Arthur Dixon: Publicaste tu primer libro, Bajar es lo peor, en 1995. Tu libro más reciente, Nuestra parte de noche, salió en 2019 y ganó el Premio Herralde de Novela. ¿Cómo se siente escribir y publicar ahora que tienes mucho reconocimiento (editorial de gran prestigio, traducción de tus libros a distintos idiomas, etc.) en comparación con tu trabajo de escritora cuando comenzabas tu carrera? ¿Qué ha cambiado en ti a lo largo de tu carrera?
Mariana Enríquez: Cambió casi todo. En 1995 yo era casi una adolescente y llegué a la publicación casi por azar y sin intenciones de ser “escritora”. Había escrito una novela para mí y para mis amigos, en un espíritu muy DIY, punk, en máquina de escribir, sin contacto con editoriales y por puro gusto. No pensaba en publicar. Sucedió que la hermana de una amiga, que era periodista, supo entonces que en su editorial iban a lanzar una colección de literatura “joven” —no YA, no juvenil, sino con autores jóvenes y temas relacionados, como el rock por ejemplo o la moda— y se enteró de la existencia de mi novela. Me la pidió y la leyó. Creo que no le gustó porque notó los elementos autobiográficos, muchas drogas, mucha vida nocturna, se impresionó por lo que vivíamos con su hermana, pero de todos modos le pareció que a algún editor podía interesarle. Y así fue: la corregí durante unos meses con un editor y se publicó. Luego tardé diez años en volver a publicar: fueron años de aprender a escribir, leer y trabajar como periodista. Ese libro fue un pequeño éxito local, por mi edad y por mi actitud, y porque era una novela protagonizada por una pareja gay, diríamos hoy una novela queer. Hoy trabajo con una agente, tengo traducciones, más lectores. Lo que no cambió es mi impulso de escribir lo que me interesa y lo que me gusta, es decir, sigo trabajando con elementos de mi mundo y mi imaginario como entonces, creo no haber perdido esas obsesiones y no pienso mucho en términos de lectores globales. Pero profesionalmente es todo distinto y personalmente ahora sé que quiero escribir. Entonces no lo tenía tan claro: solo había escrito una novela.
A.D.: En varias entrevistas te has referido a escritores y obras de cabecera. Desde otro ángulo, ¿dónde ubicarías tu obra con respecto a la literatura argentina actual, donde las escritoras tienen un peso ineludible? ¿Te sientes parte de un movimiento o generación? ¿Como verías tu trabajo dentro de la tradición literaria latinoamericana? ¿O te consideras más “global”?
M.E.: Me considero una escritora latinoamericana y siento cercanía con muchas escritoras, pero no necesariamente desde lo estilístico o las preocupaciones. Quizá hay algo que sí tenemos en común, pero es algo histórico: todas las escritoras argentinas de mi generación nacimos en dictadura, y esa es una marca con la que lidiamos de diferentes maneras. En otros países, crecieron en guerras civiles o con conflictos internos, como en Perú o Colombia. La marca de la violencia política en el continente, aunque no la hayan sufrido nuestros cuerpos concretos, la sufrimos en nuestras subjetividades. Y eso de alguna manera aparece en la literatura, a veces de forma obvia, otras más oblicua, pero creo que es ineludible.
A.D.: Hablando de tu escritura en sí misma, ¿cuáles serían las diferencias entre escribir cuentos relativamente cortos, como los de Las cosas que perdimos en el fuego, y escribir una novela tan larga y compleja como Nuestra parte de noche?
M.E.: Es muy distinto. Exige otra dedicación, en primer lugar, otra inmersión. Yo apenas recuerdo a los personajes de los cuentos, por ejemplo; en los relatos en general tengo una idea, muy concreta o más climática, más abstracta, y la desarrollo, pero los personajes son muy leves. También el cuento es más técnico, más parecido a una canción a lo mejor; me preocupa que funcione, que sea difícil de olvidar. En mis novelas mandan los personajes, la historia es de ellos, y en el caso de Nuestra parte de noche, además, exhibo una constelación de mis obsesiones y preocupaciones: la política, los poderosos, los cuerpos y su fragilidad, la juventud, el ocultismo, el género de terror, la poesía… un despliegue que técnicamente es imposible en un cuento. Además, la novela es un proceso de mayor inmersión, es vivir dentro de un mundo paralelo durante mucho tiempo, una experiencia para mí mucho más potente.
A.D.: Te he escuchado hablar sobre tus influencias literarias, escritores de lengua inglesa y de origen norteamericano, como Stephen King, H.P. Lovecraft, Shirley Jackson, etc. ¿Cuál es la importancia de la tradición norteamericana de terror en tu obra? ¿Cómo se siente ver tus propios textos, a veces influenciados por estos autores, traducidos al inglés y publicados en Estados Unidos?
M.E.: Es que la tradición del terror en español es muy errática. Diría que no hay una tradición. Quizá sí el gótico, pero el terror como género popular y definido casi no existe. Cortázar escribió cuentos de terror, pero dentro de una obra muy diversa. Y así pasa con la mayoría. Recién aparece en los últimos años una tendencia, pero aún es leve. No sólo la tradición de EE.UU.: también la inglesa, la anglosajona diría. Pero cuando hago terror, trato de que sea latinoamericano. Reimaginar los temas de acuerdo con nuestras realidades, incluir mitologías indígenas, leyendas urbanas propias, santorales paganos, asesinos propios, violencias que vivimos, problemas sociales que padecemos. Así como en Carrie se habla de bullying y una masacre escolar y fanatismo religioso, problemas que no existen en esa escala en América Latina, no porque no existan, sino porque cada sociedad tiene sus particularidades, yo hablo de violencia institucional, creencias populares, la pobreza, la incertidumbre económica. Trato de reimaginar los tópicos, desde el horror cósmico hasta la historia de fantasmas, con contenidos propios de mi historia y mi cultura. En realidad, creo que estoy intentando aportar otro punto de vista al género de terror, desde otra mirada y otra forma de releer a esos autores.
A.D.: Es elocuente la diferencia entre la lectura que la academia hace de tus libros y la que se publica en revistas y medios literarios. En la academia se repite una lectura más política; sin embargo, la crítica periodística tiende a destacar mucho más tus aportes como escritora de género. ¿Qué piensas de estas distintas lecturas? ¿Te parece que una literatura como la tuya necesita de una crítica que asuma en primer lugar —y quizás como punto de partida para otras reflexiones— las convenciones del género del horror para entender los aportes e innovaciones de tu trabajo como escritora?
M.E.: Yo no escribo sólo género —mis primeras novelas no son de género, y también escribo no ficción—, pero decididamente escribo horror. Entiendo que a la academia le interese más lo político porque creo que esa es la mirada estándar para pensar en América Latina y también porque aún hay cierto prejuicio o cierta imposibilidad de pensar que ambas cosas pueden estar juntas.
A.D.: Algo que se aprecia de tus libros es cómo tocan realidades políticas a través de códigos propios de la literatura de terror, para que el lector reconsidere comportamientos aparentemente normales, sin moralizar o recetar soluciones. Con la crisis del COVID-19, muchas publicaciones han presentado la pandemia a través de los códigos del terror, o de géneros relacionados: la distopía, el apocalipsis, las películas de zombis, etc. ¿Cómo vives estos tiempos de pandemia? ¿Cómo una escritora como tú pasas la cuarentena?
M.E.: Pésimo, como todo el mundo, y en absoluto como escritora, sino como ciudadana preocupada por las consecuencias de la pandemia en un país en crisis económica y con un sistema sanitario frágil. No estoy pensando en literatura en este momento y creo que hay momentos en los que la literatura pasa decididamente a un segundo plano. Este es uno.