Nuevo hotel de las nostalgias. Óscar Hahn. Lima: Lustra Editores. 2016. 46 páginas.
Los lectores venezolanos de Óscar Hahn tienen al alcance su Antología retroactiva, publicada en Caracas, por Monte Ávila Editores, en 1998. Como indica el mismo carácter del título, parte de Versos robados (1995) y llega hasta Arte de morir (1977). A esto se reduce, al menos en el aspecto editorial, el acceso a la obra del poeta chileno. Lo destaco de esta manera porque lo más usual entre nosotros es el relevo: los libros que pasan de «atleta en atleta» como tubos cilíndricos de competencia olímpica. Así ha llegado a mis manos una antología reciente de Hahn, El nuevo hotel de las nostalgias (Lustra Editores, Lima, 2016).
Rastreando en algunos portales electrónicos, me percato de que ya existía un precedente en la misma editorial peruana (Hotel de las nostalgias, 2007). No tengo acceso, obviamente, a ese título, pero lo que sí detecto es la inclusión de selecciones poéticas de tres libros publicados posteriormente al año 2007: Pena de vida (2008), La primera oscuridad (2011) y Espejos comunicantes (2015).
Aunque deliberadamente breve, Nuevo hotel de las nostalgias nos da un mapa cronológico inclusivo en ambos extremos territoriales de la trayectoria de Hahn. Este hecho se materializa con el poema “Soy una piedra lanzada de canto”, perteneciente a su primer libro, Esta rosa negra (1961). Más que una antología, estamos ante un álbum abreviado, pensado para lectores latinoamericanos o para satisfacer necesidades inmediatas como aperitivo editorial en festivales de poesía. En fin, no importan cuáles fueron las intenciones consideradas, lo importante es el mapa mismo de su creación, la posibilidad de acercarnos a una de las voces más reseñadas de la actualidad hispanoamericana.
Lo interesante de la muestra, es la ausencia de divisiones que aludan a la pertenencia de tal o cuál libro. El lector lo apreciará, poema tras poema, como un único volumen, percatándose de las posibles evoluciones o constantes formales o temáticas. Solo el índice ofrece los anaqueles cronológicos. Esta estilizada colección de Lustra, de reducido tiraje y un sobrio diseño azul, tiene en su contratapa una frase elogiosa de su paisano Jorge Edwards: “Óscar Hahn es uno de los muy pocos poetas vivos de nuestra lengua que tiene un verdadero pensamiento poético”. Esta expresión, que a primera vista pudiera resultar grandilocuente, gancho servicial para lectores no precavidos, tiene un origen que Luis Cernuda se encargó de definir en su conocido libro Estudios sobre poesía española contemporánea, a propósito de una clara diferenciación entre intención y ejecución: “En la obra del poeta coinciden intención y ejecución; ahora, que después acierte o se equivoque es otra cuestión. Podemos decir que Garcilaso se acercó y que Espronceda se equivocó; lo que no podemos decir es que Garcilaso y Espronceda intentaron algo diferente de lo que ejecutaron”.
Óscar Hahn, por su notoria y expresa devoción por los clásicos hispánicos, seguramente ha considerado esta diferenciación. Por eso creo que ese pensamiento poético que alude Edwards, también tiene que ver con Cernuda y su doble ejercicio. Pensamiento poético pudiera ser, acaso, esas claras intenciones de enfrentarse al poema, a la capacidad de decidir, seleccionar y elegir los recursos convenientes. Edwards no fue desmesurado: no dijo “uno de los mejores poetas vivos de nuestra lengua”, sino uno de los que tienen “un verdadero pensamiento poético”. Pensamiento poético podría relacionarse con una poética en sí misma o un lugar privilegiado en el podio literario continental. ¿Se inscribe en la artesanía íntima, en las labores creativas dentro de un cuarto de estudio? Al menos eso es lo que el propio Hahn ha dicho en varias entrevistas: “Lo que yo sostengo es que nunca podría tener el problema de la página en blanco, por el simple hecho de que jamás me instalo frente a la página, a menos que ya sepa las palabras exactas que voy a escribir”. Este pensamiento poético se resumiría mejor en unos versos finales del poema “Todas las cosas se deslizan”: “…yo pienso en cosas /que no vislumbran el fondo”.
Hahn apuesta a la legibilidad, a la cercanía explícita sin paredes excesivas. Lo que decide añadir –desde los referentes afianzados de la tradición, hasta los gestos y frases usualmente empleados en los actos coloquiales– se va acoplando a los versos que omiten conscientemente algunos aspectos normativos de la gramática. Nada o casi nada es desechado a priori. La sucesión de los versos sigue un trazado intermitente y espontáneo, incluso en estructuras métricas aparentemente estables e invariables en sus formas (como el soneto y la lira). Hahn ve en el pasado un yacimiento. Lo catalogado como culto o académico se junta a cierta desfachatez y libertad para emplear algunos temas amorosos y mortuorios (“La muerte es una buena maestra/cuando te habla al oído y se retira”).
Resultaría riesgoso valorar a Nuevo hotel de las nostalgias como si estuviésemos al alcance lo más definitorio y definitivo de Óscar Hahn. Como toda obra, debemos mirarla en tránsito, en sus movimientos que no siempre se pueden intuir. Quizá fue concebida para leer en una veloz circulación casi sesenta años de trayectoria. Es extraño pasar cada página y recorrer décadas de escritura. En una página estamos en el año 61, en la siguiente en el 77, y así sucesivamente.
Néstor Mendoza