La vida enferma. Hernán Vera Álvarez. Nueva York: Sudaquia Editores. 2021. 110 páginas.
La vida enferma es la vida como la conocemos ahora: una cotidianidad donde la muerte se manifiesta de manera rutinaria, donde vigilar los cuerpos el nuestro y el de los demás– es la manera necesaria de comportarnos. En su más reciente libro, Vera nos confronta con el desamparo de los días que siempre son nocturnos. Son noches que encabalgan otras noches y los habitantes de este mundo vaciado no pueden ni dormir entre tanto silencio.
Este libro híbrido, como suele ser la escritura de Vera, podría tratarse de una serie de aforismos, pero también de un cuento macheteado hasta dejar restos poéticos que se sostienen heridos en las páginas. Son textos crudos, íntimos, que no necesariamente han sido escritos para compartirse. Aquí encontramos un registro en carne viva sobre una época que todavía no ha pasado, que seguimos padeciendo en la medida en que la vivimos y leemos. Vera nos entrega las revelaciones desoladoras de un diario de pandemia que todavía no ha concluido, que posiblemente se extienda mientras nuestro mundo distorsionado nos siga confrontando con la enfermedad y la muerte.
En la “nueva realidad” narrada por Vera, un deambulador de calles inhóspitas observa a los maniquís que toman cafés con otros maniquís; en vez de encontrarse monedas en el pavimento ahora descubre tapabocas cochinos y los síntomas virulentos corresponden no solo al covid-19, sino a las relaciones enfermas que se sostienen en las redes sociales. La desolación contemporánea, nos señala Vera, no solo se produce por la falta de contacto de los cuerpos, sino por la falta de empatía y la hipocresía que el personaje encuentra frente a la sobreexposición virtual: “Ni un solo corazón en Twitter/ Ni un solo match en Tinder/ Ni un solo e-mail./ Evidentemente Dios no existe”. Sin embargo, el verdadero horror se produce en la voz poética cuando indica que “los humanos merecemos morir [porque] nada se perderá”, porque nos convertiremos en “un número más entre tantos números” y nos estrellaremos con la pérdida total del sentido.
En este texto, algunos versos se deshilachan antes de que el narrador pueda decirlos (“En el año de la/En el año de/En el año/En el/En/Peste”), porque quizá Vera nos señala que tanto dolor nos tiene que dejar mudos, porque ni siquiera el lenguaje parece ser suficiente para articular nuestro sufrimiento. La vida enferma hace un intento por abrir un diálogo entre solitarios, en medio de la distancia que hemos aprendido a imponernos, en una vida donde solo la luna parece ser la misma: “ni fría ni distante/ ni irónica/ ni bestial/ solo una luna”.
Raquel Abend van Dalen