He tenido el privilegio de escuchar los cuentos y los poemas de Fabio Morábito en distintos momentos de su escritura, gracias a que formamos parte de una misma tertulia desde hace muchísimos años. En la escucha, como él ha señalado en algunas entrevistas, los textos nos revelan muchos de sus aciertos y sus fallos, pero también otros caminos a seguir.
Hablando de caminos, los de su prosa —y los de toda su obra, por supuesto—, siempre me han sorprendido. Cada relato conduce a un lugar inesperado, no por lo sorpresivo sino por la manera en que llega a él, lo cual sucede también en sus poemas: hay una inteligencia detrás de esas historias que piensa de una manera más profunda y nos seduce siempre. Cuando, después de un tiempo, me reencuentro con los mismos textos que escuché ya publicados, al gusto se añade la sorpresa de saber a dónde llegó ese camino que lo vimos emprender en la tertulia, como un excursionista que al cabo de un tiempo regresa del bosque con la mochila llena de plantas que no conocíamos. Y sigo hablando de caminos porque la narrativa de Fabio Morábito posee un componente espacial que es muy importante: se desarrolla en el campo, en lotes vacíos, edificios, playas, cementerios, albercas, pistas de carreras, departamentos, habitaciones y hasta en la ciudad de Troya, todos los cuales terminan siendo territorios un poco filosóficos, pues en las líneas que cruzan o los cruzan —bajo la forma de huellas, carreteras, competencias, muros, barreras o el célebre caballo— se expresan muchos de los conflictos que constituyen nuestro centro humano.
Pienso en Fabio como un excursionista igual que podría pensar también en un corredor o, como solía pasarme durante algún tiempo, en un nadador experto. Sus historias dejan la impresión de que en ellas ha quedado fuera todo lo que pudiera oponer resistencia al flujo de las palabras, como los nadadores que se rapan la cabeza y buscan la lisura en sus trajes y aditamentos. El trabajo de escritura de estos cuentos parece ser de desnudez, de dejar lo indispensable, eludir el adorno complaciente o la solución fácil; aun así, el misterio subsiste o, peor aún, se hace más profundo, porque la mirada que guía las acciones es sumamente detallista, cuidadosa, y el ritmo límpido de la prosa, como sucede en la narrativa de Italo Calvino, no hace sino conducir la lectura sin distracciones innecesarias. Cito la respuesta que Fabio dio hace unos meses en una entrevista a Mónica Maristáin: “Como género yo pienso que la poesía en realidad está más cerca del cuento. En algunos aspectos más que de la propia novela. La forma de construir un poema es la forma de construir un cuento. Es decir, tantear un poco en la oscuridad, sin saber muy bien lo que viene, escuchar profundamente lo que está escrito para que de eso se deduzca casi fatalmente lo que sigue. Eso en la poesía es clarísimo, nadie puede prever el siguiente verso, pero en el cuento también existe”. Esa escucha de “lo que sigue” nos lleva, por decir así, a la verdad del cuento. Muchas veces hemos leído relatos en la tertulia y a menudo el comentario radica en encontrar cuál es el centro de la historia, dónde está el ángulo que revela su naturaleza más inquietante y hace que valga la pena contarla.
Quizá por eso mismo, por esa especie de sumersión similar a la de la poesía, los cuentos de Fabio Morábito tienen un carácter hipnótico: se fija en un punto, traza una línea y nos invita a seguirla, un poco como las huellas en la arena que sigue un podólogo en una playa en el cuento “Huellas”, del libro Grieta de fatiga y que va interpretando conforme avanzan hacia las rocas y se hace de noche. También se hace de noche en “En la pista” de Madres y perros, su más reciente libro de cuentos, donde unos corredores van dejando que salga su naturaleza animal en la oscuridad; este cuento, con su particular y contenida violencia, es uno de los suyos que más me gustan.
“Madres y perros”, el cuento que da nombre al libro, trata de un hombre que debe alimentar a la perra de su hermano en lo que éste cuida de la madre de ambos en el hospital. El temor a la perra le impide entrar en el departamento, por lo que vive entre la zozobra y la culpa de saber que el animal está hambriento. En los ires y venires de este conflicto aparentemente secundario se dirime el conflicto central, que es la muerte de la madre. Como señalaba al principio, también son notables los lugares donde transcurren las historias de Madres y perros: una cantera, un lago, una carretera, una playa en la noche, un bar en el Berlín que despierta, la fiesta de una vecina a la que el protagonista ingresa porque perdió su llave, una carretera desierta en la que dos hombres esperan un autobús, uno frente al otro. Territorios un poco desiertos, siempre ajenos y a la vez llenos de enigmas y posibilidades, como los lotes baldíos de que hablaba el propio Morábito en uno de sus primeros libros.
Estos recorridos son también los de la escritura y el pensamiento, pues se extienden a sus libros de ensayo. También Berlín se olvida es un libro de viaje sobre la ciudad de Berlín, en la que Fabio Morábito vivió durante un año. En él nos devuelve una ciudad en la que el agua, el idioma, los transportes, las personas, representan coordenadas para el viajero, límites que al irse traspasando transforman la percepción y la forma misma de aquella ciudad en la que, según nos cuenta, no leyó nada y se dedicó a caminar. Sus pasos recorren Berlín a la busca de una escritura formada por los signos de esta ciudad gris:
El gris es un color correctivo, obra en el espíritu como una lija que quita sedimentos inútiles, y Berlín, tan gris y extendido, tan reacio a levantar la voz, tan lleno de paréntesis de agua que lo salvan de ser perfecto, sabe reducirse a un asunto íntimo de cada uno, lo que es ideal para escribir y caminar. No agobia con su belleza, porque carece de ella, ni con alguna peculiaridad, porque casi no tiene.
En ese caminar y en la observación fina de aquello que lo circunda, es muy notable su percepción del agua en las ciudades: hay ciudades que se mueven con el agua, las que secundan a los ríos que corren, y ciudades que se dispersan, impávidas, junto al agua quieta, ciudades que no se pueden concentrar. Otra línea que su escritura señala es la del S-Bahn, un tren que recorre la ciudad a la altura de las copas de los árboles, donde el viajero descubre la intimidad entre los nidos de los pájaros y los interiores de los departamentos. Al ceñir a la ciudad a media altura, dice Morábito, “el S-Bahn tiene algo de aguja que cose un hilo alrededor de Berlín y tal vez cuando se construyó a fines del siglo pasado, se quería, más que proveer a Berlín de un medio de transporte, crear alrededor de esta ciudad que es fruto de una agrupación de pueblos, un lazo que la cohesionara, una última vuelta de tuerca que dejara todo apretado y en su sitio”.
Las historias que Fabio teje alrededor de aquellas coordenadas en También Berlín se olvida están cubiertas del humor punzante y fino de aquel que observa y sonríe para sí mismo, o bien de la melancolía ante ciertos límites: la dificultad para hablar con soltura el alemán, el frío que encierra en sus casas a las putas e impide la amistad del hijo y los compañeros de escuela, la cual florece por fin en primavera.
Este humor está muy presente en un libro de cuentos anterior, La vida ordenada. Su personaje principal, especie de narrador con un carácter similar en todos ellos —de hecho en dos de los cuentos se llama Antonio—, es siempre víctima de una curiosidad que lo lleva a indagar en los detalles de las situaciones, lo que pareciera abrir en ellas grietas insospechadas que justamente trastocan el orden de la vida. Detrás de las puertas cerradas de la vecina del departamento, la casa de la pecera, la del departamento de los alemanes donde el narrador imaginó que había una orgía, el departamento al que el reo no quiere entrar, o tras una melodía tocada al unísono en el piano con la madre de un amigo, habitan muchas veces el aguijón del deseo o la daga del dolor que se le clavan a ese personaje muchas veces guiado por pistas falsas, cuya labor de descubrimiento entorpecen y azuzan a la vez las pequeñas cosas de la vida, los actos y gestos de los otros, entretejidos con sus propios recuerdos, sus conflictos y sus deseos.
Hablo de La vida ordenada porque en su espíritu, si se puede llamar así, encuentro el germen de las dos novelas de Fabio: Emilio, los chistes y la muerte y El lector a domicilio. Se alcanza a sentir un poco lo que él dice respecto a que sus novelas son cuentos que se alargan quizá más en la primera, una hermosa fábula sobre la amistad entre Emilio y Eurídice, un niño de diez años y una masajista que se conocen en un cementerio vecino al que Emilio va a jugar. Esa relación en apariencia dispareja los ayuda en su difícil tránsito entre los muertos: el tránsito del duelo, en el caso de ella, la muerte de la niñez y del amor entre los padres, en el de Emilio. El espacio de las tumbas y los departamentos delimita esas coordenadas en las que Fabio pone a jugar el misterio de las relaciones humanas, el toma y daca de los cuerpos y el deseo desde la mirada del niño.
Más compleja, más “novela” por decirlo así, es El lector a domicilio, merecidamente premiada y reconocida ya en otros países. Su protagonista, un joven que ha cometido un delito menor, recibe el castigo de ir a leer en voz alta a las casas de los ancianos. Dueño de una hermosa voz, no acaba de entender lo que lee y se termina involucrando en una serie de historias, algunas de ellas algo sórdidas. Yo siento que aquí Fabio, sin dejar de lado la fábula, se deja llevar por el enredo novelesco con el placer ya no de un excursionista sino de un capitán de barco. Aquí el tema de la escritura y la lectura como actos performáticos, tema que en muchos cuentos aparece desde antes, adquiere a veces un tono de grand guignol cuando entran en el juego personajes como el hermano ventrílocuo y la familia de sordos; de otra parte la poesía aparece en esta novela de una manera entrañable a través de la poeta Isabel Freire. También aquí el escenario se amplía y la ciudad de Cuernavaca aparece como telón de fondo de una historia que se dirime en los libros y los extraños personajes.
En la tertulia es difícil leer novelas: siempre hay quien faltó cuando tocaba leer el capítulo anterior y ahora no entiende nada. Por eso me queda la curiosidad de saber qué revelarán las novelas de Fabio al ser leídas en voz alta: quizá necesitaré un lector a domicilio. Eso sí, gracias a la tertulia sé en qué espacios se desarrollarán los próximos cuentos de Fabio; por obvias razones no lo puedo revelar. Los lectores, imantados con su prosa, habrán de esperar a que salga el libro que nosotros escuchamos.