Santiago: Pequeño Dios Editores. 2022. 48 páginas.
La poesía de Francisco Véjar es el summum del romanticismo en una era de cinismo. El locutor, en su Manuscrito encontrado en mi bolsillo (Pequeño Dios Editores), busca significado en imágenes de lo más simples, como los árboles, los pájaros y, particularmente, el mar, ya que es “nuestro refugio./Es la única piedra filosofal/que poseemos”. Al mismo tiempo, el locutor es capaz de reírse felizmente de sí mismo, como cuando él y sus colegas escritores despliegan sus poemas en la mesa de un bar y “la brisa marina insiste/en desordenar las hojas”. En otro poema, incluso dice: “Nuestra virtud −por ahora− es saber reír”. Este sentido del humor lo salva de tomarse demasiado en serio sus gustos, o incluso delirios, románticos. Hasta el título de la colección es un guiño a la capacidad que tiene el poeta de ofrecer una perspectiva realista en un mundo fantasioso por el que divaga buscando conectar de manera profunda con la naturaleza y con el entorno urbano, a menudo indiferente.
La palabra “refugio” aparece en varios poemas de Véjar y refleja la necesidad que tiene el locutor de hallar un remanso que lo proteja de las tormentas de la vida. La pérdida de un ser querido lo dejó viviendo en sus recuerdos, algo típico de los románticos. No obstante, siempre hay un poema como “El último metro” que combina romanticismo y realismo de una manera efectiva. En este caso, el locutor observa a los jóvenes pasajeros del tren sentados sobre sus mochilas, leyendo a Hannah Arendt, soñando con un desayuno en Tiffany’s o yendo a las barricadas. Mediante esta escena descrita de manera tan simpática, el locutor transforma un hecho cotidiano en una experiencia universal: “Las puertas del tren se abren,/las puertas del tren se cierran./Unos entran y otros salen./Así es la vida”. A pesar de la melancolía que impregna los poemas, el locutor se refugia en la escritura, el jazz o los recuerdos a su amante y la historia que vivieron juntos. En una parte del poema titulado “Historia de una fotografía”, el locutor resume la historia de la fotografía con detalles reveladores:
Todos los recuerdos agrupados en una desgastada caja
en la que ella ha puesto su nombre
para que cada segundo vuelva a vivir
a través del oleaje de los años:
el tinte escarlata de los atardeceres,
horas en los restaurantes
dibujando el rostro amado en una servilleta.
En el poema de la fotografía, “ella” podría ser también la que aparece en el poema “Lo único real”. El poeta compara sus labios rojos con el pecho del ave cantora chilena (la loica) y dice que ella siempre será “el divinum vinum”. Este poema, como otros de la colección, tiene una estructura circular que comienza con una comparación entre la pareja y un camino frondoso, y termina con la misma imagen, con la diferencia de que en ese mismo camino el locutor se pierde a sí mismo para encontrarse. “Ella”, también denominada “Amiga de tantos años inolvidables”, es para el locutor lo único real en su vida, lo cual, obviamente, es el concepto más romántico de todos, pero aun así, los detalles de este poema y su estructura circular refuerzan la idea de que solo su persona amada le da sentido a su existencia.
Un poema que aborda el tema romántico de la inmutabilidad se llama “Lo que quedará de nosotros” y enumera varias cosas que, afirma el poeta, siempre seguirán existiendo:
La búsqueda de ciertas calles.
Los primeros días del verano.
Viajes por cielos desconocidos.
Voces escondidas en algún rincón del espejo.
Líneas de un epitafio en la tumba de nuestros padres.
Lucy in the Sky with Diamonds.
Una carta arrojada al mar.
Tal vez así sea, puesto que, sin duda, son escenas muy románticas: ciertos lugares que perduran en los recuerdos, los primeros días de verano, los cielos desconocidos y Lucy in the Sky, un espejo, el epitafio de los padres, y una carta (¿o un mensaje en una botella?) lanzada al mar. Un realista probablemente diría que la lista de Véjar es una “ilusión”, pero no se puede negar que son imágenes que encarnan bien el romance y perpetúan momentos de la vida que son importantes para todos de alguna u otra forma.
“A lo largo de este poemario, el lector siente que el poeta está repasando momentos de su vida descritos con exactitud y atención”
El amor romántico se cuela de manera natural en la poesía de Véjar. El poema “Cuarto de hotel” nos cuenta desde el primer verso que la felicidad para él era una habitación de hotel que encontró al azar. ¿Acaso el amor no siempre llega así también? El poeta revela los misterios que descubre y, a continuación, reemplaza la realidad que representa o contiene esa habitación con el cuerpo de su amada. El locutor recuerda nuevamente la habitación que se convirtió en un pequeño paraíso, donde el tiempo parecía ya no existir, después de haber bebido una botella de Chardonnay, con sus cuerpos resplandeciendo de sudor. El locutor dice una y otra vez a su amada que debe estar soñando, mientras el vapor asciende por las rejas del Metro y la tarde muere a sus pies. La descripción es real y completamente creíble, a pesar de la temática romántica. El poema recrea un encuentro idealizado que el lector puede interpretar como real, sin tener que apoyarse en una descripción abiertamente sexual de una relación amorosa.
A lo largo de este poemario, el lector siente que el poeta está repasando momentos de su vida descritos con exactitud y atención. Su manera de describir los lugares les da vida y deja entrever su verdadero significado, no solo para el escritor, sino para cualquier lector que se sumerge en el lenguaje visual rico y sugerente que tiene la poesía. Me despido con un extracto del poema titulado “La vibración del río sobre el parque” que nos regala imágenes pictóricas claras y hermosas de la capital de Chile y su río que fluye por entremedio de la ciudad como una cicatriz:
Es extraño estar aquí y oír el grito de las gaviotas
que caen inciertas sobre el agua.
Esperar una barcaza de madera
o la huida del sol en el océano.
Seis y media de la tarde en las riberas del Mapocho,
la cicatriz de Santiago.
Traducción de Daiana E. Díaz