Sr. presidente de la Academia Brasileña de Letras, profesor Djelal Kadir, Sr. Walter Neustadt Jr., colegas de la Academia, señoras y señores:
Con ocasión de recibir este prestigioso premio, que distingue por primera vez a un escritor de la lengua portuguesa, debo explicar una cosa antes que nada: han galardonado a un escritor brasileño que, prácticamente, no ha escrito más que poesía; es decir, a un poeta.
No sé cómo será en sus países del norte, pero en el mío, en su uso coloquial, la palabra poeta tiene una cierta connotación que va de bohemio a irresponsable, de contemplativo a inspirado, todas cosas que nada tienen que ver con mi manera de concebir la poesía ni con mis logros.
Lamento que Marianne Moore, quien murió, infelizmente, antes de recibir los laureles de este premio, no pueda, como Francis Ponge y Elizabeth Bishop, ambos laureados con el premio Neustadt, confortarme con su ejemplo de poeta hoy que me toca a mí recibirlo. En verdad, la visión que tenían esos poetas de la poesía no tiene nada que ver con el lirismo intimista que hoy en día, y desde el Romanticismo, se toma como la totalidad de lo que se considera poético. En cierto modo (y al decirlo, no puedo evitar sentir una especie de mauvaise conscience), lo que he escrito hasta hoy no tiene nada que ver con el “lirismo” que ha pasado de ser la cualidad de ciertos poetas a convertirse en sinónimo de lo que se espera de todos ellos.
En efecto, a partir del Romanticismo y en nombre de la expresión individual, los poetas han dejado de lado la mayor parte de los materiales que antes podían tratarse en poesía. La poesía histórica, la poesía didáctica, la poesía épica, la poesía narrativa, la poesía satírica, todas se abandonaron en favor de la poesía de la expresión personal de “estados de ánimo”. Todo se ha sacrificado en favor de la lírica, a la que se generalizó y se llamó poesía. Pero la lírica era meramente una de las formas en que se manifestaba la poesía. De modo que no entiendo por qué los críticos e historiadores de hoy se extrañan de que la poesía sea un género literario que sobrevive únicamente en círculos pequeños. Por otra parte, esos mismos críticos e historiadores de la literatura actual no se abstienen de dedicar la mayor parte de sus estudios a ese género tan minoritario, ni de comenzar sistemáticamente con él sus manuales e historias de la literatura, no solo aquí sino en cualquier país.
Sabemos que la lírica era originalmente un género para cantarse, de modo que no sorprende que la lírica actual, posromántica, no cantada, esté restringida a un círculo reducido. Pero entonces cabe preguntarse: la verdadera lírica de nuestro tiempo ¿no estará en lo que llamamos la canción popular, producida y consumida en todas partes del mundo, sin que la detengan las fronteras ni las diferencias lingüísticas, en cantidades incomparablemente mayores que ningún otro género literario, por popular que sea? ¿No será que la necesidad natural de lirismo que tenemos los seres humanos se compensa hoy con ese volumen incalculable de obras despreciadas por los refinados y excluidas de sus estudios por los eruditos? Es decir, ¿no se estará satisfaciendo esa necesidad de una lírica con las letras de las canciones populares? ¿Con esas canciones que, gracias a las nuevas tecnologías de la comunicación, se producen y consumen en nuestra era en cantidades enormemente mayores que las que haya alcanzado la literatura en todos los países y en todas las épocas?
Señoras y señores, no es por simple aversión que me niego a afiliarme a ese exclusivo “club de líricos” que hoy constituye casi la totalidad de la poesía que se escribe en el mundo. Tampoco hay ningún desdén de mi parte por la lírica que se manifiesta en la música popular: pienso, por el contrario, que las nuevas técnicas le han dado a la lírica una posibilidad de expresión y de comunicación nunca antes conocidas. Solamente propongo un posible asunto de meditación para los teóricos de la literatura, y hago una apelación para que no busquen en la poesía no cantada (o incantable) de la actualidad una cualidad —el lirismo— que nunca fue la intención de sus autores alcanzar, ni aun explorar.
La poesía me parece algo mucho más amplio: la exploración de la materialidad de las palabras y de las posibilidades de organización de las estructuras verbales, cosas que nada tienen que ver con lo que románticamente se llama inspiración, ni con la intuición siquiera. En ese sentido, creo que la lírica, al encontrar en la música popular el elemento que la realiza y le da prestigio, ha liberado a la poesía escrita y no cantada, y le ha permitido volver a operar en el territorio que alguna vez le perteneció. Y ha hecho posible el ejercicio de la poesía como exploración emotiva del mundo de las cosas y como rigurosa construcción de estructuras formales lúcidas, de lúcidos objetos de lenguaje.
Gracias.
Río de Janeiro
31 de agosto de 1992
Traducción de Caro Friszman
De Dispatches from the Republic of Letters: 50 Years of the Neustadt International Prize for Literature, editado por Daniel Simon (Deep Vellum, 2020).