Sé huir. Luisebastián Sanabria. Bogotá: Dos Filos/Colección Material de Lucha. 2020.
Sus masculinidades no sabían de mimos
Algunxs hacemos con la literatura lo que el amor hace con el cuerpo. Desvestimos las palabras buscando el lenguaje que está escondido, le damos vuelta, hurgamos, manoseamos lo que se puede y lo que no. Quienes hacemos con la literatura lo que el amor hace con el cuerpo no estamos revolucionando los libros sino la vida, desnudamos con palabras la existencia. Sé huir es el desvestir de una vida, la de Luisebastián, el autor, el narrador, el personaje; un marica, versátil, blandito y de provincia.
Es literatura intimista lo que muestra este libro que se puede llevar fácilmente en un bolsillo, desproporcional su tamaño breve con lo grande de sus confesiones; igual, por ahí dicen que los buenos perfumes vienen en empaque pequeño. Pero su forma y su contenido comparten algo, lo constreñido, lo apretado, casi lo asfixiante de una existencia que habla de cómo la vida de un hombre gay —como las vidas diversas, no hegemónicas y también las precarias— es un conteo regresivo lento y doloroso hasta el día en que por fin se decide abrir las alas.
Abrir este libro a la mitad es ver las alas de su autor, físicamente, sí, en esa imagen cliché que muchas veces se publica en fotos de libros, pero no importa si es cliché. Sé que decir esto me lo permite Luisebastián, porque él es “irremediablemente romántico”, así es como él mismo se nombra, así que lo cliché no está mal… Entonces, unx abre el libro a la mitad y se encuentra en el ala izquierda un dolor: “Sebastián, lo que usted y yo tenemos no lo puede saber nadie, es mejor que quede entre los dos. […] No hablar de los dos me impidió verbalizar lo que sentía” (p.40).
¿Qué dolor, no? Cuando por alguna razón a este mundo estrecho el amor le queda grande.
Pero está el ala derecha, reivindicando el poder del amor, pero no el ajeno sino el propio:
“La primera conquista sobre mi cuerpo fue con lo que vestía, a través de la ropa. […] Mi declaración era diaria, en la calle, móvil. Me parecía importante hacer público el gobierno de mis formas —caminaba con seguridad, aunque titubeaba, caminaba con seguridad—” (p. 41).
Y así va unx, leyendo el diario de un hombre que en diez capítulos —como si hubiesen sido diez escalones altos— nos muestra el recorrido que hace la memoria para reafirmar la libertad. Es vertiginosa esa carrera del uno al diez, acelerada y, sobre todo, voraz; es como un álbum de fotos, imágenes de larga exposición en donde el protagonista es cualquiera que para abrirse un camino necesite huir. El libro es muchas fotos en movimiento, enmarcadas por el borde verde de un libro que tiene límites, que los pone; como quien dice de aquí no pasas, de aquí ya no pasas.
Mientras leía yo me sentí contando los segundos que soy capaz de aguantar sin respirar debajo del agua, o los pasos, las vueltas, los kilómetros que se dan cuando unx está corriendo; contando los minutos que pasan cuando da un ataque de ansiedad, o los latidos del corazón cuando unx hace una llamada importante y espera que al otro lado contesten. Porque un poco sí, la literatura es una llamada telefónica en donde las dos partes hablan al mismo tiempo y se retroalimentan en un conteo infinito, sólo que a veces no se oyen en voz alta.
Sé ahora que por eso necesitaba escribir sobre este libro, para sacarme de adentro el conteo de números pero también el de palabras que me dejó la lectura de Sé huir. Porque es necesario escribir para sacar de adentro eso hermoso y poderoso que otrxs le cuentan a unx, y que unx tiene el deber de esparcir a los cuatro vientos.
Leer es ese acto en donde el silencio nombra. Nombra al personaje que es también el autor y es también todos mis amigos gays y todos los hombres gays en el mundo, en todas sus formas y sus tantas acepciones, incluida esa, la que más me gusta, la del francés antiguo que dice que gai significa “ser alegre”. Diez capítulos de un hombre nostálgico, un marica llorón, ¡hermoso!, que de sus memorias tristes saca un pedazo de alegría en forma de resistencia.
En la contratapa del libro dice que ese camino del uno al diez es un apéndice, “son los fragmentos narrativos del crecimiento de un sentir extraño, atravesado por el silencio, la autodefensa y los escondites”. ¡Y ese camino, ese viaje a la médula del que habla Luisebastián Sanabria, da nombre a tantas cosas! Uno, a la deconstrucción y la infancia: “venía de ‘escribir como niña’: de un imaginario en el cual hay distinción evidente entre caligrafías femeninas y masculinas”. Dos, al rechazo: “mi madre me explicó por qué no me puede ver como marica. […] Su hijo es ‘algo’ —de una manera— que no sabe cómo nombrar”. Tres, a la adolescencia, en donde más que dolernos, la vida nos resulta extraña: “Una noche alguien propuso jugar verdad o se atreve. […] El reto fue bailar […] a nadie le quedó dudas de mi rareza, que no mentía; que mi cintura, como yo, eran inapropiadas”. Cuatro, a la libertad, que nos da aire pero también nos muestra la crueldad del mundo: “Me mudé al apartamento de una compañera de mis primas […] Una noche invitó a uno de sus amigos a nuestra casa […], sacó mi ropa del armario […] La cadena de interpretaciones y burlas acabó conmigo […] Ahora sí: regó el plumero”. Cinco, a ser marica, plumero, cacorro: “al contar mis historias de amor a más de una persona se le escapaba una risa entre los dientes. […] Tenía la intuición de sentir diferente pero no sabía dónde se alojaba esa diferencia”.
Puedo seguir con seis, siete, ocho, pero se me va yendo el aire, vuelvo a pensar en los segundos que aguanto sin respirar debajo del agua, y son pocos, lo confieso, y necesitaría muchos, muchos más para enunciar todas las reflexiones que este libro me presta –la heterosexualidad, la política, el padre, los abusos, las violencias, la normalidad sin forma–. Prefiero respirar e identificar de esta experiencia que parece lejana –porque soy mujer y bisexual– lo que gracias a las palabras nos acerca.
Los libros dejan hendiduras también, como los dientes cuando alguien nos muerde, y nos ayudan a reconocer la anatomía en donde encajan las heridas; y al mismo tiempo son testimonios, confesiones, cartas, diarios, historias nuestras de otros tiempos que de lo lejos a veces parecen historias ajenas, o historias de otrxs que tocan la fibra tan bien que parecen revoluciones propias. Y lo necesario que es eso, la empatía, en este mundo que tiene tantas peleas por dar y no encuentra, a veces, cómo hacer las batallas.
Qué diferente habría sido la vida de muchas, muchos, muches, todxs, si una luz como esta hubiera existido hace décadas; ¡nos hubiéramos sentido menos solxs! Pero llegó, ni más ni menos, en el tiempo justo, como todo lo bueno, para echarle viento a las plumas que todavía tienen miedo de volar.
Paro. Respiro. Sí, a todo esto me refería con eso de hacerle a la literatura lo que el amor hace con el cuerpo, “vestir las palabras para quitarle al otro el poder”; a lo necesario de encontrar otra forma de decir lo mismo, de escribir igual, pero para que se lea diferente.
Ivonne Alonso-Mondragón