España: Editorial Pre-Textos. 2023. 342 páginas.
Keila Vall de la Ville, escritora venezolana radicada en los Estados Unidos, ha publicado diversas obras literarias que han sido reconocidas por el valor de transmitir su presencia en varios mundos. Por mencionar dos, su libro de cuentos Ana no duerme (2007) fue finalista en el Concurso Nacional de Autores Inéditos Monte Ávila Editores (Venezuela), y su novela Los días animales (2016) galardonada con el Premio Internacional del Libro Latino en la categoría Best Novel (2018) y traducida al inglés como The Animal Days (2021). Esta vez, en Minerva (Pre-Textos, 2023), la simbología de los espacios vacíos como danzas impide dejar una huella detenida. Con giros diversos que van desde la memoria al cuerpo, los síntomas de extranjería en Nueva York se unen a la desesperación venezolana ante la violencia y los secuestros, registrando el deseo de no olvidar y abriendo los recuerdos del triángulo valioso y móvil de los orígenes. Minerva, hija de Lissa, Di y Martín, baila y se detiene como heredera de una familia indefinida, alternativa y poliamorosa.
Es también una familia que crea y vive en su propio mundo, más allá del tiempo y las distancias geográficas. En la novela, dice Di “que esa línea progresiva, acumulativa que llamamos tiempo es pura ficción. Todo mental. Dice que el tiempo no es una línea. Que es circular. Yo –Minerva– digo que el tiempo es un origami”. Estas palabras dobladas sucesivamente siempre reflexionan sobre el ser, o la multiplicidad del sí mismo, y giran, moviéndose en la ruta de los deseos internos que viven también en la realidad de otros cuerpos. En esta obra, aparece una aritmética imprecisa de las figuras familiares, pues la niña Minerva va creciendo de manera sentimental y corpórea, mientras la política hace que el mundo ruede y su existencia se mueva de manera pendular entre el día a día y los recuerdos, entre dos países, dos idiomas, dos cuerpos. Ese movimiento se refleja en el baile, pues: “Yo si no bailo no pienso bien. Soy bailarina en el más estricto sentido del verbo Ser”.
Minerva desea establecer, como en el ballet, ciertas corrientes que refuerzan la regla de oro del nunca mirar al piso mientras se baila. Para superar las inexactitudes familiares, el rechazo de los que quieren mantener las tradiciones, o el anhelo imposible de tener conciencia del área donde va a bailar, ella intenta siempre dominar su cuerpo, superar los daños, evitar las lesiones. No obstante, en un entorno familiar diverso, en su vida desterrada, siempre vuelve al origen. El cuerpo se encarga de ello, un cuerpo que, además de bailar, también puede detenerse por horas como modelo de arte. Un rostro de bailarina donde la mirada se aleja de los miedos, un cuerpo danzante que se detiene por horas como modelo desnuda, ambos actos necesarios. En otras notas del libro, la mirada gira. Cuando baja un sobre, por ejemplo, se une a las manos para intentar abrirlo o, al menos, detenerlo todo: “Dejar que su tiempo largo marque el ritmo y la ruta. Un sobre. Sostener el sobre en mis manos, explorarlo como si fuera el primer sobre de papel jamás visto. Mirarlo con desconfianza y a la vez como extensión de mí. Soy un bebé que se mira los pies sin saber aún si son suyos”.
“DESDE LA MÚSICA EN INGLÉS Y EN ESPAÑOL, DESDE LA NIÑEZ Y EL SER ADULTA, MINERVA SE VA RECONSTRUYENDO A SÍ MISMA HASTA LLEGAR A LAS ÚLTIMAS LÍNEAS DEL BOCETO DE SU CUERPO EN LA NOVELA”
Como señala Minerva, usar la mirada es el arte del sostenerse, un arte que debe existir para resaltar la trilogía en la familia que cría, aunque no todos engendren un pequeño cuerpo. El trío del hogar le enseña a Minerva cómo sobrevivir aun siendo “una felina de pies ampollados”. Las tres figuras que metafóricamente procrean a la niña se unen desde los valores corporales. En los espacios cerrados de la casa, a la pequeña le fascina siempre la palabra busto, porque es misteriosa y casi nadie la usa, y porque su ausencia, más allá de lo natural, es un símbolo necesario. Este órgano diminutivo del cuerpo es ese pecho borrado, que comienza siendo el género omitido y reconstruido que une a la familia. Así, Minerva crece apoyada por el triángulo simétrico de la crianza, con madre de pecho fajado y padres sin teticas. Más adelante, otras líneas perimetrales en la geometría de la educación terminan valorando la visión de la niña que luego experimenta la semejanza con ciertos rostros diversos, la simetría con los cuerpos de sus amantes, y la capacidad de sentir dolores y placeres juntos. Desde Caracas, Minerva viaja a la ciudad de Nueva York para utilizar ese cuerpo como un eje de conexión cultural, social, repleto de identidades múltiples.
Como en las ciudades antiguas, esta novela requiere ser transitada y por ello algunos capítulos sólo tienen breves líneas bajo números que parecen calles: “Soy / arte cinético en circulación sanguínea” (capítulo 108), “Esta es mi estación del subway: 110 Street” (capítulo 110), “Mirar es dejar entrar la luz / es por esto que arde” (capítulo 117). No obstante, la novela está repleta de sabores y recuerdos, pues Minerva es una y muchas, desde la portada hasta el final. “Minerva es más Minervas en la medida en que se adapta y se deja moldear”. A ella le dicen “no eres tu cuerpo” y lo asume como verdad. No obstante, añade que “necesitas tu cuerpo para ser. El cuerpo es filtro y reflejo”. El cuerpo lo es todo y dentro de él se inserta la existencia. La memoria. La duda. ¿Olvidar es la libertad y recordar es una sentencia? Si no se llega a ninguna de las dos partes, ¿todo se detiene? “It looks like I’m moving but I’m standing still” resume lo que ella cree que es y sigue siendo.
Algunos gestos más simples, que pasan también por los cinco sentidos, son estrategias de supervivencia en la novela. En Nueva York las palabras bautizan a los “Boulder marbles enormes. Con un maní dentro”, para que sobrevivan con cacahuate, como pelotas densas de chocolate que en Venezuela se llaman Torontos. Es el sabor de una memoria incompleta. “Googleas comfort food y aparece: Término referido a los alimentos con valor sentimental o nostálgico que pueden caracterizarse por su alto contenido calórico, elevado nivel de carbohidratos, o por su simple preparación. La experiencia nostálgica responde a la historia individual de una persona o a patrones culturales”. En la circularidad del volver, del retorno necesario para un nuevo inicio, lo que aparece en la novela nunca se detiene. Desde el palíndromo del género en la familia, desde los espacios geográficos, desde el cuerpo y la memoria, desde los lugares públicos y los privados, desde las metáforas de las bebidas y alimentos, desde la música en inglés y en español, desde la niñez y el ser adulta, Minerva se va reconstruyendo a sí misma hasta llegar a las últimas líneas del boceto de su cuerpo en la novela.