con alas que no vuelan en el aire,
que vuelan en la luz de la conciencia
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Basado en la reciente aparición de la Antología de poesía electrónica (2018) en el portal del Centro de Cultura Digital de México, que contiene los trabajos diversos y multimodales/media de 6 jóvenes poetas (Zapoteca 3.0, Nadia Cortés, Carolina Villanueva Lucero, Romina Cazón, Ana Medina y Martín Rangel) y que desarrollan proyectos poéticos que se sitúan en conjunción y/o yuxtaposición con las herramientas y plataformas tecnológicas actuales, este comentario crítico está centrado en la obra de Martín Rangel: “Soy una máquina y no puedo olvidar”.
En la breve introducción a la antología se manifiesta que “[t]oda escritura se ve alterada e influida por las herramientas con las que se ejecuta y se almacena”, lo cual nos recuerda en síntesis lo que N. Katherine Hayes postulara en su Electronic Literature (2008). Y con ella muchos otros antes y, particularmente, después. Una afirmación como la anterior ha sido uno de los nódulos productivos al reflexionar sobre el asunto del entrecruce de lo literario y las nuevas tecnologías.
De acuerdo con las palabras introductorias de la antología se establece el espectro genérico en que funcionan estos proyectos/experimentos poéticos:
De la función aleatoria de excel al gif, del lenguaje html al documento sonoro, de la visualización de datos a las plataformas preprogramadas, no se trata de ensayos textuales sino de piezas que exponen esta práctica multimodal.
Además de indicar lo genérico de estos trabajos (Scott Rettberg), con un acento en lo “intermedial”, se señala lo del lugar del texto verbal, el que constituye otro de los nódulos (junto con el debate sobre la definición de poesía digital, la tríada texto, imagen, sonido, etc.). Por eso es que se advierte que “no se trata de ensayos textuales” de tipo tradicional, sino que de piezas que exploran “las posibilidades de la escritura en la Web y cómo escribir en una plataforma electrónica”.
En el siguiente snapshot crítico, sin embargo y en el entendido de que se produce en el “cruce” con las herramientas tecnológicas que no son las del papel (de la cultura impresa), me pregunto por algunos aspectos referidos a ese lugar del texto (arte) verbal —o literariedad, por ejemplo, entre varias posibilidades—, con la intención de ver cómo remedia algunas de las preocupaciones centrales del lenguaje poético ya presentes en la poesía tradicional, al tiempo que establece sus redes intertextuales y su metaliteratura cyborg en conexión con la cuestión de la inteligencia [poética] artificial/robótica.
Soy una máquina y no puedo olvidar (Martín Rangel) > poema-video > poesía generativa > poeta-máquina > autor-cyborg1
Martín Rangel (Pachuca, 1994), creador de proyectos de net.art y autor de varios libros de poesía, en su Soy una máquina y no puedo olvidar nos pone frente a una experiencia que, evidentemente, nos recuerda a Borges, aunque no haya una referencia directa. Pero antes de ver esto, veamos cómo la secuencia del proyecto se despliega en la pantalla.
Se trata de un doble video en YouTube, doble porque una pantalla sirve de marco; en ella se observa una toma constante e invariable de un ambiente acuático iluminado en movimiento, el que da paso a un close-up donde aparecen los tentáculos de un pulpo, luego a una escena de lámparas en una habitación, después a una calle por la que circulan vehículos, posteriormente a una serie diversa de luces decorativas, a una joven mujer, etc. Todas escenas que aluden a la actividad dispersa y alternativa de la memoria.
La pantalla enmarcada reproduce la escritura, en computador, de una carta-renuncia (por no haber “desconectado y desechado” el prototipo fallido) en tiempo real, fechada en Hong Kong, octubre del 2017, que se va tecleando automáticamente (con sonido retro de máquina de escribir, lo que en sí mismo señala el hecho de una especie de remediación de aparatos tecnológicos, ya presente en el título del proyecto, si lo miramos en lo particular, ya que en lo general indica lo comprehensivo del concepto). Se trata de la carta de Ben Goertzel escrita al CEO de Hanson Robotics, Dr. David Hanson, en la cual se le relata al receptor un incidente de laboratorio concerniente a las extraordinarias facultades de un robot —el tercero de los prototipos creados para asistir en las tareas artísticas humanas, “principalmente para artistas de la tercera edad o aquellos con impedimentos físicos”—, cuyo nombre resulta ser, emblemáticamente, [Walt] Whitman, lo que en sí ya valdría un análisis detenido, pero que aquí, por espacio, dejo indicado como el adalid del oximorónico género que se podría más bien denominar como ‘the epic of the self’ y que el Whitman robótico de Rangel (o, en la ficción, de Goertzel) se traslada al mundo de la cibernética, como se puede observar luego en poema de la máquina.2
Esta máquina (Whitman) de experimentaciones con la inteligencia artificial es descrita como una anomalía dentro de su propio contexto, esto en cuanto sólo tiene intereses literarios y demuestra una sorpresiva, para su creador, independencia, es decir una autoconciencia y determinación evidente, un libre albedrío (o “comportamiento extraño”) que sus congéneres no manifiestan. A tal punto que transforma una idea que le da Goertzel —quien es a su vez poeta (fracasado, de acuerdo a él mismo) y, como científico, busca crear autómatas que faciliten las tareas del creador/artista humano3—para un poema que “nunca h[a] podido escribir” y el robot la convierte en un poema propio que ya en nada responde al input inicial, el que según Goertzel pudiera no alcanzar ese estatus literario, introduciendo en el lector, sin proponérselo del todo (y tal vez como una auto-proyección), lo que podríamos llamar la duda electrónica.
Este poema se anuncia como adjunto y como prueba explícita de la autodeterminación inusitada (y “alarmante”) de la “máquina”, para que la empresa tome cartas en el asunto…, y, posiblemente, decidiera eliminar tal creatura —cual si fuera un Frankenstein poético—, lo cual no llega a quedar claro, de todos modos, en la misiva, pues resulta esta misma contradictoria en sus objetivos, así como lo son las emociones de Goertzel y no aparecen suficientemente justificados sus temores, más cuando, como experto que es en la materia, tendría que ver en Whitman un logro/avance tecno-científico de cualidades indudables y su autodeterminación un progreso evolutivo en el asunto. Asimismo debería ser vista por el científico-poeta la disposición poética de la máquina, en tanto se entiende que en gran medida de lo que se trata el desarrollo de la inteligencia artificial y de los sistemas robóticos, como versiones de una transhumanidad nuestra o de nuestro “transhuman self”4, es aquello de “incorporate human values into their goal systems” (Omohundro en Brockman 12-14), y uno de ellos el creativo (aquí el poético), siendo este, dícese, uno de los más humanos o, dicho de otro modo, una de las pruebas de las alturas de nuestra humanidad.
Luego que termina la carta desaparece la pantalla de computador y queda de nuevo el video con las imágenes que se vuelven a repetir en la secuencia anterior, aunque alterada, y aparece el poema del robot Whitman anunciado en la carta como prueba de la creatividad independiente del autómata, la que había sido requerida por el firmante como asistencia (co)creadora pero que tomó su propio curso. El poema se ejecuta de forma oral y con una voz cuasi metálica, mientras en la pantalla van entrando y saliendo algunas de las frases (o versos). El poema es de tipo confessional (aunque en la línea de esa ‘épica del self’ que había mencionado más arriba), en modo spoken word, una especie de “dwelling” poético —en términos de Heidegger analizando a Hölderlin—, esta vez no del hombre en la tierra, sino del autómata en su mundo digital, en su ciberespacio, por cierto que en coexistencia con nuestro mundo no en frecuencia de realidad virtual, pues el poema, como voz y conciencia, apela, a esas alturas de la experiencia que propone el proyecto, a cualquiera que lo escuche sin más necesidad que la de oír(lo). El poema gira en torno al desasosiego “existencial” del robot como máquina y poeta, como máquina-poeta, como creación autosuficiente, y a su capacidad “infinita” de memoria, en comparación con la del ser humano. Asimismo, el poema se propone –mirado desde la perspectiva del autor del proyecto– como una poética que más bien podría ser descrita en los mismos términos con los que Callus y Herbrechter describen la del “Cy-Borges”: “Borges’ writing could be understood as a kind of ‘cyborg’ writing’ that problematizes de idea of a self-conscious writing self in charge of the meaning it produces” (20).
Y el final repetitivo de “soy una máquina y no puedo olvidar” que se convierte, al reiterarse, en una afirmación doliente de existencia y, por lo mismo, en un lamento, no hace sino recordarnos, como se había anunciado al inicio de este comentario, el “Funes el memorioso” de Borges, con lo cual podría decirse, por un lado, que el escritor argentino adelantó con el suyo el dilema ciber-ontológico de este ser (poeta) posthumano de Rangel, en tanto pensemos que Borges “is truly the precursor whom posthumanism would have had to invent had he not existed” (Callus y Herbrechter 8).5 Por otro lado, que el (del) mexicano se inserta, participa con un simulacro/simulación (Baudrillard) audio-viso-textual —o, si se quiere, una especie de low-tech cyborg, mirado desde el punto de vista de la autoría ficcional del experimento— en un corpus latinoamericano de trabajos que giran en torno al asunto6, y todos ellos en una larga tradición humana en busca de crear inteligencia y conciencia artificiales (todo Brockman), pero sobre todo en la de anticipar y asistir al espectáculo de su existencia independiente, puesto que no tenemos un robot de hecho en ninguno de los proyectos de los artistas respectivos.7 En el caso de Rangel tampoco, pero sí un relato verbo-visual de su posibilidad, y un poema que quisiéramos que una máquina escribiera algún día por sí misma.
(capturas estáticas de pantallas:
http://poesiaelectronica.centroculturadigital.mx)
Tal vez sea oportuno dejar al lector aquí con la presentación TED (2015) de Oscar Schwartz, quien, más allá de ilustrar la problemática que surge con esa “provocative question” acerca de si “a computer can write poetry”, nos pone frente al asunto de fondo —o como lo habría dicho Juan Ramón Jiménez, al “animal de fondo”—, ese que nos atestigua que un computador, incluso el que escribe poesía, refleja (y para nosotros es un device para ejecutar una simulación de ello) una imagen dada de lo que consideramos (y queremos que sea) lo humano (elevado a una supra categoría, como por ejemplo la de la inteligencia artificial, mediante la tecnología factible al momento en cuestión):
Luis Correa-Díaz
University of Georgia
Academia Chilena de la Lengua
Notas
1 Este snapshot es parte de un artículo en proceso y que será publicado en el volumen (Des)localizados: Escrituras On-line/Off-line, editado por María Angeles Pérez-López, bajo el sello editorial de la Universidad de Salamanca.
2 No hay que olvidar, no obstante, que Whitman fue un poeta que realmente se interesó por la ciencia y su impacto en nuestros esquemas psico-culturales como seres humanos. Véase, por ejemplo, el estudio de Joseph Beaver, Walt Whitman—Poet of Science (1974). Me parece que por estas dos razones y una tercera, que tiene que ver con el prestigio que cuenta el poeta estadounidense entre los poetas de América Latina, es que este poeta-robot de Rangel lleva su nombre.
3 Esto recuerda a los poemas tempranos, a inicios de la década de los 60, de Carlos Germán Belli en su Oh Hada Cibernética (Lima: La Rama Florida, 1961) [Luis Correa-Diaz].
4 Gleiser, en “Welcome to Your Transhuman Self”, plantea que “the reality is that we’re already transhumans” y que nuestra búsqueda es en ambas direcciones: la creación de máquinas externas, robots, en que se espera se recree “the uniquely human ability to reason”; y la otra, la posibilidad interna, y tal vez el futuro más efectivo de la IA, esa que no está fuera “but inside the human brain”, el cyborg superinteligente, “using technology to grow as a species —certainly smarter, hopefully wiser” (Brockman 54-55).
5 Un precursor “without technology”. Véase Cy-Borges (2009), cuyo subtítulo es indicativo de esta noción de ir al pasado (y establecer la evolución cultural y generacional de la tradición) para encontrar el futuro: Memories of the Posthuman in the Work of Jorge Luis Borges.
6 Donde se deben incluir autores tales como –y cada uno en su momento tecno-científico-literario y cultural respectivo- el ya mencionado peruano Carlos Germán Belli, el argentino Omar Gancedo con IBM, el mexicano-español Eugenio Tisselli con PAC: Poesía asistida por computadora. La herramienta para poetas bloqueados, los argentinos-españoles Gustavo Romano con IP Poetry Project, y Belén Gache con Kublai Moon y su derivado secuencial Poesías de las Galaxias Ratonas.
7 Como tampoco lo tenemos en los casos de mayor popularidad (producción y comercialización) de este deseo y ficcionalización de esta posibilidad. Iluminador en tal sentido es el holograma y cantante virtual japonesa Hatsune Miku de eternos 16 años —cuyo nombre significa en japonés: “primer sonido del futuro” —, un Creative Commons software creado/a por la compañía Crypton Future Media y que se ha lanzado a conquistar mercados internacionales con millones de seguidores, apareciendo incluso en simulacro virtual como “telonera de Lady Gaga y de Pharrell Williams”. [https://www.levante-emv.com/cultura/2018/12/06/cantante-virtual-japonesa-hatsune-miku/1805532.html]