La nostalgia esférica. Federico Vegas. Caracas: Ediciones Puntocero. 2014. 206 páginas.
En el marco de la cuentística venezolana de las dos primeras décadas del siglo XXI, es difícil hacer una selección de los nombres paradigmáticos de los cuentistas más importantes. Esto, porque la narrativa actual es heredera de la falta de centro, corrientes y tendencias que caracterizaron a las décadas precedentes, lo cual supone el hecho curioso de que las generaciones de escritores se superponen, haciendo obligatorio que junto a autores consolidados y de renombre haya que mencionar a figuras emergentes, algunas de las cuales apenas han publicado uno o dos libros. Sin embargo, existen varios casos de escritores que durante las últimas dos décadas han desarrollado una prolífica obra, en varios géneros de la narrativa, con tal grado de recepción tanto editorial como comercial, que se pueden considerar las voces más constantes del cuento venezolano actual. Federico Vegas es uno de los cuentistas más emblemáticos en este sentido. La nostalgia esférica, su libro de relatos más reciente, confirma no sólo este hecho, sino también revela la consolidación de un estilo propio, un sello personal de narrar, en el que pueden encontrarse muchas de las claves de lecturas de todo su trabajo previo.
Una introducción del autor y catorce relatos integran este volumen. En ellos está presente, como en todas las obras anteriores del autor, un juego a partir de anécdotas personales o colectivas contadas en la frontera de la realidad y la ficción, sin que sea posible establecer una clara distinción entre ambas dimensiones. Vegas se vale de muchas estrategias narrativas y marcas paratextuales para hacer menos visible la distinción entre las dimensiones del discurso (realidad y ficción). Por un lado, acompaña varios relatos con una introducción independiente del texto propiamente dicho, como especie de llamado de atención al lector, para dar pistas acerca del origen del argumento o para advertir sobre algún aspecto que debe tenerse presente durante la lectura. Y por otro lado, mediante un juego de las voces narrativas, superpone lo que bien podrían ser eventos de su vida personal mezclados con identidades difusas de sus personajes, en un claro ejercicio asociado con la autobiografía y la autoficción. En varios de los cuentos, como “Un suspiro de mantequilla” (75), “El astrónomo” (85) o “Somerville” (185), incluso hace uso de su propio nombre o del título de sus libros más conocidos.
La unidad temática de los cuentos incluidos en La nostalgia esférica queda explícita en la “Introducción” (9): personajes unidos por el deseo, la necesidad o el impulso de viajar; el viaje como cambio, transformación, partida y regreso; y, finalmente, la necesidad del viaje y el cambio como una pulsión nostálgica asociada a la identidad de lo venezolano. En palabras del autor:
A los venezolanos la nostalgia se nos ha tornado esférica: sentimos tanto dolor de querer marcharnos como el de querer volver y el de haber vuelto. Hablo de una nostalgia esférica y no circular porque, además de ocurrir en la dimensión relativamente plana del ir y venir, opera también en el tiempo… Para sufrir por algo que se ha tenido o vivido y que ahora no se tiene ni se vive, no hace falta recorrer ni un metro de terreno. (12)
Lo interesante de este planteamiento es que los personajes y anécdotas de La nostalgia esférica se inscriben en lo que algunos críticos llaman “la diáspora venezolana”: esa tendencia de cierta literatura escrita por autores venezolanos que han dejado el país, tienen intenciones de hacerlo o —aunque no se hayan ido— expresan una abierta insatisfacción con el proceso político, económico y social de las últimas décadas en Venezuela. Sin embargo, hay que aclarar que esta inscripción en dicha tendencia tiene en el caso de La nostalgia esférica un carácter especial, ya que la partida de los personajes, su regreso o la extrañeza en el país se narran siempre desde un escenario íntimo y tienden a la construcción de un espacio personal de autofiguración a medio camino entre la memoria y la ficción. El derrotero que siguen las anécdotas de estos cuentos es siempre de búsqueda; una travesía que permita el hallazgo de lo que falta, de la razón, el principio o la causa de aquello que alimenta un móvil desconocido pero inquietante.
Escritos con una prosa inteligente y rica en sentencias aforísticas, estos cuentos se alimentan también, estructuralmente hablando, de un tránsito narrativo que va del misterio a la sorpresa final. Federico Vegas ejecuta con acierto una combinación de resultados, en la que descifrar las claves secretas de los significados de la vida emerge con mucha sutileza de episodios que podrían tenerse por intrascendentes o triviales. Tal es el caso de un pequeño accidente doméstico, en “La mano derecha” (15), el enamoramiento de un joven rico por la empleada de servicio, en “La tranca” (63), el olvido de las llaves en una fiesta, durante una noche lluviosa, en “Choroní” (95), el encuentro fortuito con un primo desconocido, en “La embestida” (109) o el rastro que deja una herida mínima en la espalda de una mujer, en “La costra” (143). En todos estos cuentos subyace la revelación de un aprendizaje, la asunción de un principio moral o el encuentro con una verdad ética sostenidos, como se verá, por el frágil hilo de una peripecia que se va haciendo cada vez más compleja, hasta alcanzar un punto patético o tragicómico.
No está de más decir que como todo libro de cuentos, la aparente unidad temática, estilística y estructural que puede observarse desde una visión general, puede contener a su vez grietas y espacios, en los que entran cuentos que siguen su propia lógica y dirección, a pesar de que los rasgos generales los unen al conjunto. Un ejemplo de ello son las piezas “Contra la obesidad” (37), “El balcón” (51), “El entierro” (123) o “Las estampillas” (163), en los cuales Federico Vegas vuelve sobre un tema que le ha resultado muy versátil y cercano: la relación de pareja, siempre contado desde la misma visión reflexiva y exploratoria de la identidad propia como una relación con el otro, ligada a la complejidad de un acercamiento personal, difícil y accidentado.
Otro tanto puede decirse de algunos títulos que gozan -o padecen- de una independencia, más o menos, paradójica, en tanto que se sostienen por el estilo particular que define a Federico Vegas. “El profesor de Borges” (137) y “La corte de Solimán” (155) son anécdotas curiosas, una oída en medio de una comida y otra resultado de una reunión de amigos, en las que se dibuja el sentido general del libro, pero que parecieran perseguir una intención diferente, como parte de un ejercicio narrativo más primigenio, en la propia órbita de la obra de Vegas.
En definitiva, La nostalgia esférica es una colección de cuentos que si bien podría dejar la sensación de ser algo conocido, en vista del anclaje que Federico Vegas ya tiene con su estilo, también permite ver, como en una antología, las virtudes y los defectos que muestra un escritor que ha recibido el elogio y el seguimiento de la crítica venezolana. En estos relatos se reúne, por un lado, la prosa elegante y sólida de Vegas y, por el otro, su capacidad para transfigurar en una ficción introspectiva y reflexiva el devenir de una memoria personal vinculada al imaginario de una parte del país.
Bernardo Navarro