Una casa llena de gente. Mariana Sández. Buenos Aires: Compañía Naviera Ilimitada, 2019. 257 páginas.
¿Cómo reaccionarías si a la muerte de tu madre descubrieras que ella dejó unos cuadernos escritos específicamente para ti? ¿Y qué harías al enterarte de que lo que contienen esas páginas son confesiones y reflexiones íntimas de tu mamá, que pueden cambiar tu manera de ver a una mujer que creíste conocer durante toda tu vida? Ese es el gran dilema con el que se abre Una casa llena de gente, primera novela de la argentina Mariana Sández.
Texto híbrido tanto en su género como en su estructura, Una casa llena de gente no solo marca el debut de la autora como novelista, sino que también confirma lo que ya se había constatado con la colección de cuentos Algunas familias normales (2016): la habilidad de la escritora a la hora de retratar hombres y mujeres en sus vidas tanto ordinarias como absurdas, y su talento para tejer historias en las que todos los lectores pueden reconocer un poco de sí mismos.
En este caso tenemos a una madre —Leila— que, enferma y consciente de que no le queda mucho tiempo, le pide al marido que tras su muerte entregue a la hija unos cuadernos. Dejándole aquella inesperada herencia hecha de palabras, Leila espera que Charo pueda llegar a comprender el tumulto de su mundo interior, sus culpas y frustraciones: todo lo que a causa de su enfermedad no va a poder contarle en persona, o que quizás nunca tendría el coraje de pronunciar en voz alta. Así que, aceptando aquellos escritos, Charo obedece al último deseo de su mamá, y armada de esa nueva llave interpretativa emprende un viaje al pasado para descubrir quién fue realmente esa mujer y cuáles fueron las penas que la llevaron a la muerte. Porque la novela, maravilloso retrato de las emociones humanas, sugiere la idea de que hayan sido las aflicciones de Leila, calladas y guardadas en lo más íntimo durante toda su vida, lo que amargándole la sangre desató su enfermedad. Una teoría que aparece en otra novela con la que Una casa llena de gente tiene muchas afinidades: La lección de anatomía, donde la autora española Marta Sanz identifica el origen del cáncer de la tía Maribel con sufrimientos psicológicos, y por eso invisibles, pero tan gravosos como para hacerse, al final, palpables y letales.
En la investigación de Charo —que tiene solo veinticinco años cuando la madre fallece— todas las pistas llevan al “castello”: la construcción formada por cuatro departamentos a la que los Almeida —Charo, sus padres y sus dos hermanastros— se habían trasladado cuando ella tenía ocho años. En aquel edificio, cuyas paredes finas parecían invitar a cada ocupante a meterse en lo ajeno, los Almeida habían entablado relaciones de amistad con los otros habitantes, pero tras unos años de idílica convivencia la situación se había degenerado hasta conducir a un epílogo dramático ligado a los sufrimientos de Leila. Por eso Charo tiene que ahondar precisamente en los años transcurridos dentro de aquel edificio y, convirtiéndose en escrupulosa cronista, así como hace Natalia Ginzburg en su Léxico familiar, recuerda y pone por escrito la historia de su familia y la de sus vecinos, hasta en sus acciones más cotidianas.
Aunque cuidado. La verdadera “casa llena de gente” a la que se refiere el título no es el “castello”, sino la literatura, la tercera protagonista de la obra junto con Leila y Charo. Quien sugiere esta adorable e irrebatible definición es la misma Leila, traductora pero aspirante a escritora e incurable adicta a los libros. Aquí llega una de las partes más logradas de la novela: el retrato, conmovedor y divertido al mismo tiempo, de una mujer que parece mesurar con el cuentagotas los minutos que los quehaceres domésticos y las buenas normas sociales substraen a sus lecturas, y que cada día, tras acompañar a su hija al colegio y despachar las tareas domésticas, llega “casi sin aliento” a su estudio “como un isleño hambriento de carne y jabón, en su caso de lectura y soledad”. Como ya muchos críticos han comentado, esta incontenible pasión parece transformar a Leila en la versión femenina y actualizada de Don Quijote. Sin embargo me parece que lo verdaderamente interesante no es lo que las dos figuras comparten, sino lo que las distingue: mientras que el extravagante entusiasmo de Alonso Quijano lo lleva a olvidar todo tipo de prudencia y a lanzarse a sus hazañas, la veneración de Leila hacia la literatura provoca el efecto opuesto y el miedo a fracasar como escritora acaba por aplastarla, impidiéndole realizar sus sueños.
Uno de los mayores méritos de la novela reside en el magistral entramado de voces que se recrea a lo largo del texto. Mariana Sández no se conforma con reconstruir la historia de Leila a través de un narrador externo y omnisciente, sino que acude a una variedad de puntos de vista internos a la historia. Esta, que puede parecer una simple cuestión de gusto de la autora, es en cambio uno de los elementos más acertados de Una casa llena de gente. Lo que el lector comprende gracias a esta lectura es que, como Leila, todos somos al fin y al cabo rompecabezas imposibles de reducir a una única definición, cuadros complejos y fragmentarios que pueden ser interpretados de manera distinta por cada observador. Por eso resulta genial la idea de utilizar un conjunto de materiales heterogéneos para recomponer la figura de Leila, sumando los fragmentos de sus cuadernos, la narración de su hija y trozos de entrevistas que esta hace a familiares y amigos.
Hablando de personajes secundarios, magnífico es el retrato de la madre de Leila, la temible Granny. Inglesa de nacimiento, pragmática y criticona, la anciana añade una pincelada de color a la narración, produciendo cierto efecto cómico con su rigidez british: “Emily Douglas, mi abuela, inglesa hasta en la forma de abrazar la almohada (como si retuviera un fragmento del Reino Unido), no permitía que nadie españolizara su nombre por el de Emilia; cuando alguien la llamaba así, le dirigía la expresión de una trituradora”, dice Charo presentándola a los lectores.
Como en cada buena novela coral, el estilo de la prosa varía a menudo, confiriéndole a la narración mucha dinamicidad. Del tono espontáneo y brillante de Charo se pasa al más lírico de su madre, pero siempre evitando los extremos, y yo creo que aquí precisamente reside la fuerza narrativa de la obra. Hubiera sido fácil cautivar al público a través de un lenguaje conmovedor, pero la autora prefiere abarcar la historia con una mirada a menudo irónica, humorística, y eso le permite a los lectores mantener aquel distanciamiento necesario para reflexionar de manera lúcida y crítica sobre los distintos temas de la novela, sin dejarse arrastrar por el sentimentalismo. Las páginas corren rápidas, pero no se engañen: la escritura de Mariana Sández es clara y fluida, aunque no por eso poco cuidada; evita tonos solemnes, si bien no faltan observaciones agudas y brillantes que sorprenden al lector por la puntualidad con la que ocurren dentro de la narración.
En fin, Una casa llena de gente es un maravilloso fresco de la relación madre-hija, un homenaje a la literatura y una novela polifónica no exenta de suspenso y misterios, cuya segunda edición, a punto de llegar, no hace más que confirmar el talento de una de las nuevas voces de la narrativa argentina.
Arianna Tognelli
Roma
Arianna Tognelli es licenciada en Literaturas Modernas, Comparadas y Poscoloniales por la Universidad de Bolonia.