El pasado noviembre la literatura centroamericana, en especial la nicaragüense, recibió un enorme espaldarazo ya que, como se sabe, Sergio Ramírez fue designado como Premio Cervantes 2017. El hecho no es menor, ya que a lo largo de la historia la región del Istmo ha aparecido esporádicamente en el imaginario continental y en las más de las veces debido a las dictaduras militares, represión gubernamental, inestabilidad política, crimen organizado y/o violencia común. En el rubro de la literatura desde que el vate nicaragüense Rubén Darío hiciera aparecer a la región en el mapa mundial a la vuelta de los siglos XIX-XX, o cuando no hayan sido los logros del Novel guatemalteco Miguel Ángel Asturias tiempo después, de la literatura de la región se conocía muy poco. Sin embargo, escritores de estas generaciones sentaron las bases para que luego otros siguieran picando piedra y poco a poco, sin menosprecio de los críticos que han puesto su granito de arena para que la literatura del istmo se conozca en otras latitudes, se hicieran reconocibles entre los entendidos (y los no tanto) nombres como el mismo Asturias, Augusto Monterroso, Claribel Alegría, Roque Dalton, Ernesto Cardenal, Gioconda Belli y un largo etc. Luego generaciones más recientes que se vienen desarrollando con más soltura promovidas en parte por “Centroamérica cuenta”, reunión anual de escritores que se lleva a cabo en Nicaragua (con repetidora en La Feria de Guadalajara), creada y presidida por el mismo Sergio Ramírez, tienen en su haber ya un buen número de obras, muchas de ellas traducidas a diferentes idiomas: Horacio Castellanos Moya, Jacinta Escudos, Rodrigo Rey Rosa entre otros. De manera que hoy día, si bien la literatura centroamericana no ostenta el escaparate de la mexicana o la argentina, si podemos afirmar que poco a poco se asoma al universo literario y es cada vez más frecuente encontrarnos con buenas noticias en torno a esta parte de América; el Premio Cervantes, por ejemplo.
La obra de Sergio Ramírez es muy amplia y los estudios sobre la misma son amplísimos. Es un escritor que se ha acercado al desarrollo de su obra sin menoscabo de ningún género (la poesía no se me da muy bien, contaría en alguna ocasión, por eso no la frecuento) incluyendo historias infantiles. Pero para el que esto escribe Sergio es un contador de historias nato. Me lo puedo imaginar muy bien en los albores de la literatura: la comunicación oral, con sus oyentes sentados en derredor de un fuego al caer la tarde y él inventando historias para entretener a su audiencia, porque además es un gran conversador. Así se leen sus primeros cuentos publicados en 1963 en un volumen de título sencillo, Cuentos, mezcla de autobiografía y ficción, donde se advierte la simpleza, frescura e imaginación de los primeros esbozos del escritor en ciernes. Posteriormente, en su primer texto de largo aliento, Tiempo de fulgor (1970) muestra que las enseñanzas de los maestros del boom habían caído en tierra fértil y se lee el monólogo interior, el soliloquio, el diálogo, la narración omnisciente, la creación de mitos; esta es una novela que acusa sin duda la influencia estilística de la época. Pero esos tiempos eran también de conflictos políticos, así que en De tropeles y tropelías (1972) parodia en una serie de textos cortos y viñetas acompañadas por sendas láminas del artista alemán Dieter Masuhr a un personaje persistente y diabólico en América Latina, el dictador. El carnaval, la fábula, lo grotesco dan vida a este personaje cuya imagen evoca a la dinastía Somoza (dictadores de Nicaragua en esos años) en tanto se publica durante el periodo revolucionario.
Luego en Charles Atlas también muere (1976) el escritor se aventura un tanto más en la cuestión de estilo y exploración de la técnica. Aunado a ello, el acudir cada vez más frecuentemente a la imaginación en la formación de sus historias viene a desembocar en ¿Te dio miedo la sangre? (1977), que es una miríada de historias contadas a la vez que corren mayormente paralelas unas a otras, aunque entreverándose de vez en vez para establecer una mirada generalizada de la efervescente sociedad revolucionaria. Con Castigo divino (1988) inaugura su entrada a novela policiaca, género que, como se verá más adelante en El cielo llora por mí (2008) y Ya nadie llora por mí (2017), continuaría explotando. Fue incluso Premio Dashiell Hammett en 1990. La novela centra su argumento en el personaje Oliverio Castañeda, asesino en serie que debe ser detenido ya que ha envenenado a varias mujeres y el núcleo es la investigación del caso y su resolución.
Ramírez vuelve después, nunca lo ha abandonado, al género de sus inicios, la narrativa corta. Clave de sol (1992) es una serie de cuentos en la que el protagonista es Nicaragua concebida desde diferentes perspectivas y de manera interna. La verosimilitud de la protagonista, si queremos que sea Nicaragua, se establece en la medida que de la lectura de los relatos emanan el color y el calor necesarios para sentir que se observa al país desde adentro. Quizá la salvedad sea “Heiliger Nikolaus” que tiene como escenario una ciudad alemana en un día de Navidad; incluso se diría que se encuentra fuera de lugar, quizá sea más bien un respiro, un paréntesis, un momento de distracción en la cotidianidad nicaragüense. Hay una novela que nos parece singular, Un baile de máscaras (1995), en el sentido de que fiel a la exploración y la evolución de su escritura, Ramírez crea una novela cuya acción transcurre en un solo día: 5 de agosto de 1942, que es la fecha del nacimiento del autor. Esta novela es una suerte de recorrido universal de aconteceres de un solo día en la historia de la humanidad comparada con ese mismo día en Masatepe, su pueblo natal. Es una historia de familia, nostálgica a final de cuentas. Y manteniéndose en la memoria como origen esencial de su producción, publica luego una novela de corte histórico, Margarita está linda la mar (1998), ganadora del primer Premio Alfaguara, donde se cuenta la historia del regreso de Rubén Darío a Nicaragua a principios del siglo XX convertido ya en el vate que había revolucionado la poesía y le adjudicaba brillo especial al Modernismo. Darío regresa para morir en su país natal y se quiere que su cerebro sea objeto de estudio, para así entender por qué Darío es Darío. Pero luego el absurdo lo torna en objeto, nada más. Pero la historia queda ahí para que no caiga en el olvido.
La última revolución de América Latina en el siglo XX, la Sandinista, es una constante en la literatura del galardonado, “en la literatura de Centroamérica se escuchan siempre detrás los disparos de la guerra”, palabras más palabras menos, diría alguna vez Ramírez. Por ello, movido por una suerte de ajuste de cuentas con la historia y la crítica postconflicto escribe un libro de memorias, Adiós muchachos (1999), con un subtítulo que reza “Memoria de la Revolución Sandinista”. En este libro Ramírez cuenta el episodio de la revolución “Como yo la viví, no como me contaron que fue”, de manera que leemos la interpretación intimista de lo que fueron los hechos; con una caravana a la participación femenina. Una perspectiva similar se advierte en Catalina y Catalina (2001), colección de cuentos que acusan ya un dominio de los espacios narrativos y la verosimilitud impuesta a las historias las compagina con la memoria de la revolución. La pluralidad temática y la universalidad separa un tanto esta colección de las anteriores, pero las tradiciones de su patria no quedan relegadas a un segundo término, por el contrario, desde el primer cuento queda claro el proceso y valor de las costumbres en la sociedad nicaragüense.
La tradición de la novela de la dictadura en América Latina tiene ya un espacio ganado a pulso en el canon literario y Sombras nada más (2002) es prueba de que Ramírez no se sustrajo a ello, mucho menos habiendo sido participante activo en el proceso revolucionario de Nicaragua. Esta novela, no obstante, no es sólo una novela más con este tema, aquí sobresale la complejidad narrativa para abordar la temática del dictador poniendo al personaje en segundo plano y tratándolo de manera tangencial, al estilo de La Nueva Novela Histórica. Y el mismo estilo se utiliza en Mil y una muertes (2005) cuando el narrador, Sergio Ramírez, siendo vicepresidente de Nicaragua según cuenta la novela, en un viaje a Polonia se encuentra con las fotografías tomadas por el fotógrafo nicaragüense, Castellón. Los capítulos se alternarán en su narración siempre en primera persona, siendo el otro narrador el mismo Castellón. El tema de la novela será el intento por (re)crear la posible existencia del fotógrafo en base a información encontrada por Ramírez y la experiencia del mismo Castellón.
Un libro diferente es El reino animal (2007), cuya colección de relatos rompe completamente con la tradición que el mismo Ramírez impuso a sus cuentos. Es una suerte de experimentación, un bestiario que, si bien es cierto atrae justamente por su diferencia, también valga decir que el que esto escribe hubiera deseado la continuidad de un estilo ya bien definido y un oficio bien labrado. Por cierto, conviene señalar que quizá el mismo Ramírez lo notó y en su siguiente colección Flores oscuras (2013), vuelve por sus fueros y nos entrega 12 cuentos donde muestra el pleno control de la narración corta. Ramírez se mueve como pez en el agua en el género y rescata detalles nimios de la sociedad para convertirlos en historias trascendentales. Va desde la autobiografía hasta eventos sin mayor importancia, como la charla con un desconocido en una ciudad italiana.
El cielo llora por mí (2008) es una novela policiaca, cuyo escenario es la Nicaragua de postguerra y el personaje central, el detective, posee un nombre por demás revelador, Dolores Morales. Como ya se dijo, esta es una novela policial clásica con un muerto, pocos disparos, un detective (venido a menos) y un caso por resolver que es finalmente resuelto. Antes con Castigo divino Ramírez se había aventurado en el género pero no lo cultivó a la manera de las grandes sagas de Padura Fuentes, Taibo II, o Díaz Eterovich por ejemplo. Sin embargo la última novela de Ramírez, Ya nadie llora por mí (2017), va apuntando en esa dirección en tanto que ésta va protagonizada por los mismos personajes con un final abierto, cuya estrategia indica que habrá, por lo menos, una tercer novela en torno al inspector Dolores Morales.
En su penúltima novela Sara (2015), Ramírez reescribe la historia de Sara y Abraham, pero esta vez desde la perspectiva de ella. El núcleo de la novela está sustentado por la relación tensa de Sara con el Mago, entiéndase Dios, y por la fuerza del personaje en tanto mujer. Sara cuestiona los designios del Mago y en la novela se desarrolla como un personaje muy por encima de las expectativas y personalidad que se lee en la Historia Sagrada.
Por otra parte, la producción narrativa de Sergio Ramírez no se detiene en la ficción y las memorias, sino que va más allá y entrecaladas con las publicaciones de novelas y colecciones de cuentos existe un gran numero de colecciones de ensayos, ensayos sueltos, antologías, prólogos, conferencias, prosa profana, artículos y notas de opinión en diversas publicaciones: La jornada y El país, entre muchos otros. La temática de los ensayos y notas cubre todos los ángulos en el desarrollo de las sociedades: literatura, política, formas de gobierno, cultura popular, etc. El espacio prestado para esta nota es insuficiente para detallar toda su obra de manera que, sin afán de ser exhaustivo, sólo titularé lo más sobresaliente: Antología del cuento centroamericano (1973); Puertos abiertos, Antología del cuento centroamericano (2011); Puertas abiertas, antología de poesía centroamericana (2011); Un espejo roto, antología del nuevo cuento de Centroamérica y República Dominicana (2014); Ensayo: El pensamiento vivo de Sandino, Seguimos de frente, Julio, estás en Nicaragua, El alba de oro, Las armas del futuro, Balcanes y volcanes, Oficios compartidos, Mentiras verdaderas, El viejo arte de mentir, Señor de los tristes, Tambor olvidado, La manzana de oro y, como ya se anticipó, un largo etc.
Termino con una nota personal. Conocí a Sergio Ramírez en 1994 (¿o sería 95?) cuando en la Universidad de Nuevo México leí por primera vez su cuento, “El estudiante”, que se haya en un volumen titulado Cuentos, el cual fue parte de una serie especial publicada por la UNAM sobre narrativa corta. Las estrellas se alinearon entonces y caí luego a la cuenta de que Sergio y su obra serían parte importante en mi carrera, ya que yo aún estudiaba mi licenciatura. Uno o dos años después tuve la fortuna de que Sergio hacía campaña política con miras a la presidencia de Nicaragua y visitó la Universidad de Nuevo México, donde finalmente le conocí en persona. Sobra decir que el encuentro ratificó el hecho de que las estrellas seguían alineadas a mi favor. Ahí descubrí que el exrevolucionario, y luego exvicepresidente de Nicaragua después del triunfo de la Revolución Sandinista y candidato a la presidencia, además de ser muy alto (parecía jugador de baloncesto) era generoso, sencillo, de risa franca, que no escatimó su tiempo para conversar un poco con aquél estudiante que aspiraba entonces a una maestría en español; en fin, descubrí que Sergio era lo que se conoce como “un gran tipo”.
Pues bien, el pasado jueves 16 de noviembre de 2017 el jurado del premio Cervantes eligió por unanimidad a Sergio Ramírez como ganador del premio, que es quizá el de más prestigio en lengua española. Me embargó de inmediato un pensamiento feliz cuando me enteré del hecho y recordé al momento las muchas ocasiones en que he tenido el privilegio de conversar con él: Maryland, Guatemala, Managua, Oklahoma, Guadalajara, Arkansas, etc. siempre persiguiéndole, en tanto que su obra ha sido uno de mis principales objetos de estudio y él, reitero, dueño de una generosidad inagotable. Total, reafirmé la convicción de que por el lado que se le mire, es un premio más que merecido.
José Juan Colín
Universidad de Oklahoma