Yo también me acuerdo. Margo Glantz. Ciudad de México: Editorial Sexto Piso, 2014.
“Me acuerdo”: el turno de Margo Glantz
En 1970 se produjo una invención que resultaría crucial para numerosos escritores. Su autor, Joe Brainard, escribía de forma ocasional. Era un artista de lo visual, capaz de expresarse en los más diversos registros: dibujaba, pintaba y realizaba collages. Hizo escenografías, ensamblajes y portadas para libros y discos. En New York se le tenía como un innovador. He leído que fue el primero en plasmar un poema en un comic. Era amigo de John Ashberry, Frank O’Hara, Barbara Guest y Kenneth Koch, por lo que se le asocia a la llamada Escuela de New York.
Brainard publicó en 1970 un cuadernillo de pocos ejemplares, de ese milagro que es Me acuerdo. Separadas espacialmente, la sucesión de frases hechiza: “I remember saying ‘thank you’ when the occasion doesn’t call for it” [“Me acuerdo de decir ‘gracias’ en ocasiones que no lo requieren”]. “I remember the only time I ever saw my mother cry. I was eating apricot pie” [“Me acuerdo de la única vez que he visto llorar a mi madre. Me estaba comiendo una tarta de albaricoque”]. “I remember empty towns. Green tinted windows. And neon signs just as they go off” [“Me acuerdo de los pueblos vacíos. De las lunas tintadas de verde. Y de los carteles de neón justo cuando se apagan”]. “I remember that my father scratched his balls a lot” [“Me acuerdo de que mi padre se rascaba las pelotas un montón”]. “I remember getting rid of everything I owned on two occasions” [“Me acuerdo de haberme deshecho de todo lo que tenía en dos ocasiones”]. Y así: unas tras otras, frases imprevisibles, la mayoría de las veces distantes entre sí, en unas muy pocas oportunidades, una seguidilla de tres o cuatro, asociadas por un tema.
Aquel primer modesto tiraje no circuló más allá de los amigos. En 1972, otro con nuevas frases, también circuló de forma limitada. En 1975, el libro se imprimió con mayor alcance. Sumaba unas 500 frases e incluía las de 1970, las de 1972 y algunas más. Comenzó entonces el fenómeno Me acuerdo. En el ensayo que le dedicó —se titula “Joe Brainard”— Paul Auster afirma que ninguno de los escritores que han utilizado la fórmula después de su inventor, “se ha acercado a emular el brillo original de Brainard”. Auster, proclive a las enumeraciones, en una laxa clasificación, lista las categorías y las comenta: familia; comida; ropa; películas, estrellas de cine, televisión y música pop; escuela e iglesia; el cuerpo; sueños, ensoñaciones y fantasías; vacaciones; objetos y productos; sexo; chistes y expresiones comunes; amigos y conocidos; fragmentos autobiográficos; intuiciones y confesiones; meditaciones.
Quizás este elocuente catálogo se pudiese aplicar a los siguientes usuarios del Me acuerdo. En la contraportada del libro de Margo Glantz, Yo también me acuerdo, se recuerda que el italiano Pier Paolo Passolini y la libanesa Zeina Abirached han usado la fórmula. En su poemario Cuaderno de vacaciones (2015) el poeta español Luis Alberto de Cuenca, incluye un poema titulado “Me acuerdo de…”, construido con el mismo recurso: “Me acuerdo del pelmazo de Proust / siempre que desayuno magdalenas”.
Es previsible: los usuarios de la herramienta deben ser todavía más numerosos. Pero antes de acercarme al libro de Glantz, es menester detenerse en el Me acuerdo de George Perec, de 1978. Aunque en apariencia guarden semejanzas, en la vocación de fondo de cada uno, hay distinciones: Perec se concentra en sus gustos y en los datos de su enorme cultura. Unas pocas de sus frases se preguntan por los límites de la memoria: “Me acuerdo que unos de los tres cerditos se llamaba Naf-Naf, pero, ¿y los otros?”. El arco de Brainard es más amplio, registra una visión de la cultura norteamericana de casi tres décadas, a partir de finales de los cuarenta (Brainard nació en 1942), en sus aspectos materiales y simbólicos. El yo predomina en Perec; el paisaje social, en Brainard.
El salto de Margo Glantz
Joe Brainard y George Perec tienen en común que vivieron en estado de búsqueda (aunque Brainard se haya retirado los últimos diez años de su vida a leer). Una insatisfacción vital les guiaba. Toda la obra de Perec puede leerse como una estética del movimiento. Al leer el ensayo de Auster sobre Brainard o el de Yolanda Morató sobre Perec, se presiente una cierta inevitabilidad: llegar al Me acuerdo no constituyó una ruptura en sus obras, sino un paso en sus respectivas trayectorias de innovación. Antes de publicar su Me acuerdo, Perec había publicado algunos de sus sorprendentes novedades: Las cosas, Un hombre que duerme, La cámara oscura y W, entre otras. Aunque tomó la idea de Brainard, la aparición de su libro con 480 frases, no sorprendió, sino que regocijó a los pocos y consecuentes lectores que tenía entonces.
Algo semejante cabe anotar de la escritora mexicana Margo Glantz (1930). Una de las vertientes de su extensísima obra ha sido la de la expresión fragmentaria, catastral, donde se suceden intercalados, sin orden visible (“El mercado con su belleza intacta sigue oliendo a orines. Un momento de náusea y seguimos. Las mujeres se acomodan en el suelo sobre edredones blancos, revisan los saris que los vendedores acuclillados les muestran con paciencia y parsimonia. Es un ritual. Los zapatos se quedan en la puerta”) recuerdos de índole diversa —son frecuentes sus recuerdos de otros escritores— que se mezclan con los datos de su mirada de cuanto la rodea: tal la estructura de Coronada de moscas (2012), uno de sus libros de viajes, dedicado a la India, en mi percepción, claro antecedente de Yo también me acuerdo (2014).
El libro de Glantz no solo comparte los atributos de sus precedentes: provoca el vértigo de lo que no sabe dónde comienza y si al cerrar, el libro, realmente ha finalizado. Hace de la memoria, materia de juego y experimentación. Produce este efecto, a medida que crece, decrece; resulta imposible recordar las frases que uno ha leído en la página anterior. No tiene un único cauce, va de un tema a otro o se permite cortas tiradas de cinco o seis frases sobre algún asunto. Su inmenso caudal de lecturas, conocimientos, viajes y experiencias de vida, se suceden en una secuencia, cuya primera lógica tiene algo de aleatoria.
Pero en Glantz, ciudadana de mundo, hay nítidas preocupaciones. No se presenta ante nosotros como suspendida en el aire. Pregunta sobre el estado de cosas en el mundo. Es un ser de nuestro tiempo que hace patente su vocación por causas y consecuencias. Con gracia inusitada, denuncia, dibuja paradojas, alude a la literatura de los modos más disímiles, sintetiza escenas cargadas de humor, aquí y allá vuelve al panteón de sus autores, hace mínimas confesiones (“Me acuerdo que además de ser disléxica, soy consumista”), visita de forma fugaz los temas de su producción como ensayista y crítica (“Me acuerdo que sor Juana y sus contemporáneos pensaban que el estómago era como una caldera que transmitía la energía al cuerpo”), recapitula sobre los hitos de su pasión viajera (“me acuerdo que en 1960 vi mis primeras ballenas azules en la bahía de Monterey, California. Varios años más tarde, 1983, las volví a ver en Guerrero Negro, Baja California Sur y, finalmente, en 2008, en Nueva Zelandia”). A diferencia de sus precedentes, en ella se conserva un sentido de narratividad. Yo también me acuerdo no solo metaforiza buena parte de la obra —quizás también la vida de Margo Glantz—. No en vano, la última frase consignada de su libro, dice: “Me acuerdo que a lo mejor este libro puede hacer oficio de obituario”.
Nelson Rivera