¿En qué se transformó tu carrera al trabajar en un programa de escrituras creativas?
La parte más intensa de mi gestión cuando era directora del MFA era coordinar las admisiones con un comité evaluador y asegurar fondos para que todos nuestros estudiantes admitidos tuvieran financiación con ayudantías o becas. Muchas veces me tocaba adaptar los materiales de las solicitudes de aspirantes iberoamericanos al sistema estadounidense para que fueran perfiles competitivos y pudieran ser evaluados por comités externos. Nuestro MFA es en español pero la universidad lo gestiona todo en inglés, por lo que me pasaba muchas horas escribiendo informes y cartas en inglés. Fueron años de mucho trabajo técnico para asegurar que el programa se consolidase.
Ahora que me dedico a mi cátedra de Creación e Investigación y a los talleres, y he pasado la antorcha de la gestión y la dirección del programa, he podido recuperar mi perfil de creadora y lanzarme de lleno con la narrativa. En estos once años he vivido muchos procesos interesantes, pero para llegar a donde he llegado muchas cosas pasaron. Mi primer trabajo como profesora fue en la Universidad Estatal de Appalachia en Carolina del Norte. Allí pasé dos años y medio (desde agosto de 2001 hasta diciembre de 2003), y aprendí mucho sobre las comunidades latinas que trabajaban en las granjas de pollos y los cultivos de tabaco, y la realidad de los adolescentes hijos de muchos de aquellos migrantes. Por otra parte, en mi departamento desarrollamos un currículum académico para formar maestros y creamos una maestría para educadores.
Cuando me fui a trabajar en enero de 2004 a Dartmouth College, en el estado de New Hampshire, tenía un mundo de posibilidades académicas frente a mí y una energía casi volcánica. En esa época me junté con el creador de cómics James Sturm, que estaba viviendo en un pueblo cercano, en White River Junction, en el estado limítrofe de Vermont, para ayudarle con el plan de crear el Centro de Estudios del Cómic (Center for Cartoon Studies). En pocos años James Sturm, con la ayuda de Michelle Ollie, levantó de la nada un MFA (maestría artística) para formar autores de cómics. Mi colaboración durante una década (entre 2004 y 2014), como miembro del Comité Directivo de este centro educativo que funciona con una organización sin ánimo de lucro, me permitió formarme en el espacio de la gestión educativa y el desarrollo de la creatividad. Fuimos pioneros de los llamados proyectos de economía creativa (creative economy), que ayudan a revitalizar zonas, ciudades y pueblos, que perdieron su dinamismo. La escuela de cómic en White River hizo renacer el área, y marca un período maravilloso en mi etapa profesional. Dartmouth College estaba relativamente cerca, y mientras continuaba con mis cursos e investigaciones en Hanover, podía ser testigo, cruzando el río Connecticut, de todo lo que estaba pasando con los jóvenes que querían ser creadores de cómic en White River Junction.
En aquella etapa, viviendo en la zona de Nueva Inglaterra, suceden dos cosas clave que modelan mi experiencia como creadora tallerista. En el otoño de 2007, mi padre, el escritor José María Merino, es invitado por Dartmouth College a dar un seminario de escritura de cuento en el Departamento de Español. Vivir con él un trimestre fue formidable. Tuve la oportunidad de verle en acción con los estudiantes mientras le ayudaba con la logística de la clase del taller de cuento que impartió. Hizo maravillas con los estudiantes, los motivó de una manera sorprendente y logró que escribieran cuentos estupendos. No eran chicos con perfil de escritores, eran jóvenes universitarios que a través de la escritura creativa querían mejorar su español. Por eso ver cómo mi padre adaptaba su experiencia de los talleres de las escuelas de letras de España a ese tipo de perfil me ayudó a entender cómo se podía ampliar el currículum, y cómo dialogaban el campo de la creatividad literaria y el del aprendizaje para fines específicos. Todavía guardo copia del temario de aquel taller de mi padre que tituló “Aproximación al cuento literario”, y que ha sido la base de los talleres de ficción creativa que yo misma he diseñado para la Universidad de Iowa o para la Universidad de San Gallen en Suiza.
En el otoño de 2008, The Center for Cartoon Studies me invitó a impartir el taller de escritura y lectura para los aspirantes a autores de cómic del Master en White River. Tuve entonces la oportunidad de trabajar con el perfil de los creadores de cómic y ayudarles a reforzar su dimensión narrativa y literaria. Un año después me contrataba la Universidad de Iowa para que creara y dirigiera el MFA de Escritura Creativa en español que querían establecer. Mudarme al Medio Oeste fue toda una aventura. Además, aprendía a adaptarme a los tiempos y a la infraestructura de las universidades públicas de investigación estadounidenses. Dartmouth College es privada, y pertenece a la llamada “Liga de la hiedra”, mientras que The University of Iowa es pública y forma parte de las Big Ten. Al margen de las categorías y circunstancias técnicas, ir a Iowa City, cuna de los MFA y del tallerismo literario anglosajón con su prestigioso “Writers’ Workshop”, me pareció una oportunidad única. Pero también supuso una gran renuncia. Dejé un trabajo formidable en Dartmouth College donde mi carrera como investigadora del cómic y los estudios de la infancia estaba despegando y había estado llevando a cabo varios proyectos ligados al activismo y al compromiso como parte de la formación pedagógica. Esos años de Dartmouth y White River coincidieron con el huracán Katrina. Uno de los proyectos que hice fue precisamente ir a Biloxi en junio de 2007, a la zona donde impactó el ojo del huracán, con un grupo de voluntarios a colaborar con “Hands On Gulf Coast” a dar apoyo en las tareas de recuperación. Mientras me encargaba de la logística cotidiana de los voluntarios, ofrecía clases a los niños migrantes que estaban teniendo dificultades para integrarse. Al año siguiente fui con un grupo de estudiantes a República Dominicana para colaborar en unos proyectos con la comunidad haitiana migrante que trabajaba en pésimas condiciones en los batéis de caña de azúcar. También en esa época fui mucho a México a recabar información sobre la realidad de los niños en situación de riesgo y abandono que vivían bajo la tutela del DIF (Centros de Desarrollo Integral de la Familia).
Nos gustaría que nos hablaras un poco sobre el trabajo comunitario que ustedes realizan desde la maestría en Escrituras Creativas de la Universidad de Iowa. ¿Qué tiene que ver la escritura creativa con el trabajo comunitario? ¿Cómo se alimentan entre sí esos dos procesos? ¿Cómo surgió ese proyecto?
Cuando me ofrecieron la posibilidad de desarrollar el MFA de Iowa pensé que era fundamental que aquel proyecto de escritura creativa tuviera un componente de activismo social claro. Que la creatividad y los talleres tocaran a la comunidad que los rodeaba, y que los escritores compartieran esa pasión por la lectura y la escritura con los niños y los adolescentes de las comunidades hispanas. A la vez que fui creando, desde mi llegada a Iowa City en agosto de 2009, todo el currículum académico, los talleres técnicos y el plan de estudios del máster de Escritura, para que fuera aprobado por los diferentes organismos de la universidad, incluidos los llamados Regents del estado; diseñé y fundé el Spanish Creative Literacy Project donde los niños y los adolescentes han sido la prioridad en los talleres y otras actividades comunitarias que llevamos haciendo desde 2010. No podía entender la creatividad como profesión, sin ese aspecto comprometido del tallerismo social. Pensé en la figura del escritor como un intelectual que tiene que dialogar con su presente y compartir su pasión creativa con el entorno que le rodea. Quería alejarme de esa idea del escritor endiosado en su torre de marfil. Ser escritor conllevaba aspectos de vida comprometida con el presente. No todos estaban con mi idea, realmente fui la única de mis colegas escritores del MFA de español que se lanzó a desarrollar ese tallerismo comprometido. Afortunadamente, la poeta Dora Malech, que había salido Writers Workshop de poesía, pensaba de la misma forma y estaba creando un programa llamado el Youth Writing Project, y se juntó con mi proyecto a colaborar. En los años que Dora vivió en Iowa City, me acompañó a muchos de los talleres infantiles de la escuelita Lemme con los niños latinos. Ella no tenía demasiadas nociones de español, pero creía en mi proyecto y nos sirvió para desarrollar materiales conjuntos y profundizar en las posibilidades de la creatividad con niños usando cómics y realizando diferentes actividades.
Por supuesto, nos interesa también indagar acerca de tu experiencia en el trabajo de acompañamiento a estudiantes en el proceso de construir una obra. ¿Qué consideras cuestiones clave en ese proceso? ¿De qué manera se ha transformado tu forma de ser tallerista o de pensar el taller a lo largo de los años?
Uno de los retos, a la hora de construir el MFA de Escritura Creativa en español, fue el de definir claramente la idea del “multitallerismo”. Por un lado, al ser un programa universitario estaba el componente institucional de las materias regladas. El MFA forma parte del Departamento de Español y Portugués, y los estudiantes deben tomar cuatro cursos de corte académico con los profesores investigadores. Luego está la parte fundamental de los talleres que deben ser variados y permitir que el estudiante experimente la creación desde diferentes géneros. Todos toman talleres de poesía y ficción y también de no-ficción o de teatro que solemos ofrecer con regularidad. También he ofrecido varias veces el de cómic, y en una de esas ocasiones, los estudiantes de Iowa hicieron colaboraciones con los estudiantes del Center for Cartoon Studies. Aquel estupendo experimento se convirtió en un dossier sobre cómics para la revista digital Iowa Literaria. Hay además un taller abierto para reforzar el desarrollo de un proyecto que puede ser de cualquier género. Al final todos toman entre 7 u 8 talleres y se gradúan con una tesis creativa. La tesis, que debe contener materiales tallereados durante los dos años en Iowa, se defiende frente a un comité de al menos tres miembros: un director y dos lectores.
Como la Universidad de Iowa es un lugar muy especial con variados y prestigiosos programas creativos en inglés, nuestros estudiantes tienen además la oportunidad de tomar cuatro cursos fuera de nuestro departamento. Normalmente eligen seminarios del Workshop o de no-ficción, y talleres del MFA de traducción literaria.
Me gusta enseñar talleres, crear y diseñar el de poesía me ayudó a ordenar mi propia mirada como poeta. Elaborar actividades para perfiles variados de escritores que no necesariamente quieren ser poetas, o han leído poesía, pero que gracias a nuestro taller experimentan con esa posibilidad. El taller de teatro también es muy especial porque empecé a escribir teatro precisamente en Iowa City. Allí también pude estrenar La redención, mi tercera obra de teatro, con un montaje que incluía en su elenco a los miembros de la comunidad, y que seguía dialogando con la idea del tallerismo comprometido.
La universidad puede ser un espacio literario muy potente y yo he tenido la suerte y el privilegio de vivir y participar de lleno en la gesta intelectual que construye el MFA de Escritura en Español de Iowa City. Me ilusiona pensar que los escritores que pasan por aquí puedan experimentar la aventura creativa universitaria de una forma abierta y comprometida. Al menos así entiendo yo la idea del tallerismo y lo que significa ser una escritora que comparte con los demás su proceso creativo y aspira a que la literatura llegue a todas partes.
Para concluir, ¿qué nos puedes contar sobre la experiencia de acompañar estudiantes escribiendo poesía y narrativa?
Creo que es mágica, porque hay mucha belleza en la contemplación del talento. También hemos tenido estudiantes que trabajan teatro. La creatividad de nuestro MFA en Español va en todas las direcciones. Pero para el profesorado también es una labor titánica, porque tenemos que estar pendientes de muchos detalles. El MFA en Español es un proyecto muy especial en una zona muy compleja de Estados Unidos y hay que balancear muchos aspectos. Para los estudiantes es una aventura maravillosa de dos años, pero para los profesores escritores que estamos allí representa un gran sacrificio emocional porque estamos muy lejos de nuestra tierra y nuestra gente. Es cierto que el aislamiento y la energía de Iowa City catalizan muchísimas dinámicas creativas que dan frutos sorprendentes, pero es a la vez una experiencia que conlleva mucha voluntad. Con el paso de los años la distancia con Europa se hace más dura, aunque compensa ver cómo ha crecido el programa que fui a crear en 2009 y la cantidad de estupendos libros que han salido.
Entrevista realizada por Óscar Daniel Campo y Alejandra Jaramillo, corresponsales de LALT Colombia.