a RCZ
Él ya es dos: Octavio y Armand. Uno es poeta, otro ensayista. Ambos son inseparables. Es más: uno y otro van confundiéndose. Octavio, el poeta, flota en los más variados pensares, suelta la desencadenada melodía de sus idas y venidas. Su prosa emprende un camino, ya no el de Galta, ni el de La Habana, ni el de Guantánamo, sino el del español al inglés, el del Danubio a la Pavesina, el camino del aquí y el ahora, el del ahora que ya no es ahora porque justo ahora está perdiendo su hora. Armand, ensayista, tampoco abandona el impulso lírico, solo que ahora está acompañado de la anatomía, la filología, la pintura, la melancolía. Pero sobre todas las cosas Octavio y Armand son algo así como un cuerpo que gira y gira. Sí, saltan, hacen amagos, fintas, persiguen un sentido que siempre se desplaza en los confines de sus páginas en prosa, como un “ladrillo etrusco” que llega a mis manos dispuesto a interpelarme.
Armand y Octavio, inseparables, decir al uno ya es invocar al otro y al resultante entre el forcejeo que ambos emprenden cada día. Yo creo que a estas alturas no resulta exagerado decir que él —página y persona— es lo más parecido a un género literario. Contra la página condensa sus itinerarios en prosa ensayística desde 1980 hasta el 2013. Más que un ladrillo, es el portón que conduce a múltiples pasadizos, laderas, encrucijadas y fisuras. Repaso su índice, siento otro descentramiento más: textos escritos fuera y dentro del país se publican esta vez en México, pero antes tuvieron su largo trasbordo en los niuyores y quién sabe dónde más. La ubicuidad de Octavio es lúdica: ¿desde dónde habla? Yo creo que desde un cuarto lleno de humo y animales antiguos y un poco salvajes. Lejos, muy lejos de las ideologías y las doctrinas, las estatuas de mármol y las ortodoxias, la arqueología de Armand está fundada en la juntura humoral de saberes casi en ruina y devaluados por toda la aparatología encargada de gestionar qué es in, qué no. Pero eso no importa: él se fuma esos saberes. Con paciencia, hace su picadura. De la bocanada al humo, el cuerpo y la memoria hacen lo suyo. La página y el ojo ajeno son el puerto final, pero hay que decirlo, buena parte del revelado solo la conoce él y el gentío que suele acompañarlo cuando escribe. Ahí la gracia del doble escritor. Otro con los otros, solo así puedo imaginar el deseo que fluye y empuja la escritura de una página sobre Lezama, Sarduy, Kafka, Gotera, Holbein, Apollinaire.
Dar cuenta de los otros suele poner en aprietos. No he dejado de preguntarme a qué se parece Octavio y su eco, cuántas cosas tienen que pasar para que estilo y hombre sean la misma cosa. De dónde son estos cantantes. Algo deben saber los tres de Matamoros: ay, mamá, quiero saber de dónde serán estos señores que parecen de la loma y cantan con voz del llano. Yo creo que esto de venir de un lugar y entonarse en otro tiene mucho que ver con “ellos” y esa insólita habilidad para desplazarse en y sobre la página. Lleno de parodias y mascaradas, no puedo dejar de recordar a Sarduy. Cubano de alteridad parisina y parisino de cubanidad alterada, desde el primer momento que leí a Octavio y Armand conjeturé que el diálogo es casi perfecto. Ambos comparten el gusto por la fiesta barroca, la devoción por Lezama, la risa por debajo, ese paladeo sonoro de lo dicho vuelto aire, la tentación y el riesgo por la risa que hace el sentido y lo desbarata. No en vano compartieron cartas y comentarios sobre sus libros. Por suerte, “estos” se encontraron. Es como si todo cubano tuviera su doble en algún lugar del mundo. Ya se ve, ahora hablo de multitudes. Sabrá la charada, ella tendrá sus números. ¿Mariposa, gato, perro, mono, piano, sortija, bailarina? Agregaría a este mapa de signos otro más: la maleta. Sí, hombres llenos de equipaje, mudados de todas partes, salvo de ese cuarto donde tiempos y espacios hacen cuerpo. No es mucho azar entonces que ambos se hayan dedicado al extraño malabarismo de Montaigne, Darío, Reyes: yo soy la materia de mi libro, también mi metafísica y mi física, estúdiome a mí mismo, soy vano, banal, variado, centauro, pulpo y ornitorrinco, cósmico y de mi esquina. Lo digo porque detrás de estas contra-páginas veo la risa de alguien que no termina de creerse su “saber” y se sabe sujeto a los vaivenes de su variable condición. Y no sé si esto es una infidencia, pero no he dejado de pensar en un trozo de carta que ellos —ni idea cuál— me escribieron años atrás:
El ensayo no se empeña, como otros géneros, en establecer una empresa monolítica con sus argumentos. En vez de Fulano, Mengano, Zutano y asociados, se complace con Fulano, Mengano, Zutano y cómplices. Hay algo de marginalidad, de improvisación, de asalto a la opinión razonable desde la imaginación. No pretende repartir como hostias sus convicciones para que todos comulguen en un mismo pensamiento, como ángeles en la cabeza del alfiler. No se trata de pensar lo mismo sino de pensar. Pero pensar a mandarriazos, a martillazos, como sugería Nietzsche.
Repaso las prosas de Octavio y pienso que él y Armand hicieron de lo anterior un método que es sobre todo arte de vida, lo que por ahí —y muy llanamente— se llama saber estar en las horas con los ojos puestos en todo lo bifronte, invitar a lo múltiple del yo a conversar, llenar su cuarto de sombras y resonancias, volver sus márgenes centro memorioso y dislocado. No escriben para engordar enciclopedias. Más bien, se las comen y las escupen. Poco importa qué región del saber aborden sino cómo la pellizcan. Por eso los temas son infinitos: el tao, los paseos, los viajes, el pensamiento para el amigo, la burla, el descargo, el trozo de meñique, los caligramas, los sueños, la lejanía del país imaginado; el azar, sus extrañas apariciones… todo queda traducido, alterado, desplazado, despedazado, cocido, horneado, humeante.
No es dadá. No es vanguardia ni retaguardia. No es surrealismo. No hay manifiestos. No hay proclamas, ni utopías, salvo la de cómo resistir al paso del tiempo, solo un choteo que suena y sabe, empuja y disloca. Es alteridad, una muy curiosa alteridad. Es otra versión de lo cubano que ya es de Santa Rosa, Las Mercedes, Chacaíto, la mesa aquella de la Pavesina, sus tazas pálidas, los saludos, los chistes oídos al voleo, las versiones de otras escrituras, su personalísima paleografía, las confidencias y las confabulaciones. Por eso estos ensayos de OA pueden volverse pasto para las más infinitas hipótesis y blablá. Que si Martí, que si Lezama, que si Benjamin, que si el Comediante en Jefe, que si el barroco, que si “Lacan-te-ve”, que si sí, que si no, que si el juego de espejos, que si lo cubano, que si el merengue haitiano y el dominicano, que si el guayo y la flauta china que se puso más dulce con el sol de La Habana… Pero siempre sAlTa la voz del hombre que comienza su poético ensayar en la conversación, los correos que van y vienen, las rabietas, los chispazos de la memoria, los consejos, los chistes, todo lo que da forma a esa forma de leer tan suya. La resumo así:
Soñé con la charada. Me salió otra vez “maleta”. El chino la puso en mis manos. Dijo: yo te la doy, anda, ve y di, pero rápido, porque el sueño no suele flotar tanto tiempo. En mi charada, la maleta es el dos, la síntesis. Lo desdoblado que pare un tercero. Y dos es Octavio, dije, doble Octavio y Armand. Si ya traduje la imagen a número ahora falta volverla palabra. Habría que inventar una capaz de borrar todas esas fronteras. Delirio. Octavio y Armand: Ocmand. Ensayista y poeta: ensaeta. “Ocmand”, “ensaeta”/Ocmaeta/Oc, O, el pulpo, él mismo. O,
redondo,
laberíntico.
Lo otro sería: ellos pasando el cerrojo, después de esta risotada, como buscando que una piedra se suelte del Ontario y su velocidad incida en los termómetros de la lluvia. Ahora mismo, cerca de unos loros bullangueros, el otro parlotear solitario, Armand, pues, Octavio, uno y otro en lo rítmico de su risa. Era una tarde caraqueña de julio y 1996, esta conversación aun no existía y no sé si aún existe. Luego de ir rumiando algún mensaje para los exiliados que andan por ahí, llegó a su casa y agarró su tocón de lápiz:
Un héroe sin talones
Un Ícaro con alas de ceiba
Y dorsales de plata por si acaso
Un gran macedonio criollo
Un Maceo
Yo escuché estas conversaciones
En un caracol
Decían
También se entregan
Como olas los lentos árboles
También el hijo de Dédalo
Fue una isla
La desesperación de una isla
Alejandro Sebastiani Verlezza
Universidad Central de Venezuela