soledad.piedra. Edson Lechuga. Ciudad de México: Cal y arena. 2016. 116 páginas.
sobrepiedra
Al llegar a nuestras manos soledad.piedra —y si hemos leído de antemano otras obras de su autor— presentimos la experiencia sensorial que nos espera al volver cada página de este libro sólido en su construcción, perfectamente curado de entre el caudal de historias que posee en la cabeza, de seguro también en el cajón del escritorio su autor. Es fácil convencernos de que su narrativa triunfa por conocimiento, precisión, dosis elevadas de sabiduría y malicia narrativa, antes que por conformar estructuras o esqueletos al modo de los teóricos. Edson Lechuga acaba de entregarnos un volumen de cinco escritos altamente experimentales, distanciados adrede en forma, no así en mundo narrativo, no así en elementos ora mínimos, ora acumulativos, pero siempre parte de la misma poética y voz: a fuerza de lenguaje acaban conformando el estilo inconfundible ya conocido en las novelas de Lechuga.
Uno se pregunta si el hacedor de soledad.piedra definiría como cuentos a los escritos que conforman este libro. Hace tiempo que se ha dejado de considerar al cuento un género con inicio, desarrollo y desenlace, centrado en un conflicto (en realidad, toda historia bien contada tiene esos elementos). Por igual, en los nuevos paradigmas del cuento, o relato —no entraremos en esas minucias de academia— cada vez se le exige menos al género el poderoso knock-out pseudocortazariano, y usamos este término, pues Cortázar nunca dijo eso de que la novela gana por puntos y el cuento por knock-out.
Es interesante ver vasos comunicantes entre las novelas de la ambiciosa trilogía novelística del autor, Luz de luciérnagas, gotas.de.mercurio más la próxima perros.de.azotea y soledad.piedra, hecho evidente en los relatos atemporal y el que titula al libro. Sus personajes pretenden ante todo la vida, y en ello, implícita, la grandeza de la literatura. Inevitable que escriban. Claramente la literatura es otro personaje aparecido en el volumen como ente afortunado, nunca a fuerza.
Edson Lechuga posee una serie de técnicas peculiares para apropiarse de la realidad. Estoy seguro de que agujera los muros de lo real con los cinco sentidos comunes a cualquier mortal, más un sexto, desarrollado por algunos elegidos, y un par más que solo él debe conocer. A ello suman sin duda la narrativa y la poesía en conjunción. Narrativa como conocimiento, gnosis, y poesía en tanto es, a decir de Alain Badiou, creación de un Nombre-del-ser anteriormente desconocido. Lechuga es experto en hallar nuevos-nombres-al-ser y por tanto lo reconocemos poeta innato. Como muestra, en soñeus de soledad.piedra podemos hallar dosis textuales que buscábamos en algún sitio, rarificadas pero por alguna razón familiares a nosotros, i.e., sutiles y habilidosas para traer al mundo vulgar, prosaico, el material fugaz, simbólico de los sueños. Cito un fragmento ilustrativo:
fue entonces cuando los tigres iniciaron su orgía:
se lanzaron sobre los ciervos y les desgarraron la piel, los abrieron en canal haciendo saltar las vísceras.los rasgaron,
los partieron, los reventaron.
la escena se llenó de desesperados ojos de ciervo agónico
como el futuro de los hombres; hocicos de tigre con carne.entre.los.dientes como los años; lenguas colgantes de animal muerto como el paso de las horas; fauces chorreando sangre por los colmillos como la noche chorrea mentiras; balidos agonizantes de rumiante, terribles rugidos de tigre como el sitio donde guardo el recuerdo (tigres asesinos, fratricidas. bellos y despiadados tigres).
Crear nuevos nombres-del-ser no es privativo de este relato con el que corona Edson su libro, podemos constatarlo en los otros textos de la obra, particularmente en Amar a mar, escrito doloroso y terriblemente bello.
Empero, y con las cinco partes de este libro en la mano, más toda la osadía de la que soy capaz, declaro que me niego rotundamente a leerlos como cuentos: son para mí cinco novelas de pequeña extensión textual, micronovelas si se quiere, y aclaro que mi intuición no pretende despojar al cuento de sus méritos, sin embargo trataré de argumentar con tres puntos mi impresión de novelas breves:
Consciente o inconscientemente, Lechuga ha tomado nuevos paradigmas para el relato, como lo hacen Alice Munro o Roberto Bolaño, despojando el género de ambiciones estructurales y dotándolo de un espacio expansivo (no equivalente a extensión), donde pueden habitar con desenvoltura, ser, orar y amar personajes vivos. ¿Y no es, a decir de algunos gigantes, el personaje lo que hace a la novela? El mismo Amar a mar y de noche a sur, son ejemplos de esto. Karla con Ka y el poeta Paolo Ardengo (ése de quien Lechuga expresa: […], sus ganas ahora podridas de gritarle cuatro verdades a la existencia) permanecen más en nosotros que las mismas estructuras, dicho enfáticamente, precisas, perfectas piezas de arquitectura, como son piezas de arquitectura las micronovelas de Alice Munro.
Es patente la búsqueda totalizadora de Edson Lechuga en los relatos de soledad.piedra, digresiva, incluso expletiva que varios se prohíben en el cuento, de nuevo, apegados al consabido inicio-desarrollo-desenlace-solución-del-conflicto. Edson puede permitírselos como se da la oportunidad de la experiencia total de los sentidos.
Lechuga, insisto, no pretende knock-outs, sino pelea larga, ir arrebatando momentos, vida a la experiencia y al mundo para llevarlos a las páginas de manera acumulativa.
En soledad.piedra hallamos transparentes y diáfanas señales.destino. Pueden tratarse de una carta de la baraja, la coincidencia en los títulos de los libros leídos por los personajes, o el número de boleto en un avión o autobús, sin mencionar la coincidencia con otro ser en el momento elegido para el suicidio. ¿Qué más encontramos en soledad.piedra? Lo que hay en toda buena literatura: un viaje a las playas del asombro, de donde volvemos no con un diamante, sino con pequeños guijarros a modo de ínfimas revelaciones. En este libro no hay temor alguno de mirar los objetos despojados del velo recubridor de un primer nivel, y otro más allá, tembloroso y frágil, de lo conocido como real. La realidad es destino. La escritura es destino. Incluso, que leamos este libro es destino.
Nuestro autor sabe del carácter iniciático de los viajes, ya sea en aviones enigmáticos, autobuses nocturnos, caminatas larguísimas (tanto en horas de vigilia como en eternidades de sueño). A lo largo de soledad.piedra nos movemos por al menos tres geografías físicas y otro tanto de espacios interiores cuyos mapas son legibles entre líneas. Pero también es posible viajar en el tiempo haciendo que el avión susodicho siga el trayecto en órbita alrededor del globo. O convivir con vivos. O convivir con muertos. Sabemos con Lechuga que existir es un viaje del que olvidamos origen y destino, al cabo nos hallamos, como sentencia el poeta, entre dos eternidades.
También hay aquí nostalgia y hay sensualidad. Por partes iguales hallamos devoción a la segunda persona: tanta, con toda la despreocupación por el comparativo, que el autor se aventura al franco homenaje a esa obrita inimitable legada por Fuentes, Aura, no imitada aquí, sino hecha-suya. Así pues, en el homenaje declarado a sus maestros, entre ellos José Carlos Becerra y Nicanor Parra, y otra constelación, la mayoría escritores de literatura en la misma lengua, Lechuga nos deja claro que es un ciudadano a quien poco interesa estar de este lado o aquel de una frontera, o un mar, o una vida, pero es y seguirá siendo ciudadano de una lengua —no necesariamente el español—, una colección de códigos y sintaxis reconocibles.
Lechuga emplea frases con la soltura sugerida por Quiroga para el cuento y recurre a la forma —por supuesto que cultiva la forma en sus composiciones— con la famosa pulsión lacaniana invocada por Barthes para la preparación de la novela.
Para terminar, proyectemos en un ejercicio de imaginación a este autor fascinante mirando hojas en el suelo, semillas, nubes, agua.de.sol, soledad.piedra, como también huele todo aquello, y lo palpa, incluso lo prueba. Prueba la hoja, la semilla, la nube, y de seguro esculpe con cincel soledad.piedra en la superficie de una piedra para darle eternidad de piedra. ¿De dónde, cabe preguntarnos, salen esas posibilidades para las palabras entregadas a nosotros a cambio de unas horas de placer lector? Edson Lechuga sabe que el primer paso es no temer al lenguaje. El otro es más comprometedor, implica no sólo la consagración, el amor, la devoción, sino, palabra a palabra, jugarse la vida por el lenguaje.
Isaí Moreno