“Yo soy Sirena Selena, yo soy Isabel la Negra, y yo soy ‘M’ de Cualquier miércoles soy tuya, y soy un montón de gente. […]. Un narrador es eso: mucha gente que te habita, que sale del barro de tu piel y pide que cuentes su historia”. Así describe Mayra Santos-Febres (Puerto Rico, 1966) en una entrevista la intimidad de la que surgen los protagonistas de sus novelas. Sus palabras ilustran además temas recurrentes en la poética y trayectoria de esta escritora puertorriqueña, que exploro en este ensayo con énfasis en sus dos libros más recientes: Antes que llegue la luz (2021) y Lecciones de renuncia (2021).
Dentro de los aspectos distintivos de la obra de Santos-Febres se reconoce su preferencia por sujetos y espacios tradicionalmente marginalizados —desde matronas de burdel, hasta mujeres negras y mulatas en la academia o la ciencia—. Pero lo que distingue a sus personajes no es tanto su condición marginalizada como su astucia para desafiar las barreras tradicionalmente asociadas a sus identidades y reclamar espacios a los que no han sido invitados. Los protagonistas de Santos-Febres comparten con la escritora esa lucha que, en su caso, ha supuesto abrirse camino como creadora y productora de conocimiento desde su posición como mujer negra. Hay algo de ella en el muchachito travestido de su primera novela, Sirena Selena vestida de pena (2000), que blande como arma su extraordinaria voz. También hay algo de Santos-Febres, quien se doctoró en la Universidad de Cornell, en la protagonista atrapada en el disfraz de historiadora de Fe en disfraz (2009), y en Julia (de Burgos), la escritora que en Yo misma fui mi ruta (2014) maniobra entre el camino que diseñó para sí misma y el que otros asignaron a su piel y su palabra. Algo de su posición como celebridad mediática se vislumbra también en la científica debatiéndose entre su romance con la cultura popular encarnada por su amante y el afán de ser tomada en serio en La amante de Gardel (2015), novela por la que obtuvo el Premio Nacional de Literatura de la Academia de Farmacia de Francia en 2019. De la mano de sus personajes, el mundo afrocaribeño se revela como un campo no solo de batalla sino de cosecha, abonado por la creatividad, la dignidad y el ahínco.
La entrevista citada revela además cómo concibe su oficio Santos-Febres, quien ha hecho de su palabra un instrumento —de seducción, deleite, revelación, incomodidad— para tocar o tumbar puertas, y que entren tras ella aquellos tradicionalmente concebidos como “los otros”. Esa misión da coherencia a las variadas facetas de su trabajo, que aúna la creación, el activismo y su labor como profesora y mentora, además de crítica, poeta y narradora. Desde la aparición en 1991 de su primer poemario, El orden escapado, Mayra Santos-Febres ha publicado otras cinco colecciones de poesía, cuatro de cuentos, seis novelas y dos libros de ensayos, además de antologías de escritores, numerosos artículos y volúmenes de literatura juvenil. Prolífica ha sido igualmente su actividad en la escena cultural en Puerto Rico, el Caribe y América Latina, donde es una figura de reconocida influencia. Entre sus creaciones está el Festival de la Palabra, que entre 2009 y 2019 llevó a una primera plana de escritores internacionales a las plazas, escuelas y barrios de San Juan, esfuerzo que le valió la “Medalla de Oro al Trabajo Cultural” de las Naciones Unidas. Más recientemente, Santos-Febres se ha concentrado en promover el estudio y reconocimiento de la cultura afropuertorriqueña. En 2021 fundó el Programa de Afrodescendecia y Racialidad de la Universidad de Puerto Rico, y en marzo de este año fue anfitriona de la primera Cumbre Internacional de Afrodescendencia en San Juan.
Sus dos libros más recientes exploran desde una intimidad inusual el peso que supone ser esa mujer movida por un yo en colectivo. Antes que llegue la luz recrea en primera persona y desde su propia casa, la catástrofe que supuso para los puertorriqueños el azote doble de los huracanes Irma y María, y el extenso apagón que en el 2017 los desconectó del mundo. En Lecciones de renuncia, la voz lírica de una escritora nos guía por las batallas interiores suscitadas por encarnar en sus múltiples facetas a una incansable guerrera de las palabras.
En Antes que llegue la luz, Santos-Febres se ubica en el ojo del huracán y como caja de resonancia de una polifonía de voces que atestiguan los recursos de los que se valieron los puertorriqueños para sobrevivir a la peor de sus tragedias naturales. Nunca fue mayor el reto a sortear ni más vulnerables los sujetos que se abren campo con la escritora, literalmente saliendo del barro, y nunca fue más bella su destreza para sobrevivir con dignidad y hacer brillar la esperanza. Los protagonistas son, en principio, Mayra, sus hijos y una amiga, Alexia, sorteando desde su condominio de Ocean Park el apagón causado por Irma. Aquel es el preludio de lo aún inconcebible: María, un huracán sin precedentes, un despojo incuantificable, una pérdida de cuyas dimensiones no puede dar cuenta la escritora que había sido hasta entonces Santos-Febres. Quizás por ello el registro personal y realista elegido para este libro.
Quienes seguimos el impacto de María, reconocemos las líneas básicas del drama retratado por la escritora: el abandono federal de un país cuyo protectorado constató su inquina en el momento de mayor necesidad; la corrupción del gobierno local, devorando con su gula ancestral, la poca ayuda recibida; la fidelidad agónica de la diáspora puertorriqueña, apoyando desde afuera la reconstrucción de su isla de ensueño; y el éxodo masivo de los que no vieron otra salida que lanzarse a los brazos de la madrastra poderosa. Lo que pocos conocíamos es la fuerza de los que se quedaron adentro. Los embrollos, acometidas y logros de aquellos que se “alzaron en almas” no solo para sobrevivir sino para garantizar la persistencia de los otros; porque como dice la escritora, no había otra opción: “en este clan se pierde en colectivo. Ser ‘individuo’ es un lujo al que no hemos accedido todavía. Los pobres, los caídos, son la carga de los que van subiendo. La escalada es difícil, cuesta arriba. La caída es empinada y sin frenos”. Esa es la historia que brilla en el testimonio a múltiples voces que presenta Santos-Febres en Antes que llegue la luz.
En medio de los árboles desarraigados, las casas despedazadas y la razón desgarrada, surge un rayo de luz cuando las organizaciones comunitarias locales se conglomeran en un refugio para quiméricos llamado “El Colaboratorio”. Desde allí se organizan, entre otras iniciativas, la del equipo de Mayra, un grupo de amigos y cómplices que antes llevaban escritores a los barrios durante el Festival de la Palabra, y que se lanza a refugios y escuelas para donar libros, leer en grupo y hacer talleres de escritura. “Nuestro interés no era hacer arte, impresionar con el manejo de la forma, agitar estéticas institucionalizadas, ni educar”, aclara, “solo queríamos convocar a la gente, reírnos, comprobar que estábamos vivos, contarnos las historias y las aventuras, compartir experiencias, comenzar a sanar”. Esta declaración explica la prosa diáfana del libro, cuya polifonía resulta no de un artificio estético sino de los rumores y clamores compartidos en medio del desastre.
La historia personal de Santos-Febres es el puente por el que se cuelan las reacciones de los otros. De la escritora, conocemos sus orígenes en un barrio obrero, las muertes tempranas de su madre y hermano, sus dos divorcios y su devoción de “madre moderna”. Entre las reacciones de los otros, leemos testimonios de camioneros convocados a recoger escombros; electricistas y rescatistas (oficiales e improvisados) aterrados ante la insuficiencia de sus esfuerzos; huérfanos repentinos traumatizados tanto por el horror pasado como por la turbiedad del presente y la incertidumbre del futuro. Protagonista es también el calor sin el consuelo de los aires acondicionados, contribuyendo a las alucinaciones de un mundo que se va llenando de espectros.
A los fantasmas recientes, se unen otras figuras sombrías. Santos-Febres registra la emergencia de los adictos sin hogar, tomándose las calles de la ciudad desierta para cosechar entre los escombros, y de otra gente “borracha de cosas”, útiles e inútiles, libradas en la desolación de los centros comerciales. La reflexión de la escritora remite estos espectros a las luchas inconclusas de la colonia más antigua de las Américas, y al desastre agazapado tras la ilusión de una isla latina “modernizada” bajo el patronazgo estadounidense.
El clímax de esa condición doblemente espectral de la isla coincide con el retorno de la electricidad. A la autora le agarra leyendo en la prensa el conteo extraoficial de los muertos dejados por María y su secuela, entre ellos los suicidios que sucedieron al desastre. Los cerca de cinco mil caídos podrían parecer poco en un mundo postpandemia, pero no lo son en el recuento de Santos-Febres. En la escena final, el lirismo de “un tropel de alas” de libélulas contra un atardecer feroz fija la tensión no solo entre la muerte y la vida, sino entre la realidad y el poder de la imaginación. Pues quizás la mayor revelación de este libro es la atestiguada ya no por el número de víctimas sino por las nueve mil seiscientas treinta y ocho personas participantes en los talleres organizados por la escritora y su grupo. Con la usual destreza narrativa de Santos-Febres, Antes que llegue la luz plasma un Puerto Rico que, en medio de la zozobra, lee, y que, al mismo tiempo, clama por ser leído: “Escriba, escritora, escriba. No se olvide de mí”.
“¿A qué renuncia la mujer que escribe/ por qué es guerrera la mujer que escribe,/ qué batalla es la que tiene que enfrentar?” —se pregunta la voz lírica de su último poemario, Lecciones de renuncia. Un yo en colectivo, vocero de la experiencia de las mujeres creadoras y sabias, nos conduce por las batallas internas que suscita ser como el mítico Atlas, llevando el mundo a cuestas, cuando se vive en un cuerpo de mujer. La única forma de alivianar el peso parece ser renunciar a algo, pero, ¿a qué?
En los primeros poemas, la renuncia es el desapego afectivo demandado por “las viejas de la estirpe” en pro de la concentración y la dureza requeridas para pelear con las palabras. Es, a su vez, la consecuencia de ser ese objeto exótico y peligroso que ha sido históricamente la escritora: “a las guerreras las marca siempre la renuncia […] todos la[s] desean y le[s] temen/ pocos se aventuran a tocarla”. En los dilemas suscitados por esa renuncia del yo lírico se reconocen los de mujeres en la academia tratando de operar en el reino exclusivo del conocimiento, escritoras silenciadas por el monopolio masculino de la palabra, como Sor Juana, y las anuladas hasta el suicidio por el azote del rechazo íntimo y social, como Alejandra Pizarnik, ambas homenajeadas en el libro. Heredera de “la sabia convertida en bruja y en ceniza”, la mujer pensante debe renunciar a ser otra cosa que una mente racional.
¿Pero qué pasa cuando la guerrera se niega a ignorar los placeres y dolores de la carne?, cuando se es “piel y papel”, como sugiere el título de una colección de ensayos de Santos-Febres; o cuando “este cuerpo es un país”, como dice otro poema e ilustra Antes que llegue la luz. Esta escritora es amante, esposa, madre, proveedora, figura pública. A sus “dedos tecleando” se superponen en su vida diaria las necesidades de sus hijos, “la naturaleza muerta de los platos/ en el fregadero/ el marido nuevo leyendo internet”. Esos otros se le imponen en el espacio y tiempo de la creación, negándose a hacerse a un lado para que la mujer que escribe se dedique solo a producir conocimiento. La escritora forcejea, desgarrada por el conflicto simbolizado en “el tibio olor del innombrable feto/ que siempre habitará el aire que respiran mis hijos/ mientras escribo”.
Una vez más, su lucha es individual y colectiva, pues “¿qué hace una mujer que escribe con el mundo?/ ¿cómo lo recompone/ para que quepan otras mujeres/ otros seres de la tinta/?” Poco a poco la escritora se resigna a no poder seguir los preceptos que excluyen el cuerpo y reniegan de los afectos, “porque existir no es lo mismo que vivir./ la vida exige otra potencia:/ saltar al abismo transformada”. Entiende entonces que la renuncia que ha de alivianar el peso del cuerpo mundo de la mujer que escribe, está en despojarse de la tiranía de la racionalidad, ese ropaje que también lacera a la protagonista de su novela Fe en disfraz. Una vez transformada, la sobreviviente y ahora ancestra sabia de las guerreras que han de venir, augura el final del desgarramiento y la guerra interna para las escritoras: “la soledad se vence a sí misma/ con más soledad/ solo con eso/ y con más tinta./ Al fondo,/ allá,/ está la presencia que buscas./ después, un poco a la izquierda o quizás a la derecha./ queda el amor”.
La pregunta última que propone la escritora de este poemario, y que encarna Santos-Febres, es si se puede ser en colectivo sin colapsar ni renunciar a tu propia humanidad. El poema final de Lecciones de renuncia ofrece una respuesta optimista. A fuerza de “desandar” los caminos que escindieron su ser, la escritora regresa a “una simple niña disfrazada de mujer sabia” que se pregunta: “¿será que al fin,/ después de tanta huida,/ me he ganado el privilegio/ de nacer en libertad?”.