El dolor en la cabeza inició minutos después de que S. escuchara el último trueno, justo el que había sonado como si los restos de piedra volcánica sobre los que se erigía la ciudad estuvieran reacomodándose, preparándose para despertar una vez más trasmutados en materia caramelo de vidrio incandescente.
El silencio del fin del mundo no le dejaba abrir los ojos, a pesar de que su conector solar se había activado hacía casi seis horas. Había una interferencia sonora que hacía disminuir la elasticidad del cuerpo áureo, enraizándolo a un arrecife de coral negro, en cuyas puntas vibraba sin cesar la luminosidad de una voz abisal cuya naturaleza, por más que se esforzaba en asociarla con algún elemento terrestre, era irreconocible.
No era la primera vez que se filtraba este tipo de interferencia en el líquido suprasensorial que el despachador le suministraba cada ocho horas. S. lo había detectado desde que intentó disminuir la dosis, provocando un corto circuito al insertar la punta de su plumilla entintada en la entrada metálica del aparato, pero lo único que consiguió fue concentrar el líquido en los tres primeros mililitros de la manguera conductora, de tal forma que, al recorrer el enramaje venoso de su muslo, la densidad sanguínea le provocó un calambre tan agudo e intenso que le hacía percibir una aureola luminosa en todos los objetos de naturaleza fosfórica a su alrededor.
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////: Día 8
Lo-mal-te-mi-do-re-nace al burbujear el sueño ¿Lo mal te mi do? ¿No será, mejor dicho [disfrutaba bien decir], lo más temido?
[cuestionarse a sí mismo aprovechando la vulnerabilidad de la consciencia era otra de sus fascinaciones]
No. No, no, no, a ver: lo mal temido, quiere decir [se decía] lo que se teme indebidamente… Entonces, si lo que uno no debe temer sobresale de entre todas las sombras —aun de entre las que se ocultan bajo las lengüetas obscenas de aquellos zapatos—, si empiezo a cerrar los ojos abandonándome a la languidez elástica con que El Supremo Dormir se revela en mi cuerpo… descuidaría mi puesto de vigilancia
de la muralla defensiva que este quirófano // sala de espera // cápsula cristalizada de criogenización // y yo // hemos construido durante doce días para defendernos de los trozos ambulantes… y … entonces… si los ojos comienzan a sucumbir a la pesadez con que el frío salta sobre las pestañas para cerrarlos… el cuerpo perdería el incontenible estado de
»Alerta °taquicardia°pulsación ardiente en la cabeza°taquicardia°«
que hemos diseñado para reconocer a los seres encapuchados de púrpura ambarino cuando llegan cargando –con la ayuda de dos tentáculos metálicos a extremo izquierdo y extremo derecho de su indescifrable cuerpo– enormes recipientes de coleópteros de acero que, al variar la intensidad de la luz que las lámparas dirigen hacia ellos, cambian, sutil, casi imperceptiblemente, de porosidad, de textura, de contorno y parecen —o quieren hacernos creer que parecen— pedazos de carne con forma de pierna adherida a un pie del que en realidad cuelgan grupúsculos de capullos viscosos plagados de espinas oculares… y vienen, se acercan disimulados hacia nuestra carne expuesta, esa carne que permitimos que nos cortaran a cambio de silencio y kan/trahc… ah… si la pesadez no fuera tan dulce… si los músculos se esforzaran más por no ceder… eso es lo que, bien entendido, es lo mal temido…
////: Día 13
El aislamiento acrecienta la intolerancia. Noventa miligramos de contraximoxina y puedo sentir la partícula gaseosa que se filtra con el musgo que crece a paso de oruga en la cuarteadura de la pared, que, igual que un pan duro desmigajándose, sostiene la ventana y sus herrumbrosos barrotes electrificados.
En la pastosa isla que flota sobre la banqueta de enfrente, diversos cuadrúpedos retozan. De su piel cuelgan pelos de diversos colores, espesuras y larguras. Algunos babean sin descaro. Otros absorben —mediante un acto interminable que evidencia su naturaleza mecánica— la baba, con un trapo que exprimen sobre la pastura seca que les rodea. De entre ellos sobresale uno, cuya animalidad reflejada en la obsesión de lustrar cada parte de su cuerpo con la lengua exaspera mi náusea: la exasperación radica en las transfiguraciones a que este híbrido fosfórico debe someterse para ejecutar con éxito su tarea, pues la lengua es tan corta y el cuerpo largo y voluminoso, que a momentos ensaya marometas y posturas con las que parece querer romperse el cuello, alguna pierna o el cóccix. Si tan solo su gesto fuera menos desesperado y la expresión en sus ojos menos humana… podría olvidar la relación automática que mi cerebro hace al conectar con la imagen, y controlaría la náusea al dejar de reconocer en ese rostro el mío propio, o el de todos los que retozan postrados a mi lado. Al mirarlos/mirarme, regresa, a vuelo de boomerang, la pregunta cotidiana: ¿qué fue lo que fomentó el deseo de someterme a la fruslería enajenada de fabricar un cárnico fosfórico?
¡Ah! ¡Cómo olvidar la seducción instantánea que aquel mensaje produjo en mi médula!
Si usted, amable contribuyente, considera alguna parte de su cuerpo un estorbo, un gasto inútil de espacio, un atentado contra la logística estética de nuestra sobrepoblada comunidad, y no sabe cómo remediar esta terrible carga moral, no se angustie más: háganos saber qué brazo, qué pierna, qué vértebra, qué hueso u órgano cualquiera usted ya no ocupa, y aquí se lo canjeamos por cárnico fosfórico:
¡La Energía del Futuro!
Leí el mensaje ocho veces exactas en busca de un código secreto o una oferta capciosa antes de proporcionarle mis datos a la máquina que amablemente atendió mi llamada telefónica:
1. Firmaría un contrato.
2. Alguien me explicaría el procedimiento quirúrgico.
3. Me quedaría dieciocho días en observación para asegurar que el pedazo de cuerpo sobrante se adaptara al proceso de fabricación de cárnico fosfórico.
3 bis. Mi presencia durante el Proceso Post, sería una medida de precaución en caso de que se necesitaran porciones frescas de tejido, sangre, ADN, diversos tipos de biopsias e incluso muestras de jugo gástrico y residuos biliares, por lo que no podría abandonar el hospital hasta que el intercambio se cerrara con éxito…
Pero ¿valdría la pena tanta docilidad para experimentar la automutilación asistida? ¡Ah, vaya que sí! A cambio recibiría kan/trahc, suministros interminables de esa sustancia que activaba la percepción sutil del oído para regresarle la dulce y complicada función de descubrir, precisar, distinguir sonidos…
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A pesar de la mecanización catatónica provocada por la crisis depresiva que vivía cada uno de los seres humanos a causa de la anulación del valor adquisitivo de todo cuanto les rodeaba; a pesar de que ya nada podía ser comprado porque el dinero había perdido todo su valor y la gente adquiría lo que necesitaba a través del intercambio, perdiendo así la compulsión de comprar en medio de una bonanza económica a tal punto utópica que había resultado desastrosa; a pesar de que los gobiernos de todas las sociedades se esmeraban en mantener distraída a la población con cantidades inconmensurables de imágenes y audios que se superponían unos a otros, S. todavía recordaba qué había sido lo más preciado antes, mucho antes: ansiaba recuperar la placidez que le significaba escuchar los sonidos en frecuencias o salidas distintas, y no en una masa aglomerada de anuncios/bienestar social indescifrable, incomprensible y que no llevaba más que al aturdimiento y a la necesidad de hacerlo todo de la manera más rápida posible para regresar a encerrarse a casa, a esperar, en un silencio enturbiado por ecos interminables, a que llegara de nuevo el día siguiente.
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////: Día 15
Si tuviera por cierto lo que se anunciaba en aquel mensaje, podría augurar que dentro de tres días estaré listo para salir de aquí. Sin embargo, nada de lo que esperaba que ocurriera ha sucedido, salvo la filtración de ese ruido blanco que se define poco a poco en una voz que parece no cansarse de jugar con las tonalidades, las sutilezas, los grosores que puede lograr, en el humano, el aparato bucofaríngeo torácico cuando el aire lo atraviesa… Y solo puedo oír esa voz cuando me suministran una dosis nueva de cierto líquido luminiscente que me roba fuerzas, consciencia y la voluntad para impedir que se lleven un nuevo pedazo de carne, ya sea de alguna extremidad o de alguno de los órganos que, aunque hasta ahora no han resultado tan “vitales”… exactamente no sé cuáles son… ¿Acaso es eso kan/trahc?… ¿Qué hacer?… La debilidad me mantiene adherido al metal de esto que parece más una mesa de disecciones que una camilla… No puedo… incorporarme siquiera para ver… qué partes del cuerpo poseo todavía… ni qué decir de sentir algo: el frío: el líquido: la inmovilidad: el entumecimiento…ruido blanco… dislexia sensitiva…ruido de sangre en el cerebro… ruido negro…bosque de arterias negras…de neuronas…de hojas negras… oh… desplazamiento de gravedad en la lengua… oh… des…plaza… al menos… ¿al más?… al…mas… todavía puedo… estructurar… frak… frag… mentos… co he tes…corrientes… co he rentes de… ideo…gramas… ga… mas… men…t…a…l…e…s…
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Pero el tercer día no llegó.
Nota: Este cuento se publicó en Habitantes del aire caníbal, Editorial Resistencia, México, 2017.