Hace unas semanas leí el ensayo de Isaiah Berlin en el que propuso su famosa división entre dos tipos de intelectuales. Según el filósofo letón, como es bien sabido, están los erizos —que tienen un pensamiento fijo durante toda su vida— y los zorros —que transitan entre diferentes ideas—. Mientras leía, pensaba en los cronistas: esos escritores anfibios que, por la naturaleza de su trabajo, entrarían sin duda en la categoría de los zorros. Su oficio consiste en observar y entender las diferentes formas que configuran el mundo.
Por años he trabajado en el campo del periodismo narrativo. He sido autor, editor y difusor de un género que encuentro fascinante. Se trata de un género que ha florecido con especial potencia en Latinoamérica: desde las Crónicas de Indias hasta hoy. Nuestro continente parece ser un terreno fértil para este ejercicio que, como lo definió el mexicano Juan Villoro, es un ornitorrinco de la escritura. Los lectores extranjeros, muchas veces, no están familiarizados con la crónica latinoamericana. En el mundo anglosajón, por ejemplo, lo suelen equiparar con el New Journalism o con el periodismo literario. Y, aunque hay encuentros y similitudes, son cosas diferentes.
En su artículo “Por la crónica”, el argentino Martín Caparrós, intenta una definición. “La crónica es el género de no ficción donde la escritura pesa más. La crónica aprovecha la potencia del texto, la capacidad de hacer aquello que ninguna infografía, ningún cable podrían: armar un clima, crear un personaje, pensar una cuestión”. Los cronistas hacen un arduo trabajo de investigación, una reportería abrumadora y tienen toneladas de información. Hacen, desde luego, periodismo. Pero nadie podría decir que no tienen el mismo rigor en el lenguaje que un texto literario. Acá la actualidad está narrada con la precisión de la literatura.
Continúa Caparrós en su prólogo: “La crónica es una mezcla, en proporciones tornadizas, de mirada y escritura. Mirar es central para el cronista, mirar en el sentido fuerte. […] Digo: mirar donde parece que no pasara nada, aprender a mirar de nuevo lo que ya conocemos. […] La crónica, además, es el periodismo que sí dice yo. Que dice existo, estoy, yo no te engaño”. Y ésta es otra de las enormes virtudes de los cronistas: muestran, de una manera en la que sólo ellos podrían hacerlo, temas fundamentales que atraviesan sus países. No me interesa el periodismo que esconde, detrás de una supuesta objetividad, las voces de sus autores, que pretende producir notas anodinas sin una personalidad definida. Me gusta el periodismo en primera persona que se construye desde una subjetividad honesta.
La crónica da cuenta, además, de la diversidad de este continente. Basta con ver los noticieros o leer lo diarios que apenas registran una realidad sepultada por el peso de la violencia, la pobreza, el narcotráfico, la injusticia y la corrupción. Las miserias nuestras de todos los días. Por supuesto que son temas importantes, pero quizá es necesario narrarlos desde otra perspectiva. Hay, en este inmenso territorio, otras historias igual de reveladoras que merecen ser contadas. Nuestros cronistas se liberan de estos lugares comunes y, sin duda, ayudan a perfilar mejor nuestra identidad.
Vale la pena, entonces, apostar de nuevo por el género. La identidad de Latinoamérica nació, en gran parte, del contacto de los primeros cronistas de Indias con un mundo que no conocían y que los deslumbraba. Nuestros nuevos cronistas de Indias reviven ese asombro. Desde su escritura y su mirada —para retomar a Caparrós— visitan la geografía en una forma que asemeja, hasta cierto punto, un nuevo descubrimiento de América.
Mis colegas y amigos de LALT me han ofrecido la posibilidad de curar este dossier dedicado a la crónica Latinoamericana. Ha sido, claro, un enorme placer y responsabilidad. Para esta primera entrega, decidimos incluir a dos de los más grandes cronistas de la actualidad: Leila Guerriero y Diego Enrique Osorno. Leila es una aguda escritora —para mi gusto una de las voces más sofisticadas de las letras en nuestro idioma— que ha retratado a algunos de los personajes más singulares de su época. Diego es un valiente cronista del norte de México que se ha convertido en un narrador privilegiado de la tragedia que arrasa a su país. Los textos que incluimos en este dossier son una muestra, muy corta, del valioso trabajo de estos dos autores.
La crónica está más viva que nunca. El trabajo de Leila y de Diego es una muestra de ello. En las siguientes entregas intentaremos ampliar ese mosaico de voces que se construye a través del trabajo de diferentes cronistas latinoamericanos. Que, para volver a Berlin, son zorros por la amplitud de su mirada. Pero también podrían ser erizos, obsesionados con una solo idea: narrar el mundo de la manera más perfecta.