Cambiar el país de origen por otro. Escribir desde otro lugar, ¿cómo influye esto en la escritura?
Nacida en Argentina, de familia paterna de origen inglés y familia materna francesa, la escritora Sylvia Molloy ha producido la mayor parte de su escritura de crítica y ficción desde los Estados Unidos, donde reside hace varias décadas. Los temas centrales de su escritura giran alrededor de lo autobiográfico, del ir y venir entre idiomas, de la pose, de las relaciones entre memoria y ficción.
En este ensayo, tejeré algunas ideas sobre la escritura y el exilio, en contrapunto con varias citas de Vivir entre lenguas, libro de Sylvia Molloy publicado en 2016. El libro, si bien es una reflexión autobiográfica sobre esa vida entre varios idiomas (el inglés, el francés y el español) implica también una manera de pensar cómo se escribe en esta vida entre distintos territorios.
“La mezcla, el ir y venir, el switching, pertenece al dominio de lo Unheimliche que es, precisamente, lo que sacude la fundación de la casa”.
La casa de la escritura y de la lengua que se sacude frente al ir y venir. La mezcla en sí misma se vuelve un elemento de producción creativa.
¿De qué ires y venires hablamos en el caso de Sylvia Molloy? Su tránsito se da no solo entre distintos idiomas sino también entre la escritura crítica y la escritura de ficción. Pero estas últimas no presentan límites demasiado lejanos. Sus dos escrituras se contaminan mutuamente, haciendo que, por ejemplo, la reflexión autobiográfica presente en Acto de Presencia, eche luces sobre novelas como En breve cárcel o El común olvido. De la materia autobiográfica Molloy despliega tanto una mirada académica como una mirada ficcional. En este ir y venir se cruzan las fronteras de género, la casa queda sacudida. Un terremoto, en otras palabras.
Pienso en eso de lo unheimliche. Lo ominoso. Lo familiar que se vuelve extraño. ¿Cuál es esa casa que se sacude, entonces? Y más aún, ¿cómo esa rareza contamina la escritura? La escritura como un lugar de extrañeza.
“Siempre escribí afuera: a la intemperie. Durante mucho tiempo solo escribí crítica, no me permitía la escritura de ficción de manera sostenida”.
Conozco ese ir y venir entre lugares, entre la lengua académica y la lengua ficcional. El switching que se vuelve no solamente una manera de escribir sino una manera de vivir. Ser académica y escritora es también una forma de viajar, de cambiar códigos que nos son familiares pero también distintos o distinguibles. En diversas entrevistas, es casi un lugar común —y sé que también se lo han preguntado a Molloy— inquirir sobre esta doble vida que tenemos, sobre si no hay un momento en que una se sobreponga a la otra o le demos más importancia a la otra. O la pregunta, que a veces nos suena fuera de lugar, sobre si nos sentimos cómodas con esa dicotomía. Dicotomía que en realidad, nos parece que solamente existe para quien hace la pregunta.
Pero que, al mismo tiempo, no podemos borrar en la práctica de escritura.
Por otro lado, de esto ya había hablado Roland Barthes, con sus ideas sobre la escritura, que difumina la distinción entre la creación y la crítica. Para Barthes, la escritura es la forma que el escritor elige voluntariamente, a diferencia de la lengua y el estilo. La escritura implica una ética pues surge de la manera en que el creador selecciona los materiales con que trabaja tanto en la escritura como en la lectura.
La escritura crítica de Sylvia Molloy se inicia de manera pública con su tesis doctoral sobre Borges, defendida en La Sorbona. El catálogo de sus publicaciones académicas la hizo muy conocida en la academia norteamericana, donde ha ganado un prestigio indiscutible. Títulos como Acto de presencia: la literatura autobiográfica en Hispanoamérica, Las letras de Borges, o Poses de fin de siglo. Desbordes del género en la modernidad, son imprescindibles en el campo de los estudios culturales y literarios latinoamericanos.
Con esta vasta producción crítica, cabe preguntarnos ¿qué mecanismos interiores hacían que Molloy no se permitiera la escritura sostenida de ficción? Evidentemente, sería demasiado audaz proponer una respuesta, apenas queda mirar la ruta de su propia escritura de ficción.
Su primera novela En breve cárcel, fue publicada en 1981. Pasaron muchos años hasta que una nueva novela suya saliera a la luz: El común olvido, en 2002. En ambas novelas, el material autobiográfico sirve a Molloy como un disparador del ejercicio estético entre la memoria y la ficción. No se trata tanto de un ejercicio de imaginación, sino de un tránsito, de un entrelugar de la escritura en el cual la ficción es percibida como una lectura de sus propias memorias. Encuentro en ese escarbar memorístico, un modo de articular su propio archivo. La ficción como una manera de conservar aquella casa y convertirla en algo des-familiarizado. Un espejo de la dislocación.
A sus novelas han seguido diversos textos breves, organizados desde una escritura fragmentaria: Varia imaginación, Desarticulaciones y Vivir entre lenguas. Lejos de la estructura analítica, Molloy despliega un saber del fragmento que podemos vincular a una manera de escribir entre tránsito, entre vaivenes. Una escritura de la memoria trozeada.
“Cada idioma tiene su territorio, su hora, su jerarquía”.
A cada idioma su lugar. Y la jerarquía no se impone frente a otros idiomas, sino frente al propio momento y en su propio territorio.
“The switching is effortless: tendrá sus reglas pero yo, como hablante, no las conozco: switcheo, no analizo”.
Esto del switcheo me resuena como pasos de un baile que todo migrante ejecuta prácticamente a diario. Un baile entre costumbres, idiomas, formas de ver el mundo. Una vez que se deja la casa de origen, otras formas comienzan a ser parte de lo que escribimos. Nuevas voces se acumulan y se sobreponen, nuestra mirada se alimenta de lo que ya conocíamos sobre el nuevo país y la nueva ciudad. La escritura migrante se alimenta de esta novedad, pero al mismo tiempo lucha con/contra ella. ¿Cómo mirar desde otro lado aquello que se nos va volviendo familiar? ¿Cómo escribir de otra manera sobre lugares que ya parecen super poblados por imágenes que se han vuelto lugares comunes en el espectro de la cultura?
Pienso especialmente en Nueva York, donde Sylvia reside. Yo también vivo en la ciudad. Una ciudad que ha poblado el imaginario contemporáneo en el cine, la fotografía, la literatura y muchos otros discursos. Escribir en Nueva York exige un constante ejercicio del switcheo. Poblada de hablantes de diversas lenguas, el cambio entre lenguas se da así, casi como sin esfuerzo. Crea también un oído atento a otras modulaciones latinoamericanas, a otros sonidos que son familiares pero también extraños. El lugar fecundo para esta escritura de la migración.
“Siempre se escribe desde una ausencia: la elección de un idioma automáticamente significa el afantasmamiento del otro pero nunca su desaparición. Ese otro idioma en que el escritor no piensa, dice Roa Bastos, lo piensa a él. Lo que al comienzo parece imposición —¿por qué habría que elegir?— pronto se vuelve ventaja. La ausencia de lo que se había postergado continúa a obrar, oscuramente, como un tácito autrement dit que complica lo escrito en el idioma elegido y lo percude. O mejor, lo infecta, como dice Jacques Hassoun, usando el término como se usa en pintura cuando un color se insinúa en el otro: ‘Nous sommes tous des infectés de la langue’”.
¿Cuál es esta ausencia desde donde se escribe?
Provoca responder que esa ausencia es la de la casa original. Molloy responde desde la ausencia de un idioma. De ese idioma que continúa como un fantasma, que permanece pero se resiste a desaparecer. Habría que pensar en ese afantasmamiento.
La casa original, el país y la ciudad de origen se vuelven fantasmas de la escritura. Están presentes como huellas y restos de lo que algún día fuimos. Nuestra escritura del presente se infecta (verbo médico) de aquella memoria anterior, de la vida anterior. Una ausencia que configura como un archivo de recuerdos, iluminaciones y afectos, de una vida en la que también fuimos con otros. La escritora migrante como una rescatadora de ese archivo que no ha quedado fijado, sino que es constantemente actualizado, revisado y removido en cada publicación, en cada acto de escritura. Un archivo que no concierne solamente a lo individual o a lo familiar, sino a la historia de ese lugar originario. Situaciones incómodas que encontrarán otro lugar en la escritura, no para reubicarse sino para encontrarles otro sentido posible. Otra vida.
Lo que queda insinuado a veces irrumpe con una potencia que nos puede sorprender.
“[sobre un estudio de The New York Times sobre lengua e inmigración] La conclusión: para sentirse cómodo, incluso locuaz, en otro idioma se necesita la inmersión total en lo extranjero y el olvido: que no queden rastros del home que se ha dejado atrás. ¿Pero cuando ese home se lleva consigo? ¿O cuando esa extranjería es parte de uno mismo?”.
El in between como forma de vida. De la extranjería que se lleva consigo parece haber reflexionado mucho en la historia literaria como un impulso de la escritura. ¿Pero qué implica esa inmersión en lo otro? Sumergirse en la nueva casa, como si se tratara de una piscina que nos espera, de cuyas aguas no sabemos si estarán templadas o frías. Y sin embargo, la casa original la llevamos con nosotros. Casi provoca pensar en la figura del caracol. Siempre la casa encima, arrastrándola por todas partes, pero que ya es una parte del mismo ser, atada a su esqueleto. Esa casa que ya no puede desprenderse del propio cuerpo a costa de perder la vida.
¿Qué escritura se produce desde ese cuerpo siempre extranjero?
Es importante remarcarlo, que hablamos de una escritura (y una escritora) que se reconoce como extranjera y en tránsito. No es una escritura (ni escritora) en una situación de exilio (delicada palabra) permanente. Su constante es su tránsito entre lenguas, entre vidas, entre geografías.
Sabemos que el lugar de enunciación es una coordenada esencial en el proceso de escritura. Desde dónde escribimos nos ubica en una encrucijada de tradiciones seguidas y eludidas. Este lugar de constante tránsito invade a la escritura para desestabilizar los códigos recibidos.
“Steiner sí registra ese asomo de incomodidad cuando habla de traducción, es decir, del ir y venir por escrito. ‘El viaje de ida y vuelta puede dejar al traductor a la intemperie (unhoused). No se encuentra del todo cómodo, ni en el idioma propio ni en el idioma o los idiomas que domina (…) Conocidos traductores hablan de una tierra de nadie’. La diferencia está en la escala: en cuanto hago una pausa en el vuelo y reflexiono —es decir, me pongo a escribir—, se esfuma la despreocupación lingüística. Pienso luego escribo: si pierdo el punto de apoyo, pierdo mi casa”.
Me interesa ese ir y venir visto como un proceso de traducción. Un viaje a la intemperie. Una tierra de nadie, dice Steiner. Quizás en este caso sea posible hablar de una escritura del exilio, que no se da en términos geográficos sino en términos del vaivén entre una lengua y otra. Se produce una escritura que hace perder la casa. Vuelvo a la imagen del caracol y su casa que es parte de su propio cuerpo. La escritura, en su dura incomodidad, permite que esa casa se mantenga, que el cuerpo mismo que escribe no se pierda.
George Steiner le da varias vueltas a estas relaciones entre casa, escritura y traducción. En su ensayo “The hermeneutic motion” señala: “El traductor invade, extrae y lleva a casa”. Estas tres facetas de la traducción desembocan en otro movimiento que es la incorporación de lo traducido. Steiner utiliza la palabra embodiment, que nos lleva al ámbito físico del trabajo traductor y que podemos extender a la escritura del exilio, lo que porta en sí mismo una amenaza: “El embodiment dialéctico conlleva la posibilidad de que podamos ser consumidos”. Me gusta pensar esta escritura del exilio como una forma de movimiento, como un tránsito entre diferentes códigos que terminan encarnándose entre sí. Quizás es en este lugar donde prefiero pensarme como escritora y también a la escritura de Molloy, en ese entrecruzamiento de códigos. Habitar el switch.