Los memorables. Lídia Jorge. Traducción de Ma. Auxilio Salado Pérez. México: Elefanta Editorial. 2020.
La Revolución de los Claveles, ocurrida en Portugal el 25 de abril de 1974, fue un levantamiento militar que derribó el llamado Estado Nuevo, un régimen dictatorial que gobernó largos años el país. A menudo se cita el caso portugués cuando se habla de una revolución llevada a cabo por medios pacíficos. La gente, a pesar de las indicaciones de quedarse en sus casas, salió a las calles espontáneamente mezclándose con los militares sublevados. Horas después, una multitud acompañada por claveles recorrió Lisboa. Después del 25 fueron liberados los presos políticos de la dictadura y, poco a poco, comenzó a cambiar el panorama político portugués. 1974 se inscribió, también, como un factor más en el tablero geopolítico de Europa y en la Guerra Fría.
Lídia Jorge (Boliqueime, 1946), escritora portuguesa, toma como punto de arranque la Revolución de los Claveles para darle forma a Los memorables, novela publicada en el 2014 y traducida al español por Elefanta Editorial en el 2020. El título del libro abre dos interpretaciones interesantes. Por un lado, están “Los memorables”, aquellos personajes que hicieron la revolución y, por otro, el concepto siempre difuso de la memoria. Como sucede con la literatura que busca sondear aguas profundas, las historias que aparecen en la narración son, al final, meros pretextos para dialogar con la experiencia humana y, sobre todo, interrogarla. La memoria, en este caso, es el tema que late detrás de cada diálogo y cada pasaje que entrelaza Lídia Jorge con la historia de su país. La reconstrucción siempre infructuosa de la verdad la vincula con otro autor portugués: António Lobo Antunes. En ambos hay una fragmentación del discurso y una renuncia por la narrativa que busca la certidumbre. La realidad, parecen decirnos, es algo evanescente, una materia proteica e inaprensible. Antunes emprende su reconstrucción a través de los monólogos alucinados de sus personajes, y Lídia Jorge escribe diferentes discursos que, como los pincelazos aparentemente inconexos de una pintura, ofrecen, a la distancia, una lectura total. A pesar de la previsible derrota, la labor del escritor es interpretar la historia desde la parcialidad del lenguaje. Sólo el tiempo dirá si el texto fue un mero acompañante de nuestras crisis o seguirá hablándonos en las crisis por venir.
La historia de Los memorables es la de Ana Maria, periodista portuguesa, que vuelve a su país de origen para realizar un documental sobre la Revolución de los Claveles. Para iniciar el trabajo regresa a la casa de su padre –periodista también– y emprende la recolección de datos e información que servirán a su proyecto. Entonces, mientras transcurren los capítulos de la novela, comprendemos que la historia de Ana Maria es la de Portugal después de la democracia instaurada tras la caída de la dictadura y la de las nuevas generaciones que crecieron en un país distinto al de sus padres y abuelos. La periodista usa como hilo conductor –la madeleine de Proust– una fotografía: unos revolucionarios posan frente a la cámara sin saber lo que pasará con sus vidas años más adelante. Un militar, un cocinero, poetas, entre otros personajes, funcionan como microhistorias que intentan abarcar la totalidad del pueblo portugués. Esos personajes, además de las vicisitudes propias, nos introducen en las distintas capas de la sociedad portuguesa. La reunión realizada años después, hecha pedazo por pedazo, a través de Ana Maria, es un mapa en el que aparecen voces, conflictos, desesperanzas e ilusiones. Ella, a pesar de las dudas, como los periodistas ejemplares, sabe cuándo ceder su voz para que hable la memoria a través de la fotografía.
El lenguaje de Lídia Jorge se mueve lejos del lirismo que suele asociarse a la narrativa portuguesa del siglo XX, una prosa cuya atmósfera recuerda, por supuesto, al fado, estilo musical que, curiosamente, fue promovido por la dictadura para acicatear el nacionalismo y la tradición. La prosa de Los memorables es más cercana a un lenguaje que le interesa el fondo sobre la forma. Es en el armado de la novela, en su estructura, en donde ocurre la innovación: el foco de lo que se cuenta va y viene como una especie de péndulo que regresa, casi siempre, al personaje principal. Nos enteramos, en ese vaivén, de la relación entre padre e hija y, también, de la reconstrucción de aquellos días en los que se derrumbó una dictadura y los soldados sublevados recorrieron las calles empuñando claveles. A través del contraste entre dos personas de generaciones diferentes entendemos una buena parte de la historia de Portugal.
Hay una vertiente interesante en la novela de Jorge: a través de los personajes de la foto atestiguamos la inserción de Portugal en la modernidad de las últimas décadas del siglo XX y el nuevo siglo. “Mi escritura nace del sueño y del pueblo”, refirió la escritora en una entrevista reciente, y esta intención se palpa en su novela. Por un lado, tenemos la utopía de una transición pacífica, a contracorriente de los hechos que colmaron de sangre al mundo bipolar creado después de la II Guerra Mundial. Por otro lado, leemos los dilemas de un país que, como tantos otros, cedió su destino a la economía de mercado y la llamada democracia liberal. La libertad conquistada devino en una jaula que acotó la acción individual y colectiva de las personas. Sin caer en los determinismos históricos o en posiciones maniqueas, la autora describe el desencanto de las clases populares ante un mundo que fue abandonando sus promesas y las convirtió en reliquias llenas de polvo. Por esta razón Los memorables es, también, una crónica social cercana a nuestros países.
Los memorables es una rica aproximación al recuerdo y a los mecanismos que lo activan. También nos muestra que el futuro se ha sobrepuesto a nuestro presente. La narrativa que ejercía un verdadero contrapeso a los totalitarismos tradicionales parece muy lejana a nosotros. Enfrentamos un mundo nuevo en el que los símbolos son efímeros y acaso volátiles. La literatura, en este sentido, no sólo es resistencia sino una manera de capturar la memoria para diagnosticar lo que viene. Historias como las de Lídia Jorge, contadas con minucia y sensibilidad, nos pueden ayudar en esa labor.
Alejandro Badillo