El original es infiel a la traducción.
Jorge Luis Borges
En 2014, tuve la buena fortuna de participar en el Festival de Literatura y Cultura Internacional Puterbaugh en honor del autor hispano-argentino Andrés Newman, cuyo trabajo había traducido para nuestra publicación matriz World Literature Today, que patrocina el evento bianual.
Durante la cena de gala, en medio de la pompa y la circunstancia, unos instantes antes de que Andrés pronunciara su discurso, comencé a ahogarme con un trozo de carne. Durante algunos minutos Andrés y unos 200 invitados allí reunidos observaron cómo tres hombres diferentes realizaban la maniobra de Heimlich y, literalmente, me devolvían desde el borde de la muerte. Con mi permiso, Andrés relataría luego el angustioso episodio en su blog escribiendo:
Además de reorganizar nuestras prioridades, George nos recordó drásticamente otras tres cosas. Que los traductores merecen mucha más atención de la que suelen recibir. Que de ellos depende la respiración del relato. Y que, si algún día nos faltasen, de pronto el mundo entero se quedaría sin palabras.
Menciono esta anécdota personal a manera de introducción a este dossier dedicado a los traductores, con el fin de subrayar la importancia que éstos tienen en la creación de la literatura a nivel mundial. Con razón, el novelista portugués José Saramago escribió: “Los escritores hacen las literaturas nacionales y los traductores hacen la literatura universal. Sin los traductores, los escritores no seríamos nada, estaríamos condenados a vivir encerrados en nuestro idioma”. Saramago era muy consciente de que su posición como escritor de literatura mundial se debía en gran parte a sus traductores. De hecho, las novelas del ganador del premio Nobel serían desconocidas en el mundo de habla inglesa si no fuera por el trabajo de traductores como Margaret Jull Costa y Giovanni Pontiero. Además, solo un puñado de los galardonados con el Premio Nobel de Literatura habría alcanzado la cumbre más alta del éxito literario si no fuera por sus traductores.
Imagine por un momento que Cien años de soledad, La muerte de Artemio Cruz, La ciudad y los perros y Rayuela nunca hubieran sido traducidos a las docenas de idiomas que ahora habitan. Simplemente, es posible que nunca hubiera existido el llamado Boom latinoamericano. García Márquez, Fuentes, Vargas Llosa y Cortázar podrían haber sido relegados a la mera prominencia nacional, habiendo vendido miles de copias en sus países de origen y a través de América Latina, y no los millones de copias que han vendido y continúan vendiendo a nivel mundial. Estas novelas, sin embargo, tienen otra cosa en común. No solo fueron escritas por autores masculinos, sino que también fueron traducidas por traductores masculinos. Fue hasta tiempo más tarde que las traductoras Margaret Sayers Peden, Edith Grossman y Natasha Wimmer, comenzaron a traducir a estos gigantes de la literatura latinoamericana, no, mundial.
Coincidencialmente, pero de manera fortuita, todos los escritores elegidos para este dossier son mujeres, Jazmina Barrera (México), Carmen Boullosa (México), Jeannette Clariond (México), Mariana Torres (Brasil) y Luisa Valenzuela (Argentina). Aún si nada más que eso, ésta feliz coincidencia sugiere que el mundo de escritores y traductores, dominado por hombres, está cambiando; y Latin American Literature Today se enorgullece de ser parte de esta tendencia al cambio.
Los aquí presentados se encuentran entre los traductores más interesantes y respetados de los que se dedican a la literatura latinoamericana hoy en día: Lisa Dillman, Christina MacSweeney, Lawrence Schimel, Samantha Schnee y Grady Wray. Cada traducción está acompañada de breves conversaciones entre el traductor y el autor (Dillman, MacSweeney y Schnee), o, en el caso de Schimel y Wray, descripciones más detalladas de los desafíos que cada traductor encontró y las estrategias que cada uno empleó para resolverlos. En cada caso, estos textos proporcionan una aproximación única, tomando prestada una frase de Benjamin, a la tarea del traductor, sin cuyo esfuerzo la literatura permanecería para siempre extranjera.
George Henson
Traducción de Guillermo A. Romero