Fiebre Tropical, de Julián Delgado Lopera (Feminist Press, 2020), atrajo a los lectores por su uso radical e irreverente del spanglish, que descentra al inglés en Estados Unidos. Mientras leía la novela, no dejaba de preguntarme cómo la abordaría un traductor para mantener las yuxtaposiciones y la espontaneidad lingüísticas. Hasta el momento, la novela se tradujo al portugués brasileño, de la mano de la escritora y traductora Natalia Borges Polesso, y al español colombiano, de la mano de Juana Silva Puerta. Para indagar en ese proceso, hablé con Silva Puerta sobre su experiencia, y lo que se produjo fue una conversación deliciosa sobre los desafíos que debió atravesar, y una descripción de reuniones por Zoom que consistían en debatir la traducción de “homegirl”, revisar borradores y bailar.
Sarah Booker: ¿Cómo se dio que tradujeras Fiebre Tropical?
Juana Silva Puerta: Por pura casualidad. Antes de la pandemia, trabajaba en la Cámara Colombiana del Libro, donde conocí a Carolina, la editora del libro. Carolina suele trabajar con literatura juvenil pero, si bien esta novela no se comercializó así, por su versatilidad, ella quería publicar la traducción. Me lo propuso y me planteó que tradujera una muestra de las primeras páginas. Eso fue en abril de 2020, cuando estábamos todos guardados en casa y sin esperanzas de ningún tipo, y por eso me entusiasmé mucho cuando supe de este proyecto. Al final, quedó entre otra persona y yo; hicimos una segunda muestra, y a Julián le gustó la mía. Fiebre tropical nació de la pandemia y del cambio de paradigma en el que estábamos todos metidos. A todos los que participamos nos entusiasmaba el libro por lo osado que es, porque desafía muchas ideas preconcebidas de lo que debería escribirse en inglés y en español y de lo que no.
No es una primera traducción literaria normal; ya sé que estoy debutando con un texto audaz. Estudié idiomas toda mi vida y siempre me interesó sondear qué reglas se pueden romper. Siempre fui un tanto insolente como traductora, en cuanto a que entiendo que las reglas gramaticales y sintácticas son constructos sociales. Siempre sentí esa tensión entre lo que es estándar y lo que es desviación en camino de convertirse en estándar. Y lo que tanto me atrajo de este proyecto fue su manera maravillosa de romper las reglas. Me encanta que Julián haya querido poner incómoda a la gente. Los lectores tienen que sentir esa incomodidad de no saber exactamente qué está pasando y de estar frente a algo que muta constantemente, que es oral y hasta violento, porque se te vienen encima esos golpes de discurso que se entrecruzan.
SB: ¿Cómo fue el proceso de traducción?
JSP: Al principio —Julián se burla de mí por eso—, intenté categorizar todo. En el primer capítulo, subrayé con distintos colores las palabras en inglés, las palabras en español que se podían traducir al inglés y las palabras que tenían que quedar en el idioma original, y empecé a trazar un mapa de expresiones. Eso me ayudó a entender los ingredientes de la escritura de Julián, aunque enseguida me di cuenta de que no podía ir con un abordaje tan estructurado. Todo empezó muy académico en cuanto a las estrategias de compensación, y después se fue volviendo más intuitivo a medida que iba conversando con Julián sobre su proceso de escritura.
SB: Es interesante que digas que se volvió un proceso intuitivo, porque Julián ha usado exactamente la misma palabra para hablar de su estilo, ha dicho que no es un académico que combina una determinada cantidad de palabras en cada idioma sino que se rige por la intuición. Pero también entiendo la necesidad de empezar a diseccionar el texto para ver cómo funciona en inglés antes de poder decirlo en español.
JSP: Exacto. Tuve que abordarlo primero como traductora y después como escritora.
El día en que empezamos el proceso de traducción propiamente dicho, Julián me dijo que bailar lo inspiraba mientras escribía, y me dio una playlist para bailar. Tuve que empezar mi sesión de trabajo bailando con música que aparecía en la historia y que había inspirado el libro. Eso me ubicó en la mentalidad de Francisca. Como narradora, Francisca es muy oral; es como un vendedor de un mercado de pulgas que no para de tentarte. Te habla directamente a ti pero, al mismo tiempo, te da una perspectiva comunal. La narración es espontánea y siempre está entrelazando distintas cosas que pasan. Cuando empecé a traducir, tuve que olvidarme de todas las estructuras que me habían enseñado; adiós a la concordancia entre sujeto y verbo, hay que cuestionar todo, verlo desde otra perspectiva, si la idea es hacer una traducción que refleje un libro que es en sí mismo un acto desafiante. Así que… tuve que bailar.
Y se fue convirtiendo en un trabajo en equipo en muchos sentidos. Julián, Carolina y yo nos reuníamos más o menos una vez al mes. Yo les enviaba uno o dos capítulos, ellos me hacían sus comentarios, y analizábamos el significado de la palabra “homegirl” y sus posibles traducciones. Fue tan difícil que Julián hasta hizo una encuesta en Instagram sobre el tema.
SB: ¿Y cómo la tradujeron?
JSP: Combinamos muchas estrategias. En algunos diálogos, dejamos “homegirl”. También usamos “socia” como compensación por “parcera”, que es demasiado de Medellín. Tomamos “socia” de Junot Díaz, de la traducción de Achy Obejas de Oscar Wao. Eso fue lo que más usamos. Pero también hubo que apelar a otras traducciones, porque Francisca dice “homegirl” cuando le habla a su amiga Carmen, pero también cuando le habla a la mamá, y no podíamos usar la misma palabra para su mamá y sus amigas.
Las charlas con Carolina y Julián eran geniales, porque empezábamos recomendándonos libros y películas. Yo me devoré RuPaul’s Drag Race por el slang en inglés relacionado con la cultura ballroom que pudiera servirme para la traducción. También estudié el slang que usan los subtituladores.
SB: Hablando de Drag Race, quería preguntarte por el vocabulario queer que aparece a lo largo de la novela. ¿Cómo lo abordaste en tu traducción?
JSP: Hay muchas pistas para la comunidad drag y la comunidad queer en el libro. Julián dejó miguitas de pan para la comunidad LGBTQ, solo perceptibles para sus miembros. Por ejemplo, el capítulo 3 empieza “Category is”. Esa frase viene de Paris Is Burning, sobre la cultura ballroom de Nueva York, donde tienen categorías para recorrer la pasarela. En español, no podíamos quedarnos con “La categoría es…” y ya. Terminamos usando una consigna de las Tupamaras (el movimiento drag de Bogotá), que es “Póngales tapas a los tacones que la siguiente categoría es.” Son cosas que usa la comunidad drag. Fue un modo de insinuar que el libro también se trata de una exploración del cuerpo, aunque Francisca no se identifique como trans.
Para mí, este proyecto se convirtió en un portal que me llevó a adentrarme en un mundo con el que no estaba familiarizada. Tuve que hacer un curso acelerado sobre cultura drag, ballroom e identidad queer. Tuve que leer mucho; releí a Junot Díaz, leí Papi de Rita Indiana, Pedro Lemebel. Usé el Diccionario de colombianismos y el Bogotálogo, que yo adoro y Julián también. Nos obsesionamos coleccionando fragmentos de discurso que pudieran ayudarnos con la traducción.
SB: En cuanto a las diversas capas de discurso de la novela y a los métodos creativos y poco convencionales que tuviste que adoptar, me interesa saber si hubo desvíos importantes con respecto a la versión en inglés.
JSP: El proceso fue colaborativo, así que, cuando hubo algún ligero desvío —porque no fueron tantos como se podría pensar—, lo conversé a fondo con Julián. En general, cuando ocurrió, tuvo que ver con el slang. Y ni siquiera era el slang de la juventud, sino el de la mamá y la tía, porque hay cosas que las madres y las tías dicen en el libro que sonarían extrañas en español. Las decisiones más importantes fueron las de qué personajes podían hablar spanglish y cuáles no. Porque, en inglés, la madre y la abuela tenían que cambiar de código para que los lectores pudieran entender su latinidad, pero en español, no tenía sentido que hablaran inglés. Así que decidimos que determinados personajes no hablaran spanglish. Lo compensamos con mucha más habla de tía, con dichos o frases que diría mi mamá.
También estaba el gran debate sobre cómo asegurarnos de que el carácter diaspórico del libro pudiera percibirse en español. El libro está narrado por Francisca, una inmigrante colombiana que usa el inglés como lengua de supervivencia en un mundo que le es ajeno, de modo que todo inserto en español se usa para reclamar identidad. En Latinoamérica, en cambio, el inglés suele usarse en contextos de clase alta como una manera de demostrar estatus. Esa fue una cuestión fundamental: cómo procurar que el inglés que usáramos sonara tan a resistencia como el español en el libro original sin que los lectores sintieran el inglés como una imposición.
También pensamos cómo buscar que el lector en español sintiera la misma incomodidad que el lector en inglés; cómo incorporar el inglés de manera tal que el resultado fuera extraño para el lector monolingüe en español sin perder el sentido, y sin perder esa rebeldía que suele haber en el cambio de código. Al final, hay mucho más español en la versión en inglés que inglés en la versión en español. Compensamos la falta de inglés con más palabras caribeñas. El Diccionario de colombianismos y el Bogotálogo fueron importantes, como también lo fue hablar con mis amigos. Mis chats grupales se convirtieron en bellísimas encuestas de traducción, del estilo de “cómo se dice tal cosa”, “cómo diría tal otra tu mamá”, “cómo se diría esto en la escuela”. También llamaba a las amigas de mi mamá de Cartagena para preguntarles qué dirían ellas y sus abuelas.
Como Julián es bilingüe, capta muchas sutilezas que a un autor monolingüe se le pasarían. Para mí, eso también es clave a la hora de meterme en la cabeza del autor. Cuando traduces una novela tan íntima como la de Julián, te encuentras con mucho del alma del autor en ella. Yo me sentía como si estuviera tomando prestadas las prendas drag de Julián, como si me estuviera robando cosas de su ropero. Estaba tomando prestada su manera de percibir el mundo, que es una responsabilidad enorme.
SB: Como traductora, a veces se me hace raro acceder tan profundamente al autor a través de su escritura, mientras que lo opuesto nunca sucede en el mismo grado, ni siquiera una vez que forjamos una relación.
JSP: Es raro, porque parece que estuvieras espiando por la ventana y viendo su intimidad. En mi caso, fue divertido. Trabajamos durante un año y estábamos todos en confinamiento, así que compartimos mucho. Yo me casé, y Julián y Carolina estuvieron invitados a la boda (por Zoom). Yo suelo ser tímida cuando recién conozco a la gente, pero con ellos enseguida estábamos hablando de identidad, de nuestras experiencias con las distintas lenguas y con la familia. Tuve que hablar mucho de mi mamá y de mi abuela, porque una de las condiciones de Julián para quien tradujera la novela era que tuviera una familia grande con la que se llevara bien. Tuve que contarle que tengo mil primos y describirle a mi abuela y a mis tías, y eso se volvió toda una conversación sobre quién soy como traductora, para que él supiera si yo podría entender todos los niveles del discurso.
SB: Una diferencia entre tu traducción y la traducción al portugués de Natalia Borges Polesso es que ella usa notas al pie y un glosario para explicar algunas de las palabras en español. ¿Consideraste hacer lo mismo?
JSP: Lo conversamos. No usamos notas al pie porque no queríamos que el libro fuera explícito. En mi primer boceto de los primeros diez capítulos o algo por el estilo, probamos con distinta puntuación, como la raya en español, para ver si eso podía ayudar al lector. Pero cuando estábamos a mitad de camino, decidimos no ayudarlo, porque la narración tenía que confundir. El libro mismo me lo estaba diciendo. Hay partes del libro donde los diálogos se mezclan con la voz interior de Francisca, donde se desdibujan los límites. Era mejor para nosotros mantener esa extrañeza en lugar de ponernos a explicarle al lector qué era diálogo y qué no. El libro lo permitía; me dejaba explorar hasta dónde podía llegar con la convención y hasta dónde podía llegar desviándome de la norma. Y resultó que era un libro rebelde de punta a punta.
SB: ¿Encuentras temas de traducción dentro de la historia que se relacionen con el proceso de traducción?
JSP: Francisca está permanentemente reflexionando sobre el peso del español y el inglés en su vida. Ese es un proceso de traducción. Julián me contó que, cuando empezó a ir a la escuela en Estados Unidos, escribía sus composiciones en fonética, en español, para saber cómo pronunciarlas en voz alta si lo llamaban al pizarrón. Eso es pensar como traductor. Y cuando Francisca se incorpora al grupo juvenil y observa los gestos y las maneras de usar el idioma y la comunicación no verbal de los demás —los choques de manos, los rezos, las manos en alto—, eso también es traducción. Y el libro reflexiona también sobre la traducción cultural.
SB: Una cosa en la que pensé mientras leía fue en la tristeza de mujer que aparece a lo largo del libro, y en cómo se traduce de una generación a la siguiente, cómo evoluciona con el paso de las generaciones.
JSP: Sin duda. No solo hay elementos culturales que se transmiten de generación en generación; también hay indicios lingüísticos. Hay dichos como el de “pájaros tirándole a las escopetas” que Francisca empieza a incorporar en su propio discurso, que vienen de su mamá o de su abuela.
SB: Ese bagaje de frases se empieza a reducir cuando llega a Miami y ya no está rodeada de sus amigos, y de pronto se ve restringida al uso de la lengua de las generaciones anteriores y de los demás hispanos de su círculo.
JSP: Ese es otro aspecto genial del spanglish de Francisca: no es estadounidense colombiano, es hispano; también hay mucho slang cubano, mexicano, portorriqueño y dominicano, además de expresiones de la experiencia de vida de Julián. Queríamos mantener eso en la traducción, así que exploramos el slang de México y de otros países para asegurarnos de que funcionara al traducirlo.
SB: ¿Estás trabajando en algún otro proyecto?
JSP: En este momento, no. Estoy en un período como de transición pero, gracias a Julián, estoy explorando escritores hispanos que trabajan en inglés. Es un campo que está muy activo, y me interesaría mucho trabajar con algunos de esos escritores. Está Myriam Gurba y su libro Mean, por ejemplo. Fiebre me abrió los ojos a una posibilidad que no conocía: la de tener una conversación con inmigrantes hispanos por todo el mundo que están produciendo literatura de alta calidad en el exterior que tiene que verse en Latinoamérica, en Colombia. Muchos de ellos están investigando de distintas maneras la naturaleza diaspórica de la lengua. Me interesa explorar qué puedo hacer con la lengua, todas las reglas que puedo romper. Toda mi vida fui una nerda de las reglas; romperlas es terapéutico para mí. También traduzco del italiano, así que mi próximo objetivo es indagar un poco en esa área también.
SB: Por último, ¿qué te enseñó esta experiencia de traducción sobre qué puede ser una traducción?
JSP: Fue una experiencia de traducción sin igual. Cuando lo comento con mis colegas, no pueden creer que tuviera un grupo de WhatsApp con el autor y la editora, y que me diera el gusto de ver RuPaul’s Drag Race. Hubo unas cuantas cosas que no suelen ocurrir en una traducción corriente. Pero quizá eso debería ser la traducción: ¡una conversación! Y hay otras maneras de hacer este trabajo, que no necesariamente pasan por estar metido en la cuevita de traductor todo el día, todos los días. Se puede bailar una traducción, se puede recorrer una traducción como una pasarela, se puede traducir como quien se transforma. Julián me enseñó a maquillarme como drag queen. Casi nunca uso delineador, pero intenté encarnar ese espíritu. Convertirlo en una experiencia de colaboración es de lo más divertido, y abre muchísimas posibilidades en cuanto a lo que una puede hacer como traductora.
Traducción de Carolina Friszman
Juana Silva Puerta is a translator and cultural manager. She holds degrees in Modern Languages (2014) and Literary Studies (2015) from the Pontificia Universidad Javeriana in Bogotá. In 2016 she completed a Master’s degree in Translation and Literature at the University of Essex in the United Kingdom. Between 2017 and 2020 she coordinated the children’s and young adult programming for the Bogotá International Book Fair. Fiebre Tropical is her first translated novel. She currently lives in Cambridgeshire with her husband.