La troupe Samsonite. Francisco Font Acevedo. San Juan, Puerto Rico: Folium. 2016. 195 páginas.
Francisco Font Acevedo (1970), escritor de origen puertorriqueño, es sin lugar a dudas uno de los prosistas más interesantes de los últimos años de la isla y me atrevería decir de las letras latinoamericanas. Sus primeros dos libros, Caleidoscopio (2004) y Belleza bruta (2010), le abrieron un espacio dentro de la escena literaria que con su tercera entrega, La troupe Samsonite (2017), solo va a confirmarse. En especial Belleza bruta le otorgó un singular reconocimiento por parte de la crítica y los lectores, dada la delicada artesanía con la que el autor construyó el relato, y la fuerza de sus imágenes, donde se representa un universo urbano caribeño cuya principal particularidad radica en la diversidad de voces y registros sociales que lo componen. Aunque Belleza bruta es en teoría un libro de cuentos, existen entre sus historias y protagonistas múltiples relaciones que nos hace cuestionar si estamos en presencia de una novela experimental o una recopilación exquisita de narraciones cortas. Para esta tercera entrega, Font Acevedo se sumerge en la narrativa larga ofreciéndonos una obra tan particular, diferente e interesante como sus dos primeros libros.
Si en Belleza bruta Font Acevedo nos dejó perplejos con su sutileza y complejidad textual, con La troupe Samsonite nos enfrentamos a un relato aún más arriesgado que desafía modelos convencionales tanto de escritura como de lectura. Para hacerlo, su autor ha diseñado un aparato narrativo que se caracteriza por el flujo de conciencia, la evocación y la dislocación de la voz narrativa. Todo ello logrado con el vértigo que imprime en su historia la principal característica de sus protagonistas, el ser una familia de circo.
Tales particularidades se hacen evidentes a medida que avanzamos en el libro y vamos descubriendo que, en primer lugar, los cambios de focalización en la historia son continuos y permanentes. La novela está estructurada en capítulos cortos y en cada uno de ellos nos encontramos con el punto de vista de un personaje diferente de la historia, siendo Mirko, por ejemplo, el que nos relata lo que va aconteciendo en un episodio, para pasar a Tanya la que lo describa en el siguiente. Tales cambios de focalización se dan sin previo aviso al lector y por ello la lectura tiene que ser aun más atenta. En varias ocasiones sólo podremos distinguir quién nos habla por sustracción, es decir porque los ojos a través de los que miramos nos enumeran los demás como acompañantes de la acción. Teniendo en cuenta lo anterior, la calidad de la escritura de Font Acevedo se va a hacer evidente al notar que en medio de esta complicada opción narrativa sus personajes van a tener un desenvolvimiento natural y pleno en la historia; no hay en ella un desequilibrio entre sus partes, sino que maneja con cuidado el desarrollo tanto de la historia como el de sus protagonistas.
La segunda característica que merece la pena señalarse respecto de la estructura del texto es que se nutre de la evocación, es decir, los eventos que describe el narrador en diferentes ocasiones de manera desorganizada no ocurren en el presente de la narración, sino que por el contrario hacen parte de la memoria de sus personajes. No obstante, y como rasgo importante del trabajo de Font Acevedo, la diferencia entre la evocación y la memoria en el texto se dará porque éste no busca ni pretende la reconstrucción precisa o ni siquiera cercana de lo sucedido, sino que se alimenta del fragmento, del instante donde poder generar un sentimiento o una idea.
Este juego narrativo se sustenta en el relato de sus cuatro protagonistas, quienes tienen funciones específicas en la vida del circo; así, Gradva, la mayor de todos y directora de éste, asume el papel de tragafuegos y funambulista, o lo que es lo mismo, la persona que sabe manejar la supervivencia del grupo entre carnavales y hospitales, es decir, hombres y mujeres, correspondientemente, de los cuales dependerá en gran medida la subsistencia material del grupo, siendo éstos, en muchas ocasiones, fuente de vivienda y alimento de la tropa. Le sigue a Gradva en edad, Tanya, la contorsionista, personaje mediante el cual se retrata cierto exhibicionismo e incluso en algunos casos la prostitución a la que habrá de recurrir. Después de Tanya viene Mirko, único hombre del grupo, dueño del maletín que le da nombre y hasta identidad al grupo, Samsonite. Mirko es el relator de historias, el escritor de la misma y su arte consiste en vivir del cuento. En gran medida su oficio con la palabra refleja el artificio de La troupe Samsonite, que se inicia con la historia de Mirko quien escapa de la escuela para, a mitad de camino, comunicarnos que se ha convertido en escritor y que nuestra lectura es su obra. En consecuencia la novela parte de un hecho aparentemente sencillo, pero de gran importancia, puesto que la construcción de esta historia no refiere a un episodio preciso en donde los hechos ordenan el relato, sino que, por el contrario, el relato va a ordenar los hechos de La troupe. Por último, siguiendo el orden de edad, está Xenia, experta en domar animales y en lidiar con situaciones particularmente extrañas.
Aunque la novela hace énfasis en las características y dotes circenses de sus protagonistas, constantemente nos asalta la duda de si esta referencia al circo corresponde a un oficio concreto o a la espectacular capacidad de sus protagonistas para sobrellevar una vida llena de privaciones y dificultades económicas; una manera de enfrentar el día a día y sus diferentes actos. Al respecto es pertinente destacar en este punto que La troupe Samsonite entra en diálogo directo con tradicionales nociones y recursos sobre la familia y el hogar en la literatura puertorriqueña e incluso latinoamericana, abogando por un tipo de familia que no necesariamente está vinculada por un lazo de sangre, sino por el arte popular, la supervivencia y la errancia. Y es que la pobreza va a ser un elemento consustancial en la vida de estos personajes que maniobran día a día en medio de estrictas limitaciones alimenticias y constantes cambios de habitación y residencia para sobrevivir la precariedad de su existencia. En este sentido, el relato del libro tendrá la oportunidad de acercarnos a sectores de la sociedad puertorriqueña que pocas veces hacen parte del centro narrativo de la literatura, ocupando de manera nómada diferentes espacios de la ciudad y de la isla, casi deambulando por ella. Sin querer adelantar más al lector, el final de la novela es impactante, ya que en él Font Acevedo hace coincidir diferentes temporalidades y circunstancias de la narración de una manera que la hace compleja y fascinante al mismo tiempo. En definitiva, La troupe Samsonite debe convertirse en lectura de referencia para los lectores atraídos por la obra de Font Acevedo al igual que para los críticos e interesados no sólo en la literatura puertorriqueña, sino en la historia, la literatura y el arte en general, tanto clásico como contemporáneo en Hispanoamérica.
Oscar F. Amaya Ortega