Está lloviendo y Osmundo me detiene junto al cruce. No estaba lloviendo hace un momento. En otra realidad, a medio paso a la izquierda de esta, el sol está brillando y Osmundo es un patinador punk conocido como Oz. En esa realidad nunca te dije nada que no debí decirte. Pero solo fue así porque nunca te conocí.
Es una verdad universalmente reconocida que una persona que haya sido cortada de la vida de su amiga más querida, quiere tener un cambio de realidad.
Este Osmundo viste una camisa negra apretada que dice Glitter Queer en letras rosa brillante. En esta realidad, él se encuentra en buena forma. Bien cortado. Debe entrenar mucho. Pienso en mi Osmundo, cuando veía en la tele El hombre más fuerte del mundo y decía de forma casual que pensaba que sería interesante intentarlo, y me pregunto si este Osmundo planifica concursar.
—Carrie —dice—, ¿qué demonios haces?
—¿Qué te parece que estoy haciendo? —le pregunto.
Es el tipo de pregunta que puedo hacer en broma, pero también puede comprarme tiempo y quizá, si tengo suerte, darme una respuesta. Porque, por supuesto, no tengo idea de qué estoy haciendo. Acabo de llegar.
Osmundo mueve la cabeza con desaprobación.
—No lo hagas, chica. Esto es un lío y solo se va a poner peor.
—¿Cómo sabes? —pregunto.
Osmundo resopla, lo que no ayuda en nada, pero así es Osmundo. El Osmundo de casa hace exactamente ese sonido cuando se impacienta conmigo, lo que no es… infrecuente.
Osmundo nunca está muy lejos cuando un cambio ocurre. El yo que diseña los cambios lo estableció como una condición. Su Osmundo tiene una especie de artefacto casero. Una llave.
—De acuerdo —digo—. Mira, obviamente necesito ayuda. ¿Podemos salirnos de la lluvia mientras discutimos esto?
Osmundo mete las manos en los bolsillos, de esa forma suya que significa que las necesita ahí en vez de usarlas para sacudirme y hacer que entre en razón, pero me sigue y nos paramos debajo del toldo del café que está cruzando la calle.
—No puedo creer que quieras entrar ahí —dice Osmundo.
—¿Por qué? —pregunto, deseando desesperadamente que esta pregunta me dé algunas respuestas útiles acerca de quién soy.
En algún lugar en otra realidad, otra yo le está haciendo lo mismo al Osmundo patinador punk y al Osmundo contable y al Osmundo de mi realidad original, quien no ha decidido qué quiere hacer aún, a pesar de tener veintisiete años.
No sé qué provocó que todas las otras yo quisieran el cambio, pero el deseo tuvo que haber sido unánime, si es que entiendo las notas de la yo genio científica. Me pregunto si alguna de nosotras ha encontrado respuestas o satisfacción. Me imagino que no, porque los cambios todavía siguen.
Estoy empezando a pensar que preferiría estar en casa nuevamente. Aun sin que estés en mi vida… Quizá.
La parte de mí que se sentía tan desgarrada y herida que añoró entrar a una línea de tiempo diferente aún está ahí, como una vocecita, pequeña, pero persistente. “¿Y qué si pudieras tenerla de vuelta aquí?”, me pregunta. “¿Y qué si no tenías que haber arruinado esa amistad para siempre?”
Así que no, no estoy lista aún.
Cuando entramos al café, entendí de inmediato por qué Osmundo estaba tan asustado. Es un lugar familiar, con pisos de madera que crujen bajo los pies, tragaluces, mesas que no combinan y pesadas tazas de cerámica. Todo en el lugar es reconfortante y acogedor, como mi café favorito allá en casa. Pero en este, tú eres barista.
Osmundo nota el pánico en mi cara, que debe ser evidente, y me conduce a una mesa.
—¿Cambiaste de opinión? —me pregunta—. No te preocupes. No tienes que hablarle.
—Será que ella no tiene que hablarme –murmuré.
—Oh, ella va a hablarte —me responde—. No sé por qué querrías provocar eso. —Él no tiene una barba de chivo en esta realidad, pero se toca la barbilla de la misma forma que lo hace en las que no está afeitado. No puedo evitar sonreír por eso. Todos los pequeños detalles son reconfortantes dondequiera que llego. Mi gente sigue siendo la misma. Yo sigo siendo yo. Hay algo en nosotros que es intrínseco, fijo—.
—Es una verdad universalmente reconocida que a una Carrie que se le presentara la oportunidad de hablarle a Alicia, la tomaría —digo.
Osmundo arruga la frente.
—¿Por qué ahora hablas de una forma tan rara?
Saco la copia de Orgullo y prejuicio que cargo en mi bolsa en todas las realidades y señalo la famosa primera línea. Pero aquí es diferente.
“Todo el mundo sabe que un hombre soltero en posesión de una gran fortuna algún día necesitará encontrar una esposa”.
Bueno, las cosas en esta realidad son definitivamente raras.
—No entiendo —dice Osmundo—. Quédate aquí y yo iré por las bebidas.
Regresa con dos capuchinos y biscottis de almendras. Usualmente yo pido café negro y un croissant.
—Gracias —digo, tratando de no verme decepcionada, pero mi cara me delata.
—Perdón —me dice—. Te traje mi orden regular en vez de la tuya. No podía dejar que Alicia supiera que estás aquí. Se sabe tu orden de memoria.
—Cierto —digo. Porque por supuesto que te la sabes. Nos conocemos demasiado bien en todas las realidades. Excepto en las que nunca te he conocido. No sé si esas son mejores o peores. Todo lo que sé es que en todas esas, las posibilidades de acercarnos están arruinadas. Cada vez. No sé con exactitud cómo se arruinaron las cosas en esta, pero claramente se arruinaron. Y no lo supero.
Me pregunto si alguna de las otras yo ya lo superó.
—Bueno, Osmundo, sé que quieres ayudarme. Y sé que yo estoy hecha un desastre. Así que… intentemos un pequeño experimento de pensamiento.
Osmundo mueve su mano en un círculo, como invitándome a continuar. “Adelante”, está diciendo. Este es otro de sus gestos, consistente en todas las realidades. Hay mucho que no sé acerca de este Osmundo, sus esperanzas y sueños, su rutina diaria, pero conozco su alma.
—Háblame de mi vida —le digo—. Dame todos los detalles. Imagina que tengo amnesia. Las cosas básicas y las buenas y todas las cosas que ciertamente necesito arreglar.
Osmundo frunce el ceño, escéptico, como dudando que pueda hacerme bien.
—¿Por qué?
—Solo entretenme.
Osmundo es amable en todas las realidades, así que lo hace.
En resumen, me entero de que tengo veinticinco años (como siempre). De que soy Carrie Anna Cynthia González (casi cierto; una letra de más con respecto a la realidad de casa, en la que soy Carrie Ann en vez de Carrie Anna). Osmundo es mi primo que no es mi primo, nuestros padres son mejores amigos de la infancia (siempre cierto). En general, mi plan de vida iba bien hasta el año pasado en el que comencé a arruinarlo todo (cierto en su mayoría). Tengo muchos amigos (siempre cierto). Nunca he salido en citas con nadie (50/50). Te conocí hace tres años (cierto, excepto en las realidades en las que nunca te he conocido). Siempre estábamos juntas por dos años (lo mismo). Tú eres una cristiana evangélica (usualmente no es cierto, usualmente ya rechazaste eso en el momento en que te conozco). Eres mala influencia para mí (eso no puede ser cierto… ¿puede serlo? Me niego). Vienes a nuestra mesa ahora (0% cierto en todas las otras realidades…).
—Carrie, no pensé que vinieras hoy —me dices. Solo me miras a mí, ni reconoces la presencia de Osmundo, lo que es un poco raro, pero no me importa. Tu voz cae sobre mí como una ducha tibia, después de un camino largo y frío en la oscuridad. Soy un nudo de amor y miseria. En la realidad de mi casa, no me has querido hablar en meses. No sé si alguna vez lo volverás a hacer.
—Hola —digo, tímida, sonriente.
—¿Eso quiere decir que ya lo pensaste bien? —preguntas.
Asiento, como si supiera de qué hablas.
Tu cara se ilumina.
—¡Oh, fantástico!
En este momento pienso que sea lo que sea a lo que haya accedido, vale la pena.
—¿Te quieres sentar con nosotros? —pregunto.
Osmundo me mira como si dijera: “¿Qué carajo estás pensando, mujer?”, pero se libra porque dices:
—Tengo que regresar al mostrador. Pero ¿te veo esta noche?
—Definitivamente —digo. Tengo que descubrir dónde, pero si me quieres ver, allí estaré.
—¿Qué fue eso? —me pregunta Osmundo mientras tú te retiras caminando.
—Arreglo las cosas —le digo.
—¿En qué planeta eso puede arreglar algo?
—Ella quiere que seamos amigas. Soy miserable sin esa conexión.
—Ella cree que estás de acuerdo en que tu “conexión”, como le llamas, es una unión espiritual centrada en Jesús –responde Osmundo.
Frunzo el ceño. Él dijo que eras una evangélica en esta realidad, pero…
—Pero no soy religiosa, y ella lo sabe.
—Acabas de ofrecerte a ir con ella al servicio de la iglesia del miércoles en la noche.
—Oh —digo—. Cierto. Pero ¿qué tan malo puede ser?
Osmundo bebe su capuchino como si fuera uno de esos gif en los que la gente toma té con actitud reprobatoria.
—¿De verdad crees que ella no te va a presionar para que vayas otra vez a la terapia de conversión? Ya hemos discutido esto. Puedes decirte a ti misma que no sientes nada por ella, puedes salir solo con chicos o con nadie, si eso es lo que quieres, pero los estudios demuestran que es realmente dañino tratar de que se te quite lo gay a base de rezos.
Por un momento lo consideré seriamente: dejarme convertir, tratar de aceptar todo ese asunto de Jesús. Imagino un futuro en el que somos amigas del alma y planificamos juntas eventos de la iglesia y hablamos todos los días. Imagino la calidez de saber que me quieres. El sentimiento es maravilloso. Seguramente cualquier precio valdría la pena.
Pero luego miro a Osmundo, mi no primo, quien vela por mí. Y pienso en cómo sería el futuro sin él en mi vida. Porque por eso fue que no lo miraste cuando viniste. Si te escojo aquí, lo pierdo. ¿Y a cuánta otra gente?
Suspiro, largo y profundo.
—Tienes razón —le digo.
Entonces lo siento, el crujido al fondo del salón que implica que un cambio es inminente. Esta vez no me pregunto a dónde voy. Lo sé. Es tiempo de volver a casa.
¿Qué haría la yo de esta realidad? ¿Qué le han enseñado las visitas a las otras realidades?
No importa. Tengo la sensación de que va a estar bien.
De pronto estoy en una cafetería, pero es una cafetería un poco diferente y estoy sola. Tengo un café negro y un plato con residuos de hojuelas de croissant. Mis ojos se topan con los del barista y él me saluda desde el mostrador. No eres tú. Definitivamente no eres una barista en esta realidad. Estás en tu casa, con tu bebé, disfrutando una licencia de maternidad de tu trabajo importante. Saco Orgullo y prejuicio de mi bolsa. Su línea inicial es la que espero.
Ir a la iglesia no me va a acercar a ti aquí, pero tampoco te importa si soy gay o bi o lo que sea. Y en definitiva no te importa si Osmundo lo es. Mientras no espere que seas nada más que mi amiga. Porque nunca te has sentido así por mí y tienes a tu esposo y eres feliz.
Desearía poder regresar en el tiempo un año atrás y detenerme a mí misma de confesarte algo. O, si eso fallara, desearía hacer que la yo del pasado respetara tus límites una vez que ese horrible torbellino de palabras salió de mí. Tu amistad valía mucho más que eso.
Pero no puedo. Si algo he aprendido con todos los cambios es que no hay vuelta atrás, solo hacia el frente, a los lados, creo. El dolor es familiar, pero no tan agudo como antes, creo. Por fin estoy lista para enfrentarlo.
Recojo mis platos y salgo a un día frío de primavera. Hay flores que están abriendo, narcisos y azafranes, los primeros tallos con lila y amarillo que anuncian un nuevo crecimiento y que el exuberante verdor está por venir. Hace un año te hubiera enviado una foto por mensaje de texto. Hace un mes, pensar en esto me hubiera hecho llorar. Hoy no hago ninguna de las dos cosas.
Quizá llegaremos a ser amigas nuevamente o quizá no. Las flores seguirán abriendo y floreciendo. ¿Y yo? A mí me seguirán gustando. La vida continuará.
Es una verdad universalmente reconocida que una Carrie Ann Cynthia González en posesión de un teléfono querrá tomar una foto de una flor para enviársela a alguien.
Tomo la foto y se la envío a Osmundo.
Traducción de Patricia Corral