Ya hablaremos de nuestra juventud
Ya hablaremos de nuestra juventud,
ya hablaremos después, muertos o vivos
con tanto tiempo encima,
con años fantasmales que no fueron los nuestros
y días que vinieron del mar y regresaron
a su profunda permanencia.
Ya hablaremos de nuestra juventud
casi olvidándola,
confundiendo las noches y sus nombres,
lo que nos fue quitado, la presencia
de una turbia batalla con los sueños.
Hablaremos sentados en los parques
como veinte años antes, como treinta años antes,
indignados del mundo,
sin recordar palabra, quiénes fuimos,
dónde creció el amor,
en qué vagas ciudades habitamos.
Reflexiones de Aquiles
A María Cecilia y Julio
Ya se sabe, y lo dicen los textos escolares
que repiten a Homero,
que sólo en mi talón residía la muerte.
Nadie supo en verdad
cuán vulnerable fui
a pesar de la gracia de los dioses.
Noticas del maestro Ricardo Latcham, muerto en La Habana
Esto no es un poema, es un ejemplo que pasó…
Eduardo Anguita
En estos meses en que yo me acerco
hasta casi tocar toda su edad,
pienso cuánto me hubiera gustado
ayer
o hace unas tardes
conversar con usted sobre nuestros asuntos,
sobre los raros libros
que encontró en sus andanzas:
Picón Salas hablaba
de su memoria oceánica, que sabía guardar
todos los pormenores,
de capítulo a página,
como hacen los amantes al relatar su historia
desdichada o feliz:
usted, el enamorado de los libros,
el amigo, el protegido por ellos.
Vuelvo a un día invernal en su biblioteca,
en la que usted negaba con fervor y con f
la existencia del calor y del frío,
y ahora entiendo que usted vivía en ella
realmente
su tierra prometida:
Alfonso Calderón y Óscar Hahn son testigos,
y no me dejarán mentir.
Pero su biblioteca desapareció
en el año de nuestra mala sombra,
y de esa lluvia ácida
no escapó ni el lugar en que usted la dejó.
Y nosotros, los encargados de conservarla
para quienes llegaran después,
nos dispersamos también como páginas arrancadas y rotas,
lo que fue igual a desaparecer.
Yo me sorprendo a veces repitiendo algún gesto,
alguna de sus frases:
—leído y anotado,
oigan esto:
y así leo y anoto,
y continúo oyendo sus historias,
viendo cómo levanta su torre de palabras
con fantasmas y todo,
y esas demoliciones instantáneas
de los que usted llamaba
“los hombres de la cáscara amarga”.
Jorge Guzmán dijo una vez al salir de una clase
que usted podía arruinar la reputación de Pericles
si se proponía tal cosa,
y a usted le pareció una buena idea,
aunque algo exagerada, cuando se la contamos.
Nadie pensaba que usted se detendría,
con alguna brusquedad, al llegar a La Habana
en el verano del sesenta y cinco
(a usted no lo imaginábamos ni siquiera dormido),
pero eso ocurrió,
contrariando las leyes de su Itinerario de la inquietud.
Y recuerdo muy bien aquel día de enero
en que yo me sentí un poco huérfano,
y eso fue lo que dije
al despedirme en nombre de sus viejos alumnos,
y lo que contradije en la línea siguiente
porque íbamos a recurrir a su memoria
para animarnos a vivir.
Lo hago aquí a mi manera
y ya sé que no va con su genio
porque me acerco a su edad
habiendo mirado el mundo mucho menos,
y escribiendo menos aún, y no lo que usted esperaba.
Todo es cuestión de tiempo, como se dice,
para encontrarlo a usted, también como se dice,
a la vuelta de la esquina. Entonces
el discípulo y el maestro
seguirán dialogando:
yo igualaré su edad,
aunque no sus saberes de este mundo y del otro.
Anunciaciones en el taller de Miguel Loebenstein
Anunciación del día
del color y la forma,
revelación gozosa
del sueño de la luz,
del sueño de la sombra.
Vive aquí su pasión
mi amigo Miguel Loebenstein,
que en el mundo de afuera
vio la metamorfosis
de los días que fueron,
del día que está siendo
y aún gira en el espacio:
visión de las palabras
que son la poesía,
felicidad de ser
en la fugacidad
del silencio, el azar
del amor y la música.
De una tela a otra tela
pasan estos fragmentos
dispersos que él ha visto:
su mano los convoca
a la unidad, al sueño
generoso de ser
lo que son y otra cosa:
un instante en nosotros
de vida verdadera.
Datos personales
A Lily y Jorge Soto Mardones
Mi patria es un país extranjero, en el Sur,
en el que vive una parte de mí
y sobrevive una imagen.
Hace tiempo, el país fue invadido
por fuerzas extrañas
que aún siento venir en las noches
a poblar otra vez mis pesadillas.
Yo vivo también en un país extranjero
en el cual me dedico
a inocentes e inútiles tareas,
y en el que seguramente moriré
a la hora señalada,
como suele ocurrirle a la gente
en lo que llaman su propio país
o su país ajeno, pues no hay sino distancias
mayores o menores de frontera a frontera,
con líneas divisorias que uno mismo dibuja.
A veces yo recuerdo el país en que nací
y veo como siempre
sucesivos fantasmas
entre los cuales fui uno más, por un tiempo
que me parece muy largo y muy rápido,
ahora reducido a simples años luz en la memoria
de una tarde en un parque,
una conversación en un bar o en la esquina
de una calle cualquiera
por la que pasan sombras de pájaros,
voces indescifrables.
En tales ensoñaciones se van uno a uno mis días,
sin hacer nada que me encomiende a la posteridad.
Lectura recomendada:
“La poesía de Pedro Lastra” de Marcelo Pellegrini