Honorables narradores, poetas, ensayistas… respetables cultivadores de la palabra reunidos hoy en este prestigioso hemiciclo, sea cual sea su lengua materna.
Artistas plásticos, músicos y representantes de otras manifestaciones culturales.
Médicos, paramédicos, enfermeras y otros profesionales de la salud, esa cada vez más imprescindible aliada de la cultura actual, que también nos acompañan en este día.
Lectores todos y público en general de todas las islas antillanas de nuestra confederación:
Por largos años fue cortés, pero, a decir verdad, no muy sincera costumbre en nuestra aún joven nación que en actos como este, el honrado con el más alto galardón de nuestras letras pancaribeñas comenzara su alocución expresando su infinita sorpresa ante el hecho de haber sido distinguido con tal honor. Como si desde meses antes no fuese de completo dominio público la identidad del premiado, y a la vez como si, haciendo gala tal vez exagerada de la gran modestia que debe caracterizar a un verdadero intelectual fiel a los luminosos ideales del pancaribeñismo, no se considerase merecedor de tan preciada condición.
Pero es mi deseo romper, hoy y aquí, con ese hábito, de una vez y para siempre, antes de que por su misma y simple repetición corramos el riesgo de que quede fijado como venerable tradición indisolublemente ligada a este alto premio de las letras de nuestra joven y pujante república.
Confesaré entonces, por si alguien no lo sabe aún, que desde hace catorce años ¡casi tres lustros! esperaba pacientemente ser merecedor de este honor. Y dado que no es para nadie un secreto que hace casi un cuarto de siglo que mi nombre y mi obra figuran de manera constante en la lista final que se somete a la consideración del supremo jurado de varias lenguas y procedencias y que anualmente se reúne para valorar los méritos de nuestra cada vez más nutrida población de escritores, creo que tenía plenos derechos a esta esperanzada espera (APLAUSOS).
Cierto es que, en años anteriores, otros y diversos criterios, que tal vez algún malintencionado podría incluso llamar extraliterarios, se impusieron como decisivos a la hora de otorgar el Premio Nacional de Literatura a otros de mis colegas, tan merecedores de él como yo, y cuyos nombres no voy a mencionar aquí y ahora porque todos los conocemos de sobra.
La enfermedad terminal de uno de larga y constante trayectoria en nuestra poesía en créole… la grave situación económica a consecuencias del tormentoso divorcio con separación de bienes de uno de nuestros más prestigiosos ensayistas en lengua inglesa… los intentos de manipulación por parte de nuestros tradicionales enemigos ideológicos africanos de la obra dramática de quien indudablemente es ya con pleno derecho una de las más grandes voces del teatro francófono del siglo XXI… esas fueron coyunturas todas ante las que las letras nacionales reaccionaron de la manera en que nuestro pueblo y nuestra directiva política esperaban, mostrando que la inmensa inversión de confianza concedida a los creadores del país por nuestra medicina de vanguardia bajo la forma del Tratamiento Matusalén no fue nunca esa apuesta arriesgada que muchos consideran aún (APLAUSOS).
Yo quiero, en todo caso, aprovechar la ocasión de este acto para rendir sincero homenaje a estos ganadores anteriores de la distinción con la que hoy se me honra, dejando en claro que el ser merecedor del premio por ellos ya alcanzado solo puede prestigiar aún más mi propia condición de premiado (APLAUSOS).
Mucha agua han visto mis ojos traer y llevar a la Corriente del Golfo en estos años, sí. Y atrás quedaron para siempre aquellos azarosos días en que, en las diversas repúblicas desunidas del antiguo Caribe, todo cultivador de las artes, independientemente de los méritos de su obra, temía con razón que la implacable Parca lo arrebatase antes de ver reconocidos sus esfuerzos.
Porque, gracias a los insuperables avances de nuestra medicina, desde hace décadas a la indiscutida vanguardia mundial en los tratamientos geriátricos, hoy cada escritor, músico o pintor de nuestro gran archipiélago multicultural y multiétnico tiene grandes posibilidades de ver coronada una vida de sacrificios en el altar de la cultura con el reconocimiento pleno a su entrega por parte del mismo agradecido pueblo isleño al que dedicó todos sus desvelos creativos (APLAUSOS).
No es un secreto para nadie que, aunque versiones menos radicales han llevado a nuestra población pluriinsular a tener una de las más largas esperanzas de vida del planeta, el altísimo, realmente prohibitivo costo económico del complejo de medicamentos, trasplantes y terapias de prolongación de la existencia que se ha dado en llamar Tratamiento Matusalén impide que todo el pueblo tenga pleno acceso a sus fantásticos beneficios.
Quizás en otro país, bajo una oligarquía interesada solo en autoperpetuarse en el poder, esta circunstancia hubiera generado una clase dirigente egoísta y longeva, del todo renuente a compartir el privilegio de una vida larga y plena con el resto de la población.
Es por eso que considero oportuno y necesario, más aún: imprescindible, una vez más, aclamar a nuestros líderes del Alto Consejo Integrador Pancaribeño. Que, en altruista entrega, decidieron hacer extensiva esta invaluable prerrogativa, no a los militares o los científicos con los que habrían podido aliarse para eternizar su dominio, sino, a ojos de muchos tal vez paradójicamente, con los más destacados de entre los prácticamente inútiles, pero siempre prestigiosos representantes de todas las esferas del quehacer artístico y cultural (OVACION).
Loable entrega, por demás. Y es que, hay que pensar: ¿qué gloriosas sinfonías no nos habría legado un Mozart que hubiese vivido 112 años, como cuenta hoy nuestro famoso maestro, creador en 2061 del híbrido y muy popular y bailable ritmo sonipso, y justamente Premio Nacional de la Música del año pasado? ¿qué inmortales cuadros un Picasso de 119 primaveras creativas, como las que animan a nuestro mundialmente conocido ceramista de Montego Bay, Premio Nacional de Artes Plásticas de hace ya un lustro y cuyos bellísimos vasos adornan nuestros más lujosos hoteles?, ¿qué impecables sonetos no pueden aún esperarse de nuestro gran poeta, Premio Nacional de Literatura del 2086, que este año nos entrega triunfal y entusiasta su muy esperado Decimonoveno Libro del Barrio? (APLAUSOS).
Consideren si no mi propio caso: nacido en el 2008 en la isla de Cuba, en pleno y convulso siglo XXI, hasta el presente el centenio más glorioso y más triste, y sin dudas también el más agitado de la historia del mundo, hijo de una familia humilde, tuve el dolor de ver en mi país, como en tantos otros, todo orden se desmoronaba cuando aún era joven, arrasado por los terribles motines del 2026, el afortunadamente ya muy atrás dejado, pero siempre de terrible memoria Año del Agotamiento Total y Definitivo del Petróleo.
Nunca olvidaré la feroz guerra que siguió al caos, trayendo aún más caos… las trayectorias blanquecinas de los misiles rasgando nuestro cielo sin año para ir a dejar su carga de muerte en las grandes ciudades de Europa y Norteamérica… el derretimiento de los casquetes polares y el aumento del nivel del océano que inundaron sin embargo muchas de nuestras urbes caribeñas… la falta de comunicaciones y la hambruna subsiguientes… el arribo solicitando asilo de los primeros sobrevivientes de la hecatombe mundial, más depredadores desesperados que náufragos implorantes… y cómo tuvimos que unirnos para que no nos arrebataran lo poco que nos quedaba tras el cataclismo.
Sí, fueron tiempos duros, y sobrevivir a ellos, una proeza colectiva de nuestro pueblo.
Pero también fui regocijado testigo de la fundación de nuestra amada RIP, y como muchos jóvenes con confianza en el nuevo ideal pancaribeño de reconstrucción, fui activista voluntario en la Campaña de Recuperación del Hábito de Lectura en 2035. Y fue quizás tal entusiasmo el que me llevó a publicar en cuestión de tres años una novela y dos libros de cuentos infantiles, en verdad apenas tibiamente acogidos por los lectores de entonces, y cuyos títulos no mencionaré aquí por modestia… y porque ya se habla de una reedición… que fervientemente espero que nadie se apresure aún a titular Obras completas (RISAS).
Pero luego, los avatares de la vida me mantuvieron apartado del quehacer narrativo durante más de cuatro décadas, enfrascado en las obras prioritarias de la construcción de nuestra nueva y más justa sociedad pancaribeña sobre las ruinas del antiguo e irracional orden.
Décadas tan duras como los años de la guerra, pero mucho más fecundas, porque durante ellas, el esfuerzo continuo de nuestro pueblo, bajo la sabia directiva de nuestro Alto Consejo Integrador Pancaribeño, logró el milagro que muchos creyeron imposible. Y aprovechando nuestra natural tendencia étnica a la hospitalidad, a la vez que la afortunada circunstancia que nuestras costas y selvas, sin grandes ciudades ni objetivos militares, fuesen uno de los pocos territorios que dejó a un lado aquella última y terrible Guerra del Petróleo, cuyas secuelas de contaminación radiactiva afectan aún casi a tres cuartas partes del planeta, se propuso y logró transformarnos de nación pobre y dependiente en lo que hoy podemos vanagloriarnos de ser: una de las primeras economías de servicios a nivel mundial. Con cuotas de salud, educación y bienestar social general que muchos países, no solo de las una vez punteras Europa Occidental, Norteamérica y Asia Oriental costera, sino también de las emergentes potencias de hoy, Africa, Antártida Deshelada y Oceanía envidian (APLAUSOS).
Durante este tiempo de entrega y sacrificios, no me da pena confesarlo, apenas si escribí, ni publiqué más que un puñado de relatos breves en revistas provinciales y municipales de escasa circulación, o en blogs aún menos visitados en la en aquellos tiempos más bien tímidamente restablecida Internet.
Porque aquellos tiempos… aquellos tiempos fueron tiempos de músculos, trabajo y sudor; ¡no de cerebro, sensibilidad y tinta! (APLAUSOS).
En épocas anteriores este alejamiento o presencia de segundo orden en el panorama narrativo por tantos años habría quizás bastado para borrar de manera definitiva mi nombre de los anales de las letras nacionales. Consideren entonces cuán inmensa no será mi gratitud ahora que, a punto de cumplirse otros 20 años de mi regreso al bregar narrativo, con 8 libros de cuentos y 14 novelas publicadas, y justo en vísperas de mi 90 cumpleaños, veo al fin reconocida mi entera trayectoria artística con este honroso y codiciado galardón (APLAUSOS).
Por eso quiero también dejar constancia, en este feliz día, de que no pienso cejar en mi labor de escritura. No traicionaré el espaldarazo de confianza que para mí representa este honroso premio. No me dormiré en los laureles, porque no creo que mis años más productivos hayan quedado atrás, sino que seguiré esforzándome para entregar a nuestro pueblo lo mejor del fruto de mis neuronas y mi pluma, hasta que la muerte largo tiempo postergada pero inexorable me impida seguir cantando el gran empeño colectivo de construcción de esta nueva sociedad.
¡Gloria eterna al ideal pancaribeño! (APLAUSOS).
¡Gloria a nuestro Alto Consejo Integrador, su abnegado guardián de siempre! (OVACIÓN, EL PÚBLICO SE PONE DE PIE ENTUSIASMADO).
Y es así que, con motivo de esta fecha tan importante para mí, en la que finalmente me siento del todo digno del esfuerzo que de mí ha esperado siempre nuestro pueblo, he sido autorizado por nuestros líderes a hacer público un nuevo avance de nuestra salud… tan trascendental que, podemos decirlo sin exagerar, cambiará el mundo.
No es nuevo para ninguno de los presentes que, por largos años, las jóvenes y pujantes potencias económicas y militares de hoy, tanto la Antártida Deshelada como las diferentes naciones africanas y oceánicas, nos han acusado insistentemente de retorcer de modo blasfemo los límites de la naturaleza para crear una sociedad de ancianos que se mantenían saludables por tanto tiempo que llegaban a ser cuasiinmortales, a expensas de la sangre de sus jóvenes. De no ser más que una férrea tiranía geriátrica en la que esos mismos jóvenes, cosechados sin piedad por la Ley del Trasplante Obligatorio, no tenían cabida ni esperanza.
¿Pensaban acaso con tal cúmulo de calumnias podrían hacernos renunciar a nuestro propio camino?
¡Como si nuestro país, acosado durante buena parte del siglo XX por las entonces superpotencias norteamericana europeas y asiáticas, cuya hora de hegemonía y gloria quedó por suerte para siempre atrás con el extinto petróleo, no estuviera más que acostumbrado a enfrentar las más injustas y onerosas presiones internacionales, que siempre salpican la marcha gloriosa de quien se aparta del rebaño!
Sea como sea ¡lo que no pueden negar es que nuestra esperanza hoy alcanza ya una media de 120 años! Y con no pocos casos de longevos extremos que incluso rebasan los 150. Todo lo cual ha sido posible solo gracias a largas décadas de sacrificios de nuestro pueblo, para sufragar las costosas inversiones en investigación para la prolongación de la vida, cuyos frutos nuestra incomparable medicina ha reunido bajo el nombre comercial de Tratamiento Matusalén.
Y ahora, para desmentir de una vez y por todas esas maliciosas calumnias, quiero presentarles al futuro de las artes de la República Integrada Pancaribeña.
¿Ven a este joven? Sube, Joáo… (EL ALUDIDO, APENAS UN ADOLESCENTE, ABANDONA EL PÚBLICO Y ACUDE A LA TRIBUNA JUNTO A ROMUALDO, QUE LE COLOCA EL BRAZO SOBRE EL HOMBRO CON EVIDENTE FAMILIARIDAD).
Quizás algunos ya conozcan su cara, y si además les digo que su nombre es Joáo Francois Smith Sánchez, creo que otros también les resultará familiar… no en balde ha recientemente obtenido varios premios de narrativa fantástica e infantil, en las categorías de Joven Esperanza, para menores de 20, y Futura Promesa, para quienes aún no alcanzan los 40.
La calidad de su prosa y su original estilo son motivo de que, con solo 18 años, muchos le auguren ya un brillante provenir en nuestras letras, e incluso confíen en, caso excepcional, verlo publicar su primer libro antes de los 50… si, por supuesto, la impaciencia y el resentimiento no lo hacen traicionar a nuestro gran ideal pancaribeño y abandonar cobardemente el país, atraído por los cantos de sirena de las editoriales africana, oceánicas o antártidas, que deslumbran a nuestra más joven generación de autores con sus vanas promesas de igualdad de oportunidades, independientemente de la edad de los escritores, envidiosas de nuestro sistema. Lento, quizás, conservador, no lo niego, pero rigurosamente justo, también, y de eficacia más que probada durante largas décadas…
Pues bien: puedo, hoy y aquí, asegurarles que este joven NUNCA abandonará la RIP, por muy atractivos que sean los cebos o las tentaciones que puedan agitar ante él nuestros incansables enemigos.
Hemos creado, finalmente, al perfecto ciudadano, al creador modelo, al ideal humano pancaribeño. Y puedo asegurar tal cosa sin temor a equivocarme precisamente porque el aquí presente Joáo me es más cercano y conocido que si fuese mi nieto, mi hijo… tan conocido y cercano, tanto, como solo podría serlo un hermano gemelo.
Porque, y basta ya de circunloquios, Joáo Francois Smith Sánchez es una parte de mí mismo. Porque, de algún modo, puedo decir que él es yo mismo. Ya que no es sino un clon, carne de mi carne y sangre de mi sangre.
Pero no un clon cualquiera, sino un clon mejorado, conductualmente condicionado y neurológicamente modificado para que la simple idea de traicionar a los ideales de nuestra nación pancaribeña, tanto de obra como de palabra, le resulte insoportablemente repugnante.
Yo te saludo entonces, Joáo, hijo genético, escritor del futuro fiel a nuestra ideología a toda prueba… y avizoro desde ya ¿por qué no? ese fantástico momento, antes impensable, en que gracias a los avances de nuestra incomparable ciencia médica que ya nos dio el Tratamiento Matusalén, el galardón que hoy se me concede adorne también tu frente, que será y a la vez no será la mía, en digno relevo que ojalá se extienda por largos siglos, tantos como de vida deseo a nuestra nación… (TOS CAVERNOSA, JADEO… SE INTERRUMPE).
Por favor… mi médico y enfermera personal… ¿no están?… este… si se encuentran en la sala… otros trabajadores de la salud… la emoción… debe ser… controlen mis biomonitores… creo que… me falta el aire… el pecho… no puedo respi… (TOS PROFUNDA, VA A CAER, PERO DIVERSOS PARAMÉDICOS QUE YA ACUDÍAN LO SOSTIENEN A TIEMPO Y SE LO LLEVAN ADMINISTRÁNDOLE LOS PRIMEROS AUXILIOS CON MÁSCARAS DE OXÍGENO Y OTROS ARTEFACTOS DE SOPORTE VITAL DE URGENCIA).
(JOÁO FRANCOIS SMITH SÁNCHEZ TOMA SU LUGAR EN EL ESTRADO ANTE LA CONSTERNADA AUDIENCIA Y LAS HOLOCÁMARAS).
Por favor, honorables asistentes al acto, mantengan la calma… me comunican que el pequeño problema cardíaco de nuestro premiado será solucionado en el plazo más breve posible, y que lo más probable es que no tenga consecuencias… tranquilos, no hay nada que temer; en el peor de los casos siempre disponemos de órganos suficientes para cualquier trasplante, y más para ciudadanos priorizados por su excepcional hoja de servicios… claro que quizás no haya que llegar a tal extremo… después de todo Romualdo, al que todos conocemos y admiramos, a sus 90 años es todavía un hombre joven, solo va por su tercer corazón ¿no? (RISAS ALIVIADAS).
Sea como sea, quiero dejar constancia de mi total disposición a, sin que sea necesario invocar la todavía discutida Ley del Trasplante Obligatorio, poner a disposición de nuestro venerable Premio Nacional de Literatura 2088 cualquiera de mis órganos, que son los suyos (APLAUSOS).
Así que sin más, como estoy seguro que él querría que se hiciera, pido un fuerte aplauso final para los artífices del Tratamiento Matusalén, ¡para nuestros líderes del Alto Consejo Integrador y para el inmortal ideal pancaribeño, sin los que este glorioso día habría sido imposible! (GRAN OVACIÓN, EL PÚBLICO SE PONE DE PIE).
Y también para ustedes, invicto pueblo antillano, porque para ustedes trabajamos y de ustedes nace nuestra inspiración.
Muchas gracias (OVACION FINAL).
13 de marzo de 2009