Hola mamá. ¿Cómo estás? Espero te encuentres bien. Son las nueve de la noche aquí. Hay una hora de diferencia entre el horario de Puerto Rico y el de Panamá. Acabamos de poner al bebé en su cuna, y luego de uno o dos chillidos —lo que es usual estos días— al fin parece haberse quedado dormido.
Fue un día largo. Despertó por última vez (ah, otro chillido más) a las 6:20 am. Jason se levantó para cuidarlo y más tarde se fueron a dar una vuelta por ahí hasta el supermercado. Jason dice que el supermercado es bien interesante aquí porque tiene muchas frutas y productos que no se ven en los Estados Unidos. Yo no he ido, así que no sabría decirles a cuáles frutas él se refiere. Sólo sé que a las parchas las llaman maracuyás. Jason compró una bebida tipo batida o “smoothie” de mango y maracuyá, y en la botella hay una foto de un mango y una parcha, de ahí mi nuevo conocimiento. De todas maneras, a eso de las siete y media desperté, y le pedí a Jason que me dejara dormir una horita más, y por eso se fueron a pasear por ahí él y Matías —antes habían estado “jugando” en la sala de este cuarto. Estamos en una habitación que se compone de un baño, una cocina, un dormitorio, una minioficinita y una salita de estar. Es extremadamente cómodo para todas las cosas que tenemos, entiéndase entre cosas, un bebé. 🙂
***
—Esas cosas no deberías hacer ya, Yari —decía Jason, en su español torcido.
—Ahá, ¿Cómo es?
—You shouldn’t. No debes.
—¿Y qué voy a hacer? —respondía Yari a su esposo, echando a un lado, abruptamente, su computadora para mirarlo a los ojos, en desafío.
—¿ Qué crees que debo hacer, entonces? ¿Qué sugieres que haga? ¿Ah? ¿Tú quieres que a mi mamá le dé un patatús? —decía ella, pero Jason no sabía qué responder a esa pregunta. No sabía exactamente lo que era un patatús, porque su idioma natal no era el español o castellano, sino el inglés, pero entendía bien a lo que se refería su esposa y sabía que ella tenía razón. Él también debía buscar algo que hacer. Para eso habían tomado estas vacaciones. Para buscar la forma de despejar la mente. Él también estaba desconsolado. No estaba seguro de cómo iba a sobrevivir de ahora en adelante. Dejó a su esposa en la habitación. Necesitaba aire. Sentía que se le hacía muy difícil respirar. Su esposa continuó escribiendo. Desde el balcón podía escucharle los dedos golpeando el teclado con furia. Escribía como una loca, sin tregua. Se iba a dormir de madrugada todos los días. Casi no descansaba. Era cierto: no había nada más que hacer. Tal vez era mejor así.
***
Hola mami,
¿Qué haces?
Jason acaba de regresar. El bebé durmió su siesta (bueno, todavía tiene dos meses, así que toda su vida es una eterna siesta). Anyway, que mientras dormía, les escribí a ustedes y me vestí. Jason fue un rato a la piscina. Luego, todos tomamos un taxi hacia el área llamada Casco Viejo, que es como el Viejo San Juan, pero en peores condiciones. La mayor parte de los edificios está en ruinas. Los edificios que no lo están se ven muy lindos. Y la ciudad entera se encuentra en estos momentos bajo construcción. Al menos así parece. Están instalando, en un setenta por ciento de la ciudad, nuevas tuberías, etc., etc. Casi todo es construcción. Pero en los sitios menos pensados, cuando ni imaginas que vas a encontrar un establecimiento, por ejemplo, un restaurante o demás, ahí avistas uno. Y no se trata de un restaurante u hotel en malas condiciones o feo. No. Se trata de restaurantes u hoteles en extremo bien diseñados, de lo más a la moda, superbonitos y elegantes. Hasta ahora un cien por ciento de todos los establecimientos que encontramos así, de sorpresa —restaurantes, hoteles, museos, TODO—, está impecable y es de un diseño bien pensado y moderno. Es como si por fuera vieras calles inservibles y de momento ves una puerta, miras hacia el interior, y lo que encuentra tu vista no parea con lo que hay afuera. Como si dentro de una cueva muy desaliñada existiera un hábitat superchic. Bueno, esa es la idea. Algo inesperado.
Fuimos a la Plaza de la Catedral con la Iglesia Mayor. La iglesia es una cosa monumental, alta, grande, impresionante y antigua. Y justo al frente, en la plaza, había muchos artesanos vendiendo sus creaciones. Compré un bultito bien colorido. Jason intentó regatear (tú sabes cómo es el “Lleison”), pero no le funcionó. La indígena que le vendió el bulto era más terca que él y resistió muy bien a su negociación. Le tomé una foto a ella con Matías en brazos. Ella se mostró sorprendida de que Matías no sintiera miedo alguno de ella. No lloró nada. No hizo ni ji. Quiso tocarle la cara, es todo lo que hizo.
Allí frente a la plaza, y a los puestos de artesanías, desayunamos o, más bien, almorzamos, en un pequeño restaurante. Un sitio muy lindo. Comimos farfalla (de esa pasta que parece alas de mariposa) con jamón picante: bastante interesante el sabor. Luego visitamos gratis un museo que quedaba justo al lado del restaurante y que se llama Museo de las Esmeraldas. En Panamá no hay minas de esmeraldas pero el país sirve de ruta de tránsito entre países como Colombia y Brasil que sí tienen y comercian con sus minas de esmeraldas. Las esmeraldas de Brasil se encuentran en la roca madre con óxido de vanadio, mientras que las de Colombia se encuentran en la roca madre que tiene óxido de calcio (creo). Si estuvieras en una mina de esmeraldas, la manera en que sabrías que allí, en el interior de esa roca, hay de esas piedras preciosas, es divisando una franja blanca (la calcita). Abrirías la roca y dentro verías la esmeralda, que siempre se produce en la naturaleza como un cristal de seis lados. El color de las esmeraldas de Brasil es más oscuro que las de Colombia, pero ambas son color verde, por supuesto.
Al final del tour que te dan en el museo, te llevan a una tiendita o “gift shop” que consiste de, nada más y nada menos, ¡ESMERALDAS! Ves muchísimas piezas de joyería que incorporan esmeraldas pulidas y no pulidas, y todas están carísimas. Los anillos empezaban en 500 dólares americanos o el que me gustó a mí, 1,200 dólares. De modo que abandonamos el lugar a toda prisa. 🙂 Jason salió de allí con mucha más prisa que yo, por supuesto. Con lo maceta que es. Ese hombre se ahorra hasta los suspiros. Se parece a abuelo Félix, que en paz descanse, pero peor.
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Era su primer bebé. El primero de ambos. El primer nieto, el primer sobrino, y todos habían celebrado en alta voz aquel acontecimiento del embarazo de Yari, que habría tardado cinco años en suceder, y que había ocurrido tan sólo después de múltiples citas para recibir tratamientos de fertilidad. Habían empezado tarde. Yari había decidido estudiar primero. Y Jason había deseado que viajaran por todo el mundo. De modo que así lo habían hecho. Cada cierto tiempo, enviaban fotos a sus amigos y conocidos mostrando los lugares que visitaban en sus múltiples viajes. En una fotografía aparecía Jason, siempre muy fotogénico, sentado en una canoa mientras sostenía su mano derecha muy levemente el remo, pretendiendo que en algún momento él mismo había pasado el trabajo de mover el botecito, pero sin rastro alguno de sudor o mueca de esfuerzo en su cara, y con su pelo intacto y su bufanda impecable. Fotos como esa tomaban, en promedio, unos diez minutos en lograrse. En otra fotografía estaba ella, Yari, con la vista contemplando a lo lejos, durante un atardecer anaranjado, un majestuoso castillo levantándose sobre el horizonte como si naciera del mar. Parecía una romántica pintura al óleo en vez de fotografía.
Jason había logrado su sueño de estudiar medicina, y realizaba ahora una residencia en cirugía ortopédica. Era lo que casi todos en su clase habían jurado que harían, pero sólo él, que jamás había proclamado ante nadie que era eso lo que quería hacer, lo había conseguido. Ella terminaba ahora su doctorado en antropología. Siempre habían pensado que hacían un buen equipo juntos. Habían deseado tener una familia grande. Tres hijos, decía él. Y ella lo secundaba siempre. “Es que la familia de Jason es grande y siempre tienen muchas fiestas en Navidad. Yo creo que a él le gustaría hacer eso en nuestra familia también”, explicaba Yari a quien le preguntara por qué tres hijos y le dijera, “Ea, nena, ¿qué es? ¿Piensan hacer un combo de salsa?”.
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Hola mami,
¿Cómo sigues? Me contó Lorna que tuviste otro problemita con tu corazón. Un problemote, me dice. Espero que estés mejor… Ojalá pudiera estar contigo allí pero como el bebé todavía está tan chiquito no me atrevo a montarme en un avión otra vez tan pronto, ir a Puerto Rico, montarme en otro avión y regresar a casa. Como la gente se pone a toser tanto en los aviones, y ya nos tomamos el riesgo de venir aquí, pues mejor nos quedamos tranquilitos hasta que sea hora de regresar a casa y así no te molestamos. Créeme que los llantos de Matías llegan a molestar. Y tú tienes que descansar para que te mejores rápido. Yo creo que es mejor si sigo escribiéndote de las aventuras que tenemos por acá y así, por lo menos, te entretengo un ratito. ¿Verdad? Anyway, pues te cuento que hoy regresamos a la plaza donde estuvimos hace unos días pero esta vez entramos a otro museo cercano: Museo del Canal. Impresionante en general, aunque el primer piso tenía cosas no tan interesantes. Parecía, inclusive, un poco azarosa la presencia de aquellos objetos del primer piso, como si estuvieran allí para llenar espacio nada más, aun cuando todos, más o menos, eran artículos relacionados a conmemoraciones del Canal. Sólo dos cosas de allí me llamaron la atención: la primera, una página con un anuncio de la Coca-Cola, escrito en el año 1944. El anuncio, con el “humor” que parece haber caracterizado los anuncios de esas décadas (40s, 50s), destaca cómo los soldados norteamericanos pueden hacer amistad con los “nativos” (entiéndase, los panameños) tan sólo presentándoles una Coca-Cola. El eslogan leía: “Coca-Cola = ¿Qué hay, amigo?”, e insistía que la Coca-Cola era símbolo de amistad en todos los países aliados a los Estados Unidos e inclusive en aquellos países neutrales. El segundo artículo que me llamó la atención es una foto de dos hombres en una carreta que lleva dos grandísimos pedazos de hielo. Eran las carretas que transportaban el hielo desde el lugar donde se producía hasta dos de las ciudades de Panamá (una de ellas, coincidencialmente, se llama Colón, como la Plaza Colón del Viejo San Juan).
El segundo piso de este museo, sin embargo, es fenomenal. Bueno, a mí me resulta más interesante que el primero. Trata de la historia de cómo surgió el canal. Fue en 1903 (creo) cuando a dos estadounidenses y un francés, representando a Panamá, hicieron un tratado (que lleva los apellidos de los tres firmantes) para construir el Canal en Panamá. Según estos documentos, Estados Unidos quiso que el canal —y todos los territorios aledaños, y todos los territorios que ellos pensaban que serían de ayuda al desarrollo del canal— fueran para ellos y administrados por ellos, no por un periodo finito de tiempo sino “en perpetuidad”. O sea, para siempre. ¡Mira eso! Entre 1913 y 1926 los Estados Unidos desintegró el ejército panameño, desarmó la policía nacional del país, etc. O sea, fueron preparando el terreno para que nadie pudiera irse en contra de sus pedidos. Mientras tanto, muchos panameños continuaban sus esfuerzos de reclamar su territorio o al menos enmendar el tratado original. A los panameños les habían prometido que Panamá obtendría ganancia económica si construía ese canal. Sin embargo, una vez estuvo terminado, nada les llegaba a ellos. Todo era para Estados Unidos de América. En cierto momento dado los panameños creyeron que tal vez ellos podían obtener alguna ganancia del Canal si ofrecían cosas como casas, vivienda, a los que trabajaban en el canal o venían a visitar el mismo. Pero la administración del canal también quiso ser quien ofreciera la vivienda. Lo increíble de todo esto es que durante años, desde el comienzo del siglo veinte, los panameños hicieron esfuerzo tras esfuerzo, casi todos los años, todas las décadas, para enmendar el injusto tratado, y lo que conseguían era que Estados Unidos pidiera cosas adicionales a cambio de esas enmiendas. En cierta ocasión, una de esas enmiendas requirió que Panamá participara en cualquier guerra que Estados Unidos iniciara o apoyara. Los ciudadanos de Panamá debían ofrecerse como soldados como parte del ejército norteamericano. Al fin, en 1974 o 1978 (no recuerdo con precisión), Carter, el presidente estadounidense, y el entonces presidente de Panamá, llegan a un acuerdo mediante el cual el canal se entregaría a Panamá, pero el periodo de transición hasta entregarlo se extendió por 20 años. ¡Veinte años!
***
Desde la Navidad, nueve meses antes del viaje a Panamá, no habían podido visitar Puerto Rico. “Es que estoy muy ocupadita con el trabajo de mi tesis”, le había explicado Yari a su madre. Yari, además, recién había descubierto que estaba embarazada. Tan pronto se enteró, le dijo a Jason que ni se le ocurriera sacar boletos de viaje.
—Leíste el reporte del Centro de Control de Enfermedades, ¿verdad? —le preguntó Yari a su esposo—. Se llama zika, Jason. Lo transmite el mismo mosquito del dengue y puede llegar a penetrar la placenta, así que definitivamente no vamos esta vez.
Jason, aunque estudiaba medicina, jamás parecía conocer nada de lo que pasaba en el resto del mundo, ni siquiera aquello que estuviera remotamente relacionado a esa materia. Si el dato no aparecía en los libros de medicina, si algún profesor no le indicaba que debía memorizarlo, simplemente no existía. Así había tenido éxito. Así pasaba sus exámenes sin problema, se daba sus viajes junto a Yari cuando quería, y en lo demás, parecía siempre como si andara “en las nubes”, como decían Yari y su madre, afortunado de no saber nada que no fuera estrictamente necesario para alcanzar su meta.
—A la verdad que ese Lleison no sabe ni la hora que es —decía doña Mili, la mamá de Yari.
—Yu no wara min Lleison, ¿yu no wara min? —decía la señora exagerando lo poco que sabía del idioma inglés, y Jason se reía. La mayoría de las veces no podía entender lo que decía doña Mili. Hablaba muy rápido la señora y, cuando no, hablaba como si lo hiciera fuera de contexto, sin obsequiarle punto de referencia alguno, como si el muchacho también pudiera leerle la mente.
—Oye, Lleison, ¿tú sabes una cosa? —le preguntaba, por ejemplo, doña Mili, así, de la nada—. La amarilla se ve mejor pero la de las florecitas.
—¿Qué? ¿Qué es eso? —contestaba Jason, en absoluta confusión, sin saber a qué se refería doña Mili, porque ya no se acordaba de la conversación que había tenido con ella hace dos días acerca de dos camisas entre las que había estado escogiendo—. ¿Puede decirme más lento, por favor? —le rogaba Jason.
Doña Mili, la mamá de Yari, se reía. Muchas veces volvía a repetirle lo que había dicho, con más calma, convencida de que así el pobre muchacho sería capaz de entender lo que ella andaba diciendo. Algunas veces, sin embargo, no se tomaba la molestia de repetir.
—¡Ay no! No me da la gana de repetir nada hoy. Que avance y aprenda español, que se le está haciendo tarde —decía doña Mili, y luego le entraba un sentimiento de culpa, como lo llamaba ella, y terminaba ofreciendo una versión corta del asunto que el muchacho lograba entender mucho menos que la original.
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Hola mami,
¿Cómo sigues? Lorna dice que te tienen bajo observación en el hospital otra vez. Ay, mami… tienes que mejorar. Mira que tienes que conocer a tu nieto, ¿sabes? No puedes morirte, ¿okey? Ojalá pudiera estar contigo… espero que papi se esté portando bien. Lorna dice que está tranquilito. Qué bueno. Él te quiere mucho. Lorna dice que está cocinando y todo. No puedo creerlo. Bueno, pero algún día tenía que aprender, ¿verdad? Lorna dice que hasta recetas de comida china se ha puesto a hacer. Qué cosa increíble. Y pensar que lo único que le salía bien era el huevo en revoltillo. Anyway, pues mira. El otro día no terminé el cuento, así que aquí voy. Estábamos con lo del canal. Pues mira, ¿sabías que fue en el 1999 cuando el Canal de Panamá al fin pasa a estar bajo la soberanía de su país? Antes de que el presidente estadounidense Carter cooperara en la entrega, hubo muchas manifestaciones —heridos y hasta muertos— porque los “zonistas”, que era la gente que vivía en la zona del canal —de ahí el nombre—, muchos de los cuales eran extranjeros que venían de Estados Unidos, se negaban a observar acuerdos enmendados como, por ejemplo, izar la bandera de Panamá junto a la de los Estados Unidos. Mucha gente plantó banderas para lograr que se autorizara la bandera de Panamá pero los zonistas no respetaban eso. Vi un documental en el cual la gente recordaba cómo había sido aquel tiempo y había un manifestante que decía que él recuerda con dolor e ira profundos cómo le gritaban que se largara de allí, que él no pertenecía a esa zona. Él decía, “que me dijeran eso en mi propio país fue lo que más me sorprendió y todavía me produce ira”.
Había muchas cosas bien interesantes pero el día que estábamos en ese museo del canal, no nos alcanzó el tiempo para leerlo todo porque era mucho y tan interesante que yo me ponía a hablar y a comentarle a Jason lo que leía y así interrumpía mucho mi lectura y luego no me daba tiempo de terminar. Pero yo le leí casi todo al bebé y el bebé balbuceó y balbuceó hasta que se cansó y tuve que ponerlo en su coche con su “lé” (él le “dice” así a la leche. Cuando quiere leche, dice “leeeeeee”, como lamento. Bien gracioso). Anyway, estuvo en el coche con su lé hasta que se durmió.
Ese día, después del museo caminamos hasta llegar a otra plaza y merendamos un ceviche (juguito con vegetales y marisco —en ese caso, camarones). Le dimos un poquito al bebé para que probara. Yo creo que le gustó el sabor. Enojamos un poco a los dueños del restaurante porque pedimos jugo de china (de naranja) y ellos dijeron que era fresco pero cuando lo probamos, era, dice Jason, fermentado, que significa que es una naranja que es bien vieja —y debo decir que era cierto. Un poco más y no sería tomable el jugo. Así que a regañadientes estuvieron de acuerdo con cambiarnos el jugo por una limonada.
Luego cambiamos el pañal del bebé en un banquito de la plaza. El bebé estaba exageradamente cagado. Uy. Perdón. Estaba sucio. Se había hecho sus necesidades encima —o sea, es un bebé. (¡!) Todo olía a mierda, pero no voy a decir “mierda” porque hoy día no se sabe en manos de quién caiga este emilio aparte de las tuyas y por eso mejor digo heces. Ah, ¿te dije ya que fuimos a visitar a Lorna en Savannah, Georgia? Dos semanas antes de que saliera el bebé estuvimos por allí un fin de semana. (Esa Lorna tiene la casa llena de fotos de ti y de papi, ¿sabes? Están por todas partes. Es bien chistoso. By the way, la vecina de Lorna les manda muchos saludos y dice que los extraña. Se me había olvidado decírtelo. Saludos viejos.) Bueno, pero como te decía, le cambiamos el pañal al bebé en un banquito y había un montón de moscas revoloteando alrededor de su fundillito. Teníamos que estar espantándolas con la toallita llena de “heces fecales”. Qué horror.
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—¡Jason! ¡Yo creo que ya es hora!
—Are you feeling it? Is it happening? Oh my god! It’s happening! Holy shit! We’re gonna be parents! Yari! ¡Vamo ser papás!
El equipaje de Yari ya estaba preparado. Jason lo había puesto aquella misma mañana en el baúl del auto. Con mucho cuidado, sosteniendo a Yari muy fuerte de su brazo izquierdo, la ayudó a bajar las escaleras. Aquel era un dolor intenso que la hacía detenerse cada minuto. Sentía como si su cuerpo entero fuese una toalla mojada y una mano gigante estuviera intentando exprimirla. Jamás iba a olvidar cómo se había sentido “romper fuente”, aquella corriente de agua tan veloz que había bajado entre sus piernas anunciando lo que ella interpretó como la urgencia de la vida. Tampoco olvidaría esa sensación de un dolor que no da tregua. Aquella carrera por Memorial Drive le había parecido inacabable, infinita.
—My wife is giving birth! Please, let me through! (¡Mi esposa va a dar a luz! ¡Déjenme pasar!) —le gritaba Jason a los conductores cada vez que se encontraba en medio de un denso tráfico, en apariencia impenetrable, durante el trayecto al Hospital General de Massachusetts—. No preocupes Yari. Todo está bien, mi amor —le decía luego.
Tan pronto pudieron detenerse en el redondel de la entrada de emergencia del hospital, un empleado les asistió inmediatamente. Yari se habría sentido tan importante en aquel momento. Alguien más le ayudó a sentarse en una silla de ruedas y entonces fue conducida rápidamente a la sala de parto, mientras Jason, en extremo nervioso, buscaba estacionamiento para su auto y se mordía las uñas de las manos.
***
Hola mami,
Qué bueno saber que disfrutas mis cuentos y que te entretiene leerlos cuando estás en el hospital. Sí, te lo prometo: ya prontito te voy a enviar más fotos de Matías. No pienses que no me estoy disfrutando la maternidad sólo porque no te hago más cuentos del bebé. Es que uno necesita despejarse un poco… y yo sé que a ti te gustan mucho mis cuentos. A veces es bueno vivir en la fantasía un ratito, ¿sabes? Ayuda a sobrevivir. (Jaja)
Qué te cuento hoy… pues mira, ayer caminando y caminando, encontramos y nos detuvimos frente a un teatro, el Teatro Nacional. Es un teatro pequeño pero realmente extraordinario. Es increíble su interior. Tiene balcones y balcones hasta el cielo (exagero, claro, pero el techo es bien alto y hay alrededor de cinco pisos de balcones). Son balcones hechos de oro y los detalles del teatro son estilo barroco y de nuevo, los detalles están hechos en oro. Es un lugar increíble y con una acústica impresionante.
Después tomamos fotos de la ciudad durante el atardecer desde Casco Viejo. La ciudad a lo lejos es increíble. Luce como si fuera de fantasía. Tiene bastantes rascacielos. Ya verán las fotos.
Ya por la tardecita, iniciamos el camino de regreso y paramos en un restaurante para cenar. Cenamos unas empanaditas de pescado y unas empanaditas de franjitas de cerdo. De tomar: agua. Estamos a dieta, sí.
El bebé se fotografió con los meseros, y todo el mundo loco con él. Pero esas fotos no van a salir bien. Es que Jason insistió en tomarlas con la cámara manual y ese rollo se dañó. No me acuerdo ni qué fue lo que le cayó encima. Anyway, uno de los dueños dijo que el bebé es hermoso y nos enseñó un vídeo de su niño de quince años que es estrella de canto —número cinco entre miles de participantes en Panamá en un programa de televisión que se asemeja al American Idol Kids de los Estados Unidos.
El bebé se puso a gritar y chillar en tonos agudísimos que dejaron sordos a todos allí, pero se entiende porque estaba extremadamente cansadito el pobre. Tomamos un taxi de regreso al hotel. Paramos en el área de la piscina. Metimos los pies del bebé a la piscina y le encantó. Llegamos al cuarto, nos bañamos todos juntos y a él le gustó la experiencia. Yo creo que le resultaba cómico y raro.
Luego lo vestimos, lo acostamos en la cuna que provee el hotel y le dimos su “leeeeee”. Luego chilló varias veces más, y al fin se durmió. Jason me acompañó a la mesa con su computadora, y yo seguí escribiéndoles este emilio hasta que les conté todo todito y me cayó el sueño encima como a la arena la lluvia. Y dejé de escribir de prisa y empecé…….a………escribir…….des pa cio.
Ok. Hasta luego. Los amo.
***
Yari estaba acostada a su lado pero Jason sabía que ella no dormía. Sabía que pocas veces había logrado conciliar el sueño desde lo del bebé.
—¿Estás despierta? —le preguntaba.
Ella no respondía. Él le tomaba la mano y la sostenía en la suya. Le acariciaba la espalda un rato y luego le daba un beso en la mejilla y comprobaba que había estado llorando. Para esto no había manuales que instruyeran qué hacer. A veces se arrepentía de haber obedecido a Yari. Pero ya no había remedio. Lo habían enfrentado tan bien como habían podido y si de él dependía, iban a sobrevivir. De eso estaba seguro. De alguna manera tenían que sobrevivir. Eran un equipo. Ella era el ser más hermoso que él había conocido en su vida, y él sabía que ella también lo amaba.
Ahora cada vez que llegaba la hora de dormir, lo único que le permitía conciliar el sueño era imaginar que le cantaba a Matías la misma canción de cuna que su mamá solía cantarle a él cuando todavía era un niño. No era una canción en su idioma inglés, sino en castellano. Su madre había sido antropóloga también, como Yari, y había pasado su vida estudiando las civilizaciones mayas en México. De ella había heredado él su respeto por otras culturas.
—Que sueñes con angelitos —le decía a Yari. Ella empezaba de nuevo a sollozar.
—I’m sorry, Yari, I am so so sorry… Siento mucho…
***
Hola mami,
Espero que este emilio los encuentre muy bien. Déjenme saber cómo se encuentran. Nosotros estamos bien. Ahora mismo estamos en la Ciudad de Panamá, en otro hotel. Me acabo de levantar (a las 11 am —porque el Matías me levantó innumerables veces anoche y Jason supo que si no me dejaba dormir iba a estar en peligro su felicidad por el resto del día, ja). Matías acaba de quedarse callado luego de haber estado alrededor de media hora con su cántico de quedarse dormido —al fin), y Jason… ¡adivinen dónde está! Si la palabra piscina vino a su mente están en lo correcto. jaja
Hoy vamos a tomar una guagua/autobús de esas de dos pisos —que recientemente inició servicios en la ciudad— para dar un recorrido por la “Ruta Ciudad” y luego, si sobrara tiempo (que lo dudo), haremos la “Ruta Canal de Panamá”. Si no, veremos el Canal mañana. Debe ser impresionante. Cuando nos acercábamos al país en el avión, vimos algunos buques que cruzaban el Canal, los que se dirigían a atravesarlo y los que salían ya camino al océano Pacífico. Su tamaño era impresionante. Estoy loca por ver cómo suben y bajan cincuenta y cuatro (¡54!) pisos en el Canal. No sé si se podrá ver o si tendrá uno que conformarse con ver un vídeo, lo cual sería un poco tonto —llegar hasta aquí para ver un vídeo…
Díganme, por favor, cómo están. Hace días no sé nada de ustedes.
Los amo mucho, mucho, mucho.
***
Había pasado cuatro horas en parto. Al principio el dolor era tan intenso que sentía que iba a morir. Más tarde su cuerpo estaba tan cansado que hasta morir se postulaba como una tarea demasiado difícil. Más fácil habría sido dejarse ir hacia el sueño lentamente, pero las enfermeras que la vitoreaban persistentes no dejaban que cerrara sus ojos.
—¡Puja, Yari, puja! Ya está saliendo. Dale.
No era verdad. Nunca era verdad cuando decían que estaba saliendo ya la criatura. Tan sólo lo decían para que siguiera pujando, para que no aminorara su esfuerzo.
Más tarde el médico habría venido a verla. Era más aconsejable que le realizaran una operación de cesárea.
—Es más seguro para el bebé. Nos preocupaba un poco —les habría comentado el galeno.
Yari lloraba. Lloraba tanto que el anestesiólogo de turno intentaba entablar conversación con ella para aplacarle el llanto antes de colocarle el medicamento.
Al fin habían conseguido administrarle el sedante. Ya no podía sentir sus piernas. Le habían atado las manos a cada lado como es costumbre hacerlo en este tipo de cirugía. Parecía un cristo sobre su cruz.
Muy pronto dejó de escuchar los sonidos y se quedó dormida. Cuando despertó, quiso ver a su bebé. Se lo mostraron envuelto en una sabanita blanca. Tenía los ojitos cerrados y parecían adheridos a la piel. Le habrán puesto el antibiótico ese que le ponen, pensó ella. Pero no estaba dormido su bebé, y lo supo al instante cuando, buscando una explicación a la mirada de la enfermera, y otra para la falta de movimiento en el pequeño pecho, para el silencio abundante y ensordecedor creciendo alrededor suyo, pudo sentir el peso de la mirada empañada de su esposo.
Ella no lloró en aquel momento. En su lugar, pidió datos. ¿Cuánto pesó? ¿Cuánto midió? ¿A qué hora nació? Redactó un nuevo mensaje que decía “Mamá y bebé se encuentran bien, y muy contentos”. De pronto, se quedó mirando a los ojos de Jason. Sus ojos parecían consultarle pero Jason no entendía bien lo que ella pretendía hacer. Dirigió el lente de la cámara de su artefacto hacia el lugar donde yacía el bebé. Titubeó un instante pero lo hizo: tomó una fotografía. Luego otras.
—Todos los recién nacidos se ven igual —le dijo a Jason, secos los ojos, seca la mirada.
Él sentía que sus piernas ya no podían sostenerlo de pie. Su pecho se elevaba en arcos exagerados y visibles con cada respiración. El ritmo de su pulso yacía ahora en sus oídos, pero no dijo nada. Dejó que el dedo de su esposa se hundiera sobre el botón de enviar. Yari había colocado en las redes sociales, junto al mensaje que había escrito, la mejor de las fotos del bebé sin vida —aquellas en las que la criatura parecía estar durmiendo. Las demás fotos las había dejado “para después”. No habría pasado ni un minuto después de haber mostrado la foto cuando empezaron a sonar las campanitas de sus artefactos de comunicación trayendo mensajes de felicidad y augurando buena dicha. “Enhorabuena”, escribía alguno. “Qué bella esa criaturita”, decía otra. “Es precioso ese bebé”, comentaba alguno, y preguntaba, “¿cómo se llama?”. Habían olvidado darle un nombre. Yari despegó su cara de su artefacto para mirar a su esposo.
—Es un niño, ¿verdad? —le preguntó, como si no recordara, sin emoción en su rostro.
Jason asintió con tristeza. Le pesaba cada movimiento de su cabeza.
“Matías”, escribió ella. “Se llama Matías”.
***
Mi niña,
¡Me alegro estén disfrutando mucho! Dile a Matías que Abuelita dijo que deje dormir a mamá para que todos sean felices! jajaja. ¡Dile al Lleison que te cuide tanto como al bebé! Y dile a Matías que ya es hora de que se deje conocer.
Bueno, mi amor, ¡cuídense, descansen y disfruten el momento juntitos! ¡Dios me los bendiga a los tres! ¡Los Amo!
Pd: No te preocupes por nada. El doctor por fin pasó por aquí hoy. Finalmente se dignó y pasó por aquí. Me dijo que lo de ayer fue otro infarto. O sea que no me puedo ir de aquí todavía. Vas a tener que seguir escribiéndome sobre tus aventuras con el Matías. Dile que su abuelita lo ama, que está súper orgullosa de él y que espera conocerle pronto. Que no me voy a ningún sitio sin antes conocerlo, ¿okey?
Envía fotos de los lugares más bonitos pero, por favor, incluye al bebé en las fotos porque él es el más hermoso de todo lo que hay por allá, más que las estructuras y cosas así. Todavía es la hora que no tenemos nuevas fotos de él y ya van tres meses. Bueno, ok, ¡los amo!
***
Habían pasado poco más de tres meses desde que Matías visitara el mundo brevemente, y desde que Yari compartiera aquella foto del recién nacido con el mundo. Habría tomado muchas fotografías durante aquellas primeras horas después del nacimiento cuando ella había pedido estar unas horas junto a su bebé. Las miraba todos los días, como examinándolas cuidadosamente. Le desesperaba recordar a su criatura, y, a su vez, le provocaba mucho miedo la certeza de que el tiempo se llevase consigo los detalles de él que aún tenía vivos en su mente, y de que tanta vida se redujera a un estúpido retrato. Le parecía injusto poder recordar sólo lo general. Entonces, cuando ya aquellas fotografías no le resultaban suficientes a la memoria, quiso crear algunas nuevas. Había encontrado en la red a una artista puertorriqueña que esculpía hermosos muñecos de cera que imitaban perfectamente las poses y los gestos de un recién nacido. Envió las fotografías que había logrado tomar de su bebé y le comisionó un muñeco —una réplica en cera de su criatura, tres meses después— a la artista. Nada de esto quiso consultarlo con su esposo. Estaba segura de que él no iba a estar de acuerdo. Y tenía razón. Al principio Jason se había rehusado a participar. Todo aquello le resultaba repulsivo: ver a su esposa utilizar un muñeco para reemplazar al fallecido bebé en fotografías para las que pretendía estar alimentándole, acunándole, o arreglándole un vestido nuevo de esos que le enviaban sus familiares o amigos cercanos.
Muy pronto, sin embargo, fue ablandándose a la idea. Por más perturbador que le resultase, sentía también algo violentamente urgente y necesario en aquel acto de imaginación de su esposa, como si lograra existir de nuevo, o como si existiera, realmente, en alguna otra dimensión. Entonces, comenzó a ayudarle a tomar las fotos. En una, estaba Yari junto a la cuna, bebé envuelto en su sabanita, mamá mirándole y sonriendo. En otra, mamá y bebé aparecían como si disfrutasen juntos de una canción de cuna que nadie jamás sería capaz de escuchar. En otras fotos aparecía, al fin, papá, con el bebé en brazos, la mirada ilegible o una media sonrisa disimulada en los labios. “¡Qué amanecido te ves, Jason! Oye, pero te ves súper feliz, hermano”, comentaba un amigo de Yari en la red al ver la foto.
En otra fotografía aparecía la criatura sola en su cunita, un muñeco entre todos los otros muñecos obsequiados a mamá y a papá en celebración de la nueva familia, la réplica de una criatura que sólo existía en su propio universo. “Durmiendo apaciblemente”, escribía Jason como explicación junto a la foto. Qué muñeco, comentaba algún conocido al ver la foto, y Yari sentía el hueco en su abdomen expandirse aún más, volviéndose cada vez más hondo, más seco.
—¿Jason? —preguntó Yari una de aquellas noches.
—¿Qué?
—Esto no puede durar para siempre —le dijo. Jason permaneció en silencio por mucho tiempo, tanto, que cuando al fin contestó, Yari se había quedado dormida a su lado.
—I know… (Lo sé).
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Hola Mami.
Ya estamos de vuelta en Boston. ¿Cómo sigues? Escuché de Lorna que estás mejorcita. Qué bueno. Dice Lorna que ya saliste del hospital y que el doctor dice que te estás recuperando muy bien. ¿Eso es verdad? Perdona que no te haya escrito en tanto tiempo. Hemos estado ajoraditos porque Jason está de vuelta en el hospital trabajando. Se acabaron las vacaciones de todo… Yo te amo mucho mucho. Gracias siempre por todo el amor que nos has dado. Siempre te voy a estar agradecida, ¿sabes? Eres la mejor madre del mundo. Tú lo sabes, ¿verdad? Te extraño mucho. Tengo mucho que contarte, pero espero hacerlo prontito cuando vaya a visitarte.
Siempre recuerdo el día aquel cuando me miraste a los ojos, no me acuerdo por qué, y me dijiste algo así como que, “Yo jamás te haría daño ni con la mirada, ¿sabes?”. No sé por qué me acuerdo de eso ahora. Nosotros te queremos tanto, ¿sabes? Aunque a veces no seamos perfectos y eso, te amamos mucho.
Oye, ¿sabes lo que escuché hoy, así por casualidad? En los Estados Unidos cuando un bebé nace le dan un certificado de nacimiento a su madre. Pero si el bebé nace muerto, si nace sin vida, le dan un certificado de defunción. No le dan certificado de nacimiento. ¿Puedes imaginar el dolor que eso ocasiona?
Como si nunca hubiera nacido tu criatura. Como si nunca hubiera nacido
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