Madrid: Vaso Roto Ediciones. 2022. 75 páginas.
Edda Armas (Caracas, 1955) es una de las voces más representativas de la generación nacida en la década de los cincuenta en la poesía venezolana. Ha publicado casi una veintena de títulos en poesía desde 1975. Su más reciente libro, Talismanes para la fuga, con un prólogo de Amalia Iglesias Serna, titulado “Del duende al talismán”, no solo revela una profundización natural en la mirada y decir que ha desarrollado a través del tiempo, es también una obra que trasciende lo visible de manera más rotunda que sus exploraciones anteriores: mayor consciencia del diálogo entre lo visible y lo invisible, entre la memoria y el instante.
El libro presenta la estructura tradicional de tres partes, propia de la música, del drama y la lírica. No hay una simetría en cuanto al número de poemas de cada una de ellas. De cada parte señalaré un poema que me parece representativo de lo que aquí expongo, a pesar de que todo el libro mantiene una tensión poética sostenida y unidad en su propósito estético y ético. En este caso, a cada apartado lo ha titulado “Paraje”: “Paraje I” (“En colmado espacio de encierro”): 18 poemas; “Paraje II” (“Cuadernillo de talismanes imprescindibles: propios y ajenos”): 12 poemas; “Paraje III” (“Memorias al zarpar”): 5 poemas.
El paraje es un lugar al aire libre y aislado, especifica el DLE. Así, se podría considerar que Talismanes para la fuga se desarrolla en tres escenarios diferentes si nos atenemos a las acotaciones entre paréntesis que acompañan a cada parte. No deja de dialogar esta estructura con la representación de un drama, su posibilidad de representación lúdica es una instancia a explorar: el yo se enfrenta a un dilema y busca su resolución a través de objetos que inviste de poder mágico, incluida su propia palabra.
Cada paraje posee un clima propio. En el primer paraje se expande el decir poético y en el último, se condensa. La palabra poética apunta a la construcción de lugares, tanto físicos como psíquicos, con profundidad íntima, no son simples paisajes. Aparece, de esta manera, reinterpretado, el locus amoenus, tanto en su aspecto idealizado y diurno como siniestro y nocturno. Por supuesto, no se ajusta a la composición espacial que estableció la tradición grecolatina; responde, sin duda, a una construcción interior que se alimenta del paraje que transita la poeta a diario en sus caminatas y cuyo testimonio ha quedado registrado en su cuenta en Instagram.
El primer paraje evoca el tiempo y el espacio del encierro, un encierro vinculado con la situación de una ciudad sitiada por condiciones totalitarias; allí se expresan la pérdida, el exilio, la desgarradura. Algunos indicios también revelan la presencia de la pandemia del covid-19. Previo a 2020, ya la situación nacional ofrecía circunstancias asfixiantes, encierros, pérdidas, a lo que se sumó las imposiciones que la pandemia trajo consigo. No dudo que ambas vivencias se solapan en el imaginario de los ciudadanos venezolanos. La extensión de esta primera parte se explica si se considera que es una exposición de motivos que justificarán la fuga. En ella, la historia personal imbricada con imágenes mitológicas y simbólicas plasman un universo habitado por la pérdida. Un poema para destacar es “Menú de sobrevivientes”.
El segundo paraje se identifica con un lugar interior de preparación ante algo inminente. Allí se expande el talismán como tema. El filósofo Pierre A. Riffard, quien define el arte del talismán, subraya el carácter benéfico y su poder de rechazar lo maléfico. El talismán es la materialización de un deseo o necesidad de protección. Su elaboración responde al imaginario de quien lo construye, de allí su significado simbólico y diverso. Este paraje es el lugar propio de la magia talismánica, de los saberes de Paracelso, del poder verbal de algunos poetas y artistas. Los diversos artefactos que la voz poética construye como sus talismanes, están impregnados de vivencias y presentimientos. En este escenario hay espacio para múltiples elementos dotados de poderes particulares, es también un espacio-tiempo para la muerte, la evocación y la despedida. Hay que detenerse en “Talismán caracol para el adiós”, también una elegía. En estos doce poemas, la palabra se revela como el talismán mayor con el cual se elaboran esos pequeños elementos de protección, todos marcados por el ritual. No hay acto humano que no sea acompañado por un ritual, incluso en esta época desacralizada. Así, este paraje es el de la preparación para zarpar. Siempre la imagen arquetípica del barco como metáfora existencial…
Al llegar al tercer paraje, “Memorias al zarpar”, se sabe que las naves no han sido quemadas, que el viaje es una posibilidad concreta. Es el paraje más breve, como el rastro que deja la huida. Poemas breves en su forma, de respiración agitada, mas no angustiada, son poemas de atmósfera, en especial el que cierra el libro. Destaco aquí “Los nueve ciegos”. ¿Hacia dónde se zarpa? ¿Habrá regreso? ¿Realmente la fuga es una posibilidad o es un deseo? Para esta elaboración, no parece ser tan importante el destino como los talismanes que protegerán el viaje o el deseo de ese viaje.
Detrás de todo el movimiento físico y psíquico que implica fuga o escape, lo que revelan estos poemas es la búsqueda de un lugar y, por tanto, de un arraigo o pertenencia. El primer poema lo señala de manera evidente. Es indiscutible que la aspiración del beatus ille marca cada poema. “Debe existir un lugar amable / como promesa para la humanidad.” No es fácil irse ni quedarse. Pero siempre el poema podrá ser el talismán que protege y abraza para “Sobrevivir toda desdicha”.