Ya es hora de afirmar que Rossella Di Paolo (Lima, 1960-) es una de las poetas peruanas más importantes de nuestros días. A lo largo de más de tres décadas ha cultivado con tenacidad y paciencia la palabra poética, hasta lograr una voz propia de gran aliento expresivo.1 Profesora de literatura, periodista y cronista cultural en Lima, Di Paolo formó parte de la revista La Tortuga, una publicación alternativa hecha por mujeres, donde participó con entrevistas, reseñas y la columna “Desmitificaciones”, entre otros contenidos. Asimismo, colaboró en el suplemento Dominical de El Comercio, uno de los diarios más antiguos del Perú, con la columna “Cándido lector”. En 1991, fue parte de las exposiciones de poesía y artes visuales junto a la pintora Denise Mulánovich, y en 1994 hizo lo mismo con la colaboración del pintor Enrique Polanco. Ha publicado ensayos y textos críticos sobre distintos autores literarios y son suyos cinco libros de poesía: Prueba de galera (1985), Continuidad de los cuadros (1988), Piel alzada (1993), Tablillas de San Lázaro (2001) y La silla en el mar (2016).
La poesía de Di Paolo se dio a conocer en la década de los 80, en medio de la gravedad de la crisis económica y la intensa violencia de esos días en el Perú. Su voz surgió junto a la de escritoras como Patricia Alba, Violeta Barrientos, Mariela Dreyfus, Carmen Ollé o Giovanna Pollarolo, quienes afirmaron su rol como intelectuales a través de libros, recitales y la actividad periodística y cultural. La literatura de estas poetas y narradoras se planteaba entonces y hoy como una oportunidad para desentrañar la precariedad que habita los distintos ámbitos de la vida: lo ético, lo político, lo económico. También para desenmascarar los destinos impuestos a las mujeres. Contra ello, las escritoras construyeron un lenguaje propio y desafiante. Voz, cuerpo, erotismo, intimidad; pero también rebeldía, liberación política e historia.
Recuperar el cuerpo, los instintos, las emociones quizás fue entonces la mejor resistencia. Y es también hoy una decisión y un modo en que podemos cimentar o reconstruir un mundo en crisis, recuperar el espacio público y el espacio aún más amplio de la subjetividad.
Hubo acaso un horizonte común para las escritoras de la Lima de los años ochenta, y desde allí entendemos el análisis que ellas hicieron de los aspectos normativos de ese momento y las formas en que imaginaron desobediencias de la sensibilidad a través del desenfreno y la intensidad emotiva, como elementos reiterados que la crítica reconoce en las poéticas más difundidas de ese momento. No obstante, eso no debe comprenderse como si de una voz única se tratara. Cada escritora usó la palabra para elevar distintas formas de confrontación, cuidado o resignificación de los modos de sentir. Rossella Di Paolo, en ese momento, supo hacer del sosiego y la sutileza un lirismo propio, un oasis para la reflexión más íntima en medio de la catástrofe. Sin embargo, en su poesía no nos encontramos tan solo con la experiencia personal, su voz es atravesada y atraviesa el mundo que la rodea y desde allí interpela a sus lectores.
En su primer libro, Prueba de galera, su mirada se enfoca en los movimientos leves e imperceptibles de la naturaleza, sobre todo en aquellos donde se encuentran sus elementos más cotidianos e imprescindibles: la luz, el aire, el agua, los horizontes, las orillas y en especial el mar. Su palabra se funda en esos encuentros entre la materia y la energía creadora que la sostiene. Y los poemas van de la calma a la algidez, en navegación. En este libro es posible observar su trabajo con el lenguaje y la constelación de sentidos que elabora con la palabra concisa.
La aparición de Continuidad de los cuadros reafirmó su estilo insular. Tal como sucede con José Watanabe en la década pasada, Di Paolo parece entregarse al resguardo de la poesía de los instantes breves, de la contemplación y el refrenamiento. La naturaleza sigue siendo un motivo central, pero ahora ésta encarna también misterio y caos; y surgen así, en Piel alzada, su tercer libro, el amor, el deseo, no con el afán de definir estos estados, sino de exponerse en ellos, para averiguar cuán implicados estamos frente a un estado de cosas. En esta esta indagación, su voz cobra desenfado mas no agenda, pues desemboca en varios caminos: su vida, el amor, ser mujer.
Tablillas de San Lázaro y La silla en el mar representan la expansión de los recursos poéticos de los primeros libros de Di Paolo: una multiplicidad de temas inéditos. En el primero de ellos, el retorno a la naturaleza y el erotismo están marcados por la soledad. Sin embargo, esa sensación de desamparo se vive con frescura e ironía, mientras que todo atisbo de derrota se desvanece. Y el desenfado que fuera conquistado en Piel alzada se convierte en válvula de escape ante al tedio, la rutina, el vacío y la figura de la autoridad que se retratan en el libro La silla en el mar.
En el año 2020, Di Paolo recibió el Premio Casa de la Literatura Peruana, uno de los galardones más importantes que otorga el Estado peruano, en reconocimiento a una obra poética que busca un tiempo para la contemplación detenida de los procesos más recónditos que habitan y mueven el mundo, y encuentra en él, y especialmente en la naturaleza, no solo ese puro mostrarse de los grandes paisajes, sino la vida en sus dimensiones más invisibles, ocultas e íntimas. En esa vitalidad sutil y provocadora se esconde una de las virtudes de la palabra de Rosella Di Paolo. Contempla e interpela a la naturaleza, al amor, al erotismo y, a cada uno de nosotros como seres plenos de vida, de memoria y humor, dispuestos a hacer y transgredir.
Necesitamos esa escritura sobre los sentimientos y las pasiones porque todo ello interviene en las condiciones significativas de la vida y la experiencia común. Cuánto notemos esa necesidad dependerá de las lógicas culturales, políticas y económicas vigentes, así como de su capacidad para forzarnos a una razón normativa. Eso no refuta que escribir sobre los estados afectivos es una forma clara de intervenir y participar en la comprensión del presente, situando la reflexión en las relaciones vigentes entre la sociedad y nuestra historia personal.
Afortunadamente, no se construyen verdades ni definiciones con la poesía. Pero sí se construyen misterios, agudas interrogantes, destierros y deseos para entendernos con la realidad; una realidad que parece cada vez más ajena a todos. La poesía de Rossella Di Paolo nos ayuda a descubrir que lo que nos rodea está en vínculo profundo con nuestra intimidad y con el afán perpetuo que tenemos de nombrar las cosas. Y nos dice sutilmente que el deseo no es algo vano y acompaña siempre al pensamiento más crítico. En tiempos de tanto artilugio esto no es perogrullo. Hoy más que nunca, todos necesitamos reimaginar el mundo y el arte, y bien sabemos que la poesía siempre ha dado la ruta para ese ejercicio duro y difícil. La notable obra poética de Rosella Di Paolo es sin duda una gran puerta de entrada para impulsar esa necesaria empresa.
1 Una variante de este texto fue leída en la ceremonia del Premio Casa de la Literatura Peruana otorgado a Rossella Di Paolo en 2020. Deseo agradecer las contribuciones para la elaboración del mismo de Yaneth Sucasaca y Antonio Chumbile. La decisión de reconocer a una figura literaria peruana con este premio se toma al interior de la institución. Es una discusión entre los trabajadores de este centro cultural, y recoge los conocimientos y experiencias que la investigación y la gestión cultural rutinaria producen. En tal sentido, este texto es una voz colectiva. Recoge, asimismo, ideas surgidas en las conversaciones sobre las relaciones entre la literatura y la vida en sociedad con dos intelectuales amigos: Felipe Aburto y Joan Manuel Muñoz.