Xtámbaa / Piel de Tierra. Hubert Matiúwàa. México: Pluralia Ediciones. 2016.
Crece la espiga de nuestra rabia, nos dice Hubert Malina (Matiúwàa) en uno de los poemas que conforman Xtámbaa/Piel de Tierra. Nos habla de las montañas de Guerrero, de la casa de Lucio, tan cercana a su vida, de los autobuses que no tienen vuelta. Si nos hemos asomado un poco a las noticias de los últimos años sabemos de qué nos habla y al finalizar la lectura deberíamos tener no una espiga, sino todos los campos sembrados de una rabia que pueda florecer para cambiar y mejorar las cosas en este país. No puede ser de otro modo.
Con este poemario, ilustrado magnifica y sensiblemente por Alec Dempster, y acompañado de fotografías de Manuel Ndiva’í, una siente que se le desgarran la piel y el corazón. Podría decirles que van a disfrutar las ilustraciones, la calidad estética, la construcción de las imágenes, el manejo del lenguaje, el uso de figuras retóricas, aunque voy a confesarles que sólo pude leer el libro por fragmentos, porque me cegaban las lágrimas a cada instante por el dolor que provocaron las historias de Hubert, tan cercanas a la mía. Era difícil de deglutir en un bocado, tuvo que ser despacio y a cachitos.
Ojalá los poetas escribiéramos solo por la belleza, así Hubert no tendría que hablar en la poesía de la ausencia, el dolor, el desplazamiento de las tradiciones, el secuestro, la trata de personas, la migración por pobreza, la militarización, los asesinatos. Quien pueda leer estos poemas sin sentir rabia, dolor, indignación y el hervor de la sangre debajo de la piel, mejor que deje de fingir que le importan los pueblos indígenas, mejor que haga a un lado su trato y sus palabras políticamente correctas, que eso es lo último que van a encontrar entre los pliegues de esta Piel de tierra.
La poesía tiende sus trampas. Con las bellas palabras e imágenes Hubert nos cuenta de su pueblo mè’ phàà. Leyendas, historias desgranadas de los labios de su abuela, al mismo tiempo que nos habla de las realidades más duras, llenas de incertidumbre y pintadas de rojo. Con sus palabras, las aprendidas de sus padres y abuelos, lleva a nuestros ojos, oídos y corazón, a caminar por las líneas más dulces y las más terribles. aEn siete estaciones (la cicatriz de mi voz; soñaron los perros; voz de la abuela; el silencio de la abuela; el tlacuache; hombre de piel, y piel de tierra) y con la valentía que este caminar requiere, Hubert Malina muestra temas de los que no siempre se quiere hablar: el despojo de los recursos naturales y el derecho a la vida y la libertad; el rapto de niñas y jóvenes para esclavitud sexual; la violencia y la inseguridad planificadas por el Estado y el crimen organizado para justificar el despliegue de las fuerzas armadas, cuya función bien sabemos no es salvaguardar a la población, sino para ejercer un control que permita a las mineras el saqueo, y desplazar de sus territorios a pueblos enteros y dejarlos en manos de grupos delictivos.
En Xtámbaa, el poeta mè phàà nos recuerda el sonido del hambre, un hambre que no existe pe ser, que es producto de la construcción de la pobreza. Por un lado, como se menciona en el poemario, arrebatando los recursos naturales a los hermanos de siempre, y no digo dueños porque los dueños explotan, distinto a quienes han sido hermanos milenarios de la Tierra y la Naturaleza, que se hacen uno con ellas para seguir sembrando vida. Ahora no sólo se ha separado a los indígenas de la tierra, también nos han separado de la observación de la naturaleza, de la tradición oral, del antiguo conocimiento. Nos está llevando al exterminio de la autosuficiencia y la pérdida de autonomía, generando condiciones que nos reducen a la pobreza física, cultural e ideológica. En varios poemas Hubert señala cómo ahora buscamos apagar ese sonido de hambre, ya no con la alegría del pulque o el mezcal, sino con una tristeza embotellada bajo la etiqueta de “corona extra”.
En Guerrero se han dado historias para las que la poesía no alcanza. No pueden ser contadas desde los tropos. Entonces el poeta las dice por su nombre y nos cuenta del venadito desollado que iba a ser maestro y de los hermanos que desaparecieron. Nos va presentando a Iguala y todas las noches de sangre que han manchado la piel de la tierra y le han dejado cicatrices bien marcadas y heridas abiertas por 43 vidas que aún esperamos de vuelta.
Disfrutarán la lectura del libro quienes sean capaces de transformar la indignación en algo más que memes y laiques; capaces de conmoverse tanto que hagan concreto desde sus propios espacios, algo que mejore las cosas en este país herido y saqueado. La poesía se los va a agradecer.
Irma Pineda