México: Ediciones Eón, 2022. 111 páginas.
Abundan las razones para matar; escasean sin embargo las que se esgrimen para no hacerlo. En La vieja Inés (todo sobre el caso Torres Villaquirán), José Cardona López, colombiano, monta a lo largo de cien páginas una historia significada por negación. La palabra que abre la novela es un NO rotundo que adelanta una situación que recorre todo el texto: “No los maté”. El punto gramatical es contundente y señala una determinación que sostiene el relato en primera persona del protagonista. Un resumen del “caso” aludido en el subtítulo. Su caso, que es todo un caso, sacude conciencias por cuanto el acusado, a pesar del Quinto Mandamiento de la Ley Mosaica, se niega a defender su honor como corresponde a leyes no escritas y jamás precisadas del todo. Torres Villaquirán sorprende, más allá de toda sorpresa (el oxímoron queda validado por el tono del relato), a su mujer y a su amante en una habitación de un motel de barriada. El protagonista debió cometer un crimen que, en este contexto, representa una ejecución autorizada; ese acto bárbaro que sólo el Estado puede cometer y, al parecer, mandatar en defensa de la sociedad. Visto así, el asesinato por partida doble, resulta una obligada acción disuasiva llevada a impedir que los adúlteros ofendan el sagrado vínculo matrimonial. Así de simple (pero también complicado).
El acusado personifica una particular versión del absurdo, la cual nos remite, pese a sus manifiestas diferencias, a El proceso, de Franz Kafka. Si bien en el caso del checo el delito queda sin dilucidarse, con el colombiano ocurre lo opuesto: el crimen aparece prístinamente planteado y ofrece hilo para que las leyes y sus representantes más conspicuos (jueces, fiscales, abogados y testigos), tejan una urdimbre psicológico-legal de la que nadie escapa. La telaraña es firme y sus nudos y ataduras nutren la acción central, alimentadas por los afluentes representados por las historias particulares de los personajes secundarios. El abogado es claro con sus argumentos en favor del defendido:
En estos tiempos para no matar necesitamos mucha premeditación, exagerada alevosía. Vivimos en una sociedad en la que cada quien sin saberlo apuesta con el vecino a ver a cuál de los dos matan primero. Y mi defendido tuvo la osadía de intervenir en esta ruleta infernal para favorecer a dos personas que eran perfectas candidatas para ser eliminadas (…) Es por ello que en su caso la premeditación y la alevosía aparecen, claro está, como circunstancias agravantes de su ilícito. De esta manera su actuación se ha tipificado como un delito calificado. Y como ya lo han dicho más de una vez (el fiscal, los testigos y hasta los adúlteros), tal vez él debiera ser castigado ejemplarmente.
No conviene revelar aquí la sentencia porque ésta añade peso a los acontecimientos y, sobre todo, permite que el lector los sopese a su gusto particular y les otorgue contenido (¿simbólico?, ¿existencial?, ¿religioso?), lo cual resulta afín a los intereses del autor. La novela propicia esta cadena de especulaciones (en beneficio de un lector proclive a ellas), pero también permite el gozo de una lectura encandilada por el humor, la mordacidad, las referencias culturales y una prosa llena de colombianismos que dan color y textura a las reflexiones del narrador. El texto corre ágil y a veces digresivo en un posible afán de propiciar lecturas alternativas, porque La vieja Inés es una novela de desamor, pero no de odio, ni siquiera de rencores. De la inexorable delicuescencia de un sentimiento condenado al fracaso, quizás desde su nacimiento, por razones indeterminadas. Así es el negocio del amor. De repente alguien deja de querer al otro, con la velocidad con que antes se le quiso.
Cardona López emplea una prosa expedita, sin otra complicación que no sea la de contar una historia que aluda a la existencia y sus pilares de apoyo, y con el sustento de un adecuado y propiciatorio uso de la primera persona. Esto hace posible la cercanía empática de un lector dispuesto a comprender y compartir un “drama” (con dobles comillas) que tal vez no lo sea tanto. ¿Existencialismo?, ¿nihilismo? O, puesto en mexicano, “¿valemadrismo?” Ni la vieja Inés lo sabe porque, vista la vida en retrospectiva, tal vez nada sea para tanto.