Nota del editor: La siguiente entrevista está publicada en edición trilingüe. Lee el texto en español y portugués aquí, y haz click en “English” para leer en inglés.
La escritora y periodista brasileña Lucrecia Zappi nació en Buenos Aires, Argentina, en 1972, y pasó su infancia y adolescencia en São Paulo y Ciudad de México. Es autora de dos novelas en portugués, Jaguar negro (2013) y Acre (2017). Sus novelas exploran los mundos míticos del Brasil con vastas geografías y paisajes primitivos, enmarcándose en la tradición de autores latinoamericanos, tales como João Guimaraes Rosa y Graciliano Ramos. Su primer libro, Milhojas (2010), explora la historia de la confitería a partir de la caña de azúcar en el Nuevo Mundo. Zappi cursó la maestría en Escritura Creativa en New York University donde tuvo como profesores a Lydia Davis y E.L. Doctorow. Actualmente vive en Nueva York donde escribe su tercera novela.
César Ferreira: ¿Podría explicarnos los títulos de sus libros y muy brevemente la trama de esas novelas?
Lucrecia Zappi: Jaguar negro se llama así porque sugiere la incertidumbre de una presencia. Es por eso que escogí ese título, invitando al lector a ver a un felino que, a pesar de ser propio de la fauna de Chapada Diamantina, donde transcurre la historia, no siempre se lo ve. Y esta novela de formación es sobre la búsqueda de la identidad y las raíces desconocidas de una persona. Estaba interesada en presentar un viaje físico de lo que no siempre es visible.
La novela está ambientada en la Chapada Diamantina, hoy un Parque Nacional en Bahía, adonde viaja Beatriz, una paulista de diecinueve años, en busca de su padre al que nunca conoció. Llega a una posada rústica, propiedad de su posible familia, donde decide quedarse sin revelar su identidad. Ella es estudiante de Botánica y, como el área tiene una flora única, nadie sospecha de sus intenciones hasta que Beatriz comienza a forzar la intimidad con estos desconocidos, al punto de desencadenar tensión y recelo a su alrededor. Durante las semanas que pasa con esa familia, surge un amor clandestino y ocurre una muerte no esclarecida. Poco a poco, ella va descubriendo las reglas de supervivencia en el sertón brasileño detrás de una existencia aparentemente calmada y de pocas palabras.
La palabra acre me llamó la atención incluso antes de comenzar a escribir la novela porque expresa nociones concretas y subjetivas de tierra y frontera, dos temas que siempre me han interesado. En los Estados Unidos, acre es una unidad de medida agraria, un concepto bien comprendido en general. En el Brasil, es un estado vasto que provoca la imaginación de otras maneras, no solo por la distancia enorme de las grandes metrópolis, como São Paulo o Río de Janeiro, sino porque también comparte una frontera con Perú y Bolivia y, del lado amazónico, con una selva donde el territorio habitado, ya sea por indígenas o no-indígenas, tampoco está bien definido. La trama de Acre, a pesar de desarrollarse en São Paulo, no deja de evocar actividades ilícitas, como el tráfico de madera, y un sabor acre o áspero en las relaciones sociales que son tejidas a lo largo de la novela.
En las primeras páginas, el lector ya tiene una clara noción de que la integridad del matrimonio de Óscar es amenazada por el regreso de Nelson, el ex novio de su esposa, y su rival durante la adolescencia cuando los tres vivían en la costa de São Paulo, en Santos. Recién llegado de Acre, después de haber desaparecido por más de treinta años, Nelson se muda al mismo piso del edificio de la pareja, en el centro de São Paulo. La proximidad del nuevo vecino genera chismes y paranoia en Óscar, y los recuerdos de su adolescencia en las playas de Santos en la década de 1980 reaparecen como heridas abiertas. Una sensación de peligro inminente, que también proviene de las calles de São Paulo, comienza a sofocar a Óscar. Aunque él intenta hacer de todo para que su vida quepa dentro de una rutina transparente y predecible, en Acre las fronteras personales entran en conflicto con la existencia claustrofóbica de espacios divididos y con la falta de confianza de quienes viven alrededor.
Susana Antunes: ¿Por qué transcurre Acre en São Paulo?
L.Z.: Porque es una historia sobre São Paulo. Inicialmente, quería que Acre fuese una novela de frontera, un western. Quise retomar las voces narrativas de clásicos latinoamericanos, generalmente escritos desde un punto de vista masculino, acerca del mundo rural y mítico, así como de paisajes desolados y territorios vastos de gran fuerza poética. Todo esto desemboca en una búsqueda personal.
Quise llevar todos esos elementos a una ciudad porque Acre habla sobre fronteras o paisajes de fronteras. Desde el comienzo vi una relación con la ciudad, con la vida diaria en edificios, donde uno no conoce a sus vecinos, especialmente en São Paulo, una ciudad que puede ser inhóspita y violenta.
Cuando describo esa São Paulo, no lo hago como una denuncia sino más bien como una presentación, es con una mirada emocional, áspera mientras rediseño su cartografía social al estrechar las distancias físicas entre las personas.
C.F.: ¿Qué ocurre en Jaguar negro cuya acción transcurre principalmente en el Nordeste de Brasil?
L.Z.: Quise crear esta novela con una voz íntima en primera persona y penetrar el manto de silencios que a veces impide a las personas comprender sus sentimientos y miedos más profundos. Hay una sensación de soledad, vulnerabilidad y rabia dentro de un retrato un poco sombrío de un Brasil rural y atemporal. El paisaje de Pedro Páramo, de Juan Rulfo, me inspiró mucho, donde Juan Preciado entra en una tierra habitada por fantasmas mientras busca a su padre. Yo también me interesé mucho por la obra de los brasileños Graciliano Ramos y João Guimarães Rosa, los cuales retratan el Nordeste brasileño y su batalla por la supervivencia con una mirada y lenguaje únicos.
Hay algo que tiene una distancia que no se puede penetrar. Además, me gustan los cuentos populares, tan simples y al mismo tiempo evocativos y complejos. Por eso me gustan los escritores modernistas y, en un ámbito más contemporáneo en el que la tierra tiene una presencia muy fuerte, incluiría también a un escritor como Raduan Nassar. Con este primer trabajo, siento que retomaba a estos escritores al escoger un área tan remota y abandonada como Chapada Diamantina. Es un lugar en el que aún se escuchan las voces de los miles que cultivaron café allí y las de los terratenientes, aunque ya casi no existen familias que viven en ese lugar desde que fue transformado en Parque Nacional en los años 80. La vida en Chapada está aún teñida por supersticiones y una existencia pobre y sencilla.
S.A.: En su ficción hay imágenes de paredes sucias, calles agrietadas, cicatrices urbanas, mucho cemento. ¿Cómo influye el entorno de Acre en sus personajes?
L.Z.: Los personajes respiran el aire de una ciudad hostil, donde el prejuicio, la brutalidad y la decadencia acechan por las esquinas. El São Paulo de mi novela tiene una belleza senil, carcomida, percudida, con infinitas paredes con grafitis y edificios con viejas cajas de aire acondicionado colgando de las ventanas. Hay una relación directa entre la pareja protagónica y la ciudad. Hay una sensación de autosabotaje en una existencia pasiva.
C.F.: Uno de los personajes principales de Acre, Marcela, dice que no está interesada en “el mundo de los recuerdos”, pero existen recuerdos que rondan al narrador. Por ejemplo, Óscar tiene “recuerdos violentos de adolescente” simbolizados en una navaja. ¿De qué manera sus propios recuerdos influenciaron aquellos descritos en Acre? Para un escritor, ¿cuál es la utilidad del pasado?
L.Z.: Acre saca a relucir muchos flashbacks del triángulo Óscar-Marcela-Nelson, quienes vivieron su adolescencia en Santos en los años 80, durante los años dorados del surf en esa ciudad costera. Eso es contado por el marido de Marcela, Óscar, un hombre cincuentón, atrapado en su propio destino.
Marcela es una mujer que decide no mirar atrás, tal vez porque en la adolescencia fue obligada a trabajar para ayudar a su madre soltera, en perjuicio de sus estudios, al contrario de los jóvenes de la clase media, como Óscar y Nelson. Aparte de eso, tiene rasgos indígenas prominentes, lo que podría convertirla en objeto de racismo velado.
Me interesa la sensación de caída o “colapso” que aparece en aquel instante en que alguien, que va al encuentro de su pasado, descubre que se convirtió en otra persona ajena a su heroica personalidad juvenil. Cuando Nelson reaparece, Óscar se siente obligado a mirar hacia atrás para reconocer que cambió. A partir de ahí, me interesa explorar lo que Óscar decide hacer.
S.A.: En Jaguar negro, el narrador es una voz femenina. En Acre, el narrador es una voz masculina. ¿Cómo sucedió ese cambio? ¿Cuál de las dos fue más difícil de crear para usted?
L.Z.: Son dos voces muy diferentes: Beatriz tiene diecinueve años, sale de São Paulo y va a Chapada Diamantina, mientras Óscar tiene cincuenta años y difícilmente sale de su barrio. En ambos casos, yo quería explorar la fragilidad e inseguridad delante de un enemigo que a veces es invisible, que a veces puede ser también un vacío en el paisaje, una sombra, un rumor.
Jaguar negro es más visual, con una protagonista apasionada por las plantas en un paisaje deslumbrante con una flora única. En Acre, tenemos una ciudad donde los sonidos entran con mucha fuerza, desde la televisión encendida en el apartamento de al lado hasta los sonidos de los cables del ascensor. Todo esto comparte un espacio reducido de puertas y ventanas.
Para mí, ese fue el mayor desafío, representar el lado sensorial de cada voz. ¿Cómo respira Beatriz, qué es lo que siente, cómo se forma el mundo a partir de lo que ella ve? ¿Y qué es lo que hace con lo que no es visible?
Con Óscar ocurre algo parecido en cuanto a aquello que no es visible. Por eso, el papel de su mujer es fundamental aquí. Creo que crear la voz de Óscar fue más difícil porque él se proyecta constantemente en su mujer. Es un hombre inseguro y celoso, previsible hasta cierto punto.
C.F.: Usted tiene un tipo de escritura muy visual. ¿Ha recibido alguna vez propuestas para adaptar sus novelas al cine? ¿Ha escrito alguna vez guiones para la televisión o el cine?
L.Z.: Nunca pensé en mis novelas adaptadas al cine porque las escenas, por más visuales que sean, no se verían bien en una película. Me sorprendió que una compañía brasileña de cine se interesara en llevar Jaguar negro al cine y la idea de escribir un guion me empezó a dar vueltas en la cabeza. Aún lo estoy pensando.
S.A.: Milhojas es un libro completamente diferente a sus novelas. ¿Podría explicarnos un poco la investigación que hizo y otros detalles del libro, por ejemplo, las ilustraciones?
L.Z.: Mi punto de partida fue investigar cómo los campos de caña de azúcar cambiaron el paisaje gastronómico. Después, mi búsqueda se dirigió a un campo más etimológico sobre el origen de los nombres de los dulces. Investigué el tema por más de tres años y el resultado fue una cartografía gastronómica más social, más abierta y universal, siempre en la ruta del azúcar. Hay también elementos fantásticos en el libro, como el capítulo dedicado a las diferentes versiones de la tierra encantada llamada cucaña. Del lado menos ficcional, busqué documentos sociológicos sobre la esclavitud y su importante papel en la confección de platos extremadamente elaborados, mientras la aceptación de ingredientes nativos se iba incrementando. Antes de ello existía la creencia de que la calidad pertenecía al Viejo Mundo.
C.F.: ¿Está usted trabajando en una nueva novela?
L.Z.: Sí. Es una novela que transcurre en los Estados Unidos en un momento en que dos mujeres jóvenes resuelven encontrarse de nuevo, diez años después del crimen brutal que cometieron. El libro es una reflexión sobre una amistad aparentemente imposible y el tránsito visceral a la vida adulta a partir del recuerdo de un crimen y los años de formación dentro de un sistema penitenciario.
César Ferreira y Susana Antunes
University of Wisconsin-Milwaukee
Traducido del portugués por Amy Olen y Manuel Zelada Pierrend
University of Wisconsin-Milwaukee
Entre São Paulo e Bahia: Uma entrevista com Lucrecia Zappi
(versão em português)
Autora e jornalista brasileira, Lucrecia Zappi, nasceu em Buenos Aires, Argentina, em 1972, tendo passado parte da sua infância e adolescência em São Paulo e na Cidade do México. Zappi é autora de dois romances em língua portuguesa: Onça Preta (2013) e Acre (2017). Os seus romances exploram mundos míticos do Brasil com vastas geografias e paisagens primitivas, seguindo de perto a tradição de autores da América Latina, tais como João Guimarães Rosa e Graciliano Ramos. Adicionalmente, o seu primeiro livro, Mil-folhas (2010), explora a história da confeitaria dos canaviais no Novo Mundo. Zappi é Mestre em Escrita Criativa pela New York University, tendo contado com a supervisão de E.L. Doctorow e Lydia Davis. Atualmente, Zappi vive em Nova Iorque e escreve o seu terceiro romance.
César Ferreira: Você pode explicar os títulos de seus livros e muito brevemente os enredos desses romances?
Lucrecia Zappi: Onça Preta se chama assim porque traz a incerteza de uma presença. É por isso que escolhi esse título, convidando o leitor a ver um animal difícil de ser encontrado na natureza, mas considerado um felino típico da Chapada Diamantina, onde se passa a história. E este romance de formação é sobre a busca da identidade e das raízes desconhecidas de alguém. Estava interessada em uma jornada física do que nem sempre está visível.
O romance está ambientado na Chapada Diamantina, hoje um Parque Nacional, na Bahia, para onde viaja Beatriz, uma paulistana de 19 anos em busca do pai, que nunca conheceu. Chega a uma pousada rústica, propriedade de sua possível família, onde decide ficar sem revelar sua identidade. Ela é estudante de Botânica, e como a área tem uma flora única, ninguém suspeita de suas intenções, não até que Beatriz começa a forçar uma intimidade com esses estranhos, a ponto de desencadear tensão e desconfiança ao seu redor. Durante as semanas que passa com a família, surge um amor clandestino e ocorre uma morte não resolvida. Pouco a pouco, ela vai descobrir as regras de sobrevivência no sertão brasileiro, atrás de uma existência aparentemente pacata e de poucas palavras.
A palavra acre me chamava a atenção antes mesmo de começar a escrever o romance porque ela traz noções concretas e subjetivas de terra e fronteira, dois temas que sempre me têm interessado. Nos Estados Unidos da América, acre é uma unidade de medida agrária, um conceito bem compreendido pelas pessoas em geral. No Brasil, é um estado vasto, que provoca a imaginação de outras formas, não só pela distância enorme das grandes metrópoles, como São Paulo ou Rio de Janeiro, mas também porque faz fronteira com o Peru e a Bolívia, e do lado da Amazônia, uma selva onde tampouco está bem definido o território habitado, seja por indígenas ou não. A trama de Acre, apesar de se desenrolar em São Paulo, não deixa de evocar atividades ilícitas como o tráfico de madeira e um gosto acre ou pungente nas relações sociais que são tecidas ao longo do livro.
Nas primeiras páginas, o leitor já tem uma clara noção de que a integridade do casamento de Oscar é ameaçada pelo retorno de Nelson, ex-namorado de sua esposa e seu ex-rival durante a adolescência, quando os três moravam no litoral paulistano, em Santos. Recém-chegado do Acre depois de ter desaparecido por mais de trinta anos, Nelson se muda para o mesmo prédio do casal, no centro de São Paulo. A proximidade com o novo vizinho gera ciúmes e paranoia em Oscar. As lembranças de sua adolescência nas praias de Santos na década de 1980 emergem como feridas abertas e uma sensação de perigo iminente o invade, também pelo que ele presencia nas ruas de São Paulo. Mesmo que Oscar faça tudo para que a sua existência caiba dentro de uma rotina transparente e previsível, em Acre as fronteiras pessoais entram em conflito com a claustrofobia dos espaços divididos e da falta de confiança dos que vivem ao redor.
Susana Antunes: Por que Acre acontece em São Paulo?
L.Z.: Porque é uma história de São Paulo. Inicialmente queria que fosse um romance de fronteira, um western. Quis revisitar as vozes narrativas de clássicos latino-americanos, geralmente com uma visão masculina do mundo rústico e mítico ao mesmo tempo, de paisagens abandonadas, geralmente inacessíveis, vastos territórios com grande força poética, que acaba levando à busca de si mesmo.
Quis transportar todos esses elementos para dentro de uma cidade porque Acre também fala sobre fronteiras. Desde o começo eu vi um relacionamento com a cidade, com a vida em prédios, onde você não conhece seus vizinhos, especialmente em São Paulo, uma cidade que pode ser inóspita e violenta.
Quando descrevo essa São Paulo, não o faço como uma denúncia, mas como uma apresentação, é sob uma luz emocional bruta, enquanto redesenho sua cartografia social ao estreitar as distâncias físicas entre as pessoas.
C.F.: O que acontece em Onça Preta cuja ação ocorre principalmente no nordeste do Brasil?
L.Z.: Tentei moldar esse romance em uma voz íntima de primeira pessoa, penetrando no manto de silêncios que impede os homens de chegar a um acordo com seus sentimentos e medos mais profundos. Há uma sensação de solidão, vulnerabilidade e raiva dentro de um retrato um pouco sombrio de um Brasil rural e atemporal, e eu diria que fiquei muito inspirada na paisagem de Pedro Páramo, de Juan Rulfo, onde Juan Preciado pisa em uma terra habitada por fantasmas quando está procurando por seu pai. Eu também gosto muito da obra dos brasileiros Graciliano Ramos, João Guimarães Rosa, que retratam essa região do Nordeste do Brasil e sua quase cósmica batalha pela sobrevivência, com uma luz e linguagem únicas.
Há algo sobre uma distância que você não pode penetrar. Além disso, eu gosto dos contos populares, tão simples e ao mesmo tempo tão evocativos e complexos. Gosto desses escritores modernistas por isso e, em um mapa um mais contemporâneo ou mais recente de romances em que a terra em si tem uma presença muito forte, incluiria um escritor como Raduan Nassar. E com este primeiro trabalho sinto que eu retomava esses escritores ao escolher uma área tão remota e abandonada como a Chapada Diamantina. Esta é uma área em que ainda ecoam as vozes dos milhares que cultivaram café ali e as vozes dos coronéis, embora já quase não existam famílias morando no que foi transformado em Parque Nacional nos anos 80. A vida na Chapada ainda é permeada por superstições e uma existência pobre e simple.
S.A.: Na sua ficção há imagens de paredes sujas, ruas rachadas, cicatrizes urbanas, muito cimento. Como o ambiente de Acre influencia o comportamento de seus personagens?
L.Z.: Os personagens respiram o ar de uma cidade hostil, onde o preconceito, a brutalidade e a decadência se farejam pelos cantos. São Paulo tem uma beleza cansada, carcomida, encardida, com infinitas paredes de grafite e prédios com velhas caixas de ar condicionado penduradas nas janelas. Existe sim um relacionamento direto no casal protagonista com a cidade. Há um senso de autossabotagem em uma existência passiva.
C.F.: Uma das principais personagens de Acre, Marcela, diz que não está interessada no “mundo das memórias”, mas existem memórias que assombram o narrador. Por exemplo, Oscar tem “memórias violentas de adolescentes”, simbolizadas em um canivete. Como suas próprias memórias influenciaram as descritas em Acre? Para um escritor, qual é o uso do passado?
L.Z.: Acre traz à tona muitos flashbacks do triângulo Oscar-Marcela-Nelson que viveram a adolescência em Santos nos anos 80 com uma cultura vibrante do surfe. Isso é contado pelo marido de Marcela, Oscar, um homem na casa dos cinquenta, sufocado pelo seu próprio destino. Marcela é uma mulher que decide não olhar para trás, talvez porque na adolescência tenha sido obrigada a trabalhar para ajudar sua mãe solteira, em prejuízo dos estudos, ao contrário dos jovens de classe média, como Oscar e Nelson. Além disso tem traços indígenas proeminentes, o que poderia torná-la assunto de racismo velado.
Estou interessada na sensação de queda ou de “colapso” de alguém que vai de encontro com o seu passado, percebe que se tornou outra pessoa, distante de sua heroica personalidade juvenil. Quando Nelson ressurge, Oscar se sente forçado a olhar para trás e reconhecer que mudou. A partir daí, o que Oscar decide fazer? Isso me interessa explorar.
S.A.: Em Onça Preta, o narrador é uma voz feminina. Em Acre, o narrador é uma voz masculina. Como esta transição aconteceu? Qual deles foi mais difícil de criar para você?
L.Z.: São duas vozes muito diferentes: Beatriz tem 19 anos, sai de São Paulo e vai para a Chapada Diamantina, enquanto Oscar tem 50 anos e dificilmente sai de sua própria vizinhança. Em ambos os casos eu queria explorar a fragilidade e a insegurança diante de um inimigo que é às vezes invisível, que também pode ser o vazio na paisagem, uma sombra, um rumor.
Onça Preta é mais visual, temos uma protagonista apaixonada por plantas em uma paisagem estonteante com uma flora única. Em Acre temos uma cidade, onde os sons entram com muita força, desde a televisão ligada no apartamento ao lado até os sons dos cabos do elevador. Tudo isso existe em um espaço reduzido de portas e janelas.
Para mim, esse foi meu maior desafio, representar o lado sensorial de cada voz. Como Beatriz respira, o que ela sente, como o mundo se forma a partir do que ela vê? E o que ela faz com o que não está visível?
Com Oscar é semelhante no que concerne aquilo que é invisível, e o papel de sua mulher aqui é fundamental. Acho que criar a voz de Oscar foi mais difícil porque ele se projeta constantemente na sua mulher. É um homem inseguro e enciumado, previsível até um certo limite.
C.F.: Você tem um tipo muito visual de escrever. Você já recebeu uma proposta para adaptar seus romances ao cinema? Você já escreveu roteiros para TV ou filmes?
L.Z.: Nunca pensei em meus livros adaptados para o cinema, porque as cenas, por visuais que elas sejam, não se desdobram necessariamente em um filme. Para minha surpresa, fui abordada por uma produção cinematográfica no Brasil para transformar Onça Preta em filme e a ideia de escrever um roteiro começou a me instigar. Ainda estou pensando a respeito.
S.A.: Mil-folhas é um livro completamente diferente de seus romances. Poderia explicar um pouco a pesquisa que fez, assim como outros detalhes que o livro apresenta, nomeadamente as ilustrações?
L.Z.: Meu ponto de partida foi investigar como os canaviais mudaram a paisagem gastronômica. Depois, minha busca foi para um campo mais etimológico sobre as origens dos nomes dos doces. Pesquisei mais de três anos e o resultado é um mapeamento de uma viagem gastronômica mais social, mais aberta e universal, sempre na trilha do açúcar. Há elementos mais fantasiosos no livro, como o capítulo dedicado à Cocanha. No lado mais jornalístico, menos ficcional, busquei documentos sociológicos sobre a escravidão e seu forte papel na confeção de pratos extremamente elaborados, enquanto a aceitação de ingredientes nativos ia se formando. Havia a crença de que qualidade pertencia ao Velho Mundo.
C.F.: Você está trabalhando em um novo romance?
L.Z.: Sim, estou. É um livro que se passa nos Estados Unidos, no momento em que as duas jovens mulheres resolvem se reencontrar, dez anos depois do crime brutal que cometeram. O livro é uma meditação sobre uma amizade aparentemente impossível e uma reflexão visceral da transição para a vida adulta, a partir da memória de um crime e anos na prisão.
César Ferreira e Susana Antunes
University of Wisconsin-Milwaukee