus símbolos y relatos han sido cooptados y con frecuencia se venden como souvenir. Nos revela la resignación como experiencia dominante del presente distópico: ante la precarización de la vida y la hipervigilancia que hace imposible rebelarse contra ella, los personajes se resignan al simulacro de felicidad que propone la sociedad en sus laboratorios antiestrés, en la evasión narcótica o en una nostalgia del retorno al mundo natural satisfecha con una selva artificial en las azoteas de la ciudadela.
No solo se trata del retrato de una sociedad distópica demasiado cercana a nuestro propio presente. Una vez terminada la peripecia narrativa, el orden establecido se mantiene intacto; sus antiguos detractores se vuelven un grupo diferente de adeptos. No sorprende esta asimilación resignada cuando uno repara en cómo los personajes se posicionan ética y políticamente unos frente a otros en el complejo JAV y afuera de él, en la ciudad. La sociedad de Conspiración iguana hace eco del racismo y el clasismo de las sociedades capitalistas contemporáneas. La novela no parece interesada en construir una representación políticamente correcta de la clase alta ni de su protagonista, aunque por momentos Lucía se cuestione el sistema. La ciudadela está habitada por yuppies mientras las clases populares viven afuera, en los barrios marginales; parte de las sospechas sobre Valdetierra se relacionan con su origen barrial y con su imagen de empresario hecho a pulso. Por otro lado, el rol que cumplen los indígenas waunaa se limita a la experiencia de la selva y la toma de pildé y poco más. Frente a este orden social, la crítica de Lucía y su deseo de subversión del orden se agotan cuando ella misma se expresa con respecto a personajes que no comparten su clase social, su raza o su lengua. Baste citar un par de ejemplos; el primero de ellos, la descripción de los indígenas a cargo de la toma de pildé:
De una de las hamacas surgió lentamente un hombre. Era indígena y también era diminuto. Pero era maduro e imponente. Tenía las orejas perforadas con grandes huecos rectangulares y una mirada espeluznante que traspasaba. Yo no pude penetrar en la suya, tenía los ojos turbios. Sin dejar de mirarme dijo algo que no entendí y me dio miedo. Parecía un diablo. (42)
Por otro lado, así describe Lucía a la esposa del artesano que le vende Marihuana:
Me abrió la puerta una mujer enorme. Tenía los ojos claros y saltones, la nariz chata, la boca grande y el pelo rubio crespísimo. Tenía los brazos llenos de tatuajes y estrías, las tetas de una diosa de la fertilidad prehistórica y una bata suelta de colorinches que envolvía el resto de sus abundancias. Era una matrona negra de piel blanca. (87)
Por oposición a estos pasajes, encontramos momentos de identificación y empatía de Lucía con los yuppies a quienes siempre mira en la distancia: “Podía ver a los yuppies a través de los vidrios panorámicos de los ascensores. Iban apretujados, miraban al infinito con ojos vacíos. Parecían lotes de reses camino del matadero y sentí desesperación por mí y por ellos” (110).
Estas descripciones se multiplican en la novela y la perspectiva no cambia: el pobre, el indígena o el afro son ridículos, sucios, monstruosos o exóticos. Si Lucía se identifica más con los yuppies, y si su relación con quienes están más allá de su círculo social inmediato está permanentemente mediada por el clasismo y el racismo, ¿qué beneficio real trae la destrucción de un lugar que le permite cierto estatus, con todo y su carrera periodística en declive? El potencial rebelde que puedan tener Lucía y sus amigos se pierde de cara a las relaciones entre sí mismos y con el otro. La conjunción entre esta incapacidad crítica y la preservación sus propios privilegios conducen a los personajes a la resignación.
A ello se suma, entre otros elementos, el uso de nombres para distintos lugares del complejo JAV, cuya intención alegórica pronto resulta evidente tanto para quien lee como para la experiencia de los personajes del libro (aunque ellos nunca lleguen a cuestionar la naturalidad dada a dichos nombres): “Tomé el pasillo de los pensamientos productivos hacia el sur. La sala de internet estaba abierta pero vacía. Llegué al santuario de la relajación” (111). Abundan espacios como “la ciclorruta del éxito”, “el pasillo de la personalidad triunfadora”, “el pasillo de la actitud positiva”, entre otros. Como en el caso de las explicaciones que anulan el misterio, el potencial de los nombres alegóricos que al principio es evidentemente irónico, se erosiona por repetición.
Pareciera que en las alegorías se refleja la imposibilidad de los personajes para mirarse a sí mismos y llegar a un lugar diferente a la resignación frente al orden establecido. El revés de este tapiz es que Conspiración iguana muestra casi con transparencia el lugar vital que juega el lenguaje, la forma, en la subversión del orden. Es decir que, sin una transformación del lenguaje capaz de nombrar y narrar al otro en su complejidad, de imaginar un mundo distinto al establecido, la energía rebelde pronto se transforma en un dispositivo para la afirmación del statu quo.