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BOOK REVIEWS
Número 36
Las vestidas de Hernán Vera Álvarez
Por Gastón Virkel
“El lenguaje es descarnado, seco, pero no escapa a los detalles de la relación con la chica travesti marcada por la exploración sexual, la culpa, la violencia y la sensación de libertad que la ruptura de algunos mandatos provoca.”
Ficción
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  • November, 2025

Buenos Aires: Mansalva, 2025. 112 páginas.

Las vestidas de Hernán Vera Álvarez“De la misma manera que en el nuevo milenio los géneros sexuales languidecen; por fortuna, lo mismo ocurre con los literarios”, afirmaba hace unos años Hernán Vera Álvarez (Buenos Aires, 1977). Como lo demostró en su rol de editor de antologías como Escritorxs salvajes (2019) y Noir Tropical Miami (2023), como autor de su novela Los hermosos (2021) o su más reciente La cultura es una estafa. Ensayos, crónicas y una entrevista pop (2025), su literatura lleva un buen rato explorando lo transgénero. Con Las vestidas, el escritor argentino radicado en los Estados Unidos desde el 2000, se aventura con los cuerpos disidentes. 

Esta novela, escrita en primera persona, sigue la educación sentimental del narrador en el final de la fiesta menemista de la década del noventa. Luego de que su padre, con quien ya mantenía una relación complicada, se casa y le suelta la mano, el protagonista se ve a la deriva, tratando de sobrevivir a la crisis neoliberal en las redacciones de revistas de poca monta: “Kalwill y Raúl Ospina aportaban cierto desencanto que contrastaba con el optimismo sin ironía de Dalba. Cuando se reía, se le marcaban hoyuelos en las mejillas. Ospina la apodaba ‘la gremialista’ y la enfrentaba con voz grave y paródica”.

Uno de los encargos —una crónica policial sobre el asesinato de una travesti— lo lleva a Las vestidas, el bar donde conoce a Malena, una chica trans con la que entabla una relación de pareja y explora un deseo tabú que se convertirá en el motor de la trama. Burdel, cafetín, universidad, Las vestidas funciona a veces como refugio ante la asfixia que la hipocresía de la redacción le provoca. Entre esos dos polos se mueve el joven periodista cada vez más cómodo:

Era un bar largo, oscuro, de muebles rotosos, con paredes manchadas por la humedad y una barra donde siempre había vasos sucios. El mozo era un viejo que se movía como si se arrastrara, aunque lo que hacía en realidad era evitar pisar las colillas. Se decía que alguna vez el lugar había sido un prostíbulo. El ambiente era opresivo, con luces escasas y un calor pegajoso. Había una jukebox, y cuando sonaba alguna canción de Valeria Lynch, una de las travestis comenzaba a cantar con los brazos en alto.

El narrador, del que nunca nos enteramos de su nombre, recorre las calles con el rictus de un poeta maldito. Se interna en lo más ruin de la noche porteña para encontrar una belleza inaudita, clandestina, a resguardo de los edictos policiales que marcaron el despertar de la democracia de fin de siglo: “En ocasiones, luego de terminar el trabajo en la redacción, en mis caminatas nocturnas, en esa debilidad por honrar la noche, nos encontrábamos en los bares del centro”. 

“Se trata de una novela de formación, donde la identidad del protagonista se moldea no solo a través del vínculo con este personaje marginal pero sin arrepentimientos, sino también con los compañeros de redacción, sus lecturas y la fauna de la noche.”

Aquella sociedad exigía libertades que sus políticos no se animaban a complacer por temor a los resabios de la dictadura, especialmente encarnado en las fuerzas del orden. Esos noventas, marcados por el derroche, por el sushi con champagne, dio luz a la primera mujer trans en llegar al teatro de revista de la calle Corrientes o a sentarse a la mesa de uno de los programas más longevos de la televisión argentina. Se puede consultar la serie Cris Miró de HBO Max —o como quiera que se llame la plataforma al momento de esta lectura—. Ese contraste atraviesa la novela y tensiona cada gesto de libertad con el miedo a la represión: “Mantenía los ojos cerrados para complacerla: la ilusionaba el juego, con una mezcla de ansiedad y alegría. A mí no me interesaba el misterio; bastaba con sentir su felicidad”. 

El estilo de Vera nos lleva del realismo sucio propio de Bolaño, pasando por el odio visceral que recuerda el ninguneo en las redacciones de Arlt y hasta un coqueteo con el melodrama a lo Puig. Hay una sucesión sorprendente de lirismo maldito, prosa periodística, crónica personal, anécdota y literatura del yo que refuerza la promesa de lo transgénero. Nunca se sabe qué discurso tenderá una emboscada en el párrafo siguiente. Esa multiplicidad de registros y técnicas narrativas refleja a su vez el carácter exploratorio de la su primera persona: “Ante eso, me movía entre el asombro y la obsesión por acabar e irme, como si todo lo extraño de la noche necesitara destruirse con un polvo”. 

El lenguaje es descarnado, seco, pero no escapa a los detalles de la relación con la chica travesti marcada por la exploración sexual, la culpa, la violencia y la sensación de libertad que la ruptura de algunos mandatos provoca. Se trata de una novela de formación, donde la identidad del protagonista se moldea no solo a través del vínculo con este personaje marginal pero sin arrepentimientos, sino también con los compañeros de redacción, sus lecturas y la fauna de la noche, un universo callejero y anónimo que lo hipnotiza: Kalwill, el cínico compañero de redacción; Suárez, el veterano maestro; Ospina y Dalba, los contrapuntos estéticos; las travestis; los asiduos visitantes del bar; los noventas y la migración como única salida.

Y siempre Malena, ese cuerpo prohibido que se menea en el breve reflejo de la luna: “El cielo me daba poco tiempo; la luz del amanecer mostraría nuestro cansancio y arruinaría el juego de esa noche. Apoyé su mano contra la mía y la acaricié. Busqué su boca y nos besamos”. 

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