Ningún hombre es una isla. Ernesto González Barnert. Buenos Aires: Buenos Aires Poetry. 2019. 82 páginas.
Con Ningún hombre es una isla, la editorial Buenos Aires Poetry nos presenta una merecida antología del poeta chileno Ernesto González Barnert, Premio Pablo Neruda de Poesía Joven 2018. Aunque el libro recoge poemas de diversas obras, resulta un volumen coherente, unitario y bien pensado. Desde el punto de vista de la estructura del libro, podemos dividirlo en cuatro secciones según la procedencia de los versos: de Trabajos de luz sobre el agua (páginas 9-24), de Coto de Caza (25-44), de Playlist (45-67) y de Cul de sac (68-78). Los diversos orígenes de los poemas definen ciertas diferencias temáticas, aunque también se puede identificar algunas preocupaciones e intereses que atraviesan todo el volumen.
La obra se compone de poemas cortos, que se extienden desde una sola línea hasta las dos páginas. Además, hay un par de poemas en prosa. Todas las piezas se caracterizan por un lenguaje coloquial, casi conversacional, cotidiano y fácil, vertido en versos libres. A menudo, consisten en pequeñas recreaciones de escenas y situaciones cotidianas en la casa, el departamento, la calle, el transporte público o en el bar, en conversaciones o encuentros entre dos personas. Son chispazos de sentido avistados por el poeta que los plasma por una necesidad de expresión que le permanece incierta.
Una de las claves para la comprensión integral del poemario parece ser el discurso metapoético sobre la escritura misma, aunque este tema está más presente en la primera sección. Así, el poema que abre el volumen puede entenderse como una declaración del arte que se expondrá en el libro. El hablante nos cuenta que su abuela, para hablar correctamente, se metía una piedra en la boca y leía en voz alta, y obligaba al poeta a hacer lo mismo. El segundo poema manifiesta la modesta ambición del poeta, que se conforma con una obra menor, pues, como dice, el individuo de la calle puede aprender poco de la poesía. Con todo, el tercer poema afirma positivamente lo que sí ofrece esta expresión, a saber, la vida intensa de un sujeto.
A continuación, siguen algunos poemas que dan cuenta de lo que la palabra hace. La mirada dura y cansada del poeta seguirá peleando ante la injusticia, pues él siente la tragedia de los hombres y niños inmigrantes. Asimismo, el hablante duda de la veracidad del periodismo y las autoridades. Y aunque el silencio expresa más fuerte el amor, el poeta coronará con su signo ese silencio.
Una imagen de presencia señalada en el volumen, aunque intermitente, es el agua, que irrumpe en forma de lluvia, en el puerto o como una paradójica nieve.
El tema erótico, la relación o ensoñación con diversas figuras femeninas, juega también un rol destacado en la poesía de González Barnert. Algunos poemas de tinte erótico exhiben un hablante que se dirige a un tú, con recuerdos de cosas cotidianas, momentos intensos de un erotismo a la espera, de la contemplación erótica de la amada, de las insinuaciones. La mirada del poeta se centra en los objetos queridos que llevan a recordar a la amada, que es admirada y absolutizada. La ropa de las mujeres, sobre todo las prendas inferiores (calzones, calcetines, pantys, falda, pantalones…) cautivan al hablante. En otras piezas, destacan otras presencias de mujeres, como las de algunas adolescentes y escolares divisadas en el transporte público o en la calle, o las progenitoras de la familia. En el poema “Sé que hay cosas que no me cierran del todo”, uno de los más destacados del volumen, tres mujeres (una quinceañera desconocida en la micro, una amante ausente y la madre del hablante) se fusionan en una enumeración fragmentada, reuniendo en cierto modo a todas las presencias femeninas del hablante.
Como he señalado, la voz de lo común y corriente se expresa en los versos del poeta. Vemos la presencia de objetos cotidianos, infantiles, escolares, deportivos, de la cultura pop y prendas de ropa. También encontramos imágenes de observación y descripción de escenas cotidianas como tomar una cerveza en un balcón y ayudar a vestirse a la amada. La cotidianidad invade también el lenguaje del hablante con el uso del registro coloquial: “en un momento x,” “petiso,” “mameluco”… Y con chilenismos: “talla” por broma, “sapo” por soplón, “pingüinos” por escolar.
Varios poemas que conforman la segunda sección del poemario parecen cuestionar al poeta y a su quehacer. En “Fiat”, el poeta siente el oficio de escribir como una necesidad, pero tampoco está seguro de su utilidad y finalidad. Aquello se corresponde con esa sensación existencial de que su vida “es un inmenso lago congelado/ en el que no sé/ si estoy arriba o abajo”. Pero enseguida reconoce que “escribir es esa fuerza que te pone de rodillas”, es decir, la poesía sigue brotando de una pulsión existencial, de una necesidad vital. Las vacilaciones provienen quizá de que, como dice, escribir poesía sea una especie de purificación difícil.
Los poemas del volumen no transmiten, en general, una visión esperanzada sobre la comunicación y la posibilidad de construir comunidad: “Quizá todo sea calzar, arroparse/ con lo que dejan nuestros muertos/ y apagar la luz”. Con todo, cierta estabilidad proviene de la relación más referida por el hablante, a saber, la que guarda con su hermano. O quizás el reino de la imaginación sea el único perdurable y duradero: “porque somos fantasmas/ que aparecen y desaparecen/ entre latidos que se sumergen cada vez y con mayor complicación/ en lo más profundo”.
Los poemas que provienen de Playlist se caracterizan, como es lógico, por la omnipresencia de la música. Son fragmentos que, con la mención de nombres específicos de canciones para circunstancias particulares manifiestan ese poder transformador de la música que colorea las experiencias o les da cierto tono. Muchas veces, esta aparece relacionada con episodios en bares o con cerveza, y con las maneras de ser de las personas. Es recurrente también la analogía entre la música y la escritura.
Con respecto a la edición del volumen, valga constatar dos erratas: en la página 34 (“cuándo” por cuando) y 63 (“betarras” por betarraga). Aparte de eso, la tipografía, el diseño y la materialidad del libro son correctos y limpios.
En términos generales, aunque a veces la sucesión de imágenes en los poemas se vuelve fragmentaria y difícil de comprender, la obra da buena cuenta del estilo de González Barnert. Se trata de una voz original, propia y madura, que, con sus varios reconocimientos, ya se alza con todo su derecho en el panorama de la poesía nacional. De este poeta nacido en Temuco solo nos queda esperar que su producción poética mantenga la calidad de ese lenguaje directo, acotado, incisivo y profundo.
Clemente Cox
Universidad de los Andes (Chile)