Pablo Brescia nació en Argentina en 1968 y reside en los Estados Unidos desde 1986. Recibió su bachillerato en filosofía y español (1993), su maestría en español (1995) y su doctorado en lenguas y literaturas hispánicas en la Universidad de California, Santa Bárbara (2000). Ha publicado los libros de cuentos: La apariencia de las cosas (1997, UNAM); Fuera de lugar (2012, Borrador; 2013, UNAM) y La derrota de lo real (2017, SED; Librosampleados), además de las antologías: ESC (2013, Suburbano); y Gente ordinaria (2014, Ediciones Carton-ERA). También publicó el libro de textos híbridos No hay tiempo para la poesía (2011, Tantalia), bajo el pseudónimo de Harry Bimer. Participó en la antología de cuentos Se habla español: voces latinas en USA (2000, Alfaguara). Actualmente enseña literatura latinoamericana en la University of South Florida (Tampa).
Thomas Nulley-Valdés: ¿Cómo terminaste en los Estados Unidos?
Pablo Brescia: Llegué a los dieciocho años, en una especie de exilio económico. No fuimos de esas familias que tuvieron que salir de Argentina por razones políticas. Habíamos visitado los Estados Unidos en 1981 porque una de mis tías vivía en California. Y mis padres habían quedado contentos con el lugar. En ese momento, las leyes de inmigración eran más flexibles de lo que son ahora. En 1985 en Argentina, mi familia estaba pasando por un período económico complicado y mis papás comenzaron los trámites de residencia. Salió el permiso y tuvimos que decidir si nos íbamos o no. Llegamos a California a fines de 1986 y los primeros meses fueron duros; hicimos algunos trabajos de los que se denominan de inmigrante, limpiando cines, yo fui panadero, ese tipo de cosas. En Argentina había empezado a estudiar leyes y cuando llegué a Estados Unidos, estaba listo para reiniciar la universidad, una vez que pudiera mejorar el inglés. En términos de lugar de aprendizaje, la escuela para mí fue siempre muy importante. En 1987 ya me había anotado en los community colleges. Una vez que entré a la universidad, ya no salí; trabajaba allí, estudiaba allí, después me gradué y continué.
TNV: Siendo un joven en Argentina durante esta época, uno supondría que antes de viajar a Estados Unidos tenías una idea de cómo era ese país. Al trasladar tu vida a California ¿cuál fue tu experiencia?
PB: Nunca me lo habían preguntado. De cierta manera me considero estadounidense, sobre todo californiano, porque pasé quince años de mi vida allí. El país me causó un shock muy fuerte. En Argentina no era de salir a discotecas, de estar con amigos todo el tiempo; era más un chico retraído, me gustaban los libros. Sin embargo, la socialización en Argentina es absolutamente diferente a la de EE.UU. aun hoy y, además, en aquel entonces estaba mediada por un idioma que no era el mío. La impresión que me dio el país sería como la del cuento de Hemingway, un lugar limpio, bien iluminado. Son los clichés de siempre, el orden, el respeto por las normas de tráfico, la caída de la vida a partir de las siete de la noche, los horarios diferentes para la comida. Por un lado, hubo un choque, pero por otro lado había una oportunidad, una especie de tabula rasa o de pampa yanqui, donde se podía construir algo. Me acuerdo que a los dieciocho años eso era un poco lo que pensé.
TNV: En el 2000 se publica en Estados Unidos Se habla español, antología que contiene un relato tuyo. ¿Cómo llegaste a participar en ella? ¿Cómo fue el proceso de antologación? ¿Cuánto sabías del propósito de la antología cuando Alberto Fuguet o Edmundo Paz Soldán propusieron incluirte?
PB: La antología me pareció una toma de posición y una buena iniciativa para abrir un espacio para aquellos escritores que dentro de Estados Unidos escriben en español. Para ese entonces, ya había publicado mi primer libro de cuentos en México y había participado en algunas cosas más. Para escribir el cuento, puse en práctica el saludable arte de la sospecha. Pensé que un lector que abriera un libro cuyo título era Se habla español: voces latinas en USA iba a terminar encontrando lo que decía el prólogo; aspectos estereotipados de la cultura latina en los Estados Unidos; cultura híbrida, pero en una celebración acrítica o light. Decidí hacer un cuento que trabajara con los lugares comunes de los latinoamericanos que están viviendo en Estados Unidos. Aunque no es un cuento autobiográfico, abreva en lo que escuché durante muchos años de mi vida, con mi familia o con mis amigos. Me planteé una historia de un latinoamericano emigrado que es como el eterno revolucionario, que odia los Estados Unidos y al imperio yanqui, es renegado porque se tuvo que ir de su país, etcétera. Y el otro personaje es el latinoamericano adaptado que vendió su alma al diablo, mete el inglés en la escritura, piensa que hay que adaptarse, etcétera. En esa dicotomía, el tercero en discordia es el personaje más divertido para mí que es un estadounidense a quien le interesa la cultura latinoamericana, toma clases de literatura y que habla solamente en citas literarias. Los dos latinoamericanos pelean y el estadounidense cita a Rubén Darío, a Neruda. Es un diálogo con esas imágenes estereotipadas latinoamericanas y también la imagen estereotipada del norteamericano que quiere aprender sobre una cosa que no es él, y, paradójicamente, es quien tiene más pasión sobre el tema.
TNV: ¿Encuentras que este grupo de escritores que participó en el libro narró a los Estados Unidos de una manera original?
PB: Para mí la antología fue un momento parte aguas para empezar a ver a Estados Unidos de manera más alejada del estereotipo. No sé cuánto impacto tuvo, pero la crítica puede valorar el gesto tomando reseñas, eventos culturales y categorías como identidad, migración, frontera, espacio, para así re-articular los elementos que presentó y propuso ese libro. En estos diecisiete años, ha habido otras antologías, algunas publicadas en Estados Unidos, que han reunido otros escritores que escriben en español aquí. También hay una intención de recobrar lo hispano en Estados Unidos desde una perspectiva académica. No es algo orgánico; son intentos aislados. Lo que sí tenemos ahora son centros importantes de la literatura en español como Nueva York, El Paso, Chicago, Miami, Houston. Todo eso es una buena señal. La movida cultural está, pero falta desarrollar los canales de difusión, las editoriales y el público lector. Después habrá que catalogar esa literatura en español escrita por latinoamericanos en EE.UU. ¿Qué es? ¿De dónde es? ¿Es de Estados Unidos o es literatura de cada uno de los países de origen? Estas preguntas se conectan con la idea de las migraciones, la porosidad de fronteras, la identidad híbrida y múltiple.
TNV: En tu cuento “La manera correcta de citar” el escritor latinoamericano cínico opina que “La literatura no es para flagelos ni silicios; tiene que ser agente de cambio y para eso debe comunicar” (Se habla español p. 145) ¿Cuál es el papel del escritor hoy en día? ¿Qué te interesa a ti como escritor?
PB: En esa cita del cínico no me reconozco. El otro escritor latinoamericano creo que dice que hay que conseguir un agente literario y que la literatura se trata de vender y esa tampoco es mi posición. No sé si tengo una posición. Creo que una de las cosas buenas de vivir en Estados Unidos, para alguien como yo que escribe, es que no le importamos a nadie. Los escritores importan poco y los escritores que escriben en castellano mucho menos. Un estereotipo del escritor latinoamericano de la generación del Boom y anteriores era el lastre que llevaban escritores e intelectuales públicos, con compromisos políticos específicos. Tengo mis opiniones políticas como cualquiera, pero no me hubiera sentido capacitado allá en Argentina, y me siento menos capacitado acá en Estados Unidos, para tomar esa bandera política. Mi primera responsabilidad como escritor va por el lado interior, tratar de darle a lo que esté escribiendo lo que me pide. Y si me pide noches sin dormir, aguanto noches sin dormir, y si me pide muchas versiones, hago muchas versiones. En este momento de mi labor como profesor y escritor me he dado cuenta de la responsabilidad de proveer una mínima defensa de la lectura y de lo cultural a mis estudiantes y a mis lectores. Hay muchos sectores de la sociedad donde la circulación de información es banal y superficial, hay poco espacio para la profundización o el debate. Me siento cómodo conversando con ellos de por qué creen que la cultura pueda llegar a ser importante, y así puedo compartir mis experiencias. No voy a ningún lado con un sombrero que dice “escritor”; al contrario, voy con una actitud humilde de tratar de aprender del público y preguntarles qué leen ellos y hablar un poco de lo que me parece a mí. Creo que la responsabilidad va allí y es una responsabilidad modesta.
TNV: Entre los libros que has publicado está No hay tiempo para la poesía, bajo el pseudónimo Harry Bimer, el cual es un volumen de textos híbridos. Tomando en cuenta todo lo que me has contado sobre la situación difícil de un escritor latinoamericano tratando de publicar en español en los Estados Unidos, ¿para qué elegiste publicar esta colección bajo un pseudónimo? ¿Y por qué elegir un nombre tan anglosajón?
PB: Hace unos años estuve en un momento muy complicado y una amiga me dijo, “si estás tan mal, ¿por qué no te pones a escribir y canalizas un poco estas angustias por allí?” Y estos textos empezaron a salir. Fue un momento maravilloso porque todo lo que tocaba se transformaba en literatura, me sentía como el Rey Midas de la literatura. Me puse a escribir esos textos híbridos y empecé a sentir que era una especie de combinación de literatura con pensamiento. La filosofía siempre fue mi primer amor; la filosofía para mí es ser curioso, querer saber y querer aprender. Cuando presenté el libro en inglés, me inventé una frase para describir los textos: “thought-poems” y en español “pensemas”, pensamiento-poema. Y cuando empecé a redactarlos me di cuenta que no era yo, Pablo Brescia, el narrador de historias, el que hablaba. Ahí decidí que era un buen momento para inventarme otra identidad. En cuanto al pseudónimo, de chico era fanático de una serie de televisión que veía en Argentina que se llama La dimensión desconocida (The Twilight Zone). En un episodio, “Time Enough at Last”, hay un empleado de banco, que es un lector empedernido, tanto lee que lo echan del banco porque interrumpe su trabajo para leer. Era la época de las bombas atómicas, y en un momento él está encerrado en la bóveda del banco leyendo, cae una. Sale y ve todo destruido. El personaje se da cuenta de que no hay nadie y de que él está solo. Primero se angustia, pero después comprende que tiene tiempo para leer. Se va a la biblioteca y apila libros. Cuando toma el primero para empezar, se le caen los anteojos y se parten. Termina allí el episodio. La ironía cruel de esa imagen última siempre me pareció genial. De hecho, reescribí ese episodio como cuento pos-apocalíptico en La apariencia de las cosas (1997). El protagonista de esta historia en el episodio televisivo se llamaba Henry Bimes, y yo en mi recuerdo de niño lo tenía como Harry Bimer; mi pseudónimo surge de un error de recuerdo.
TNV: Los cuentos de Fuera de lugar abarcan el misterio y lo fantástico. Además de presentar varios lugares reales (Estados Unidos, Italia, Argentina, México, Japón, entre otros), permiten que el lector explore el “espacio” fuera de lugar de las memorias y la perspectiva de personajes que han experimentado o están experimentando acontecimientos fantásticos o a veces alucinantes. Este juego entre lo real y lo fantástico (y lo mítico) lo continúas en La derrota de lo real, ¿Qué significa para ti lo fantástico?
PB: Soy lector de la literatura fantástica, tanto en su tradición universal como en la latinoamericana. Sin embargo, me parece que a veces lo fantástico es un discurso que se presta a abusos literarios de lo que prefiero escapar; el realismo, en cambio, es tan omnipresente que pareciera que nunca se lo abusa cuando en realidad sucede lo contrario. Es decir, lo sobrenatural como misterio insoluble o domesticación de lo insólito no me interesa. En mis textos, en cambio, trato de explorar lo que el código fantástico pone en escena: los límites de lo real, los caprichos de la razón, la incertidumbre, etc. Me parece que relatos como “Para llegar a D.F.W.” o “Realismo sucio”, de Fuera de lugar, o “Takj” o “Código 51”, incluidos en La derrota de lo real, transitan una vía alejada del fantástico estereotipado y cercana a los recovecos que nos deja lo real para poder respirar un poco ante tanto mundo.
TNV: Como escritor y profesor has trabajado desde el lado de la creatividad y desde el lado de la crítica. Se conoce la función tradicional del crítico literario como evaluador de obras; sin embargo en tu cuento de La derrota de lo real, “Pequeño Larousse de escritores idiotas”, de alguna manera se devuelve la pelota ironizando el trabajo crítico. ¿Nos puedes comentar un poco tu doble oficio y este juego? ¿Cuál es la vocación o el papel del crítico literario en relación al creador?
PB: A mí me gustaría que se pensara ese doble oficio a la manera de Crítica y ficción de Piglia, por ejemplo. Maneras de leer y de escribir no antagónicas, muchas veces complementarias. Cuando hablo del proceso de la escritura, digo, un poco en broma, que implemento la “teoría de los dos sombreros”: me pongo uno para hacer crítica y otro para crear ficción. En el mejor de los casos, los discursos se aparean y es una relación feliz. En el caso del relato que mencionas, la idea era ahondar en esa pasión tan insólita que es la literatura desde el discurso de la crítica literaria, que a veces menosprecia lo que tiene valor y otras veces infla algunas obras, escritores o tendencias que no me aportan nada. Pero entiendo que ambas prácticas confluyen en un núcleo básico: pensar la ficción y la crítica como maneras de resolver un interrogante o un problema.
TNV: Tu primer libro de cuentos La apariencia de las cosas (1997) fue de alguna manera inspirado o influido por tus intereses y lecturas filosóficas de una variedad de pensadores. Y, como acabas de mencionar, en No hay tiempo para la poesía (2011), Harry Bimer presenta textos híbridos de experimentación formal. ¿Cómo valoras tu trayectoria desde tu primera colección de cuentos, pasando por Fuera de lugar (2012) hasta llegar veinte años más tarde a La derrota de lo real (2017)? ¿Cómo ves el desarrollo de tu estética o poética literaria?
PB: Nunca me pensé en términos de trayectoria o de obra. Huyo a todo lo que signifique encasillamiento. Tal vez proyecto sea una palabra que le vaya mejor a lo que trato de hacer. Con este último libro se cierra una trilogía que intenta cuestionar literariamente nociones de tiempo, espacio y realidad. Vivir fuera de lugar me hace pensar en la apariencia de las cosas y me ha dirigido hacia la derrota de lo real, digamos. Escribo porque lucho contra el apagamiento de la vida, porque quiero divertir y divertirme, quiero conmover, quiero acompañar y que me acompañen. Me gusta encontrar la felicidad en algo que leo o que escribo. No pertenezco a ninguna tradición nacional o regional, no participo de ningún mercado, soy un nómade en términos editoriales y estéticos, como bien me describió un periódico de México. Así es que mi poética o estética podría ser esa, la del nómade, la del periférico, la del raro: lejos de las recetas de género, de movimiento, de lo nuevo o de lo viejo, y cerca de la invención, la imaginación y el dolor tan sublime de estar vivos.