Bogotá: Seix Barral. 2022. 376 páginas.
Ernesto Carriøn dice que se sienta a escribir con la idea de lo que quiere contar, partiendo de una obsesión que no lo abandona y lo persigue como un sabueso. Se trata de ese referente interno que a todo novelista, cuando se enciende, asiste en el acto de imaginar vidas que no son –y sin embargo son– suyas (ecos, fantasmas, proyecciones). Cosas vividas que dejan un sedimento en el que fermentan los sueños creativos. Como un gato, este escritor ecuatoriano tiene demasiadas vidas para quedarse con una y quiere irlas viviendo antes de su muerte, por separado.
Si creemos en Borges (artículo de fe para tantos lectores) Shakespeare fue muchos y ninguno. Lo mismo podemos pensar de Ernesto Carriøn cuando despliega una ficción en la que canaliza sus referentes internos para reinventar un escenario en donde un grupo de artistas (tal como él hizo durante una beca en el año 2009) viaja a México para buscar su destino como creadores. Viaje estimulante y desafiante a la vez, que puede ser un trampolín o un cepo para sus pretensiones, según el resultado de sus esfuerzos.
Puesta a leudar, Ulises y los juguetes rotos avanza en dos direcciones. Por un lado están los becarios y sus desmanes personales, sus intrigas, peleas y enamoramientos; por otro, los cuentos que escriben para justificar su manutención. Estructura lúdica de la novela, entonces. Como esos muebles de herencia colonial llenos de apartados secretos y cajoncitos –el bargueño–, esta novela de Carriøn nos entretiene e interesa de diversas maneras. Un bargueño psicodélico, por decir algo.
Conocí al autor brevemente en una feria del libro de la ciudad de Quito, cuando habían pasados pocos meses de la trágica muerte de su padre y él andaba con unos poemas de luto bajo el brazo. Me llamó la atención su sobriedad, su presencia más o menos icónica, si se quiere, en su aureola de poeta que deja atrás su viejo oficio para internarse en la más rudimentaria tarea de contar historias. ¿Es posible dejar de ser un gran poeta para convertirse en un gran novelista?, me pregunté. Y la respuesta me llegó tiempo después cuando me sorprendió en la estantería de una librería la portada de un libro en cuya carátula se ve una muñeca tras la ventanilla de un auto, cuyo título rezaba, hermosamente, Ulises y los juguetes rotos.
Muchas cosas se han escrito ya de esta novela en la que un becario con ese nombre llega a México junto a un puñado de artistas que anhelan encontrar la obra que los defina y les dé una voz en el deprimido panorama de las letras latinoamericanas. Búsqueda incesante de uno mismo en la que sus lenguas se vuelven de hielo, fuego o humo sacrificial.
“UNA TRAS OTRA, CADA HISTORIA SEDUCE Y ASOMBRA POR SU DIVERSIDAD DE GÉNERO Y ESTILO, INTERCALÁNDOSE EN EL DIARIO VIVIR DE LOS PERSONAJES”
Cerca del puntilloso e inseguro Ulises, Calibán (el típico guayaco irreverente e indisciplinado) vive una vida desatada en una sexualidad desbordada con Lollipop, una española sexualmente intensa y locuaz con la cual Calibán pierde el camino, parodiando el autor con esta relación el vínculo incestuoso de una América Latina que emerge de la sombra del colonialismo y se deforma surrealmente en su cuento titulado “Prácticas de caza del Antiguo Reino (cacería de indios en el futuro)”.
Como no podía faltar en este ambiente, hay quien se ocupe de proveer drogas a los becarios. Se trata de La Madre (personaje que más atrae a Carriøn, según cuenta en una entrevista), un chileno que toma nota de las incongruencias de nuestras sociedades mestizas que ponen mujeres blancas en sus vallas, lanzan discursos de rescate de las culturas ancestrales pero se molestan por tener un presidente indígena. Personaje curioso, este de La Madre, que pone en riesgo su vida al entrar en contacto con proveedores de drogas locales que lo amenazan si se atrasa en sus pagos y que se dedica a escribir una historia titulada “Diario de un narco o cómo sobrevivir como artista en un país lleno de culeros”.
Particular asombro me causó un cuento que el autor atribuye a la becaria apodada Blancanieves, cuyo personaje central es una chica bulímica sanada por una intervención de Jodorowsky. Para hacer de este proceso un deleite, el autor nos regala un procedimiento terapéutico que se ajusta hermosamente a una de las famosas sanaciones ejemplificadas por el tarotista chileno en su afamado libro Psicomagia. ¿Y qué decir de la becaria apodada “La escamada”, quien teje un cuento de ciencia ficción en donde Gustavo Cerati, en su estado de coma, yace como un príncipe al cual ella visitará sigilosamente y despertará con un beso de amor? Sin olvidar Hotel Elefante, el cuento que más me fascinó personalmente y que parte de un video de un elefante electrocutado. A propósito de esta historia, cuenta Carriøn que decidió inventar la voz del narrador, alguien que va a Coney Island y mira la película, cosa que lo tortura por meses. No puede dejar de pensar en el elefante y debe escribir la historia. Sueño americano. Silla eléctrica o, como afirma el autor: “La necesidad que tiene Estados Unidos de electrocutar a sus monstruos”.
Una tras otra, cada historia seduce y asombra por su diversidad de género y estilo, intercalándose en el diario vivir de los personajes, que debaten sobre su situación latinoamericana, como aspirantes a escritores en un continente en donde los artistas deben desempeñar más de un trabajo para poder sobrevivir o llevar el pan a la casa. Algo así como remar contra corriente, sin agentes ni ingresos, aplicando a premios y becas como la que nos muestra esta novela, bajo el amparo de un Estado que no ampara a sus escritores y que publica libros que (como en instancias públicas del Ecuador) se quedan muchas veces a dormir dentro de cajas olvidadas dentro de una bodega sin futuro.
Carriøn lo pone todo en el asador, debates, amoríos, conflictos entre personalidades contrapuestas como la de Calibán y el mismo Ulises, un abogado penalista que se afana ansiosamente por cumplir su cometido, escribir ese cuento que Carriøn desplaza hasta el final de la novela: una historia de México a partir de sus árboles oriundos. El punto de partida tiene un referente mítico: el palo alrededor del cual giran los hombres voladores, esos totonacas que Carriøn vio personalmente durante su viaje a México junto a un Ulises real, un becario que tenía ese mismo nombre y cuya muerte removió en el autor guayaquileño la memoria de unos meses perdidos.
Quizá eso es escribir: lanzarse de cabeza como un totonaca, dice el autor. Leer, vivir, mezclar ambas cosas. O como dice Borges: fantasear con intención, darle forma a la materia vertiginosa de los sueños; cosa que Carriøn hace maravillosamente en esta novela, en donde la mencionada serie de cuentos le ofrece la oportunidad de sujetar el arte narrativo con las bridas del inmenso poeta que lleva dentro.